Archivo de agosto, 2014

Rafael Varona, el Henri Rousseau del gif animado

© Rafael Varona

© Rafael Varona

Imagina «mundos guardados» en los que parece ser un pequeño recipiente de cristal, microcosmos apacibles de animales exóticos, escasa presencia humana y vegetación frondosa. El ilustrador Rafael Varona (afincado en Berlín, pero celoso de revelar su país de procedencia) presenta en Impossible Bottles (Botellas imposibles) una colección de dibujos que adquieren movimiento en poéticos gifs animados.

El perezoso mueve el brazo y se balancea en una liana como para alcanzar la fruta de un árbol, una ligera brisa abanea a las aves que permanecen sobre las ramas, las gotas de lluvia caen sobre la laguna en la que una mujer de pelo largo se baña y un hombre bucea para contemplar el movimiento de las enormes algas del fondo.

© Rafael Varona

© Rafael Varona

Los bucles encapsulados, de colores planos, recuerdan a la idealizada jungla que representó en sus cuadros el pintor naíf Henri Rousseau (1844-1910). Con un mimo obsesivo, el francés imaginaba fantasías tropicales y selváticas y las envolvía en ensoñaciones que de pronto parecían realidades. Cada óleo es una provocación primitivista que rompe con las proporciones y la perspectiva y da la bienvenida al color plano, celebra con descaro la falta de profundidad.

Varona se une a la «admiración por el color» con el mismo acercamiento naíf y también participa del componente surrealista de las obras de Rousseau. El título de la serie (que el autor seguirá ampliando) alude a las botellas que contienen grandes veleros y otras miniaturas que permanecen grandiosas en el interior sin revelar cómo han conseguido pasar por el cuello del recipiente.

Helena Celdrán

© Rafael Varona

© Rafael Varona

El ‘alfabeto arqueológico’ de Antonio Basoli

Antonio Basoli, "Autoritratto", 1821-22

Antonio Basoli, «Autoritratto», 1821-22

Cuando Antonio Basoli decidió dibujar su autorretrato ya era casi un cincuentón y uno de los artistas más estimados de su tiempo en Italia. Que haya elegido el aire de un boceto inacabado para presentarse dice bastante de su humildad. Que los rasgos aparezcan apenas sugeridos y, al contrario, quede bien claro que estamos ante un artista —la pluma, el caballete, los dibujos sobre la mesa desordenada…— añade el sesgo de una tranquilidad interior basada en la armonía y la prudencia.

Basoli (1774-1848) pudo hacer fortuna y recibir altos honores. Era pintor, diseñador de interiores, decorador teatral, grafista, grabador y, quizá la faceta que más le satisfacía, profesor. Recibió encargos de nobles e instituciones e incluso el zar de Rusia le ofreció un cheque en blanco para que viajase a hacerse cargo de la decoración de los palacios reales de verano, a los que quería añadir un aire italianizante. Basoli dijo a todo que no.

Apegado a su tierra por un sacramento que tenía el tono de un vínculo sagrado, el artista apenas abandonó Bolonia en media docena de ocasiones y siempre para desplazamientos cortos y de matiz empírico: ir a Milán para tomar nota de la decoración de algún montaje operístico en La Scala, acercarse a Roma para consultar alguna obra de su admirado Piranesi, pionero de la modernidad y, como Basoli, refractario a la soberbia que oscurece a algunos artistas…

Como tantos de sus contemporáneos, sentía la llamada del exotismo y tenía una visión romántica que plagaba el globo terrestre de interrogantes, pero jamás sintió la necesidad de ver con sus ojos los paisajes que podía soñar desde Bolonia porque sabía que cada mundo probable está en cualquier lugar del mundo.

Pintó e hizo grabados sobre muchas maravillas —los jardines colgantes e inexplicables de Babilonia, la magna estatua ecuestre romana de Domiciano, los templos egipcios de Isis y Osiris, las pagodas chinas de Fo donde la niebla intervenía como material constructivo…— pero sin moverse de su estudio, inspirado por las descripciones de otros y llenando los vacíos con las imágenes que emergían de sus lápices y acuarelas. No tenemos derecho a desmentir que las visiones imaginarias fuesen menos veraces que las reales.

De Basoli han sobrevivido pocas obras. La más admirable es L’Alfabeto Pittorico (El alfabeto pictórico, 1839) —un facsímil de la obra completa y escaneada a buena resolución puede verse en esta web del Museo Virtualle della Certosa de Bolonia—.

Se trata de un alfabeto arqueológico en 26 viñetas —las inserto abajo, citando ahora, para evitar el embrollo de 26 pies de imagen idénticos, que el crédito es en todos los casos: © Accademia di Belle Arti di Bologna, el centro donde Basoli impartió clases—. y el artista concibe otros tantos universos a través de la excusa de idear una fuente tipográfica.

Cada letra capitular y cada detalle de los 26 mundos quimérticos de los que forman parte son como grietas de la mente en ebullición de un hombre que no deseaba salir de Bolonia y, pese a ello, se trasladó tan lejos como el más voluntarioso de los viajeros.

Ánxel Grove

El piano robotizado que transforma las nubes en música

Busca datos tridimensionales en la superficie de un lago y los traslada a una escultura robótica, utiliza hojas secas de árboles para «recolectar» viento y después utiliza esa energía para (con un mecanismo) hacer dibujos a carboncillo… El artista estadounidense David Bowen saca provecho hasta de las moscas: en Fly Tweet (Tweets de moscas) introdujo a un grupo de moscas domésticas en una esfera transparente con un teclado en su interior. Los insectos se posaban sobre las teclas y escribían mensajes en Twitter.

No es la primera vez que Bowen se fija en las nubes para realizar sus piezas escultóricas interactivas. Igual que utilizó moscas, creó en 2013 una instalación que también mandaba tweets, esta vez basados en los movimientos y las formas de las nubes. Un software capturaba en vídeo, a tiempo real, las imágenes de las nubes para activar un teclado virtual y cuando se alcanzaban 140 caracteres, el mensaje se enviaba automáticamente.

Una de las piezas más recientes del escultor es Cloud piano (Piano de nubes), una instalación encargada expresamente por la galería L’assaut de la Menuiserie, en Saint-Etienne (Francia), donde se exhibirá en septiembre. En la obra cinética, un piano de cola negro toca condicionado por el paso de las nubes. La caprichosa e interminable pieza musical la ejecuta un aparatoso robot con cables y apéndices mecánicos blancos sobre las teclas.

Como en el caso de las nubes capaces de escribir tweets, una cámara enfocada al cielo graba la imagen, la convierte en datos con un software en tiempo real y después los transforma en órdenes que activan el mecanismo colocado sobre el instrumento. «El sonido resultante se genera a partir de un patrón único de teclas creado por las formas etéreas construidas, barridas, fluctuantes y desvanecidas en el cielo», explica el artista.

Helena Celdrán

'Cloud piano' - David Bowen

‘Cloud piano’ – David Bowen

'Cloud piano' - David Bowen

‘Cloud piano’ – David Bowen

'Cloud piano' - David Bowen

‘Cloud piano’ – David Bowen

'Cloud piano' - David Bowen

‘Cloud piano’ – David Bowen

Los ‘collage’ aterradores de Katrien De Blauwer

"Film Noir" © Katrien De Blauwer

«Film Noir» © Katrien De Blauwer

Los collages de la belga Katrien De Blauwer me trasladan por un par de razones al universo psicópata de Patricia Highsmith, la novelista que escribía sobre los seres humanos, como dijo uno de sus críticos con acierto, con la misma frialdad que emplearía una araña para escribir sobre las moscas.

Por un lado, como es deducible por la obra que abre esta entrada, una de las piezas de la serie Film Noir, a De Blauwer le gusta buscar la anormalidad que reposa, latente y esperando, entre las rendijas de la normalidad. Por otro, como la novelista, es partidaria de la posibilidad de «desarrollar un argumento a medida que vas tomando notas» porque «el mundo está lleno de ideas germinales».

La artista confiesa en una entrevista que busca dialogar con su propio yo interior y entra en una especie de estado de trance cuando se pone a trabajar en un collage —un proceso que, como media, le ocupa unas cuatro horas y que ejecuta con «obsesiva rutina diaria» (también hay ecos de Highsmith en esta forma neurótica de trabajo)—. «Quiero encontrar mi propio idioma y escucharlo», dice.

La narrativa que nace del proceso es de terror frío, de amargura, de brusquedad atonal… No es necesario gritar para demostrar que estás asustado.

 

He llegado hace poco a la obra de De Blauwer. Reconozco que tenía arrinconado el collage entre mis aficiones y que siempre mantuve cierto recelo por los artistas que lo ejecutan para demostrar un dominio extremo del ensamblaje, como si el recorte y el posterior encaje de las piezas formasen parte de una mecánica donde la perfección técnica tuviese el carácter de cualquier maquinación de ingeniero. No me gustan quienes manchan el arte como los ingenieros manchan el mundo natural. El arte ha de ser negro y emocional o no ser.

Segados con ánimo de guillotina y contrapuestos casi siempre en parejas o tríos, los elementos que combina la artista son esenciales, simples como manchas que incluso rozan la abstracción. También le agradezco esa sencillez de planos primitivos, sajados por una tijera y combinados con intuición áspera. En sus cuadernos de recortes, que también muestra en la web, mancilla las páginas en blanco con el pegado de imágenes, casi siempre en blanco y negro, que construyen una narración de la que se deduce, y es necesario que cite de nuevo a Highsmith, que «vivimos en una sociedad de detritus».

 

Intuitiva antes que cerebral, los collage de De Blauwer son un marasmo de llamadas de socorro, una cartografía sin rutas de escape señaladas

Son, por lo demás, admirablemente táctiles incluso en un medio tan insensible a las yemas de los dedos como Internet. Pese al bimorfismo de las pantallas, el papel tiene nudos, abcesos y roturas que puedes palpar.

De las muchas y admirables series de trabajo que expone en su web, opto como favorita por De Mort Naturelle, donde un anzuelo aterrador parece esperarnos flotando, con apariencia de bondad, sobre el agua clara del mar en calma.

Ánxel Grove

Combinando la brutalidad de la guillotina y la delicadeza del papel

'Paper Cuts' en Amsterdam - Mandy Smith/Hal Kirkland

‘Paper Cuts’ en Amsterdam – Mandy Smith/Hal Kirkland

En lugar de una cuchilla, lo que corta el cuello es un papel afilado que incluso se deforma por el impacto contra la nuca. Aunque el ajusticiado sabe que no corre peligro, son inevitables los nervios unos segundos antes, los actos reflejos y la sonrisa que trata de ocultar cierta inquietud. Algunos confiesan después que experimentaron cierto miedo.

La artista del papel Mandy Smith y el publicista Hal Kirkland colaboran en la escultura interactiva Paper Cuts (Cortes de papel), una pieza que transforma la sordidez de la guillotina en un acto lúdico. El dúo artístico británico da «un nuevo giro al infame aparato» y a la vez despierta «la fascinación natural de la gente por lo macabro». Tras su debut en Amsterdam en marzo, recientemente expusieron la guillotina en el festival de diseño gráfico Pick Me Up que se celebró en el centro Somerset House de Londres y ahora planean anunciar más fechas en diferentes ciudades.

En ambas ocasiones invitaron a los visitantes a ser guillotinados: los voluntarios escribían previamente sus «últimas palabras» en una tarjeta y luego introducían la cabeza en la estructura de papel de 3,8 metros de alto. Smith y Kirkland añadieron una cámara que enfocaba al rostro del voluntario y que capturaba el momento justo en que la cuchilla caía. La colección de fotos de «expresiones faciales» (con las que también hicieron gifs animados) está disponible en la página web del proyecto. Para curar las posibles heridas, los participantes podían ponerse una tirita blanca en la nuca.

'Paper Cuts'

‘Paper Cuts’

Desde su niñez, Smith asegura haberse sentido impresionada por la idea del ajusticiamiento interpretado como un espectáculo al que hace siglos en Europa acudía toda la familia. La guillotina tiene además un fuerte componente histórico: aunque la decapitación se realizaba con instrumentos similares desde por lo menos el siglo XIII, el invento se identifica automáticamente con la Revolución Francesa —iniciada en 1789— y en particular con su etapa más sangrienta —el reinado del Terror, de 1793 a 1794—. Además de los célebres ajusticiamientos del rey Luis XVI y la reina consorte María Antonieta de Austria, se calcula que entre 35.000 y 40.000 personas murieron en Francia acusadas de estar involucradas en actividades contrarrevolucionarias, muchas de ellas fueron ejecutadas en la guillotina. Por lo demás, el instrumento fue utilizado para aplicar la pena de muerte en Europa en algunos países hasta avanzado el siglo XX, como es el caso de la República Democrática de Alemania, que dejó de guillotinar en 1969.

La artista comenzó a jugar en su mente con la creación de una serie de «aparatos mortales» que pudiera representar en su medio (el papel), contradiciéndo la fragilidad y la belleza de una creación en papel con la brutalidad extrema de un invento cuyo único fin es matar. Kirkland sugirió que reprodujera la guillotina a tamaño real para permitir que una obra en papel (normalmente demasiado delicada para que la pueda tocar el público) pase a ser interactiva.

Helena Celdrán

'Paper Cuts' - Mandy Smith/Hal Kirkland

‘Paper Cuts’ – Mandy Smith/Hal Kirkland

La guillotina de 'Paper Cuts' - Mandy Smith/Hal Kirkland

La guillotina de ‘Paper Cuts’ – Mandy Smith/Hal Kirkland

'Paper Cuts' en Londres - Mandy Smith/Hal Kirkland

‘Paper Cuts’ en Londres – Mandy Smith/Hal Kirkland

El peor error de la carrera de los Rolling Stones: tocar tras James Brown

Cartel del T.A.M.I. Show, 1964

Cartel del T.A.M.I. Show, 1964

Cumple 50 años dentro de unos meses y no ha sido superado. Tampoco lo será en el futuro: nunca se repetirá un festival tan ardiente. El T.A.M.I. Show (el acrónimo era una mera invención, que tradujeron como Teenage Awards Music International o como Teen Age Music International), celebrado el 28 y el 29 de octubre de 1964 en el Santa Monica Civic Auditorium (California-EE UU), deja en la situación de mera tontería a cualquier celebración musical de las que llegaron después. Bien, admito que Woodstock, cinco años más tarde, tuvo su belleza como canto de extinción hippie, pero musicalmente no hubo color: el escenario de Santa Mónica fue tarima de seres infernales y peligrosos. El rock no era todavía una excusa para fumar marihuana y volar. No hacen falta drogas cuando te están robando el alma para cargarla como una bomba sucia de sudor y sexo.

Lo organizaron para comercializarlo como película —es el primer documental de rock y un tempranísimo antecesor de los videoclips— y fue grabado por un equipo dirigido por Steve Binder con la tecnología Electronovision, un intento de mejorar la imagen televisiva para transferirla a cine manteniendo una calidad aceptable, y reunieron en dos días —y con entrada gratuita: se repartieron miles en los institutos de la zona— a un elenco trepidante: entre otros, Chuck Berry, los Beach Boys, The Supremes, Marvin Gaye, Smokey Robinson and The Miracles, Jan and Dean, James Brown y los Rolling Stones.

James Brown, 1964

James Brown, 1964

El manager de los Rolling Stones, Andrew Loog Oldham, promotor de la imagen de chicos malos del grupo y autor de la proclama de venta perversamente antibeatle: «¿dejaría que una de sus hijas se casara con un Rolling Stone?», puso como condición que sus protegidos cerrasen el espectáculo como correspondía a su condición de «grandes estrellas».

El buen hombre cometía un pecado de vanidad —en el cártel había artistas con mayor recorrido, mejores canciones y superiores dotes escénicas que el quinteto londinense— y un error de juicio que resultó ser mayúsculo: antes de los Rolling Stones salía a escena James Brown acompañado por los Famous Flames, gente de la profunda Georgia. Tipos de piel muy oscura, alma de asfalto y condición chulesca frente a los que un papanatas de escuela de arte british está perdido antes de empezar la pelea.

Lo que sucedió pueden comprobarlo en los dos vídeos de abajo. Brown protagonizó una de las mejores actuaciones de la historia —si preguntan por mi opinión: la mejor—, una dinámica y salvaje lección de soul, ritmo, coreografía y colapso. Los Rolling Stones, pese a los grititos de las quinceañeras por la belleza de Brian Jones y los trajes bien cortados y planchados, estaban ateridos y ridículos: parecían peleles.

Keith Richards declaró pasados unos años que aquella decisión había sido la peor jugada estratégica de la carrera del grupo. De ahí en adelante jamás permitieron que músicos negros tocasen antes o, cuando lo hicieron —Ike & Tina Turner y The Meters serían teloneros de los Stones en giras americanas posteriores—, rebajaban el nivel de decibelios del equipo de sonido y dejaban un largo descanso para que el público olvidara el genio de la raza antes de ver a los pálidos imitadores.

Después de tragar otra vez la letanía circular sobre el milagro biológico de Mick Jagger y la «lección de inmortalidad» de los Rolling Stones en su todavía reciente visita a España, este ejercicio de memoria histórica resulta saludable. Sean lo que sean ahora, quizá momias revertidas en leyenda comercial, hace medio siglo los Rolling Stones eran transitorios y un depredador negro se los merendó de un bocado.

Ánxel Grove

Un catálogo de virus informáticos para recordar momentos de pesadilla

Ilustración de Karborn para el virus informático Implant

Madman es un virus que infectaba el PC con archivos ejecutables (.EXE) de la familia de sistemas operativos DOS. Cada vez que el usuario trataba de que el ordenador recuperara la normalidad aprentando el comando CTRL+ALT+DEL, aparecían en la pantalla unos ojos enmarcados en un rostro rojo construido con código ASCII. Si se volvía a apretar cualquier tecla, un mensaje en la pantalla dejaba claro que aquello era grave: «Nada te puede salvar aquí, amigo. ¡Ahora estás en mi mundo!».

El Computer Virus Catalog (Catálogo de virus de ordenador) puede traer a nuestra memoria historias de horror informático del pasado (y del presente), pérdidas catastróficas de datos, pesadillas de pantallazos azules…

La página nació como un proyecto personal del publicista de Ámsterdam Bas van de Poel y se presenta como una «guía ilustrada de los peores virus de la historia e la informática». Con la descripción de cada virus hay una ilustración inspirada en ellos: para Madman, el artista Jay Wright rescata del olvido la mirada roja amenazante e incrusta en ella a hombrecillos en apuros.

Ilustración del estudio HORT para el virus Marburg

Van de Poel invita a artistas de todo el mundo a interpretar los virus y mantener así la extraña fascinación que producen «sus tramas malignas». Como la de Wright, algunas de las ilustraciones se nutren del aspecto que presenta el sistema enfermo. Para el virus Marburg —que se extendió con rapidez en agosto de 1998—  el estudio Hort hace una versión de la plaga de círculos rojos con una equis blanca que inundaban la pantalla del ordenador infectado. El artista gráfico Sam Coldy hace un acercamiento minimalista al virus Beda, también creado para DOS y que se mantenía en silencio hasta que no se activaba el archivo infectado.Entonces Beda desplegaba unos atractivos recuadros de colores RGB que se movían arriba y abajo.

Entre catástrofes sonadas como ILoveYou (del año 2000, responsable de la infección de más de 50 millones de ordenadores en sólo unos días y 10.000 millones de dólares —7.456 millones de euros— de daños) hay otros ejemplos ahora entrañables que merece la pena conocer, como el que se considera el primer virus de la historia. Cookie Monster, creado a finales de los años sesenta y basado en el famoso Monstruo de las Galletas de Barrio Sésamo, congelaba toda actividad del sistema y pedía galletas. No era dañino en absoluto, sólo había que teclear la palabra galleta y se podía continuar la actividad sin que molestara más.

Helena Celdrán

Ilustración de Jay Wright para el virus Madman

Ilustración de Lawrence Slater para el virus Cookie Monster

Ilustración de Clay Hickson para el virus LSD

Ilustración de Sarah Mazzetti para el virus Anna Kournikova