José Calvo Poyato: «La inestabilidad de la Primera República fue una consecuencia de su propia debilidad»

José Calvo Poyato (Cabra, Córdoba, 1951) regresa fiel a su cita anual con los lectores. Lo hace, este historiador y novelista, voz indudablemente ya clásica del género histórico nacional, con una ficción que nos hace mirar al pasado. Juega en casa Calvo Poyato por partida doble: porque conoce como pocos los resortes y mecanismos de la novela histórica y porque se apoya en un personaje y un tiempo, ya conocidos, como Fernando Besora, protagonista de su Sangre en la calle del turco (2011).

Con El año de la República (HarperCollins Ibérica, 2022), el autor cordobés se lanza a novelar los convulsos meses de la Primera República y lo hace, marca de la casa, con una historia que incluye, además de la recreación del pasado, ritmo y misterios bibliófilos.

Escribir sobre la Primera República en estos tiempos donde las monarquías parlamentarias están en debate, ¿es una declaración de intenciones?

En absoluto. He escrito esta novela porque me parece que ese año de 1873, en que se vivió la Primera República, es un tiempo de gran atractivo histórico y con elementos realmente novelescos. En once meses se sucedieron nada menos que cuatro presidentes, que dimitían pocas semanas después de haber tomado posesión del cargo. Algunas fueron sonadas o tuvieron lugar por razones muy llamativas. Sume a ello que se produjo un hecho como el movimiento cantonal con epicentro en Cartagena lleno de acontecimientos, sin duda muy interesantes.

¿Por qué la Primera República recibe tan poca atención frente a la Segunda?

Es posible que el hecho de estar más lejos en el tiempo —en 2023 se cumplen 150 años de la proclamación de la Primera República— tenga su influencia. También puede influir la forma en que acaba la Segunda República con una guerra civil de consecuencias trágicas. Ese es un episodio de nuestro pasado que no hemos cerrado más de ochenta años después de que aconteciera. Puede que influya el que se utiliza buscando réditos políticos, lo que ayuda a mantenerla como algo vigente, mientras que la Primera República se ve ya como un hecho histórico.

Once años después, vuelve al personaje de Sangre en la calle del Turco, Fernando Besora, ¿cómo ha sido el reencuentro? ¿cómo ha cambiado el personaje?

En realidad, no ha habido reencuentro porque nunca perdí de vista a Fernando Besora. En El año de la República es sólo unos años mayor que el que el lector encontró en Sangre en la calle del Turco. Ya no es un meritorio que trata de encontrar un hueco en uno de los periódicos más importantes del Madrid de entonces, como era La Iberia. Ahora es su director y tiene otras responsabilidades. Por otro lado, el marco histórico es muy diferente. En la anterior novela Prim buscaba un rey para España, ahora la abdicación de Amadeo de Saboya, el rey que Prim había traído, ha hecho que se proclame la república y la instabilidad política es aún mayor.

¿Y, como novelista, Calvo Poyato, ha notado cambios en estos once años?

En los años transcurridos desde que llegó a las librerías Sangre en la calle del Turco la novela histórica sigue gozando del favor del público. Es mucha la gente que se acerca a nuestro pasado a través de la novela. Por otro lado, la idea que entonces aparecía como una novedad y estaba bastante extendida de que los libros en papel iban, poco menos que a ser eliminados, no se ha hecho realidad. El libro en papel sigue siendo el preferido por los lectores, aunque hay quienes se han hecho devotos del libro digital. Pero los vaticinios que había entonces no se han cumplido.

La Primera República, tan inestable como fue, ¿habla de la dificultad de un cambio de régimen en un país como España?

La inestabilidad de la Primera República es una consecuencia de su propia debilidad. No había una masa social que la sustentase. Esa era uno de los asuntos que más preocupaba a Castelar, que buscaba sumar voluntades al proyecto. Atraer a gentes que simplemente no la rechazasen como forma de gobierno. Añádase a ello los propios enfrentamientos de los republicanos. Tenían conceptos de república muy diferentes. Los enfrentamientos entre unitarios y federalistas fueron sonados. Los federalistas intransigentes, por ejemplo, abandonaron el congreso para agitar la calle y aquel verano, sosteniendo que la república había de construirse abajo arriba, contra el criterio de Pi y Margall —referente principal del republicanismo federal—, desencadenaron el movimiento cantonal, al que dedico una parte importante de El año de la República. El cantonalismo fue un verdadero desastre.

¿Cómo ha resultado recrear el Madrid de la época, tan reconocible a veces en la novela, pero tan diferente al actual?

El Madrid de esa época es muy atractivo y algunas cosas de entonces han superado el paso del tiempo. Existían ya algunos restaurantes que han llegado a nuestros días, como Lhardy en la carrera de San Gerónimo o Botín cercano al Arco de Cuchilleros, el mismo emplazamiento que tienen hoy. Aquel Madrid es el de los serenos, las porteras, los cafés en que se celebraban las tertulias. He escogido la de el café Suizo, que estaba en la esquina de la calle de Alcalá con la de Sevilla, que entonces se llamaba Ancha de Peligros, cerca de la calle Valverde, que era donde estaba la redacción de La Iberia. Allí se darán cita escritores como Pérez Galdós, don Juan Valera o Zorrilla, dibujantes como Ortego o Pellicer, pintores como Casado del Alisal y algunos políticos de renombre. Madrid tenía ya tranvías —se habían estrenado en 1872—, que iban tirados por mulas y se desplazaban por unos railes empotrados en el pavimento. Era también el Madrid de los bailes de sociedad o de la pérdida de fortunas en las mesas de juego y también de la preocupación de las clases populares por el precio del aceite para los candiles o de las velas de cebo, la energía de la época para alumbrarse.

Como suele ser habitual en sus novelas, incluye un misterio que empuja la trama y el viaje por el momento histórico, la desaparición de varios libros de la Biblioteca Nacional… ¿por qué lo eligió? ¿cómo lo construyó?

El mundo del libro me parece apasionante y, por aquellas fechas, causaba furor la bibliofilia. Había coleccionistas dispuestos a pagar sumas fabulosas por ciertos ejemplares: manuscritos únicos, incunables de los que quedaban pocos ejemplares o tenían alguna particularidad especial. Existían también los que podemos denominar como “bibliopiratas”, dispuestos a hacerse con una buena suma robando alguno de esos ejemplares. Esa trama era verosímil y encajaba en la época. El espléndido edificio que hoy alberga la Biblioteca Nacional estaba en construcción y los libros se amontonaban en el edificio que entonces la albergaba, la casa de los marqueses de Alcañices en la calle de Arrieta. Pocos años antes habían llegado a la biblioteca grandes cantidades de libros procedentes de los conventos y monasterios desamortizados —el fondo de la biblioteca era por entonces de 300.000 libros y 200.000 folletos— ahí podía actuar un ladrón, pese a los controles de los bibliotecarios. A partir de ahí los acontecimientos se suceden.

Ha visitado el siglo XIX varias veces en su trayectoria como novelista -además de con esta novela y la anterior entrega antes citada, con El último tesoro visigodo, ¿por qué hasta ahora parece que el siglo XIX no ha sido tan tratado por la ficción? En los últimos años han aparecido varios novelistas, pero en los primeros dos mil, los noventa, y antes era una época poco tratada…

El siglo XIX es complejo, pero está lleno de atractivos. Se crea el Estado Liberal parlamentario. Es el siglo en que se abre paso la constitución como norma que regula la legislación. Es un siglo lleno de vicisitudes, algunas tan llamativas que resultan novelescas y llevan a pensar que no ocurrieron. Imagínese a un presidente de la Primera República que, sin decir adiós, toma un tren en la estación de Atocha y se marcha a París, abandonando su puesto, o que otro dimita por negarse a firmar unas penas de muerte, o que los cantonalistas de Cartagena icen una bandera otomana en el castillo de Galeras, como enseña del cantón porque… era lo que tenían más a mano. Y eso sólo en los once meses que duró la Primera República. Es un siglo apasionante.

¿Cambia la manera de afrontar esa época, su mirada sobre ella, con cada novela, o su visión se mantiene?

No, no cambia. Ahora bien, es tan rico en acontecimientos y se produjeron tantas transformaciones que la situación con que uno se encuentra, por ejemplo, en vísperas de la guerra de la Independencia es ya diferente a la .que se da en esa contienda. El retorno de Fernando VII de su dorado exilio en Valençay supuso una vuelta atrás, pero las ideas liberales habían germinado. El reinado de Isabel II tiene poco que ver con el de su padre y el llamado Sexenio Revolucionario es una época verdaderamente singular de nuestra historia. La restauración borbónica es otra etapa que marca diferencias con todo lo anterior. Pero una cosa es esa diversidad casi en cambio continuo y otra la mirada con que uno observa el discurrir de los acontecimientos.

¿Cree viable que España llegue a ver una Tercera República?

He dicho en alguna ocasión que soy un historiador que disfruta mucho escribiendo novela histórica. La historia permite explicarnos el presente. Al menos algunas de sus realidades. Pero no sirve para hacer vaticinios sobre el futuro. La historia, en muchas ocasiones, nos ha sorprendido. ¿Quién esperaba que en noviembre 1989 cayera el muro de Berlín? Fue una sorpresa. Helmut Kohl, canciller de la Alemania Occidental, estaba en un acto, lejos de Berlín, cuando fue informado de un acontecimiento tan transcendental. Hacer pronósticos sobre nuestro futuro es complicado. En este momento, pienso que la monarquía es un elemento de estabilidad que no debemos echar en saco roto y, como decía el propio Castelar —cuarto presidente de la Primera República—, la república no había traído el edén que algunos prometían.

Puedes seguirme en FacebookTwitter y Goodreads.

Si te ha interesado esta entrada, quizá te guste…

Los comentarios están cerrados.