Hace seis años se estrenó Girls suscitando un mar de críticas cuyo origen radicaba en la escasa costumbre de encontrarse con personajes reales femeninos en televisión. Las chicas de Girls, pero sobre todo Hannah Horvath, fueron tildadas de inmediato de «niñatas», «pijas», «neuróticas». ¿Lo eran? Sí. Pero como siempre sucede con los personajes femeninos, los términos despectivos fueron más virulentos, llenando redes sociales y artículos de adjetivos que jamás se habrían empleado para calificar a un hombre. Lena Dunham, encarnada en Hannah, casi hubiera tenido que emigrar a Marte antes que volver a ofender al personal enseñando su cuerpo regordete y sus «teticas de cabra», a años luz de las estilizadas figuras de actrices-modelo a las que nos tiene acostumbrada la cultura audiovisual.
Aunque hemos visto tíos realmente horrorosos de protagonistas (gordos, peludos, maleducados… sí, Tony Soprano, hablo de ti), la visión de una veinteañera que no parecía Gisele Bündchen horrorizaba al personal pese a que el mundo está plagado de chicas como ella. «Oh», decían los cánones, «esta visión es ofensiva e insultante», mientras una girl inteligente y sagaz ponía en marcha una serie que iba a cambiar muchas cosas. Lena Dunham, al contrario que su personaje, sí iba a ser la voz de su generación.
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