Magdalena Albero: «La ciencia es la gran olvidada de la ficción histórica»

La escritora Magdalena Albero (cedida por la autora)

Magdalena Albero regresa a la novela histórica cuatro años después de ganar el premio Ciudad de Úbeda con su debut, Los caminos del mar (Roca Editorial, 2014). Y lo hace con La corte de las estrellas (Stonberg Editorial, 2018) una historia ambientada en una época totalmente diferente de aquella, pero manteniendo algunas de sus preocupaciones temáticas, como la importancia de la ciencia.

Charlo con la autora sobre esta novela que llevará a los lectores desde el Toledo de la época a la fascinante Praga de Rodolfo II de Habsburgo. Una historia de jóvenes y descubrimiento, pero también de intriga.

Una época de ciencia y superstición, de luchas de religiones,… Y de donde, como es habitual ya en esta autora, el lector puede extraer paralelismos con el hoy.

¿Qué le llamó la atención de la Praga de Rodolfo II de Habsburgo como para ambientar su nueva novela en ella?

Fue durante un viaje a Praga que hice en el 2013.  Mientras visitaba la zona del castillo leí acerca de ese emperador. Supe de su reticencia a apoyar la Reforma protestante o la Contrarreforma católica, de sus colecciones de arte, de su interés por la astronomía, la alquimia, la cábala, y de su conexión con España. Era sobrino de Felipe II y vivió varios años en El Escorial.  Me llamó la atención que hubiera pasado a la historia como un rey loco que no supo gobernar, y a la vez que, gracias a su labor de mecenazgo, los astrónomos Tycho Brahe y Johannes Kepler pudieran avanzar en sus conocimientos. También que apoyara a pintores como Bartolomeus Archimboldo y que intentara llevar al centro de Europa los cambios culturales y artísticos que había propiciado el Renacimiento.  Enseguida me entró interés por saber más de este personaje y de qué forma sus decisiones afectaron al desarrollo cultural de Praga, hasta convertirla en una ciudad tolerante con todos los credos, en un momento en que prácticamente toda Europa había ya tomado partido por una u otra fracción religiosa.  A los pocos meses volví a Praga, ya dispuesta a recoger información y a hacer alguna entrevista.

Fue una época de avances y brillo, pero también el lugar y el momento donde se estaba fraguando una de las mayores tragedias europeas, la Guerra de los Treinta Años…

Efectivamente, las confrontaciones entre católicos y protestantes iban en aumento desde hacía años. Ya se habían vivido situaciones muy dramáticas, como el asesinato en masa de protestantes calvinistas franceses en la noche de San Bartolomé, en agosto de 1572.  A principios del siglo XVII Europa estaba dividida en dos bandos que luchaban para que fuera su opción político-religiosa la que se impusiera en Europa. Y en medio, Bohemia, un territorio que unos y otros ansiaban dominar.  Y un rey presionado por su propia familia y por el Vaticano a tomar partido. Parece ser que no lo hizo. Hay historiadores que atribuyen a ese desinterés del emperador por los temas políticos la causa directa del estallido de la guerra de los Treinta Años.  Otros, en cambio, son de la opinión de que Bohemia pudo gozar de unos años de estabilidad política y económica, y propiciar avances científicos gracias a ese rey loco que se refugiaba en sus lecturas y en sus colecciones de arte para escapar de su responsabilidad de gobernar de la manera que se esperaba de él.  Lo cierto es que tras la muerte de Rodolfo II en 1612, y la proclamación de su hermano Matías de Habsburgo como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, la situación se deteriora muy rápidamente, hasta que, en 1618, a un incidente ocurrido precisamente en Praga, se ha considerado tradicionalmente como el detonante del conflicto armado.  Pero la guerra ya se estaba fraguando desde hacía años. Fue una guerra larguísima que terminaría con la firma de la paz de Westfalia, en la que se acordó respetar los derechos territoriales de cada nación y los gobernantes europeos se prometieron no volver a pelearse por cuestiones de religión.

[Entrevista con Peter H. Wilson, uno de los mayores especialistas del mundo en la Guerra de los Treinta Años]

Da importancia a la ciencia y a los investigadores ¿debería la ficción histórica poner algo más de atención en estas figuras?

Sí, desde luego.  La ciencia es la gran olvidada de la ficción histórica. Creo que rescatar del olvido a quienes avanzaron en el conocimiento y en la comprensión de la física, la medicina, la astronomía, la biología y otras ciencias es fundamental para entender la historia. Ya lo hice en mi novela Los caminos del mar, con el médico Herófilo de Calcedonia, el fundador de la Escuela de Medicina de la biblioteca de Alejandría, que vivió en el siglo III a.C.  Él fue el primer anatomista de la historia e hizo avances en el conocimiento de cómo funciona el cuerpo humano que luego tardaron siglos en recuperarse.  En La corte de las estrellas intento acercarme a la figura de Johannes Kepler, y dar a conocer ese momento de la historia en el que todavía convive la superstición (astrología) con la ciencia (astronomía).  En el que Kepler, como lo hizo antes Copérnico y lo hará después Galileo Galilei, conseguirá demostrar que la tierra no es el centro del universo. Tanto el médico Herófilo de Calcedonia en el siglo III a.C. como Johannes Kepler, a principios del siglo XVII, tuvieron la ayuda de unos gobernantes (Ptolomeo I en el caso de Herófilo de Calcedonia y Rodolfo II de Habsburgo en el caso de Kepler) que priorizaron la búsqueda de conocimiento y no el poder militar.  El viajar a la época en que vivieron distintos científicos nos permite indagar en aspectos de la historia que van más allá de las guerras y las intrigas políticas y conocer una época concreta desde otra perspectiva.

Quizá, una de las dificultades que se presentan para ello, es que además de conocer la historia, también hay que tener conocimientos de esas disciplinas científicas…

Desde luego, esa es una gran dificultad.  Por mucha documentación que leas sobre una disciplina científica, es difícil llegar a comprenderla como lo haría alguien que trabaja en ella.  Por eso, como escritora, yo no intento meterme en la cabeza de un científico.  Aunque mis novelas hablen en parte de ciencia, los protagonistas no son los científicos sino quienes están cerca de ellos. Intento que sean jóvenes que quieren aprender.  Observan, se hacen preguntas y obtienen respuestas de sus maestros o por sí mismos mientras van viviendo sus propias vidas. Los protagonistas se hacen preguntas parecidas a las que se haría el lector.  En Los caminos del mar, Irene aprende medicina gracias a Herófilo.  En La corte de las estrellas, Diego aprende astronomía gracias a Kepler. Se trata de introducir información suficiente sobre los avances científicos para que sea comprensible por parte del lector medio y para que se le despierte el interés por saber más.  Esta información llega envuelta en una aventura que vive el protagonista, que sucede en una época histórica concreta y que permite dar a conocer cómo se vivía entonces. Incluso preguntarse qué ha cambiado y qué permanece igual.  Luego cada lector elige con qué se queda: con la aventura vivida por el protagonista, con la información que ha recibido sobre un científico, sus descubrimientos y las posibilidades y limitaciones de la época en que le tocó vivir, con una reflexión sobre nuestro pasado y nuestro presente.  O con todo a la vez.  Esto último es lo ideal y es lo que quisiera conseguir con mis novelas.

Lugares donde la investigación no es posible, jóvenes científicos y artistas que emigran por trabajo, guerras entre religiones… ¿El mundo ha cambiado tan poco desde el siglo XVII?

Ha habido cambios, muchos, pero no todos se mantienen en el tiempo.  Parece que la historia se mueve en ciclos: ciclos en los que se producen avances mientras en otros se producen retrocesos en lo que ya se había avanzado, o un estancamiento que dura años.  Tanto en la época de Herófilo de Calcedonia como en la de Kepler, los avances en el conocimiento se producían gracias a la labor de mecenazgo cultural de quienes gobernaban, aunque estos mecenazgos estuvieran ligados a una demostración de poder. Al menos eso se puede decir de los primeros reyes de la dinastía Ptolemaica en Alejandría o de los Medici en Florencia. Más tarde fueron los estados quienes asumieron esa responsabilidad.  Políticas de captación de talento como la que llevó a cabo Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX transcurrieron paralelas a situaciones de “fuga de cerebros” que ocurrieron tras la II Guerra Mundial en diversos países.  En España, la política de desarrollo científico que recibió un fuerte estímulo a partir de los años 80 del siglo pasado se frenó con la crisis económica del 2008.  Y así seguimos.  Hoy son los jóvenes con mayor formación los que se ven obligados a emigrar en búsqueda de un trabajo en el que se valoren sus conocimientos. Y en cuanto a las guerras entre religiones, las disputas continúan en el contexto internacional.  Se sigue matando y muriendo en nombre de diferentes versiones de Dios.  Creo que, de la misma manera en que lo es la cooperación, la confrontación también es intrínseca a la naturaleza humana. Por alguna razón tendemos a tomar partido, a pensar que el que no piensa como nosotros es nuestro enemigo.  Es esa parte demens del homo sapiens sapiens que ha estado siempre ahí y que va aflorando con mayor o menor intensidad según los contextos históricos del momento y la capacidad de liderazgo de quienes utilizan todos los medios a su alcance para convencer a los demás de que su verdad es la única.

Se refiere a su novela como histórica, thriller y novela psicológica, ¿el futuro de la ficción histórica es el mestizaje?

Creo que el principal objetivo de la novela histórica es contar una historia de manera atractiva y que permita propiciar el conocimiento de otros momentos de la historia, de las personas que los poblaron y los acontecimientos o situaciones que los marcaron.  En esa revisión del pasado buscamos pautas para entender nuestro presente. ¿Qué ha cambiado y qué permanece igual? ¿Por qué? Son las grandes preguntas que yo, como escritora de novela histórica me hago. Al igual que en otros géneros literarios, en la novela histórica estamos hablando de contar vivencias que protagonizan personas en las que el lector pueda encontrar algún punto de identificación.  Por eso huyo de personajes dicotómicos tipo buenos o malos, honestos o deshonestos, valientes o cobardes. Quiero que tengan sus contradicciones, sus limitaciones, sus equivocaciones, sus inseguridades. Estos son ingredientes habituales en la novela psicológica. Por otro lado, un thriller es una buena manera de crear expectativas en el lector, de despertarle el deseo de querer saber qué le va a pasar a los personajes, de interesarse por ellos.  Por esos motivos creo que sí, que el futuro de la ficción histórica es el mestizaje.

Hace unos meses, escribía en este blog sobre las virtudes didácticas de la novela histórica, ¿qué le gustaría que sacaran sus lectores de esta novela?

La novela histórica no debe tomarse como la única fuente para descubrir y comprender una época, pero sí como un primer contacto con un pasado desconocido, o como una manera de acceder a aspectos complementarios de los que ya conocemos.  Pero sobre todo como una forma amena de despertar la curiosidad por hacerse preguntas y por buscar respuestas. Como ya comenté, la novela histórica ofrece la oportunidad de viajar al pasado y mostrar tanto la experiencia individual de los personajes reales o ficticios como la experiencia colectiva de la época y el lugar en que ocurre la acción. En cuanto a la experiencia individual se refiere, en el caso de La corte de las estrellas, vuelvo a incidir en el tema de la búsqueda de la libertad personal y las dificultades que ésta conlleva.  Todos los personajes, reales o ficticios, que aparecen en la novela buscan esa libertad. Cada uno a su manera, con las consecuencias que de su elección se desprenden.

En cuanto a la experiencia colectiva, creo que La corte de las estrellas ofrece una buena oportunidad para acceder a una época, los años previos al estallido de la Guerra de los Treinta años, poco conocida de la historia de Europa, y que está relacionada con la historia de España. También es útil para poner en contexto uno de los momentos más importantes de la historia de la ciencia, el que cuestiona la creencia admitida durante muchos siglos de que la tierra era el centro del universo. Permite despertar el interés por conocer la lucha entre religión y ciencia, relacionar figuras como Copérnico, Giordano Bruno, Johannes Kepler y Galileo Galilei, y entender cómo se van estableciendo las bases de la llamada revolución científica que se desarrollará a lo largo del siglo  XVII. La novela muestra también como la creación de conocimiento requiere condiciones de estabilidad y apoyo institucional para poder avanzar.

La novela ofrece asimismo información sobre las corrientes artísticas de la época y, al hablar del tráfico de obras de pintores renacentistas y flamencos, muestra los procesos de corrupción que fácilmente pueden surgir en los entornos cercanos al poder político y económico.

He intentado que mi novela cumpla con el que para mí es el principal objetivo de la novela histórica: ofrecer una experiencia motivadora que permita entretener, informar y educar.

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