Novelas con coronavirus: esta no es la primera vez que un virus pone en jaque la supervivencia del mundo

Imagen promocional de la película Soy Leyenda (2007)

Hoy me aparto momentáneamente del tema principal de este blog y presto XX Siglos a mi compañero Juan Carlos Martínez (@juancmarti), periodista de 20minutos como yo, dibujante y lector de fino olfato, y me uno a él para hablaros de tres clásicos literarios que han anticipado grandes pandemias como la que vivimos del coronavirus. Es un post fuera de tema obviamente, pero creo que interesante para estos días, aunque ¿estamos seguros que no tiene nada que ver con la ficción histórica?

Ya sé que éste es un blog sobre novela histórica, pero ¿qué es la ciencia ficción sino la historia del futuro? No en balde, en algún momento la industria y los críticos le quisieron llamar pomposamente literatura de anticipación.
Y lo de anticipación viene al dedo en esta pandemia que a día de hoy nos mantiene en cuarentena en nuestros domicilios, como si estuviéramos, una vez más, ante el fin del mundo. Cuántas veces no ha desaparecido ya la Humanidad a causa de virus o enfermedades raras: junto a la Guerra Nuclear, las pandemias son la primera cusa de extinción de la vida humana en las colecciones de Bruguera y Martínez Roca.

Todo autor que escribe una novela de contagios y hombres en trajes especiales estilo Chernobyl lo hace mirando de reojo el clásico Diario del año de la peste, de Defoe, del que seguramente David Yagüe, el casero de esta entrada, les hablará algún día. Por acotar y no haceros perder el tiempo en vuestras cuarentenas, que hay que poner deberes a los niños o mirar por la rendija como si fuéramos ya el Conde de Montecristo, nos centraremos en tres ejemplos: Soy leyenda, de Richard Matheson, Guerra Mundial Z, de Max Brooks (comentado por Yagüe), y La Tierra permanece, de George R. Stewart.

Soy Leyenda (1954)

Tal vez la más popular de las que analizamos en este blog, pues ha tenido al menos cuatro adaptaciones al cine, protagonizadas por titanes de la industria como Vincent Price (El último hombre sobre la Tierra, 1964), Charlton Heston (The Omega Man, 1971) y Will Smith (I Am Legend, 2007).

Charlton Heston en ‘El último hombre vivo’ (1967)

Matheson tuvo el acierto de combinar dos temas largamente incubados en el imaginario colectivo: el fin del mundo y los vampiros (fue premiada como la mejor novela de vampiros del siglo XX). Matheson imaginó una Humanidad arrasada a su expresión mínima por un extraño virus que, cuando no te mataba, te convertía en una copia de Drácula. Personas (o lo que quedaba de ellas) que no toleran la luz del día, viven en escondites, solo salen de noche, odian verse en el espejo y aborrecen los ajos. El protagonista, Robert Neville, único superviviente en la ciudad de Los Ángeles, deambula libremente por calles y edificios vacíos, pero al atardecer tiene que correr a esconderse a su búnker para escapar de sus enemigos nocturnos.

Neville se dedica a matar a cuanto vampiro se encuentra y trata de encontrar una cura para revertir la monstruosidad en la que se han transformado hombres y mujeres. Pero finalmente cae en manos de los muertos vivientes y ahí es cuando se revela la otra cara de la moneda, pues ellos, los infectados, que son mayoría aplastante, creen que el monstruo es este último `hombre normal`. Neville es un ser diferente, ajeno al nuevo orden, un extraño que debe ser destruido. Es una leyenda, porque es el último monstruo del pasado, como para nosotros lo podrían ser el reptil del lago Ness o el Chupacabras. Con Neville muerto, queda vía libre para que los vampiros, la nueva Humanidad, comience a construir su propia y nueva civilización.

La mayoría de las adaptaciones cinematográficas tienen un final feliz, que incluye el hallazgo de una vacuna (como la que estamos buscando a contrarreloj ahora mismo contra el COVID-19) que cura a los infectados. Matheson fue mucho más pesimista en el original.

Guerra Mundial Z (2006)

Planteada como un falso libro de entrevistas, Guerra Mundial Z nos dio la visión que la ficción en general nunca nos había dado (ni el cine, pues la adaptación cinematográfica de esta obra con Brad Pitt se pasó por el forro el argumento y espíritu): la de las lecciones a posteriori que sacaba (o debía hacer) la humanidad tras sufrir una pandemia zombi. Un experto de la ONU entrevistaba a protagonistas que habían sido testigos de distintos momentos en distintos lugares y construía así una especie de historia oral de la pandemia. Con esa idea Max Brooks (hijo del sagrado Mel), logro probablemente una de las mejores ficciones zombi de la historia.

Fotograma de Guerra Mundial Z (2013)

Funciona estupendamente, porque Guerra Mundial Z ofrece todo lo que uno espera de estas novelas (caos, miedo, huidas masivas, batallas, búsqueda de vacunas…) y lo hace de un modo tan verosímil que aunque sepas que los zombis no existen, ay, ay, un frescor incómodo te recorre la espalda. Como pasa en el cine, mezclar la forma de la no ficción (el documental, las entrevistas, el reportaje), con argumentos fantásticos y de terror crea una sensación de verosimilitud aumentada que cumple con su cometido aterrador sin jugar a los sustos.

Que tenía cierta macabra gracia, por cierto, a pesar de estas escrito con seriedad: en las páginas de Brooks, la pandemia comenzaba en China (glups) y los países occidentales, especialmente EE UU, encumbrados en su superioridad tecnológica no se preparan adecuadamente y sucumben; como algunos países hace tremendos esfuerzos, sin éxito, por ocultar la pandemia; como Israel y Sudáfrica recurren a tácticas suyas (muro y Apartheid), y como el mundo se transformó tras la pandemia.

Brooks demostró perspectiva, inteligencia y originalidad a plantear su historia de zombis. Convertida en clásico del género, en esa novela que les gusta «incluso a los que no les gusta este tipo de novelas», leída hoy, en plena pandemia global, encumbra las capacidades de obra y autor. Y aun sin zombis, deseamos que no tenga tan buen ojo para todo como para el arranque.

La Tierra permanece (1949)

Verdadera precursora del subgénero ‘Todos vamos a morir’. Escrita en 1949, cuando la Guerra Fría apenas había comenzado a refrescar al orbe, la novela describe un mundo en el que casi todos han muerto por efecto de un virus misterioso y veloz. A los hombres y mujeres apenas les da tiempo para sorprenderse, y en sus últimos días asumen su inminente desaparición de manera abnegada. Dejan funcionando en automático las redes de electricidad y el alumbrado público, aunque no hubiera nadie a quien alumbrar, y los sistemas de agua potable, aunque los muertos no tienen sed.

Incluso el protagonista, Isherwood Williams, se encuentra en un barrio solitario con un ejemplar del último diario publicado en Estados Unidos. Un número de cuatro páginas en el que, junto con las noticias del apocalipsis, hay también espacio para los virales. Una mujer corriendo desnuda en Omaha anunciando el fin del mundo, un ciudadano liberando de sus jaulas a los animales de un circo, temeroso de que se quedaran encerrados cuando sus dueños murieran. “Aún en el que, debieron sospecharlo, iba a ser su último ejemplar, los señores de la prensa no renunciaron a incluir su amada sección de noticias curiosas”.

El protagonista tiene a su disposición todo un país para él solo. Recorre carreteras sin tráfico en busca de los últimos supervivientes, y logra reunir una pequeña comunidad para comenzar de nuevo.

Pero ¿comenzar qué? Hubiera querido encontrar médicos o ingenieros, pero solo reúne un puñado de ciudadanos comunes, de la América profunda, más interesados por amueblar sus casas que por preservar cualquier conocimiento. Se hacen nuevas parejas, nacen y crecen más niños en ese reducto humano en Berkeley, y nuestro hombre funda una escuela y trata de educarlos. Pero si no se puede cazar a un ciervo con una ecuación, ¿para qué aprender matemáticas? Uno a uno van cayendo todos sus esfuerzos para preservar el conocimiento y a la vuelta de solo dos generaciones, la Humanidad regresa a la época de los cazadores-recolectores. Solo uno de los conocimientos trasmitidos por Isherwood sobrevive y es utilizado por los nuevos hombres y mujeres: el arco y la flecha.

Maniquea y por momentos un poco cursi, La Tierra permanece es con todo una gran novela que responde a la pregunta de qué pasaría con la Humanidad si un día desaparece internet.

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2 comentarios

  1. Dice ser JOHNNY ZURI

    Si que estos días nos estamos hinchando a ver películas, y muchos de nosotros y nosotras, de ciencia ficción y, cómo no, de temática post apocalíptica. Yo recuerdo una película que me marcó especialmente cuando era muy jóven, pero no recuerdo el título. La verdad es que me gustaría volverla a ver. Se hizo una segunda parte ya hace pocos años, pero la buena es la antigua. Trataba de un virus que se desataba en el mundo y llevaban a los mejores científicos a una base super futurista en el desierto de Estados Unidos. Una pena no acordarme del título. A lo mejor si alguien se acuerda y sabe de que película hablo lo pueda dejar en los comentarios. Un saludo y buena web…

    18 marzo 2020 | 11:59

  2. Dice ser Blas Malo

    ¿No será esa película, «La amenaza de Andrómeda»? Yo recuerdo haberla vista muy joven, y me impresionó muchísimo.

    26 marzo 2020 | 10:45

Los comentarios están cerrados.