El Teseo de Mary Renault: dos novelas que no han terminado de contar lo que quieren 65 años después

Estatua de Teseo luchando contra el Minotauro ( Estatua del siglo XIX en el jardín de las Tullerías de París) (FOTO: GETTY)

Por Pedro Pablo Uceda (@ppucedac en Twitter) es un lector voraz, miembro de la comisión lectora del Certamen Internacional de Novela Histórica de Úbeda y ‘voz de la calle’ del podcast del mismo.

Les reconozco que desde hace ya convivo en mi vida lectora con un cierto síndrome del impostor: da igual cuantos libros lea, siempre tengo la sensación de que me quedan muchos más por leer. En mitad de estas lagunas surge, casi como dama artúrica, Mary Renault, pero ahí está Edhasa rauda al rescate de pobres lectores como yo y nos trae como novedad a nuestras librerías las novelas que esta autora británica escribió sobre Teseo, publicadas anteriormente en dos volúmenes independientes: El rey debe morir y El toro del mar (Traducción Antonio Desmonts)

No es Teseo una figura desconocida, la leyenda del Minotauro y su laberinto son casi un arquetipo, incluso aparece en una obra tan importante para la narrativa medieval como Los cuentos de Canterbury. Esta novela es la adaptación particular de Mary Renault de esta fábula mitológica. Cierto es que los descubrimientos arqueológicos de excavaciones realizadas en Creta atestiguan que Cnosos y la civilización minoica, su laberinto y la danza con el toro fueron reales, pero la figura de Teseo está casi a la altura de La Ilíada en cuanto a narraciones orales que han podido ir variando con el paso del tiempo. Igual su infancia en Trecén o su relación con Hipólita son menos conocidas, en cualquier caso la capacidad de Mary Renault para construir personajes, dibujar escenas y recrear una época hacen que sea imposible leer en diagonal este libro de 768 páginas. Cada pasaje, cada diálogo, casi cada párrafo tienen algún regalo que te piden que les prestes la atención necesaria, y a mí por lo menos cada minuto que he dedicado a su lectura me ha merecido la pena.

Mary Renault dibuja un Teseo habilidoso y con ingenio, que usa en todo momento su inteligencia para salir de situaciones complicadas, capaz lo mismo de liderar un reino o a un grupo de danzarines que se enfrentan a la muerte. A la vez nos regala imágenes tan poderosas como el sacrificio del caballo rey que cae bajo el hacha de Piteo, rey de Trecén y abuelo de Teseo, que además de servir de base al título de la primera novela, marcará la formación de nuestro arrogante héroe: una vida de privilegios y poder tiene el precio de durar poco, y siempre es responsabilidad del que manda sacrificarse si es necesario, siguiendo la tradición de reyes como Leónidas el espartano en la batalla de las Termopilas. Aquí se acuña el término Moira, una mezcla entre destino, honor y obligación, y que siempre regirá la conducta de Teseo.

Crece Teseo sufriendo las burlas y el rechazo de sus congéneres por su escasa altura y tez morena. Su madre le oculta quién es su padre y le dice que lo engendró Poseidón, señor de las olas, padre de los toros y sacudidor de la tierra, lo que hace que Teseo sienta la responsabilidad de demostrar su origen divino, aunque esa filiación privilegiada le acompañará el resto de sus días en forma de premonición de terremotos. En cualquier caso, tendrá que probar que realmente es digno heredero de Egeo antes de presentarse ante él, superando intentos de envenenamiento, y por el camino le dará tiempo también de convertirse en rey de Eleusis por mucho que fuera con un contrato temporal de un año. Si al final será recordado por algo, además de por los laberintos, es por ser unificador de reinos.

Quizás la parte de la historia que más me choque, por alejarse de las expectativas y por acentuarse las elecciones de la autora para aterrizar los mitos, es la de Creta. Bailarines para la danza del toro llegan como tributo humano a la isla mediterránea como sacrificio para solaz y divertimento de sus habitantes, seguidores empedernidos de este ritual, alimentado frecuentemente con nuevos danzantes, que alcanzaban gran fama durante su breve actividad, a la que ponía punto final una rápida muerte en el ruedo. Teseo, voluntariamente sometido a este sacrificio a pesar de sus orígenes reales, conseguirá que la disciplina, el entrenamiento y la solidaridad de su equipo lo mantengan sin bajas, aun en el encierro en la casa del toro, situada al margen de la vida. No hay monstruo encerrado en ningún laberinto, aquí el Minotauro es el intrigante hijo del rey Minos y Pasifae.

Queda la segunda novela para narrar la lucha de Teseo con las amazonas, mujeres guerreras, y su relación con Hipólita, el gran amor y casi la única a la altura de Teseo en bravura y nobleza, aunque para darse cuenta deban luchar a muerte primero. Si aún no conocen la relación entre los hijos de Teseo, Hipólito y Akamas, les sorprenderá como en mi caso, pobre lector que dejó de estudiar literatura clásica allá por los años de COU.

Hay una cosa que subyace en toda la narración. Tenía que ser una mujer como Mary Renault, experta conocedora del mundo heleno, la que aprovechara una novela sobre un mujeriego empedernido para hacer un canto a la importancia de la religión matriarcal minoica y del culto a la Diosa Madre en general. Los hombres eran una figura accesoria y prescindible; los reyes, peones intercambiables, y eran mujeres sacerdotisas quienes dirigían y mandaban, perseguidas, temidas y despreciadas por el resto de cultos y las religiones. La historia nos dice que terminarán desapareciendo, aun estando presentes en todo el arco mediterráneo, por la presión de los pueblos patriarcales. Incluso hay una variante de la leyenda de TESEO que habla de que sus sucesivas conquistas femeninas iban eliminando sacerdotisas de estos cultos. También es difícil no ver algún paralelismo con nuestro mundo occidental en la decadente civilización cretense, que ha dominado su entorno, pero que se ha alejado de todo esfuerzo y disciplina, relajada por su éxito. Ninguna gran potencia creyó posible su caída hasta que resultó inevitable.

Al hablar sobre esta novela en las redes, me comentaba el gran Sebastián Roa que para él Mary Renault consigue en este libro algo a lo que debería aspirar cualquier narrador, más allá de etiquetas de género y corsés de sometimiento a hechos rigurosos: no quedarse sólo en explicar cómo era el mundo de la antigua Grecia, sino explicar cómo es el mundo, sin más. Lo que una novela debe hacer, más allá de la fidelidad a los hechos de su narración, es traer un poco de luz a las tinieblas de la vida, y no simplemente ceñirse a la historicidad de los hechos, a discutir si eran tirios o troyanos. Decía Italo Calvino que los clásicos son libros que nunca terminan de decir lo que tienen que decir. Es una suerte haber descubierto este libro, que creo que aún no ha terminado de contar lo que quiere contar y que 65 años después de haberse publicado aún sigue hablándole a cada lector que se acerca a él. Les recomiendo que lo hagan. Si hay algo que me agobia, ahora aún más, es pensar en cuántos libros tan maravillosos como este quedan por esas estanterías que aún no he leído.

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