Día del Armisticio: una oportunidad para leer a Lord Moran y su clásico estudio sobre los efectos psicológicos de la guerra

Batalla del Somme, Primera Guerra Mundial (GTRES)

Hoy se celebra, sobre todo en el mundo anglosajón, el Día del Armisticio que, en este 2018, recuerda que se cumple un siglo desde el final de la Primera Guerra Mundial. Hoy, es el día de la amapola roja y los homenajes a los caídos. Coincide con que, por primera vez en España, ha salido publicado el libro Anatomía del valor. El estudio clásico de la Primera Guerra Mundial acerca de los efectos psicológicos (traducción de Alicia Frieyo Gutiérrez, Arzalia) del que posteriormente acabaría siendo médico personal de Winston Churchill, Lord Moran. Una obra que escribió, por cierto, durante la Segunda Guerra Mundial.

Lord Moran que combatió durante tres años en la Gran Guerra como oficial médico de los Fusileros Reales y fue condecorado por ello, se basó en sus experiencias y recuerdos de combate para adentrarse en este estudio sobre el valor y lo que hace la guerra con la psique de los combatientes. Explica cómo la imaginación puede ayudar a unos hombres en batalla y destruye a otros, cómo el valor se desgasta, cómo se lidia con el temor a la muerte y cómo se gestiona (o se puede intentar) gestionar el miedo.

El libro fue pionero y está trufado de historias y testimonios brutales de la guerra en las trincheras. Más allá de su valor ensayístico (que lo tiene), resulta estimable como documento y testimonio de la vida en combate durante aquel conflicto.

Explica su editor en Arzalia Ricardo Artola que esta obra «es un clásico y, por tanto, si envejece lo hace con estilo. El libro tiene un indudable valor testimonial por estar escrito de mano de alguien que pasó tres años de la guerra en las trincheras. Además de su propio testimonio se ve reflejada la experiencia traumática de muchos hombres a los que trató y con los que trató. Se puede decir que es la otra cara de la moneda de “la gran historia”, la de la estrategia militar o de las grandes ofensivas».

Artola explica que conocía esta obra y lo había manejado cuando escribió su historia de la Primera Guerra Mundial, aunque le sorprendía que no estuviera publicado en español. No se planteó hacerlo él mismo hasta que preguntó al periodista de El País Jacinto Antón qué libro inédito le gustaría ver publicado en castellano (el periodista lo cuenta en este artículo suyo). Le contestó que este: «No tardé un minuto en ponerme en marcha», explica el editor.

«Lord Moran es un precursor del estudio del trauma provocado por el combate», asegura Artola. «Muchas de las cosas que se han estudiado y desarrollado en décadas posteriores beben de esta fuente. Obviamente, un siglo de guerras –y muy especialmente la Segunda Guerra Mundial- añadieron enormes conocimientos sobre los traumas del conflicto bélico moderno».

La obra es una apuesta segura para quienes quieren adentrarse en el conflicto o quieren intentar discernir cómo pudo ser vivir un conflicto tan salvaje. Adentrarse en lo que vivieron aquellos soldados y en cómo su cabeza pudo mantenerlos con vida o condenarlos es una lectura, pienso, más que adecuada para este día del Armisticio.

¡Buenas lecturas!

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1 comentario

  1. Dice ser Casandra

    CURIOSIDADES

    Los “Rostros de hojalata” de los soldados desfigurados durante la Primera Guerra Mundial

    Nico Saraintaris – Feb 14, 2015 – 1:33 (CET)

    Hace cien años, los soldados que volvían de la guerra con el rostro desfigurado buscaban recuperar su vida social con rostros de hojalata.

    Hay algo en la relación entre la medicina y la estética que siempre me fascinó. Existe la idea de un “yo mejor” a la que el paciente siempre apunta y generalmente está signada por la sustracción: menos granos en la cara, menos arrugas, menos grasa en la cintura o menos nariz. Pero hay ocasiones en las que la “medicina estética” no quita sino que agrega. Los rostros de hojalata que utilizaban los soldados desfigurados hace más de un siglo son un buen ejemplo de esto.

    Junto a Wood trabajaba Anna Coleman Ladd, una escultora estadounidense que se interesó por su trabajo y produjo algunas de las máscaras más perfectas de la época. Estos “rostros de hojalata”, como los llamaban los soldados, podían tener resultados tan definitivos que los mismos pacientes se asustaban al ver su imagen restituida (por esta misma razón, Wood decidió prohibir los espejos en su estudio).

    Una de las historias que más me llamó la atención sobre el tema es que muchos de los soldados desfigurados en la Primera Guerra Mundial decidieron trabajar como proyeccionistas, amparados por la oscuridad de la sala de cine. (Hay algo análogo a la máscara ahí: ocultarse de los ojos del resto mostrando otra cosa).

    En el siguiente video (circa 1918) se puede ver tanto a Anna Colemann Ladd como a Wood trabajando con distintos pacientes y esculpiendo estas máscaras de cobre galvanizado que les permitirían recuperar su imagen, un “yo mejor” no ideal sino anterior a los horrores de la guerra.

    11 noviembre 2018 | 12:20

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