Álvaro Bermejo: «Si hubiera contado la Praga de Rodolfo II tal como era, parecería increíble»

Álvaro Bermejo (foto de Asís Ayerbe)

Álvaro Bermejo (San Sebastián, 1959) ha regresado a la palestra literaria, que nunca abandona por mucho, con una nueva novela, El secreto del rey alquimista (Algaida). En esta peculiar mezcla de géneros, ambientada en el siglo XVI y que salta de la España de Felipe II a la fascinante Praga de Rodolfo II, Bermejo se zambulle en lo histórico, lo aventurero y lo esotérico, entre otros, en una obra donde actúa como detonante el fascinante Manuscrito Voynich.

¿Cuándo se cruzó el manuscrito Voynich en la vida de Álvaro Bermejo?

Fue un encuentro mágico, en una biblioteca perdida. Me fascinó todo lo que descubrí en él. Un libro escrito por no se sabe quién, ni cuándo, ni dónde… en un lenguaje indescifrable. Tanto, que no han conseguido desencriptarlo ni los superordenadores del MIT. Todo lo que sabemos de él remite a sus ilustraciones. Aparecen constelaciones nunca vistas, y hasta corpúsculos que recuerdan células vistas al microscopio… O delirios de Del Bosco. ¿Fue él quien lo compuso? ¿Fue Leonardo? ¿Tal vez nuestro Raimundo Lulio? El enigma permanece vivo. En mi novela intento una vía interpretativa donde se cruzan los lienzos esotéricos de Arcimboldo y la magia cabalística del rabino Judá León, el creador de El Golem.

El secreto del rey alquimista parece poseer elementos muy diversos: histórico, aventuras, la intriga, lo esotérico o incluso toques fantásticos… ¿Qué es en realidad esta novela?

Un abordaje al misterio de la Vida. ¿Acaso la compartimentamos en géneros? A veces nuestra existencia parece una novela de aventuras. Otras, se zambulle en el romance o en el drama. Las claves de todo lo esencial se nos escapan. ¿Por qué nos enamoramos? ¿Qué nos anima a seguir viviendo? ¿Existe el destino? Mi novela intenta responder a esas preguntas desde una fábula ambientada en el siglo XVII cuyos protagonistas experimentan las mismas pasiones que nosotros.

¿La alquimia, con otros nombres, sigue fascinando en el siglo XXI?

La alquimia es la base de la ciencia moderna. Sin alquimistas como los que pueblan mi novela, no hubieran existido Galileo, Newton o Lavoisier. Sea desde la macroeconomía o las biotecnologías, seguimos buscando las claves de la Piedra Filosofal y del Elixir de la Vida. De hecho, la hiperciencia actual resulta para nosotros tan hermética como lo era para el ciudadano medio en los Siglos Oscuros. Si yo tuviera que explicar cómo funciona la WWW, o un Smartphone, sólo podría decir que para mí son ciencia infusa. Pura magia.

Mezcla en la historia a dos reyes bastante diferentes, a Felipe II y Rodolfo II…

Constituían los dos polos alquímicos de un mundo tan apasionante y contradictorio como el nuestro. Felipe II era el amo del mundo, pero nunca pasó de rey. Mientras que su sobrino, Rodolfo II, el emperador, ni siquiera ejerció como rey. A ambos les fascinaba todo lo esotérico. Resulta muy curioso que el ultracatólico Felipe despreciara a El Greco –el pintor más “confesional” de su tiempo-, y se apasionara con El Bosco –el pintor de demonios y paraísos virtuales-. Rodolfo convirtió su corte en una universidad hermética. Allá se cotejaban astrónomos como Kepler y Tycho Brahe, científicos magos como John Dee –el que llevó el Manuscrito Voynich a Praga-, y el ya citado Judá León, el creador de El Golem. El cóctel resultaba tan alucinante que he preferido ponderarlo. Si lo hubiera contado tal como era hasta su extremo, parecería increíble.

La Praga de Rodolfo II debía ser un lugar fascinante, muy literario…

Cuánto me hubiera gustado habitarla. Hablamos de la Capital Mágica de Europa, la Ciudad del Umbral. Todavía hoy su aura permanece intacta allá, en la Mala Strana en la Casa de Fausto, en su escalofriante cementerio judío, en el Callejón de los Alquimistas. Todo son claves herméticas, accesibles a quien sabe leer más allá de lo  evidente. Cruzas el Puente de Carlos y entras en otra dimensión. En mi novela he intentado recrearla. Abro una puerta para quien quiera “cruzar el umbral”, y se atreva a adentrarse en la quintaesencia del misterio.

La literatura histórica siempre tiene algo de espejo, del pasado llega un reflejo del presente al lector… ¿cómo sería esa conexión entre siglo XVI y XXI que propone esta novela?

Toda literatura es histórica, toda sucede en el tiempo. Un minuto después de que se publique esta entrevista, ya será “histórica”; es decir, pertenecerá al pasado. Un pasado regido por las pautas del Eterno Retorno. La condición humana no cambia. El cerebro del Homo Sapiens que sufrió la cuarta glaciación, cuarenta mil años atrás, es idéntico al nuestro. ¿Qué supone pasar del siglo XVI al XXI? Apenas un parpadeo. Los protagonistas de mi novela somos nuestros lectores, tú y yo,

El siglo de Oro español ha sido tratado hasta la saciedad por la narrativa actual, pero sigue provocando a los escritores. ¿Qué tiene aún por contar, literariamente, ese tiempo?

Abunda esa cosa abominable que es el “pastiche” historicista, la redundancia en el tópico, el cliché. En mis novelas intento adentrarme en lo desconocido, revelar secretos y, lo más importante, dotar de carne y sangre, de pasiones reales, de complejidad y laberintos, ese misterio que nos habita. Felipe II, como Rodolfo II, siguen siendo dos grandes desconocidos. ¿Y qué decir de ese John Dee, mago, científico y espía, en quien Ian Fleming se inspiró para dar vida a su agente 007? Dee firmaba sus informes a la reina con dos ceros, para significar que era sus ojos, más la rúbrica de su número cabalístico, el 7. En cuanto a Judá León y su Golem, es el precursor de Frankenstein y de toda la literatura robótica a partir de Asimov.

¿Por qué cree que la narrativa histórica sigue funcionando en el tecnológico siglo XXI?

El pasado nos fascina porque contiene las raíces de nuestro ser profundo. Más aún en estos tiempos hipertecnológicos. Necesitamos asomarnos a los seres de otro tiempo que interpretaron la vieja melodía desde otro registro. Hoy, sin embargo, abundan las novelas históricas carentes de perspectiva histórica. Yo no me canso de repetirlo: los hombres y las mujeres el siglo XIII, del XV o del XVII tenían otra mentalidad, otra sensibilidad, otra manera de entender la vida. Yo me he pasado la vida al otro lado del túnel del tiempo. No sé si he logrado descifrar el manuscrito Voynich, pero he intentado que mis personajes respiren esa atmósfera donde lo maravilloso y lo terrible hacían palpitar los corazones de un puñado de personajes que, a la distancia de cuatro siglos, siguen mirándonos a los ojos y esperando de nosotros una palabra viva. Una palabra como un golpe de sangre vuelto tinta. Una palabra que los resucite.

¡Buenas lecturas!

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