Los visigodos, una historia poco conocida

Conversión de Recaredo I del arrianismo al catolicismo, por el pintor Muñoz Degrain. (WIKIPEDIA)

José Calvo Poyato acaba de publicar El último tesoro visigodo (Ediciones B), una novela donde este historiador y novelista de éxito retrata la historia del tesoro de Guarrazar en dos tiempos: el del final del reino visigodo de Toledo (en el 711) y en el de su descubrimiento en el siglo XIX. En el siguiente artículo, Calvo Poyato clama por el rescate literario de una época apasionante como lo fue la era visigoda en la Península Ibérica.

Los visigodos, una historia poco conocida

El tiempo que transcurre desde la llegada a la Península Ibérica de los visigodos hasta el hundimiento de su reino, es un periodo de nuestra historia al que se le ha prestado escasa atención. Desde luego mucho menos de la que merece. Posiblemente, haya influido en ello el encontrarse cronológicamente entre dos momentos de gran atractivo histórico: la Hispania romana y Al-Ándalus. Es probable que también contribuyera a ello la mala prensa que generó el que, durante mucho tiempo, el conocimiento de esa etapa tenía como núcleo central de su aprendizaje la “lista de los reyes godos”. Una relación de nombres, ciertamente complicados -Ataulfo, Chidasvinto, Recesvinto, Agila, Witiza o Sisebuto y así hasta treinta y tres-, que habían de memorizar los horrorizados escolares.

Ese tiempo, que abarca algo más de dos siglos y medio de nuestra historia, si se considera que arranca de mediados del siglo V, cuando cruzaron por primera vez los Pirineos, penetrando en la Península, y de dos siglos si contamos a partir de la instalación de su capital en Toledo a comienzos del siglo VI, tras la derrota sufrida a manos de los francos en la batalla de Vouillé (507), tiene una gran importancia en nuestra historia. Los visigodos eran herederos de muchas de las realidades implantadas por la civilización y cultura romana -eran el pueblo más romanizado de los que en el Imperio eran conocidos como barbari-, al tiempo que implantaban en la Península costumbres y formas de vida propias de los pueblos germánicos. Es cierto que mantuvieron una fuerte separación con la población hispanorromana asentada aquí antes de su llegada y que el abandono del unitarismo religioso, en favor del trinitarismo -la llamada conversión de Recaredo en el III Concilio de Toledo (589) en que abandona el arrianismo-, así como la recomendación de los matrimonios mixtos, no surtió el efecto que el monarca deseaba. La separación entre visigodos e hispanorromanos debió de mantenerse, pero no es menos cierto que la unificación legislativa del reino con la promulgación del llamado Fuero Juzgo (Liber Judiciorum), compilado en tiempos de Recesvinto donde se recogían leyes visigodas e hispanorromanas, fue de aplicación común a todos los integrantes del reino. La unificación religiosa y legislativa eran pasos en pro de una unidad que quedo abortada con la invasión musulmana del 711.

Esa legislación, llevada a lengua romance, será, mucho más tarde, la base sobre la que se asentará el corpus jurídico de la Corona de Castilla y del Liber Judiciorum existen copias, alguna incompleta, relacionadas con los condados catalanes y el primigenio reino asturiano. Para calibrar su importancia, basta señalar el que se mantuviera como base del derecho local hasta que se redactó el Código Civil bien avanzado el siglo XIX. En esa legislación, por ejemplo, se contemplaba la obligación de acudir a la llamada del rey en caso de necesidad. Una norma que se mantendría durante toda la Edad Media como forma de organización militar para acudir a una campaña.

En esos siglos de nuestra historia se asentó la monarquía como forma de gobierno y sobre esa base de organización del Estado se articularán los núcleos de resistencia cristiana desde los primeros tiempos de lucha contra el islam. Esa monarquía en tiempo de los visigodos tenía carácter electivo, pese a los intentos de algunos monarcas por convertirla en hereditaria para evitar los males que se derivaban de ello. Un elevado porcentaje de monarcas visigodos murió de forma violenta, asesinados por la facción de quienes aspiraban al trono que ocupaban. Esa situación fue origen de graves enfrentamientos que debilitaron al reino y, a la postre, una causa decisiva en su hundimiento. También encontramos en aquel tiempo las raíces del importante papel de la Iglesia en la vida política y social del Estado. Los Concilios de Toledo que, en su origen eran asambleas de obispos bajo la autoridad del metropolitano de la iglesia hispana, para tratar asuntos religiosos, se convirtieron a partir del III de ellos, en asambleas donde también participaban el rey y representantes de la nobleza. En ellos se trataban no solo asuntos eclesiásticos, sino otros que competían a la gobernanza del reino, siendo fuente de una importante legislación.

Pese a su importancia histórica, como señalábamos más arriba, el mundo de los visigodos ha despertado mucho menos interés que otras etapas de nuestra historia. Ello ha tenido un reflejo en las novelas históricas dedicadas a esa época, siendo pocos los títulos dedicados a esos siglos, sobre todo si lo comparamos con el interés de los novelistas por otros momentos del pasado histórico de España. Podemos señalar alguno de esos títulos como la novela Isabel San Sebastián La visigoda; la obra titulada Erik, el godo, de Isabel Abenia; El Visigodo, de Luis Barberá; El último visigodo, de Santiago Delgado; Un diamante para el rey, de Isabel María Molina; El tesoro de Vulturia y De buitres y lobos, de Francisco Galván Olalla; La ciudad de los Godos, de Raquel García; Guarrazar. El Tesoro escondido, de Pedro Antonio Alonso Revenga; El godo, de Víctor J. Andrés o las obras de María Gudín, Hijos de un rey Godo, La reina sin nombre y El astro nocturno. El último tesoro visigodo, de la que soy autor, es la entrega más reciente de una novela referida a este tiempo.

Parte importante de estos títulos abordan los momentos finales del mundo visigodo, entre ellos El último tesoro visigodo que recoge el estrepitoso hundimiento del reino como consecuencia de la invasión musulmana. Sin embargo, su importancia histórica y la permanencia en el tiempo de lo que denominamos el imaginario colectivo fueron importantes. Eso explica la convulsión que, en el mundo islámico, provocó la caída de Toledo, la antigua Urbs Regia de los visigodos, en manos de Alfonso VI al conquistarla en el 1085, casi cuatro siglos después del fin del reino visigodo. Provocó la primera de las grandes invasiones africanas, la de los almorávides. Esa convulsión no se produjo cuando los cristianos se apoderaron de León, Zaragoza o Mérida. En el recuerdo perduraba que había sido la capital de aquella monarquía de la que se sentían herederos los cristianos que luchaban contra el islam.

*Las negritas son del bloguero, no del autor del texto.

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