Archivo de agosto, 2014

Tiendas de los años 50 para ayudar a los enfermos de Alzhéimer

'Memory Lane'

En el rinconcito hay una oficina de correos, una tienda de alimentación y un pub. Los tres pequeños locales, cada uno pintado de un color, forman un paseo nostálgico  que recuerda al aspecto de una calle comercial de cualquier pueblito inglés en los años cincuenta.

Dentro de los límites del pequeño rincón se puede llamar por teléfono (hay una cabina), mandar una carta, comprar comida y beber cerveza. El diseño, las tipografías, los carteles publicitarios, los productos a la venta… Todo está pensado para que, quien acuda a esa esquina, sienta la comodidad de encontrarse en un contexto que domina.

El emplazamiento del decorado dice mucho del sentido que tiene el rincón. Memory Lane (Traducible por El camino de la memoria o El camino del recuerdo) está en Grove Care, una residencia de ancianos en Winterbourne (Briston, Inglaterra), y se ha creado especialmente para los que sufren de demencia o Alzhéimer.

Se trata de que los pacientes activen sus recuerdos a través de tareas que ejercieron en su juventud, de marcas de productos que consumieron el pasado… En el escaparate de la tienda de comestibles hay hasta cartillas de racionamiento. Memory Lane es un experimento creativo «diseñado para parecer verdadero».

Memory Lane - Post Office

Un artículo del periódico británico The Guardian destacaba en 2011 los beneficios de decorar las residencias de ancianos con elementos del pasado. Sin pretender que las instalaciones parezcan el escenario de una película de los años cincuenta, sí descubrieron que los pequeños guiños a la época en que los ancianos fueron jóvenes (los años posteriores a la II Guerra Mundial) les permite evocar momentos de su vida y recordar tareas básicas.

El aroma del jabón Pears (un clásico desde el siglo XIX, el jabón de referencia para varias generaciones de británicos) es un recuerdo olfativo para quien lo reconoce y activa el pensamiento de que es necesario lavarse las manos. Los viejos anuncios de alimentos como el café o el té sirven para identificar con mayor rapidez el producto en el armario de una cocina. El ejemplo del teléfono es definitivo: si una persona con demencia o Alzhéimer se encuentra con un viejo aparato de baquelita es más probable que sepa hacer una llamada que si le dan un móvil. Aunque haya sido capaz hace tan solo unos meses de utilizar el teléfono moderno, el recuerdo del viejo sistema es más profundo y proporciona la seguridad de lo conocido desde hace tiempo.

Helena Celdrán

Memory Lane - Grove Care

‘Serie negra’ en una ciudad tranquila

Postal de New Castle (smalltownnoir.com)

Postal de New Castle (smalltownnoir.com)

Centro de una fértil región agrícola y capital del condado de Lawrence, a la pequeña población de New Castle, en el estado nororiental de Pensilvania (EE UU), la llaman, en uno de esos binómios de la jerga micropatriótica que sólo son posibles en una tierra tan desatinada como la yanqui, capital de los fuegos artificiales de América  y también capital mundial del perrito caliente. La notoriedad de productos tan dispares  sólo tiene sentido en el primer caso —la ciudad sigue siendo sede de dos afamadas fábricas pirotécnicas (Zambelli y Vitalle Pyrotecnico), ambas fundadas por italianos a finales del siglo XIX—. De los inmigrantes griegos que trajeron a la ciudad poco después los hot dogs picantes a los que celebra el segundo eslogan sólo quedan rastros en la memoria de los vecinos de más edad.

Sometida a una despoblación vertiginosa —de casi 45.000 habitantes en 1960 pasó a 23.000 en 2012— y a los efectos agresivos de la economía neoliberal —casi la cuarta parte de los residentes vive bajo el umbral de la pobreza y el porcentaje de desempleados duplica la media nacional—, New Castle, como tantas otras villas de su perfil, languidece y se desmorona.

Nacido en Edimburgo, al otro lado del Atlántico, al escritor escocés Diarmid Mogg se le debe otorgar crédito como uno de los grandes reconstructores de la ciudad de los perritos calientes y los fuegos de artificio. Nacido al lado de un cementerio y acaso por ello, como él mismo afirma, interesado por las «historias morbosas», este archivista infatigable mantiene desde 2009 el blog Small Town Noir (La serie negra de una pequeña ciudad), un detallado informe sobre el malaje de New Castle entre 1930 y 1960.

Mogg se hizo con la colección de fotos antiguas que el departamento local de policía había tirado a la basura en una demostración palpable de lo poco que le importa el pasado de su ciudad. Ya saben: mugshots, los retratos de frentre y de perfil tomados a los detenidos a la llegada a la comisaria por un funcionario que trabaja con rutina y sin otra pretensión que añadir las imágenes al atestado policial y la subsiguiente ficha de antecedentes.

El material tiene suficiente potencia gráfica en sí mismo para motivar el interés histórico: aquí tenemos a los chicos malos, los supuestos culpables, posando, con talante casi siempre sumiso, ante el sistema represivo.El dietario de rostros es un repertorio de vida e incertidumbres, una superficie reflectante en la que cualquiera puede presentirse: los ojos desenfocados de los intoxicados, los mentones alzados de los ladrones, las miradas incisivas de los pilluelos, las pelambreras locas de las chicas bravas…

Pero Mogg, y eso convierte su trabajo en un prodigio, indagó la historia de cada retratado consultando con infinita paciencia y cariño de cronista los archivos del New Castle News, uno de esos diarios locales que ejercían el más noble de los empeños editoriales: contar con diligencia a los lectores cada detalle de lo sucedido en el pueblo («quién fue a casa de quién para una cena, quién había sido enviado a la guerra, quién había estrellado el coche cuando conducía borracho, quién había ingresado en la cárcel…», dice Mogg).

Small Town Noir cuenta la historia tras cada musghot. La época, desde la Gran Depresión hasta el final de la guerra de Corea, «corresponde también a la edad de oro del cine estadounidense sobre crímenes y criminales, desde las películas de gánsteres de los años treinta hasta la serie negra de los cuarenta y los cincuenta», y permite, dice el archivista, comprobar que los retratados «no estarían fuera de lugar en cualquier thriller desde Hampa dorada, de 1931, a Sed de mal, de 1958″.

Sidney Fell (smalltownnoir.com)

Sidney Fell (smalltownnoir.com)

Lo prolijo y detallado de la narrativa que Mogg ha añadido a cada foto —en ocasiones aporta la dirección en la que vivía el detenido en el momento de la detención, la biografía anterior a la intervención policial y la posterior, que llega incluso hasta la fecha y circunstancias de la muerte— hace que el blog, que tiene centenares de entradas, se lea como una colección narrativa, un compendio de villanías, casi siempre de calado menor —abundan los hurtos, robos de coche y detenciones por embriaguez o vagancia—, punteadas por algún caso de asesinato, exhibicionismo o el terrible arresto en 1960 de Sidney Fell, un joven talento del teatro local, acusado de sodomía por mantener relaciones homosexuales y, hemos de suponer, estigmatizado en el pueblo.

Edward Kozol tenía 17 años cuando le detuvieron, en 1937, por robar chatarra. Murió en el desembarco de Normandía a los 23 (smalltownnoir.com)

Edward Kozol (smalltownnoir.com)

La historia que más me ha conmovido de esta madeja de registros negros de una ciudad tranquila es la de Edward Kozol, un pobre muchacho de 17 años detenido en 1937 por robar chatarra abandonada por los talleres ferroviarios. Se trataba de migajas que aprovechaban los desesperados, el material sólo se vendía a 20 dólares la tonelada, pero las autoridades veían con malos ojos la práctica porque se decía que el hierro robado era exportado a Alemania para la fabricación de material de guerra y municiones para las ambiciones militares de Hitler. Kozol salió indemne del hurto, pero seis años más tarde, tras ser llamado a filas por el ejército para combatir en la II Guerra Mundial, murió por disparos de los nazis en el desembarco de Normandía. Regresó a New Castle como tantos héroes usados como carne de cañón en las matanzas bélicas: en un cajón de madera.

Ánxel Grove

Cuando la moda se incrusta en la realidad

Kalen HollomonPractica el ejercicio de introducir la fantasía en la realidad, de jugar con una silueta de papel hasta trampear la perspectiva y hacerla coincidir con el tamaño de lo circundante. Una modelo en una postura forzada y supuestamente sofisticada comparte el asiento de un vagón de metro con un hombre trajeado y con gesto entre cansado y pensativo. Otra modelo, con una mancuerna en una mano y vestida con un atuendo imposible, posa sentada en un centro comercial dando la espalda a un McDonald’s. Una cancha de tenis parece haberse instalado en la calzada de una calle cualquiera.

Kalen Hollomon vive y trabaja en Nueva York, la ciudad que le sirve de gigantesco lienzo para los collage en los que inserta recortes absurdos en la ya de por sí abigarrada realidad de la metrópolis. Siempre con el mundo de la moda en mente, el artista altera escenarios cotidianos en composiciones efímeras que sólo perviven en fotos. La recién iniciada serie, que sigue creciendo, se puede contemplar en la cuenta de Instagram del autor.

Kalen HollomonLas «combinaciones heterodoxas» son tan cómicas como amargas, Hollomon sabe coquetear con el surrealismo y también señalar con el dedo sin ningún decoro. El inevitable choque entre el mundo real y el universo idealizado de las pasarelas le han servido como base para otros trabajos: en hipotéticos anuncios para grandes marcas como Chanel o Dolce & Gabbana, nombra protagonistas a una empleada del hogar entrada en años o a un hombre del rural de Paquistán o la India. En fotos modificadas, sustituye las piernas de un hombre oriental de cuarenta y tantos años por las de una modelo ataviada con una falda transparente de tul.

«Me preocupara lo que subyace bajo la superficie», dice Hollomon en su página web. Las extrañas visiones de los collage son más que una distorsión traviesa y con ellas pretende «explorar la intersección entre la percepción humana y la concienciación«, que quien las contempla se plantee cuestiones relacionadas con «reglas sociales aprendidas, identidad, el trasfondo de las situaciones cotidianas y la percepción».

Helena Celdrán

Kalen Hollomon

Kalen Hollomon

Kalen Hollomon - 'Chanel'

Kalen Hollomon - 'Dolce & Gabbana'

Kalen Hollomon

Kalen Hollomon

Kalen Hollomon

Kalen Hollomon

¿Te atreves a decorar tu casa con muebles diseñados por Ringo Starr?

Mesa de Café Rolls Royce

Mesa de Café Rolls Royce

Además de tocar la batería en los Beatles —algunos dicen que nunca perfeccionó los redobles, pero a mí me parece un músico efectivo, que es lo que le suelo pedir a los bateristas de rock (no soporto a los bencedrínicos convencidos de que sudar y hacer el watusi es signo de ritmo)— y de cantar las canciones más gazmoñas de cada álbum —nunca supe si por una broma pesada y cíclica de Lennon y McCartney o porque las componían para echarle cacahuetes al mono—, Ringo Starr ha desarrollado una personalidad mediática envidiable.

A Ringo se le quiere pese a todo y siempre. Peace and love. Punto.

Era partícipe del amor incondicional que acabo de enunciar hasta que vi la mesa de café Rolls Royce.

Después, porque me gusta sacarme las costras de las heridas hasta hacerme sangre, cometí el desatino de ahondar.

 

Llevan razón quienes sospechen: solamente a uno de los beatles le podía gustar tanto el metacrilato —ese material inventado por alguien que, como nos contó Woody Allen, arde en el nivel más inclemente del infierno, incluso por debajo de los «abogados que salen en la tele» y los periodistas—.

Entre 1969 y 1986 Ringo fue socio y eventual diseñador de la empresa de decoración y mobiliario ROR (Ringo or Robin, S.L.). La montó con el diseñador Robin Cruikshank, al que había conocido en 1968, cuando a éste le contrataron los Beatles para que se hiciera cargo de la decoración de la sede mercantil de la empresa Apple, una mega-corporación pero en chachi yeah-yeah-yeah con la que el grupo quería rentabilizar su enorme patrimonio artístico, patrocinar a otros artistas, mercadear con vestuario y juguetes y producir películas, aunque terminaron arruinados y enfrentados en los tribunales durante décadas.

Ringo y Robin se amigaron cuando el segundo amobló la mansión del primero. Fue entonces cuando el beatle empezó a dar sugerencias sobre diseño: una chimenea de acero inoxidable por aquí, una mesa de metacrilato adaptable en altura por allá y, redoble de batería, la mesa de café con dos rejillas de radiadores de sendos Rolls Royce.

Publicidad de ROR

«El tresillo de Ringo Starr y Robyn Cruikshank. Recuéstate y disfruta». Publicidad de ROR.

En 1969 montaron la empresa y aprovecharon con maña la fama del beatle para conseguir clientela. Lo crean ustedes o no, en aquel entonces el metacrilato parecía admisible en un ambiente distinto a un burdel en concurso de acreedores. La cartera de clientes de ROR era nutrida y de abolengo: los Thyssen —Carmen Cervera ha sido culpable de comprar el impresionismo más hortera del mundo para su museo madrileño, pero debemos desligarla de este asunto: todavía no había cazado al barón—, Rod Stewart —ya saben, la culpa la tiene el scotch—, David Bowie, Elton John e incluso el primer ministro del Reino Unido, Edward Heath.

La empresa, según narra la web Ringo or Robin Ltd – Archive, sobrevivió a la amarga ruptura beatle y consiguió introducirse en mercados extranjeros. En 1982 llegaron al edén de cualquier decorador de interiores: ganaron el concurso para diseñar el  palacio para invitados del jeque Zayed, entonces jefe de Estado de Abu Dhabi. Ya pueden imaginar el resultado: nada peor que mezclar los petrodólares con las sillas de respaldos himaláyicos.

Ringo se desligó de la empresa en 1986 y, según sabemos, anda ahora muy ocupado anunciando trajes de John Varvatos (en el spot de la campaña es posible constatar que sigue sin saber hacer bien un redoble) y partipando en campañas en favor de los elefantes —los de África, nada que ver con Yoko Ono—.

Su socio en el tráfico impune de metacrilato siguió en la brecha e incluso encargó vídeos promocionales sobre su arte. Sale a cuenta echarles un vistazo para comprobar cómo lleva uno la tolerancia a los sicotrópicos.

Ánxel Grove

El bolígrafo de los 16 millones de colores

Scribble Pen

Scribble Pen

Capaz de capturar en su memoria el color de cualquier objeto o superficie, el Scribble (término de la lengua inglesa traducible por garabato o por garabatear) es un aparato entre ensoñador y útil, con el toque infantil y caprichoso que tienen esa clase de objetos tecnológicos llenos de promesas revolucionarias.

El lápiz electrónico, con punta disponible en varios grosores, graba en su memoria el color con sólo entrar en contacto físico con el elemento («una pared, una fruta, un libro o una revista, una pintura o incluso el juguete de un niño») y almacena la tonalidad exacta en forma de datos para que luego el usuario pueda pintar —con uno de los modelos, el que contiene cartuchos de tinta— sobre papel y con el otro modelo sobre una tableta electrónica. Una aplicación para smartphones y tabletas permite al usuario crear una «biblioteca» de colores para clasificarlos y utilizarlos de nuevo. La información se puede importar a los ordenadores y todo es compatible con programas de tratamiento de imagen como el Photoshop o el Corel.

'Scribble Ink'

Los inventores —Mark Barker y Robert Hoffman, de Scribble Technology, una pequeña empresa emergente de las miles que inundan la californiana ciudad de San Francisco— aseguran que el ingenio puede captar hasta 16 millones de colores, que el bolígrafo mágico equivale a tener de manera virtual «una gigantesca caja de rotuladores». Predicen que el bolígrafo despertará el interés de cualquiera que necesite un «amplio acceso» al color y mencionan a artistas, diseñadores gráficos, decoradores interiores, diseñadores de moda, educadores y padres que desean que sus hijos «piensen más allá de la caja de ceras»…

Desde el 11 de agosto, fecha de lanzamiento de la campaña de microfinanciación en la plataforma Kickstarter para hacer el proyecto realidad, el Scribble ha recaudado 366.566 dólares (273.559 euros) cuando sus creadores sólo pedían 100.000 (74.627 euros). La inesperada avalancha hizo que Scribble Technology tuviera que cancelar temporalmente el 15 de agosto la recepción de dinero por petición de Kickstarter, que le ha pedido a la empresa un vídeo más informativo sobre el producto.

Helena Celdrán

Scribble

Scribble Stylus

Scribble Ink

Scribble Stylus

Isa Marcelli autorretrata el cáncer

© Isa Marcelli

© Isa Marcelli

La nota bajo las fotos, autorretratos carcomidos por una química defectuosa, es de frialdad metálica:

La multiplicación de las células del cáncer escapa a todo control. Las células se pueden dividir infinitamente. Tienen además la facultad de ordenar a los vasos sanguíneos que les aporten el oxígeno y los nutrientes necesarios para la multiplicación.

Eso es lo primero que lees, como un telegrama, y entonces imaginas la mano de la fotógrafa redactando, componiendo el somero conjunto de palabras que nadie debería tener necesidad de redactar.

Sabes que las manos son las mismas que han tomado las fotos, los autorretratos minados por el contagio. Las manos de Isa Marcelli.

 

Trastabillas en la navegación de la web. Luego, más tarde, cuando consigues poner orden por dentro a las emociones y por fuera al temblor de los dedos, sabes que la página se titula ALD, un acrónimo para la expresión francesa Affection de Longue Durée, enfermedad de larga duración.

Hay 8 millones de personas en Francia con una ADL, son 30 y están reguladas administrativamente. La democracia numérica no hace que me sienta mejor.

En el about me de la página, Isa Marcelli informa:

Mayo 2014. Me han diagnosticado un cáncer de pulmón. He iniciado un proyecto fotográfico sobre esta nueva y desvastadora situación.

Firma IM. También es un acrónimo.

Además de autorretratrase, está interpretado fotográficamente el cáncer, la manguera en espiral fronteriza, el túnel de alambre de espino, la sensación de andar descalza porque alguien se ha llevado tus zapatos…

 

Conozco a Isa Marcelli desde hace unos cuantos años. Creo que puedo otorgarme la vanidad de ser el primer periodista que escribió sobre sus fotos, en septiembre de 2010, en una entrevista con un titular que ahora alcanza un sentido que no me gusta porque tiene algo de pecaminoso: «La felicidad no es fotogénica«.

Más tarde relacioné su fotografía con la melodiosa sinfonía de deriva formulada por Peter Handke, de quien había encontrado casi milagrosamente, días antes de redactar el articulito, una novela descatalogada que anhelé durante tiempo, La pérdida de la imagen o Por la sierra de Gredos:

El personaje emerge de la hojarasca (¿o se disuelve en ella?), pero debe decirnos algo, hacernos depositarios de un encargo. Luego, en un futuro impreciso, suspirará con profundidad. Isa Marcelli, como Handke, sabe que el suspiro —y no el grito, el llanto o la discursiva— es “el sonido más íntimo del ser humano”.

A veces uno descubre que cada palabra es un presagio: hojarasca, disolverse, impreciso, suspiro, íntimo…

Entre tanto, mientras yo ponía palabras a sus imágenes con mayor torpeza que acierto, Isa Marcelli crecía como fotógrafa mediante canciones secretas, jardines tristes y retratos cuyo impacto es, como el de algunas malditas enfermedades, de larga duración. Han reconocido su genio en muchos lugares.

Nunca he corporizado a Isa Marcelli, francesa nacida en Constantina, en el noreste de Argelia, en 1958. Nunca he deseado tanto como ahora que nos sea dado el tiempo y la oportunidad de conocernos sin palabras por medio, en un tranquilo silencio de suspiros.

Ánxel Grove

‘Cómo te ve el Sol’, un vídeo sobre el verdadero aspecto de la piel

De los rostros emergen cientos de pecas como constelaciones, señales que no son visibles al ojo humano pero que permanecen ocultas en el interior de la piel. Las personas que participan en el vídeo How the sun sees you (Cómo te ve el Sol) aparecen ante la cámara primero en color y después en un particular tono blanco y negro creado con una luz ultravioleta.

El artista angloestadounidense Thomas Leveritt pidió en las calles de Brooklyn (Nueva York) que hombres, mujeres y niños de diferentes edades posaran frente a la cámara y además puso frente a ellos un monitor para que pudieran verse con la cara convertida en la mayoría de los casos en un mar de pecas.

La cámara capta el reflejo de los rayos UVA en la piel y descubre «los cambios no todavía visibles», el rastro secreto que el sol ha ido dejando con el paso de los años. Algunos reaccionan girando la cara de inmediato, como avergonzados por haber cometido una negligencia, los hay que encuentran divertida la imagen, otros muestran preocupación.

'How the sun sees you' - Thomas Leveritt

La lente, al bloquear los rayos UVA, oscurece los cristales de las gafas de ver y parece convertirlas en gafas de sol, pero el efecto más sorprendente es el que se produce con la crema solar. Quien se la aplica comprueba a través del filtro de la cámara de Leveritt cómo el producto ennegrece la piel como si fuera una mascarilla de barro. Bloqueadora de los efectos de los rayos sobre la piel, funciona como un escudo oscuro ante el que se maravillan los participantes.

Thomas Leveritt - 'How the sun sees you'

Con ya más de nueve millones de vistas en YouTube, el proyecto ha abierto a propósito del vídeo el debate sobre la supuesta bondad de las cremas solares. El mensaje final del vídeo recomienda al espectador mantenerse «guapo», recalca la necesidad de mantener una «piel saludable» utilizando productos contra el sol que en la mayoría de los casos contienen químicos sospechosos (para expertos y usuarios) de ser dañinos para el organismo.

Helena Celdrán

Así son las alucinaciones de un buceador extremo con borrachera de las profundidades

Entre 10 y 30 metros, leve deterioro del razonamiento y euforia.

Entre 30 y 50, errores de cálculo, alteración en la capacidad de toma de decisiones, ideas fijas y exceso de confianza y del sentido de bienestar.

Entre 50 y 70, alucinaciones, deterioro del juicio, confusión y risa histérica.

Entre 70 y 90, estupor, pérdida de memoria y desconcierto mental.

A partir de 90, alucinaciones constantes, aumento de la intensidad de la visión y la audición, sensación de apagón inminente, euforia, mareos, estados maníacos o depresivos, sensación de levitación, alteración de la percepción del tiempo, cambios en la apariencia facial y pérdida del conocimiento.

No es el listado creciente de las consecuencias del consumo de mescalina o alguna otra droga psicoactiva de diseño, sino los síntomas de la narcosis de nitrógeno o borrachera de las profundidades, la alteración del estado de conciencia que sufren los buceadores por efecto de las altas presiones de nitrógeno sobre la transmisión nerviosa.

Imagen de "Narcose" © Julie Gautier

Imagen de «Narcose» © Julie Gautier

El corto Narcose (Narcosis) reconstruye las alucinaciones reales que ha experimentado en sus muchos descensos a los abismos marinos el francés Guillaume Néry, un profesional de la apnea o buceo libre (freediving) que consiguió el record mundial de descenso sin bombonas de oxígeno en 2011 al llegar a 117 metros de profundidad (al año siguiente batido por el ruso Alexey Molchanov, que alcanzó los 126).

Néry, un tipo capaz de estar siete minutos bajo el agua sin respirar, relató a su novia, la realizadora Julie Gaultier, algunas de las sensaciones y visiones disparatadas y alucinantes que ha sufrido por la narcosis. Con ese material vivencial de partida, grabaron el cortometraje, que tiene más cercanía con una obra visionaria sobre estados alterados de la mente que con un documental sobre un deporte extremo.

Imagen de "Narcose" © Julie Gautier

Imagen de «Narcose» © Julie Gautier

Imagen de "Narcose" © Julie Gautier

Imagen de «Narcose» © Julie Gautier

Entre lo deslumbrante —una mujer embarazada y desnuda flotando en un éter cósmico—, lo angustioso —el buceador envuelto en una cápsula transparente y flexible que no es capaz de romper—, la proyección del miedo —Néry se desdobla y huye corriendo por el fondo rocoso, le asedian unos seres temibles e informes de mirada verde— y el puro onirismo —una boda celebrada en las profundidades—, todas las visiones, dicen los implicados, son recreaciones textuales de las experiencias del buceador en sus descolgamientos hacia el inframundo marino.

Ánxel Grove

Imagen de "Narcose" © Julie Gautier

Imagen de «Narcose» © Julie Gautier

Imagen de "Narcose" © Julie Gautier

Imagen de «Narcose» © Julie Gautier

‘Smart Bricks’, Lego para construir casas reales

Se trata de aplicar el sistema de uno de los juegos de construcción más famosos de la historia a la edificación real de viviendas. El proyecto Smart Bricks (Ladrillos inteligentes) todavía está en proceso de hacerse realidad, pero se presenta como una alternativa que «cambiará el modo en que construimos casas, edificios, puentes y aceras».

Las piezas son de un hormigón «de alta resistencia» y con propiedades aislantes que propician el ahorro energético tanto en invierno como en verano. Con ellas se forman estructuras similares a las que todos hemos creado alguna vez a partir de los coloridos ladrillos de Lego: los Smart Bricks se mantienen juntos con un potente adhesivo y a mayores se pueden asegurar con barras de acero que los atraviesan en su interior. Además, es posible crear en ellos espacios especiales para la electricidad y el agua y tienen ganchos en los que se pueden encajar piezas para los suelos y las paredes.

Prototipo de 'Smart Brick' - Foto: Kite Brick

Prototipo de ‘Smart Brick’ – Foto: Kite Bricks

Sus creadores ahora buscan financiación y de momento la iniciativa (pendiente de patente en los EE UU) sólo cuenta con prototipos del ladrillo y un vídeo con una animación virtual que recrea cómo sería el procedimiento, controlado por un robot. Ronnie Zohar, el fundador de la empresa a la que pertenece la idea, la israelí Kite Bricks, destaca que con el método se reducirían los costes en un 70% y el tiempo de la construcción en un 80% además de que supondría un menor gasto de energía, mayor limpieza y mucho menos ruido durante el tiempo que durara la obra.

Con un considerable ahorro del gasto general, los inventores de los «ladrillos inteligentes» ven la posibilidad de crear construcciones de bajo coste en todo el mundo, desde un poblado de «granjeros indios» a una localidad de «vinateros franceses». Aclaran que el material se puede adaptar a las necesidades estéticas para respetar la arquitectura tradicional del lugar y que la aplicación del método no arrasaría con el paisaje ni anularía los gustos ni la identidad de los habitantes de las viviendas.

Helena Celdrán

Prototipo de ladrillo para 'Smart Bricks' - Foto: Kite Bricks

Prototipo de ladrillo para ‘Smart Bricks’ – Foto: Kite Bricks

Prototipo de ladrillo para 'Smart Bricks' - Foto: Kite Bricks

Prototipo de ladrillo para ‘Smart Bricks’ – Foto: Kite Bricks

40 años haciendo un autorretrato de cumpleaños en ‘topless’ y con el mismo modelo de bragas

Izquierda, 1974, 29 años - Derecha, 2013, 69 años © Lucy Hilmer

Izquierda, 1974, 29 años – Derecha, 2014, 69 años © Lucy Hilmer

La misma mujer, la misma ropa interior —unas bragas lollipop de algodón blanco—, la misma piel, la misma pose, el mismo topless… Durante cuarenta años.

Lucy Hilmer ha tomado la misma foto el mismo día del año, el 22 de abril, su cumpleaños, desde 1974.

La serie de autorretratos, titulada con sorna y buen humor Birthday Suits (Trajes de cumpleaños), es un canto de amor al tiempo y a la vida, una cronología gozosa de una mujer que, como puede advertirse al contraponer las poses de la primera y la última fotos, ya no tiene miedo ni necesita colocarse a cinco metros de la cámara. Lucy Hilmer ha empleado radicalmente el derecho a exponerse.

El proyecto de Hilmer, que ahora va camino de ser un libro y quizá una película, ha ganado uno de los premios de talentos fotográficos emergentes de 2014 del prestigioso blog Lens Culture.

La mujer, una de esas aficionadas a hacer fotos que sólo admiten con cierto rubor que, «está bien, si quieres puedes decir que soy fotógrafa, pero es una palabra demasiado grande«, sólo se atrevió hace poco a sacar del encierro familiar y mostrar en público la serie de imágenes de su cita anual consigo misma.

Empezó casi en broma, en el Valle de la Muerte al que decidió viajar en 1974, cuando cumplía 29, como homenaje privado a la película de Antonioni Zabriskie PointHilmer es una hippie y no se avergüenza—. Tomó varios autorretratos, con varios atuendos y en distintas poses. «Sólo me vi a mí misma con zapatos, calcetines y las bragas Lollipop. Las demás no se parecían a mí», explica para justificar la elección de la foto que seguiría haciendo, cada 22 de abril, durante las siguientes cuatro décadas.

El resultado de la crónica de trajes de cumpleaños es «una historia codificada del viaje de una mujer a través del tiempo», añade Hilmer, a quien movió cierto espíritu de rebeldía: «Quería ir contra los estereotipos de una cultura que me marcaba como a una chica bonita, lo suficientemente delgada para ser una modelo de moda y no mucho más».

Luego, con el paso de los años tuvo la intuición de que aquel rito era una alianza que la acompañaría de por vida: «Armada con mi cámara y el trípode, encontré una manera de definirme en mis propios términos y en la forma más abierta y vulnerable que pude. Mi proyecto es a largo plazo y continuará el tiempo que viva».

Visto en conjunto, el suave viaje de autorrepresentación en topless y bragas de esta fotógrafa con la mirada iluminada, compone una narrativa superpuesta a la fotográfica. Es simple —el matrimonio, los hijos, los nietos, el inevitable avance de las arrugas…— pero de hondo consuelo: Hilmer ha sembrado el camino de señales para regresar sin drama a la casa común de la tierra que a todos nos aguarda.

Ánxel Grove