‘Prisioneros de la historia’: Keith Lowe disecciona los monumentos y la memoria de la Segunda Guerra Mundial

Monumento La Madre Patria Te llama en Volvogrado (Rusia) (Skif-Kerch / CC / WIKIMEDIA)

En estos tiempos de debate sobre la memoria histórica y nuestra relación con los distintos pasados libros como Prisioneros de la historia, del especialista británico Keith Lowe (traducción de Victoria Eugenia Gordo del Rey, Galaxia Gutenberg, 2021) resultan necesarios para el debate. Este historiador, que ya conocimos en otras obras como Continente salvaje o El miedo o la libertad. Cómo nos cambió la Segunda Guerra Mundial, explora distintos monumentos que conmemoran la Segunda Guerra Mundial por todo el mundo y disecciona, no son las historias que recuerdan, si no lo que dicen de la sociedad que recuerda y su mirada al pasado y al presente. Como es habitual en Lowe, sus libros no solo ilustran sobre el pasado, si no también nos hacen reflexionar en el presente.

Lowe explica que todas las sociedades, respecto a la historia, se mueven en su relación con el pasado en una trampa de la que no pueden escapar. «Cada generación desea liberarse de la tiranía de la historia; y, sin embargo, cada generación sabe, instintivamente, que sin ella no es nada, porque la historia y la identidad se encuentran estrechamente entrelazadas», escribe el historiador.

Prisioneros de la historia se adentra pues en unos monumentos que, en una primera impresión, parecen lejos de las grandes polémicas memorísticas o estatuicidas de los últimos tiempos (el pasado racista o machista, las distintas colonizaciones, en el mundo hispano y americano la conquista del nuevo continente o nuestra Guerra Civil), pero tarda poco en demostrara que no es para nada así.

De la mano de este historiador vamos desde catedrales y pueblos en ruinas (Coventry y Oradour-sur-Glane) al Berlín del no-bunker de Hitler, de campos de concentración (Auschwitz) a monumentos por el Holocausto (Yad Vashem en Jerusalen); de tumbas de dictadores (la de Mussolini) a grandes expresiones patrióticas (La Madre Patria Te Llama, en Volvogrado); de monumentos aparentemente claros como la Cúpula de la Bomba Atómica en Hiroshima a otros más complejos como la Estatua de la Paz de Seúl o el Santuario Yasukuni de Tokio; Monumento a Katyn en Jersey, la red de senderos de la UE de la Ruta de la Liberación, el monumento al Cuerpo de Marines en Arlington… La lista es larga e interesante. Lowe los divide en los siguientes grupos: héroes, mártires, monstruos, apocalipsis y renacimiento.

Imagen del santuario Yasukuni, en Japón, uno de los más polémicos lugares de memoria que trata Keith Lowe en su obra ‘Prisioneros de la historia’.

Es de agradecer la mirada global que pone Lowe al tratar monumentos en Europa, América y Asia, también de recoger la de países victoriosos, derrotados, secundarios o víctimas. Logra mostrar que aunque las culturas y los detalles son diversos, los problemas que reflejan estos monumentos son comunes. Hay monumentos que más que cerrar heridas las dejan abiertas en el presente (como la Estatua de la Paz de Seúl) y monumentos que, de lo incómodos que resultan, se vuelven invisibles como el Monumento a las Víctimas de Todas las Guerras de Liubliana. Monumentos que cambian su significado con los años como el Desembarco de MacArthur en Filipinas u otros que se convierten, quizá sin intención, en pura burla, como la estatua de Stalin del parque Grütas de Lituania. La selección es, ciertamente, brillante.

En tiempos de polémicas tuiteras, de blancos y negros, donde debates muchas veces complejos son reducidos a generalizaciones vagas pero tajantes, Lowe propone una mirada que baja al detalle y que abraza la complejidad y los grises. No hay respuestas fáciles, no hay memorias blancas o negras. Lowe tiene postura y opinión, pero no este un libro de adoctrinamientos, que aporte zascas para debates agresivos en redes como venden otros ensayos, sino de reflexión. Sobre la memoria y cómo la plasmamos, y, sobre todo, sobre lo que decimos de nosotros mismos al plasmarlo. El fantasma de los nacionalismos y los negacionismos están muy presentes, son amenazas claras. Además, la relación de estos monumentos con las sociedades que los construyen va cambiando y modificándose con los años.

«Solo los monumentos que tienen la capacidad de cambiar con los tiempos sobrevivirán, porque la historia y la memoria tienen la costumbre de evolucionar de formas absolutamente impredecibles», concluye Lowe este ensayo que, ya os lo conté, para mí fue una de las lecturas de ensayo histórico más interesantes del año pasado.

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