Donde Tarantino ya era un imprescindible, llegó 2003 y nos trajo la maravillosa joya que es Kill Bill. Una película espectacular, con tremendo hilo, tremendos protagonistas, tremendo desarrollo y tremenda, tremendísima y brillante Uma Thurman (disculpadme un segundín para lanzar un mensaje personal: Uma, cásate conmigo. Tengo tierras. #Umamarryme #ihavevaques).

Kill Bill es, en su más amplio sentido, una obra de arte. Eso sí, había que tener un cierto conocimiento básico para disfrutarla, porque yo recuerdo verla con mi padre y estar él quejándose, en la escena de amputaciones gratis de los 88 maníacos, porque «vaya cosa más exagerada esa sangre, menuda vergüenza». Y, será que soy yo muy torpe, que no conseguí que entendiera las referencias al manga. Igual si hubiera tenido internet habría sido más fácil, pero nada. No hubo manera.

Volviendo al tema: decía Jesús Damieta hace poco, en su brillante artículo La ética del spoiler, que antiguamente (por los ’80 o por ahí) el período oficial de peligro spoiler terminaba al día siguiente de estrenarse algo en televisión, porque para ese entonces si no lo habías visto era porque querías, era tu problema y era a lo que te exponías. Ya sé que han pasado trece años y que es harto difícil encontrar a alguien que no haya visto Kill Bill pero, sólo por si acaso, yo aviso:

ATENCIÓN SPOILER

Al final de Kill Bill Vol. 2, estrenada en 2004, Beatrix encontraba a Bill. Y con él encontraba a la hija que había gestado y que, al parecer, le habían extraído en el hospital en el que despierta cuando empieza la primera parte. Pues esa niña es la protagonista del artículo de hoy 🙂

Su nombre es Perla Haney-Jardine, nació en Brasil en 1997 y, cuando tenía 7 años, fue B.B., la hija de -según Elle Driver (Daryl Hannah) «la mejor guerrera que el mundo había conocido» (que no sé yo en una pelea entre Beatrix y Xena…).

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