Estatuicidio hispanófobo

Estatua de Colón decapitada en Bostón (CJ GUNTHER / EFE)

Antonio Pérez Henares (Bujalaro, Guadalajara, 1958) periodista y escritor, autor de novelas históricas como La tierra de Alvar Fáñez, El rey pequeño o La canción del bisonte. En plena crisis de las estatuas, derivada de las protestas contra la violencia policial racial, que salpica a personajes de la herencia española de los EE UU, Pérez Henares publica Cabeza de Vaca (Ediciones B, 2020), una ficción donde novela la gran odisea de este poco conocido explorador español en Norteamérica. Y, aprovechando esa alineación de ficción y actualidad, el periodista reflexiona sobre estos asuntos en el siguiente artículo.

Entre los objetivos más codiciados de los “Pogrom” y “Fatwas”, dictadas por los sumos sacerdotes de la Teocracia Progre, que recorren la historia buscando culpables ancestrales a los que ejecutar en efigie, están siempre, y en esto siguen la pauta de la propaganda secular de la Leyenda Negra, todos aquellos que huelan a español, aunque nacieran en Génova. Como en tiempos pasados, recientes y resucitados también ahora, perseguían a los que olieran a “marrano”, a judío, aunque estos el cerdo ni lo cataran.

De entrada es preciso señalar que por mucho que los seguidores de la Nueva, Única y Verdadera Fe se autoproclamen, de continuo y a grandes voces, progresistas, son de inicio, y por sus hechos, la representación más exacta de lo retrógrado, del liberticidio flagrante y de la violación de esenciales derechos humanos y democráticos. Porque a lo que más parece su doctrina es a una religión teocrática cuyos mandamientos han de ser acatados bajo pena de ser arrojado a las tinieblas exteriores, estigmatizado con el signo de fascista, condenado al oprobio de por vida y con el sambenito al cuello y despojado de sus derechos que como humano le pertenecen al haber perdido también tal condición por sus pecados.

Cualquier oposición, crítica o hasta matiz a los “Sagrados Ismos” es considerado blasfemia, delito e incitación al odio y por tanto reo de la más severa pena. Y si te has muerto hace quinientos o dos mil años, no importa, se decapita en efigie y misión cumplida. Eso ya lo tenía muy trabajado la Inquisición, quien ¡que cosas que no se saben ni se quiere que se sepan!, donde menos brujas socarró, fue en España.

Lo que viene además y después es la absurda estupidez, la gilipollez vamos, tan de moda y con altavoz y sello holliwodiense y rapero, de descargar la frustración ombliguista de ciertas generaciones cebonas, incapaces de hacer historia o algo que se le parezca y suponga avance para la humanidad. Su salida no es otra, para restañar la quemazón de su intrascendencia, que ponerse a ajusticiar a todas las anteriores e irse hacia atrás en el tiempo en delirante persecución de todo y todos los que en el pasado consideran violadores de sus preceptos sacrosantos de este minuto de hoy. Que bajo tal premisa retroactiva son todos, pero todos y en todo tiempo, culpables pues nadie, ni el poverello de Asís se salva si se le mira bajo el hábito, de ser reo convicto, aunque ya no pueda ser, confeso.

Desde el homo hábilis hasta el sápiens y estos ya, o sea nosotros, somos todos responsables de una atrocidad universal y continuada. Por tanto y si hubiera coherencia con los considerandos, la Humanidad entera, menos ellos, LOS ELEGIDOS, debiera ser borrada y, ya puestos, extinguida. Mayormente europeos y derivados, de raíces cristianas y residentes en democracias. Porque, ¡qué curioso! las aberraciones de teocracias y dictaduras comunistas, antiguas o actuales tienen bula. Nada de meterse con sus santones y mitos y hasta se puede reivindicar a los “pacíficos” aztecas o a los “tolerantes” islamistas, que si hacen lo que hacen, y es por “su cultura” y por ha de ser excusado por el asesinado.

Seguro que les sienta mal leerlo, pero a lo que más se parece el actual estatuicidio es a las practicas talibanes con los budas o del Daesh con Palmira. Tampoco les resultara agradable a los de la obsesión antiespañola, hispanófoba por estar al día, muchos de ellos curiosa y mismamente españoles de pura cepa, que los más denigrados y atacados, por ejemplo Colón, la reina Isabel, Fray Junípero Serra o Juan de Oñate fueron precisamente y para su tiempo adelantados o ya castigados por sus actos. Y que incluso estos ni rozan los desmanes cometidos por otros que siguen siendo enaltecidos y a quienes no se les toca un pelo.

Es un hecho, obvio y esclarecedor, que sea en los dominios de lo que fue el “genocida” Imperio español donde exista y prevalezca hoy la gran mayoría, en ocasiones hasta magnitudes del 80% población indígena y mestiza y que en los lugares dominados por los acusadores ingleses y holandeses, por ejemplo, no haya quedado un nativo vivo o los hayan tenido, y hasta tengan, metidos en reservas como en zoos a los animales. Que a lo mejor antes se conmueven más por estos últimos que por ellos. Los terribles exterminios indios son esencialmente obra de ingleses, colonos y luego ya estadounidenses hasta entrado incluso el siglo XX. Y en Hispanoamérica, en Chile y en Argentina, en el sur patagónico, quienes exterminaron a los indígenas fueron los ya independientes argentinos y chilenos en tiempos bien recientes.

En cuanto al esclavismo no es España en absoluto el líder de la trata que debiera cargar con tal oprobio. Y en el caso de los indígenas americanos aún menos. La reina Isabel prohibió esclavizar a los indios, pues sus súbditos no podían serlo, aunque es cierto que con la excusa de ser “alzados” no pocos conquistadores lo hicieron, pero también alcanzo a bastantes la justicia real. Colón cayó en desgracia y fue obligado a devolver los que había traído en su segundo viaje pero ello no obsta para hacerle también justicia por haber dado a conocer al mundo que este era más del doble más grande de lo que se suponía y al que poco después Elcano “globalizaría”. Los indios en el mundo hispano siempre tuvieron grandes defensores. A veces hasta exacerbados. Los “comisarios” de las expediciones eran frailes, designados por la corona para obligar a respetar esas leyes. Bartolomé de las Casas, o el obispo y máxima autoridad en La Española y La Nueva España, Sebastián Ramírez de Fuenleal, fueron buenos ejemplos y el castigo al fundador de Guadalajara (México) un gran canalla, al que no hace falta juzgar hoy pues ya lo fue entonces por el empeño de los citados, del vierrey Antonio de Mendoza y los escritos de “mi” Cabeza de Vaca. Don Nuño murió en la cárcel de Torrejón de Velasco. No fue el único en sufrir castigo, al desestatuizado Juan de Oñate que abrió el camino de Sante Fe y del Oeste, nacido ya en Panuco (México) y casado con una nieta de Moztezuma no le salvaron sus hazañas de ser condenado por la justicia de Felipe III y condenado al destierro y no poder volver a pisar el actual Nuevo México. Junípero Serra y tantos otros denostados, cualquier día al bueno de Cabeza de Vaca también le tiraran la estatua y arrastrarán su memoria, cuando fue pionero también en defender a los indígenas ante los capitanes del Beltrán de Guzmán y luego ante sus propios subordinados en su segundo viaje, como Adelantado y Gobernador del Mar de la Plata cuando descubrió las cataratas de Iguazú que lo vejaron y pusieron en cadenas por negarse a los abusos contra los guaraníes.

Para concluir, una última prueba de la absoluta desmemoria e hipocresía. La reina Isabel ya aconsejaba el casamiento con indígenas en 1504 y en 1514 su viudo, el rey Fernando, legalizó esos matrimonios y los derechos de sus vástagos como herederos legítimos. El gran espadachín y capitán, Alonso de Ojeda estuvo casado y para siempre enamorado de Isabel, la bellísima venezolana de la Guaira Palaaria Jinnu. ¿Saben ustedes cuando se legalizó el matrimonio interracial en EE UU?. Pues hubo de esperarse hasta nada menos que el año 1967 y eso en algunos estados.

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