Entre la historia y la literatura fantástica

Imagen de Sarah Richter en Pixabay

José Luis Gil Soto, tras tres novelas históricas, regresa a las librerías con Madera de savia azul, un viaje fantástico a una Edad Media legendaria. En el siguiente artículo, el autor explora las conexiones entre ficción fantástica e historia que existen en su novela.

Acaba de llegar a las librerías Madera de savia azul, una historia ambientada en una Edad Media legendaria. En ella cuento los avatares de un reino imaginado pero que pudo haber existido, en otro lugar y en otro tiempo, y cuyas fronteras podían haberse extendido por cualquier parte del mundo conocido.

Muchos me preguntan por las razones que me han llevado a escribir una novela sin género después de tres novelas históricas y qué diferencias ha habido para mí a la hora de escribirla. Les respondo que en el fondo no hay tantas, porque en realidad esta nueva aventura literaria no está tan alejada de la novela histórica. Y no lo está porque en ambos casos hay una serie de pilares básicos sobre los que se asienta mi relato, empezando por la verosimilitud y terminando por la imprescindible implicación del lector en la experiencia vital de los protagonistas.

En ambos casos resulta imprescindible recrear con detalle cómo viven los personajes, cuáles son sus medios de producción, qué características tienen las ropas que visten, las herramientas con las que trabajan o los alimentos que toman. Y todas estas referencias se nutren necesariamente de fuentes históricas, a las que tuve que acudir tanto con mis novelas anteriores como con Madera de savia azul. Un ejemplo muy claro es el de los oficios. Uno de los protagonistas es Bertrand de Lis, un artesano de la madera que termina convirtiéndose en maestro carpintero. Su trabajo es transcendental en la historia porque a través de sus obras no solo transmite arte y sensaciones, sino que su genialidad resulta tan importante en la trama que a través de sus esculturas se revelan secretos vitales para los protagonistas. Para recrear con tintes de realidad su trabajo y el resultado de su desempeño no hay más opción que acudir igualmente a documentos históricos. Por suerte, un carpintero sevillano de finales del siglo XVI y principios del XVII, Diego López de Arenas, dejó escrito para la historia un tratado de carpintería de lo blanco (construcción con madera) donde describe cómo fabricar las estructuras que soportan las cubiertas y la manera de realizar las lacerías y los techos en general. El sevillano recoge en su obra toda una tradición medieval ante el riesgo de que los conocimientos de los siglos previos se perdiesen para siempre.

Los personajes de esta novela, a diferencia de los que protagonizan mis novelas anteriores, son productos de mi imaginación, sin embargo, nadie puede asegurar que lo que les ocurre en la novela no ha ocurrido jamás a lo largo de los siglos. ¿Cuántos casos habrá de reyes que sometieron a sus pueblos a una dura prueba? ¿Cuántas personas obligadas a guardar secretos que cambiaron el rumbo de los acontecimientos? ¿Cuántas traiciones que acabaron con la vida de quienes estaban destinados a grabar su nombre en la memoria colectiva? ¿Cuántos artistas de cuyas manos salieron obras que guardaban enigmas aún no descifrados? ¿Y cuántos niños abocados a una vida anodina que por un golpe de azar se convirtieron en hombres que han pasado a la Historia?

A aquellas novelas basadas en hechos constatados las llamamos históricas y a estas otras novelas sin más. Pero difícilmente sabríamos catalogar todas las que hemos leído. La Iliada, Los pilares de la tierra, Anna Karenina, Guerra y Paz… Hay un inmenso legado de obras inolvidables que no me atrevería a etiquetar, imperecederas, mágicas y eternas maravillas de la literatura que tal vez hoy aparecerían en las mesas de novedades en la colección equivocada. Es tanta la casuística y tan imprecisas las lindes, que se difuminan en trazos gruesos sobre los mapas de la escritura.

Por eso me atrevo a decir que toda literatura contiene algo de historia o, si lo prefieren, algo de las historias que hemos leído o contemplado. Si uno describe un éxodo como el que narro en Madera de savia azul, lo hace sin perder de vista imágenes que, por cualquier motivo, tiene grabadas en la mente o almacenadas en el subconsciente, como si un Moisés acudiese a la retina llevando a su pueblo a la tierra prometida. Si describo una batalla como la que enfrenta en mi novela a los partidarios del rey y a los revolucionarios, uno rescata del desván de la memoria aquella que leyó en las crónicas o en las grandes novelas de la juventud, acercándose a la Guerra de Troya en ese lance en que Héctor da muerte a Patroclo. Y cuando recreo la conversación entre el rey Magmalión y su pupila Shebaszka, entre un maestro y su discípulo, tal vez se manifiesten aquellas enseñanzas que fray Guillermo de Baskerville regalaba a Adso de Melk en El nombre de la rosa y que a su vez tenía un trasfondo histórico anclado en la disputa habida entre el papa Juan XXII y la orden franciscana a cuenta de la doctrina de la pobreza apostólica.

De manera que ningún autor puede imaginar un nuevo universo sin conocer el viejo, que difícilmente se pueden recrear vidas sin tener las referencias de otras vidas y que apenas nada puede escribirse sin echar la vista atrás. Esa retrospectiva puede apuntar hacia hechos ocurridos en el pasado o hacia personas que existieron en otro tiempo, pero puede suceder que la novela sea por entero producto de la imaginación de su autor, y también en ese caso habrá todo un conjunto de antecedentes cuyos rasgos heredará el texto y que serán más o menos perceptibles a simple vista.

Hay quien se acerca a la novela histórica para aprender Historia, pero en realidad el mayor aprendizaje que podemos extraer de ella es entender que hay una línea continua que conecta el pasado con todos y cada uno de nosotros y que las pasiones que movieron a los seres humanos hace veinte o treinta siglos son las mismas que nos mueven ahora. Madera de savia azul habla de todas ellas, igual que lo hacían mis anteriores novelas. Con la única diferencia de que este viaje al pasado no habrá máquina del tiempo que pueda hacerlo nunca. Porque su única puerta de entrada es la novela, y su único billete válido, tu imaginación.

*Las negritas son del bloguero, no del autor del texto.

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