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El Gobierno parece haber olvidado a la Educación Especial en su plan de medidas de prevención e higiene para los centros educativos

Este jueves el ministerios de Sanidad y Educación y FP expondrán a las comunidades autónomas en la Conferencia Sectorial de Educación un documento con las medidas de prevención e higiene para los centros educativos para tener «una estrategia consensuada» con la que «ofrecer un entorno seguro y saludable al alumnado y personal».

Perfecto, estoy deseando ver qué sale de esa reunión y, sobre todo, todas las medidas expuestas en ese documento. Ya os contaba ayer que todos los padres y el personal docente vivimos con la incertidumbre de qué se encontrarán nuestros hijos en septiembre, cuando la vuelta al cole tenga que ser una realidad. Pero ya adelanto que me ha preocupado no encontrar mención a la Educación Especial en la una nota de prensa que acaban de enviar y en la que resumen algunas de las medidas a adoptar.

Habla de la gestión de los posibles casos, de cómo debe ser la limpieza y ventilación («durante al menos cinco minutos al inicio de la jornada, al finalizar y entre clases» y «manteniendo las ventanas abiertas el mayor tiempo posible») y especifica además que:

En la educación infantil,hasta el 4.º curso de Educación Primaria incluido, se ha definido que se podrán establecer grupos estables de alumnado, idealmente con 15 alumnos/as (máximo 20), que pueden socializar sin mantener la distancia interpersonal de forma estricta, ya que es un grupo de convivencia estable. Esto posibilitará además el rastreo de contactos rápido y sencillo en el supuesto de que se diera algún caso.

Por su parte, en 5.º y 6.º de Educación Primaria, Educación Secundaria y Bachillerato los espacios se reorganizarán de forma que se cuente con una separación de al menos 1,5 metros entre las mesas. Se priorizará asimismo, en la medida de lo posible, la utilización de los espacios al aire libre para la realización de las actividades educativas y de ocio, en lugar de los cerrados.

Apartado importante tienen las medidas de prevención personal, como son la higiene de manos frecuente y meticulosa, evitar tocarse la nariz, ojos y boca o usar pañuelos desechables. Respecto a la mascarilla en educación infantil no es obligatoria y en Primaria, de 1.º a 4.º, tampoco será necesario su uso si se está con el grupo estable de convivencia. Si se sale del mismo se deberá llevar puesta cuando no se pueda mantener la distancia de 1,5 metros. Para los alumnos que cursen a partir de 5.º de Primaria el uso de mascarilla será obligatorio cuando no se pueda mantener una distancia interpersonal de 1,5 metros pero no cuando se esté sentado en el pupitre.

Vale… ¿Y qué pasa con la Educación Especial? Entiendo que no tendrán que usar mascarilla, igual que los niños de educación infantil, dado que ya están exentos de usarla en otras circunstancias. Tal vez sea deducible la distancia social, como hasta 4ª de Primaria, no tendrá que mantenerse si se trata de «un grupo de convivencia estable». Claro que eso puede implicar un reto fuera de las aulas, en patios, comedores u otro tipo de actividades, que parece que tendrán que organizarse escalonadamente para evitar que coincidan, porque si coinciden no entenderán que deben mantenerse a un metro y medio de los demás. ¿Y qué pasa con la distancia respecto a los profesionales del centro?

Hay muchas preguntas sin respuesta, no solo esas que expongo. No solo en Especial, también en cualquier ciclo. Pero es que la Educación Especial, insisto, ni siquiera se menciona. Y no me parece una ausencia casual. En mayo dábamos la noticia de que los directores de centros de Educación Especial públicos, concertados y privados estaban se oponían a reabrir por la imposibilidad de cumplir las medidas de seguridad; argumentaban que los alumnos son población de riesgo y que es imposible evitar el contacto directo.

«No nos consideramos capaces de garantizar que se cumplan las medidas de seguridad que continúan en vigor en dicha fase, como son el uso de protección individual, el lavado de manos, el uso del codo o de pañuelos de papel para estornudar o toser, etc. por parte de nuestro alumnado». En cuanto al distanciamiento social «es imposible llevarlo a cabo, los alumnos no lo entienden y no pueden cumplirlo». Y tampoco por parte de los profesionales, ya que «en muchas ocasiones hay que acercarse a ellos, tocarles, limpiarles, llevarles de la mano, etc». «Muchas de las patologías que presentan nuestros alumnos, cursan con dificultades y/o compromiso respiratorio, lo cual aumenta exponencialmente el riesgo y pronóstico en caso de ser infectados». «No sabemos qué soluciones se pueden encontrar para estos problemas, pero desde luego, que el alumnado venga a los centros contraviene totalmente las medidas de seguridad necesarias, tanto laborales como de salud»

Muy semejante a lo que sucede con los niños más pequeños, que van a escuelas infantiles (guarderías, otro tema candente y pendiente), pero a una edad de escolarización obligatoria.

Hablamos de 37.000 alumnos para los que también hay que pensar en cómo obrar teniendo muy presentes sus características.

Espero sinceramente que mañana no sean obviados.

(JORGE PARÍS)

La vuelta al cole, asignatura suspensa hasta septiembre

Vuelven los coles. Cómo y de qué manera es algo que depende de la fase y del ciclo, que no es lo mismo Primaria que Bachillerato, depende incluso de las circunstancias específicas de nuestros hijos Y de si viven en una ciudad por varios millones o en una aldea, pero la cosa es que vuelven.

Vuelven a abrir sus puertas los coles, con más o menos abundancia de mascarillas y geles hidroalcohólicos y justo antes de que el calendario escolar obligue a cerrarlas de nuevo hasta septiembre.

La duda es si volverán los niños a los coles en esta apertura preveraniega y precipitada, aparentemente nacida más por la necesidad de tener dónde guardar a los niños mientras se retorna al trabajo tras el ERTE o el trabajo en casa que por sus necesidades educativas.

Lo cierto es que están volviendo pocos, muy pocos. Da igual la comunidad autónoma, la afluencia es mínima.

Y es lógico.

Por un lado está el miedo. El miedo a que las medidas de seguridad no sean suficientes, a que no haya bastante vigilancia para que se cumplan, a que el virus dichoso entre en casa, alcance incluso a los abuelos ahora que habíamos podido verles de cerca de nuevo, aunque sea sin besos y abrazos.

Miedo, y pena también, a que vuelvan a un entorno en el que no pueden jugar libremente con sus amigos que es lo que más querrían y necesitarían. Miedo especialmente si los niños son muy pequeños o están en los frecuentemente olvidados colegios de educación especial, es decir si parece difícil que comprendan las instrucciones a seguir para mantener la distancia y la higiene debida,

Por otro lado están las fechas. ¿Llevar a los niños al colegio para dos semanas? Pues va a ser que no. Si ya hemos pasado lo peor, si ya hemos aguantado con ellos en casa tres meses, si lo que necesitaría ahora, en todo caso, serían campamentos de verano. Y vuelta al miedo al pensar en esos campamentos, de actividades deportivas, de piscina, de patios de colegio reconvertidos en lugares de ocio.

Hay adultos que, perdido el trabajo, prefieren cuidarles en casa. Hay adultos, madres sobre todo, renunciando a trabajar para atenderlos.

(JORGE PARÍS)

Salvo que la necesidad obligue, la verdadera vuelta al colegio será en septiembre, una vuelta al cole en la que los medios tendremos mucho más que contar que los típicos reportajes del peso de las mochilas, el precio de los libros de texto o los centros que aún están en obras. Una vuelta al colegio llena de incertidumbres. Una vuelta al cole que va a ser un reto en demasiados sentidos.

Las familias no sabemos cómo será, qué se encontrarán nuestros hijos pase el estío y el nuevo curso llame a la puerta. No sabemos nada. Ni cómo serán los periodos de adaptación para los niños que empiezan en Infantil, ni si volverá a haber reuniones presenciales para informar a los padres en grupo, funciones escolares o excursiones, ni cómo se distribuirán los espacios y las manos o se impartirán las materias.

No lo sabemos las familias, pero es que tampoco lo tiene claro el personal docente.  Lo peor, que tampoco tenemos la certeza de que lo sepan los responsables de gestionar cómo salir con bien de este embrollo del que somos todos primerizos.

Esta crisis sanitaria está siendo todo un máster en gestión de la incertidumbre, en aprender a vivir sin mirar demasiado al futuro, sorteando los obstáculos que nos salen al paso como mejor podemos.

Sin olvidar, aunque sea una asignatura suspensa hasta septiembre, que la educación (que no el guardar niños por muy necesario que resulte) es un derecho fundamental de la infancia.

¿Debería haber un Día del Niño en España? Piden al Gobierno que sea el 26 de abril, el día que salieron de nuevo a las calles

Este año hemos vivido un día del padre confinado y un día de la madre mirando las fases de la desescalada. Pero da igual lo peculiares que hayan sido, mi hija ha vuelto a preguntarme tras celebrarlos bajo techo que porqué no hay un día del niño en España. En este 2020 añadiendo a sus argumentos para defender su existencia que en otros países como Japón sí que existen, incluso diferenciados por sexos.

Me consta que es una pregunta que hacen muchos niños, otros padres más o menos recientes me lo han chivado. Las respuestas suelen coincidir: que si los días del niño son todos, que si es el día de Reyes o de Navidad…

Todos estarían encantados con la propuesta que acaba de poner sobre la mesa la Fundación Crecer Jugando, vinculada a la Asociación Española de Fabricantes de Juguetes (AEFJ), una petición que van a elevar al Gobierno: quieren que el día 26 de abril, el día que los niños pudieron salieron de nuevo a la calle tras 42 días encerrados, sea instaurado como el Día del Niño.

Aseguran que es una manera de «reconocer el comportamiento ejemplar de los más pequeños durante este periodo de confinamiento», también «subrayar la importancia del bienestar de todos los pequeños y reivindicar el juego y el juguete», que «es una herramienta imprescindible para su desarrollo, ayuda a conformar su personalidad, estimula el aprendizaje, la creatividad y ayuda a socializar y reconocer los entornos más próximos del niño».

A nadie se le escapa que también quieren vender juguetes. En un sector tan exageradamente marcado por la estacionalidad, instaurar otro día en el que regalar a los niños sería un gran logro para el sector.

En el manifiesto que han elaborado utilizan el mismo argumento que mi hija, recuerdan que «la Asamblea General de las Naciones Unidas instituyó un Día de los Derechos de los Niños en noviembre e instó a que todos los países instauraran su propio Día del Niño, sugiriendo a los gobiernos que celebraran este día en la fecha que cada uno de ellos estimara conveniente. Países como Alemania, Portugal, Polonia, Brasil, Argentina, México o Australia, entre otros, ya lo tienen contemplado».

También que «el 28 de mayo es una fecha reconocida en muchos países por celebrarse el Día Internacional del Juego» y que el juego es un Derecho Fundamental de la infancia reconocido por la ONU», manifestando que:

▪ Los juguetes son las herramientas con las que los niños y las niñas adquieren conocimientos y comportamientos que formarán parte de su desarrollo como personas.
▪ El juego estimula la curiosidad, motor de cualquier aprendizaje y el afán de conquista y de superación personal.
▪ Ayuda a expresar opiniones, sentimientos y desarrolla funciones físicas, psíquicas, afectivas y sociales.
▪ Además, el juego favorece la interiorización de normas y pautas de comportamiento social.

Nadie en sus cabales va a negar la importancia del juego. En nuestro país creo que está tan ampliamente aceptado que la los niños tienen que jugar, que es una necesidad para ellos, que no sé si es preciso subrayarlo instaurando un día que tal vez va a acabar desembocando en más gastos para las familias. Que sea un día que reivindique los derechos de la infancia, todos ellos, que ponga el foco también en problemáticas existentes más allá de nuestras fronteras, tal vez tendría más sentido. Pero ya hay días internacionales vinculados a la infancia de todos los colores.

No sé qué pensáis vosotros, no sé si creéis que la petición de la AEFJ tiene sentido.

¿Qué hacemos aquellos con hijos con discapacidad mayores de catorce años y también niños pequeños?

Segundo día de paseo y de felicidad para Jaime, que este agosto cumplirá catorce años.

Por cierto, estos son los horarios que tendremos según seamos o hagamos:
– Paseos y deporte para personas sanas: de 6.00 a 10.00 y de 20.00 a 23.00.
– Salidas de personas dependientes (acompañadas por un cuidador) y de aquellos mayores de 70 años: de 10.00 a 12.00 y de 19.00 a 20.00.
– Salidas con niños (con las condiciones que existían): De 12.00 a 19.00.

Imagino que prefieren que coincidan ancianos y personas dependientes para evitar encuentros entre nietos y abuelos, poco aconsejables aún y en los que sería difícil de controlarlas distancias. Y que piensan también en las personas dependientes con una salud delicada y más riesgos si contraen Covid-19. Pero hay muchas personas dependientes sanos como robles, como mi hijo. Y muchas familias tienen que compaginar su cuidado con el de niños más pequeños.

Menos mal que Jaime tiene trece años y casi nueve meses, y pese a ser una persona dependiente que necesita pasear con un cuidador aún encaja también, por los pelos, en la categoría de niño. Si pasara de los catorce no podría compartir el paseo con su hermana. Tendría que salir con ellos dos veces. Y estar dos horas en la calle.

Si tienes una persona dependiente a tu cuidado de más de catorce años y también más niños, no puede ser que tengas que hacer varios paseos. Pero es que, además, las personas con autismo tienen una rigidez de horarios que va a hacer difícil gestionar estos cambios en las nuevas rutinas creadas desde hace mes y medio.

El sentido común debería imponerse y permitir excepciones en casos así.

Tiene autismo, no habla, pero su sonrisa expresa la felicidad de pisar al calle tras 49 días encerrado

49 días. Todo ese tiempo ha estado Jaime, de trece años y con autismo severo, sin pisar la calle. «Pero si podría haberlo salido hace mucho», me diréis. Cierto, el ministerio de Sanidad permitió que las personas en circunstancias como la de mi hijo pudieran dar paseos terapéuticos en plena crisis, cuando el virus golpeaba con más virulencia. Unos paseos que fueron un salvavidas para muchas familias, pese a acabar en ocasiones en portada de los periódicos por los improperios recibidos por aquellos que desconocían la exención o no la identificaban al verlos.

No salimos, no por miedo a esas posibles miradas o palabras de reproche. Hace ya mucho tiempo que logré que todo eso no me afectara. No salimos en primer lugar porque Jaime ha estado tranquilo. A lo largo de estas semanas ha tenido media docena de episodios en los que se ha puesto muy nervioso, pero han sido estallidos muy intensos y de muy corta duración, que ya tenía previamente al confinamiento y que no suelen durar más de cinco minutos. La mayor parte del tiempo ha estado feliz, entretenido con su ipad, escuchando música, saliendo a la terraza (cerrada con una reja porque la seguridad es lo primero), dándose largos baños diarios, trabajando con su ipad, durmiendo mucho y comiendo bien.

Tampoco hemos salido antes por prudencia. Entendimos que esas salidas terapéuticas debían darse solamente si eran imprescindibles para minimizar riesgos. Si Jaime, que es dependiente de nosotros como un niño de dos o tres años, enfermase, sería imposible aislarle y todos en casa tendríamos muchas papeletas para contagiarnos. En caso de enfermar y agravarse su estado, el ingreso podría haber sido una pesadilla porque no podría haber estado solo. Y de ingresar nosotros, la situación en casa sería muy complicada. Si estamos pudiendo gestionar razonablemente bien la situación, combinando teletrabajo, niños y casa, es porque somos dos y hacemos un buen equipo.

Además, no sabíamos si salir iba a ser contraproducente de otras formas. Jaime ha pasado por dos episodios, uno este invierno y otro más intenso el otoño anterior, en los que sólo quería estar en la calle paseando. Pese a haber estado ya horas en la calle, le teníamos triste, llorando ante la puerta, insistiendo en ponerse sus zapatos y su abrigo para salir de nuevo. No sabemos el motivo que lo desencadenó entonces, pero no deseábamos por nada que aquello se repitiese.

Desde que el domingo permitieran salir a los niños, y con un horizonte visible de desescalada, pensamos que había llegado el momento de salir. Con él y con su hermana, que no exige, pero que también tenía ganas de abandonar el piso en el que ha estado encerrada tanto tiempo como su hermano. No fue el primer día, quisimos esperar a ver. Pero ayer ya cruzamos el umbral. Sin mascarilla, porque no tolera ponérsela (por personas como mi hijo no puede ser obligatoria); con mucho cuidado de que no tocase nada, porque tampoco entiende nuestras instrucciones en ese sentido; huyendo de los lugares y las horas con más afluencia de personas.

Y el premio que obtuvimos fue su sonrisa. Mi hijo no habla, pero ayer no le hizo falta para transmitirnos la felicidad que sentía, las ganas que tenía de volver a sentir el sol y el aire a pie de calle.

No sabemos cómo evolucionará a lo largo de este desconfinamiento. No podemos explicarle, no es capaz de entender, porqué estamos encerrados todos juntos; el motivo por el que sus rutinas han cambiado tanto. Solo puede confiar ciegamente en nosotros, que sabe que le cuidamos y queremos, y tener una paciencia asentada en esa confianza. Nosotros también tenemos que confiar en él.

No tenemos ni idea de lo que nos traerá el futuro próximo, pero hoy saldremos de nuevo buscando su luz.

Los padres debemos dar ejemplo, a nuestros hijos y a toda la sociedad, de paciencia, sentido común y responsabilidad

Aún no hemos salido. Ni Jaime, aunque por tener autismo hubiera podido hace tiempo, ni Julia. Esta es la séptima semana que pasan confinados. También mi marido. Solo yo he salido para minimizar los riesgos. Al supermercado a comprar una vez por semana y dos veces al día a dar un paseo rápido a nuestra perra.

Todo llegará, probablemente pronto porque hoy mismo mi hija ha empezado a pedirlo, sin exigencias, casi en un susurro carente de insistencia. Buscaremos el mejor momento, la hora más tranquila y las calles menos transitadas.

La paciencia es una virtud que viene fenomenal en la vida en multitud de ocasiones y me parece buena idea inculcársela a nuestros hijos. Pero no critico a aquellos que ya lo han hecho, porque hay circunstancias y necesidades muy distintas.

No lo critico, en absoluto, siempre que hayan tirado de sentido común y responsabilidad. Más virtudes que conviene cultivar en nuestros niños.

No hay mejor forma, como siempre, como en todo, que dando ejemplo. Y en esta ocasión los padres debemos dar ejemplo no solo a nuestros hijos, también a toda la sociedad, para que la desescalada gradual que afrontamos culmine con éxito y en el más optimista de los plazos. Para que cuando recuperemos la libertad de caminar sin límite de tiempo, distancia o compañía, sepamos valorarlo.

Creo sinceramente que una mayoría está cumpliendo las normas. Lo que no quita que la minoría indeterminada que no lo hace, debería ser aún más pequeña; menos que anecdótica.

Paciencia, sentido común y responsabilidad son esenciales estos días para no tirar por la borda el trabajo y sacrificio de tantos.

«¿Ustedes creen que esto es una compra de primera necesidad? Una botella de whisky y tónica»

Vivo sobre un Ahorramás, un mercado y un Día. También una carnicería y una panadería que vende encurtidos, frutos secos y patatas fritas. Es decir, vivo probablemente en la que ahora es la calle más transitada de mi ciudad. Las colas antes de Semana Santa eran tremendas. Hoy, sábado, vuelven a serlo. Tanto, que hice un vídeo para mandarlo al grupo de whatsapp de la familia. Así está el patio, así se toman muchos el confinamiento.

Los miro y recuerdo cuando, hace dos semanas, el pescadero desahogó conmigo su indignación: “hay gente que viene a pasearse. No traen el carro lleno, llevan dos tonterías y se tiran media hora caminando por los pasillos. Hoy un señor ha venido tres veces. Yo soy asmático y no estoy aquí, pasando miedo, para eso”.

Y tiene toda la razón, diga lo que diga Marlaska. Hace falta más responsabilidad social.

Mientras los hay que no pisan la calle salvo que verdaderamente no queda más remedio, al tiempo que vemos tantos sacrificios individuales y colectivos, tenemos a gente para la que cualquier excusa es buena para salir arriesgando la necesaria contención del virus.

Llega de repente la Policía a mi calle abarrotada. Recuerdan gritando que solo se puede salir para compras de primera necesidad, cuentan que “está bajando la gente a morirse a la calle porque no llegan las ambulancias a tiempo”, y empiezan a recorrer las colas pidiendo listas de la compra y tickets a los que salen.)

“¿Ustedes creen que esto es compra de primera necesidad? Una botella de whisky y tónica”, exclama un agente en alto. Un escarnio público más que merecido.

Una agente intenta hacer entrar en razón a un anciano, apoyado en su bastón y que no lleva ni carro ni bolsa, para que se vaya a casa. La ignora, casi ni la mira. Al final tiene que venir un hombre, un superior, que logra al fin que se retire: “Acaba de decir a la compañera que venía por una gaseosa. ¡Que se vaya a su casa que es por su bien!”.

Se acercan a una madre joven que están en la cola junto a una niña pequeña que lleva guantes de lana. Le entregan guantes de látex a ambas.

Algunos se han ido, sí. Otros llegan y la cola no baja. Llevo un rato viendo a estos agentes trabajar de manera intachable, intentando hacer entrar en razón, dialogando sin parar. Viendo su frustración con la que empatizo. Al final se tienen que marchar. Han hecho lo que han podido y la calle sigue llena de gente.

De poco vale salir a aplaudir si no nos quedamos en casa salvo causa de fuerza mayor. Con un carro lleno a la semana en mi casa comemos cuatro personas, dos adultos y dos niños de 11 y 13 años con hambre perpetua.

Ayudemos a la Policía y demás cuerpos y fuerzas de seguridad, que se están jugando el tipo al hacer su trabajo.

#QuedateEnCasa #QuedateEnTuCasa

Trece años, autismo severo, discapacidad intelectual y un largo encierro forzoso por delante

Ayer mi hijo estuvo todo el día encerrado en casa con los zapatos puestos. Es su manera de decirnos que quería salir a pasear a la calle, algo que le encanta y relaja. Jaime tiene trece años, autismo y no habla más allá de unas pocas aproximaciones a palabras como pan o agua.

Es un niño, que come y duerme bien, que está sano como un roble y al que no le cuestan especialmente los cambios de rutina y estar en casa le gusta. En ese sentido lo tenemos mucho más fácil que otras familias con personas con autismo (o discapacidad intelectual del origen que sea) a su cargo que tienen problemas de salud o conducta asociados o a los que los cambios de rutina les afectan más.

Aún así, la situación de clausura no es sencilla. De momento está contento, pero no sé cuánto tiempo durará así. Es un adolescente lleno de energía, por mucho que en muchos sentidos sea como un niño muy pequeño. Tenemos por delante muchos días de encierro y tendremos qué ver si no se acaba convirtiendo en un león enjaulado.

De ser así, de empezar a tener problemas serios para mantenerle en casa feliz y tranquilo, no nos va a quedar más remedio que sacarlo a la calle por muy creyentes y practicantes que seamos del #YoMeQuedoEnCasa. Pasear por algún sitio en el que no haya más personas que nosotros para que se relaje y poder volver al encierro hasta que resulte de nuevo imperativo encerrarnos de nuevo.

No somos ni mucho menos los únicos en esa tesitura.


Y si me encuentro con policías o guardias civiles durante esas caminatas espero que entiendan nuestras circunstancias; que igual de importante que bajar a por el pan es poder llevar a mi hijo a la calle algún que otro rato.

En casa las actividades que puede hacer están muy limitadas. Puede salir al balcón (convenientemente cerrado con rejas por su seguridad) y cotillear lo que pasa por la calle; escuchar música en su tablet o en la tele; jugar a sacudir su serpiente gigante de goma; desmontar el sofá; meterse en nuestra cama, que es más grande que la suya, para jugar a taparse entero abrazado a la almohada; o robar un rollo de papel higiénico para desmenuzarlo en pedacitos (y no está el patio como para andar desperdiciándolo). Poco más. Salvo comer, bañarse y dormir, no hay más opciones.

Con su hermana de once años
, aunque un encierro prolongado también se pueda hacer cuesta arriba, hay mucho que podemos hacer. Hay tareas del colegio que le llevan un buen rato todos los días, libros, películas, manualidades, juegos de mesa, largos ratos de charla con sus primas por Facetime, partidas con la Switch compartidas con algún amigo o en solitario… todo un universo al alcance de su mano entre cuatro paredes. Con ella es fácil.

Y más allá de las actividades, es capaz de entender el motivo por el que debemos permanecer en casa, podemos razonar con ella.

No es el caso de Jaime, no tiene capacidad para ello.

Habrá otros niños con TEA, con discapacidad intelectual, con los que las cosas serán diferentes en muchos sentidos.

Las actividades que les entretienen y sus dificultades serán otras, su capacidad de comprensión también y por eso hay recursos disponibles para intentar hacerles entender la situación.

Es un colectivo tan diverso, en el que cada individuo es tan distinto en sus gustos y necesidades, que no es fácil dar recomendaciones que ayuden a todo el mundo. Cada familia tendrá que improvisar, adaptarse, ser flexible y asertiva, intentando dar respuesta a los retos que se les presenten respetando las indicaciones que desde las autoridades nos hacen llegar para procurar que esta crisis generada por el coronavirus sea lo más breve en el tiempo, porque tiene unas repercusiones potencialmente gravísimas en distintos ámbitos si no colaboramos todos.

Responsabilidad, solidaridad, sentido común y cívico, calma y mirar el futuro con esperanza. Y pedir ayuda por teléfono o internet a los profesionales que normalmente nos ayudan con nuestros hijos o a aquellos que se están ofreciendo de forma altruista.

No se me ocurre otra receta aplicable a todos los que están en nuestra misma situación.

¿Y ahora qué hacemos con los niños?

Julia cumplía once años este lunes. Estábamos celebrando su cumpleaños en un centro de escalada, de esos que tienen tres o cuatro cumples cada tarde, cuando uno de los padres allí presentes nos dio la noticia a los demás: “La Comunidad de Madrid cierra todas las guarderías y colegios durante quince días”.

“No puede ser”, fue la primera reacción. «¿Estás seguro? A veces llegan alertas que no son verdad”.

Pero y tanto que lo era cierto. Una rápida visita a las portadas de varios medios de comunicación lo confirmó. Los distintos grupos de WhatsApp de los colegios empezaron a echar humo al instante. Un rápido vistazo al resto de mesas ocupadas por padres arrojaban el mismo panorama que la nuestra: gente inmersa en el móvil, comentando la noticia a medio camino entre la incredulidad, el desconcierto, la preocupación y la guasa. Porque toda situacion es excusa para algún chiste.

A partir del miércoles no hay guarderías, colegios ni universidades. Confirmado. No queda tan claro lo que va a pasar en los centros de educación especial, que albergan a niños con discapacidad. Es probable que este mismo jueves salgamos de dudas, pero en estos momentos el panorama no está claro.

Los hay con niños que aún no están en edad de quedarse solos para los que el teletrabajo es una opción, o que tienen cuidadores o abuelos dispuestos a bregar con niños. Sobre todo esa última opción, que es la que ha propiciado muchos comentarios del más puro humor negro español. No parece que la mejor solución sea unir niños potenciales aspersores del coronavirus, con las personas a las que más y peor afecta.

El teletrabajo es ciencia ficción para muchos otros. Ya sea porque ser productivo con niños pequeños en casa es un reto complejo o directamente porque su labor no lo permite. En la mesa había una madre, científica, que explicaba como sus cultivos celulares del laboratorio no casan con eso de trabajar en casa. “A ver si con situaciones así al menos entienden la necesidad de financiar la ciencia”, comentaba.

“Una clienta me está recomendando a su hija como canguro, que está sin trabajo, le encantan los niños y jugar con ellos y hacerles pintacaras, para mí o para quien la necesite”, comentó en alto otro padre. Hay quien ve rápido la oportunidad de trabajo o negocio. Me pregunto si los campamentos de todo tipo que afloran en verano se reactivarán de cara a esta quincena de vacaciones escolares inesperadas. No parece que tengan mucho sentido como alternativa saludable.

Unos pocos padres tendrán la suerte de poder llevarse a sus hijos a sus trabajos, pensaba yo mirando a los trabajadores de ese centro de escalada en los que se celebran cumpleaños infantiles. Tampoco es la situación ideal. “Las mías tienen solo dos años, no pueden estar por aquí, que se me matan”, me explicaba luego la chica que me cobró el cumpleaños.

Está la opción de pedir licencias en el trabajo, sin cobrar por supuesto con todo lo que implica; o gastar días de vacaciones. Pero a ver entonces como se organiza uno en verano, aunque en esas fechas siempre hay campamentos.

Los hay también que se están organizando al modo de una tribu con amigos o familia que también tienen hijos, creando una suerte de miniguarderias en los que primos o amigos comparten espacio y cuidadores.

Me temo además que habrá niños aún pequeños, aún poco preparados para estar una jornada entera sin supervisión adulta, que se quedarán al cuidado de hermanos poco más mayores o directamente solos en casa. “Ya tienes diez años, no habrás la puerta a nadie, quédate leyendo o jugando y llámame si necesitas cualquier cosa”, les dirán sus padres cruzando los dedos para que no pase nada.

La tarde del lunes y todo el martes va a ser de encajes, de llamadas, de favores, de peticiones, de problemas para conciliar, para llegar a todo.

Como bien comentan muchos en redes, problemas que están sobre todo en el tejado de las madres. No es mal momento para plantear un verdadero ejercicio de corresponsabilidad siempre que resulte posible.

Y luego está el hecho de qué pasará con esos quince días sin clases. ¿Se intentará recuperar luego? ¿Habrá este martes centros mandando tareas a toda prisa para estas dos semanas no lectivas? ¿Se asumirá que no se va a impartir parte del temario?.

“Dicen a los centros que apuesten por la formación online”, dijo una de las madres del cumple. Y ese fue el mejor chiste de la noche. ¿Cuántos colegios están bien preparados para algo así?

Aunque no nos engañemos, para los padres de niños pequeños la gran preocupación no va a ser la pérdida de temario, sino qué hacer con ellos dos semanas seguidas. Sobre todo cuando una mayoría no ha interiorizado que esto del coronavirus sea para tanto: “si la gripe mata más gente”, “no entiendo la alarma que se está creando”, “a los políticos se les está yendo la pinza”.

Pero todo eso da igual. El miércoles no habrá colegios por dos semanas. ¿Qué hacemos con nuestros niños?

 

GTRES

Sobre el supuesto reto viral de la zancadilla y la protección de los menores

Me ha llegado por un par de grupos de Whatsapp un vídeo en el que se ve a dos muchachos hacer caer a otro al saltar los tres a la vez pero los de los extremos zancadillearle. Iba acompañado de este texto:

Este muchacho está en cuidado intensivo por fisura de cráneo. Este juego está de moda en algunos colegios, pongamos a nuestros hijos alerta de no jugarlo y sus consecuencias. Así como decirles que deben avisar si ven a algunos niños jugando.

Tras investigar un poco veo que pasó en un colegio en Caracas que ya está tomando medidas. También que no hay constancia de que se haya producido en más colegios. Es decir, que más que un reto viral de lo que se trata es de un vídeo en concreto que se ha hecho viral. Un vídeo con menores.

El centro en el que ha sucedido ha publicado el siguiente comunicado en sus redes sociales:

Recientemente se ha hecho viral en las redes sociales un vídeo en el que se exponen a unos alumnos de bachillerato de nuestra institución realizando un juego donde presuntamente se estaría poniendo en riesgo la salud e integridad física de uno de los jóvenes. En el referido vídeo, claramente se distingue la insignia del Colegio, cuyo símbolo representa a las instituciones de la Orden de los Predicadores, Padres Dominicos.

Ante los hechos expuestos, las autoridades del Colegio queremos expresar a la Comunidad Educativa que, más allá de la alarma que los hechos ocurridos puedan causar, no perdemos el enfoque de dar cumplimiento a nuestro rol en la protección integral de los niños, niñas y adolescentes que forman parte de nuestra institución, razón por la cual, las medidas preventivas y de corrección que deban ser aplicadas se ejecutarán oportunamente y de la forma eficiente, en beneficio de nuestros alumnos como prioridad y también para mantener incólume el prestigio de nuestro Colegio.

Es por ello que el día de hoy fueron citadas a la Dirección del Colegio las partes involucradas (los alumnos con sus respectivos representantes) para iniciar los procedimientos correspondientes ajustados a las disposiciones legales pertinentes.

Es un vídeo que no voy a compartir aquí. No lo voy a hacer en primer lugar para proteger a los menores que aparecen en él. A ver si va calando que no se puede coger cualquier vídeo o foto que veamos en redes sociales porque tiene derechos, si aparecen niños o adolescentes mucho menos.

Y tampoco lo voy a compartir porque es un mensaje alarmista que lo único que puede lograr con su difusión, además de meter miedo, es que se convierta de verdad en un reto viral.

Hay incluso telediarios españoles sacándolo como si se diera en los colegios españoles a diario, afirmando en sus noticias online que así es. Apoyándose para ello en un desafortunado tuit de la policía local de Granada que así lo daba a entender agrandando la bola. Un tuit que ya ha sido eliminado pero al que ya habían contestando con buen criterio muchos usuarios de Twitter.

 

Pero lo que de verdad pido, lo que en realidad quiero con este post es que recapacitemos antes de difundir cosas así.

Si hay imágenes de niños, deberíamos contenernos de reenviar y compartir contenido. Nos movemos en un mundo en el que pequeñas acciones de muchos pueden acabar llevando a unos chavales de Caracas a los telediarios y los whatsapp de todo el planeta en 24 hoas.

Si más que información clara lo que hay es ganas de meter miedo, de crear alarma, también deberíamos refrenarnos.

Deberíamos ser muro de contención sobre todo si somos medios de comunicación, cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, empresas, instituciones, o influencers de cualquier pelaje. Resumiendo, cualquiera que pueda dotar al mensaje de relevancia o verosimilitud sin merecerlo.

Que los adolescentes hacen el gilipollas (en ocasiones con maldad) y que se rompen crismas y extremidades de diferentes maneras, algunas muy creativas, es verdad verdadera de toda la vida. Pero crear alarma con un caso concreto y, lo peor, hacer tristemente famosos a esos chavales en todo el mundo es de vergüenza.

Más responsabilidad por parte de todos, por favor.

GTRES