Fernando Lillo Redonet: «La reconstrucción de la Antigüedad siempre será ‘falsa’ y mediatizada»

Fernando Lillo Redonet (Castellón de la Plana, 1969), especialista en la Antigüedad y autor de ya cuatro novelas históricas ambientadas en aquellos tiempos, se adentra en su última novela Los jinetes del mar (Evohé, 2018) en hacer cobrar vida la supuesta peripecia de Hannón, el cartaginés, en el África Occidental. Historia contenida en un manuscrito del siglo IX de la que no se sabe si es real o ficción.

Lillo Redonet nos regala una novela de aventuras clásica, en una ambientación tan exótica como diferente donde convierte al tal Hannón en un héroe que, según sus palabras, «bebe del Eneas virgiliano convirtiéndose en un líder de la comunidad como un nuevo Moisés o un conductor de caravanas del Oeste americano».

¿Cómo y por qué nace la idea de escribir Los jinetes del mar?

Esta es mi cuarta novela ambientada en la Antigüedad tras Teucro, el arquero de Troya, Medulio. El norte contra Roma y Séneca, el camino del sabio. En mi caso coinciden afición y profesión, profesor de Latín y Griego en un instituto de Vigo. No es extraño, pues, que un día ya lejano, cuando todavía era estudiante, curioseando por la biblioteca del Departamento de Filología Clásica de la Universidad de Salamanca diera con un libro en francés que explicaba la expedición de Hannón, el cartaginés, por el África Occidental. Enseguida me apasionó esta historia que no es demasiado conocida por el gran público y me apeteció embarcarme con Hannón en busca del corazón de África. Tuve que esperar hasta tener la madurez para escribirla, pero he disfrutado enormemente al hacerlo.

Precisamente para esa parte del público que nunca haya oído hablar de ello, cuéntenos brevemente cuál es la historia de Hannón de Cartago recogida en un manuscrito del siglo IX…

El manuscrito del siglo IX recoge la versión en lengua griega de un supuesto texto escrito en púnico, la lengua de Cartago, que figuraba en una estela del templo de Baal. En él se relata muy brevemente el viaje que realizó Hannón en el siglo V. a. C. para colonizar el África Occidental y explorar el litoral africano hasta llegar incluso a Camerún, como sostienen algunos. Cartago necesitaba expandirse en el Atlántico tras una pérdida de poder en el Mediterráneo y encargaron a Hannón, que era el sufete, uno de los dos magistrados supremos, que dirigiera esta expedición. El texto, a modo de cuaderno de viaje, cuenta las etapas de la aventura con datos náuticos, aunque no demasiado detallados, ya que esta ruta constituía el secreto de Cartago. Los escuetos datos se combinan con algunas anécdotas etnográficas en un relato que ocupa dos páginas y media en una edición moderna.

Explica en la nota histórica tras la novela, que ha querido mezclar en esta novela las dos teorías sobre ese manuscrito: la de que relataba un viaje real y la de que era casi una ficticia novela de aventuras de la época…

Efectivamente. Los investigadores están divididos a la hora de valorar el texto del relato de Hannón. Para unos responde a una expedición que existió realmente, mientras que otros piensan que es un relato típico de la literatura griega de viajes de ese tiempo. En mi opinión hubo un viaje (o varios) que colonizaron la costa occidental africana y hasta cierto punto la exploraron. Lo que he hecho es partir de que sí existió un viaje real y aderezarlo con los ingredientes de los viajes de aventuras de todos los tiempos que tienen unas constantes literarias bien definidas. En suma hacer que un viaje eminentemente práctico se convirtiera también en un viaje en cierto modo mítico.

¿El viaje es el elemento narrativo por excelencia?

Los griegos fueron los creadores del viaje como metáfora del camino de la vida. La Odisea trata el viaje de regreso individual de Ulises al hogar tras superar muchos peligros y tentaciones, de forma que en la interpretación posterior del famoso poema de Kavafis, titulado Ítaca, el viajero se vuelve más sabio tras la travesía. Hannón participa de este sentir del viaje como acumulación de experiencias positivas o negativas y como superación de las mismas. Pero también la Antigüedad nos ha legado la Eneida de Virgilio, en la que su protagonista, Eneas, hace un viaje no de regreso, sino de fundación, de búsqueda de una nueva patria para los suyos, superando el individualismo de la Odisea. Un viaje que es querido e instigado por los mismísimos dioses. Mi Hannón bebe del Eneas virgiliano convirtiéndose en un líder de la comunidad como un nuevo Moisés o un conductor de caravanas del Oeste americano. También los dioses y el deseo de transcendencia están presentes en Los jinetes del mar.

¿Cómo se trabaja a nivel recreador épocas donde hay tantos vacíos como puedan ser los cartaginenses, pero, sobre todo, el mundo del África de la Antigüedad?

Es evidente que si uno escribe una novela sobre Cartago en la época de Aníbal (s. III a. C.) el novelista tiene a su disposición una gran cantidad de información para documentarse. En el caso del siglo V a. C. los datos sobre Cartago son escasos, aunque se han respetado en esencia. Por otro lado, las opiniones de los historiadores pueden ser contradictorias o suponer cosas de las que se tiene muy poca seguridad. El lector no puede esperar por tanto una reconstrucción minuciosa de edificios, costumbres o vestimenta. Hay que acudir a la analogía con otras civilizaciones más conocidas y dejar al lector que imagine el resto como prefiera. Y sobre todo fijarse más en el corazón de los personajes que en sus atavíos. Lo mismo sucede con los pueblos de la costa o el interior africanos para esta época. El desconocimiento era tal que para ellos existía el nombre genérico de “etíopes” que significa “los de piel quemada”. De todos modos como el punto de vista está puesto en los cartagineses compartimos con ellos el desconocimiento de estos pueblos.

¿Cómo valora la novela histórica española en la actualidad?

Las editoriales están apostado fuerte por la novela histórica ambientada en la Antigüedad, bien de autores españoles, bien de otras latitudes. Puede decirse que vivimos un momento dulce con grandes autores consagrados y conocidos por el gran público que espera sus novedades con anhelo. Ciñéndome a la Antigüedad, que es la época que conozco mejor, contamos con Santiago Posteguillo, Javier Negrete, León Arsenal o Antonio Penadés, cada uno con un particular estilo, pero todos con indudable calidad en la documentación y en la expresión literaria. Junto a ellos despuntan nuevos autores como Sandra Parente, Juan Luis Gomar Hoyos, Arturo Gonzalo Aizpiri, Isabel Barceló y muchos otros.

¿Cree que vuelve a estar de moda entre el público? Decía una editora hace tiempo en este medio, que en tiempos donde hay crisis de identidad, como la actual, los lectores miran al pasado…

Indudablemente en las mesas de novedades se acumulan las propuestas de novelas históricas y de otros subgéneros relacionados como la novela policiaca de ambientación grecorromana o la pseudohistórica de secretos ocultos y conspiraciones imposibles. Lo positivo de esta acumulación es que hay novelas para todos los gustos, desde las más ajustadas a los hechos a las más fantásticas, desde las elaboradas en un lenguaje muy básico hasta las que miman con esmero la expresión literaria.

Lo negativo es que por lo acelerado del mercado editorial habrá muchas obras realmente valiosas que pasen desapercibidas, mientras que se ofrecen en ocasiones, por cuestiones de márketing, otras de baja calidad. Por eso, me parece que la originalidad del planteamiento debería ser un valor a tener en cuenta, aunque precisamente eso es de lo que huyen muchas editoriales que no desean arriesgar.

Puede haber cierto “escapismo” en el consumo de la novela histórica, pero como profesor y enamorado de la literatura, considero que lo importante es que se lea y sobre todo que se disfrute. En realidad ¿para qué leemos si no es para vivir otras vidas y confrontar nuestros pensamientos con otros similares o contrarios?

¿Qué debe tener una novela para ser considerada histórica? ¿Los jinetes del mar lo sería?

En la novela histórica siempre compiten los datos históricos con los literarios. En ocasiones pesa tanto la documentación que algunas novelas se asemejan más a monografías sobre la época. En otros casos, en cambio, se da menos importancia al rigor histórico y se opta por lo literario. Es muy difícil encontrar el equilibrio entre  los términos aparentemente contradictorios de “novela” e “histórica”.

Como ya he expuesto, los datos “históricos” que ofrece el periplo de Hannón son más bien escasos y he intentado rellenar los huecos con los elementos de las novelas de aventuras y del mito. Entendida en este sentido el lector encontrará más aventura que historia y dependerá de sus propios gustos el aceptar o no la propuesta.

Es profesor, como antes nos ha comentado, ¿la novela histórica debe tener una vocación didáctica?

Se ha dicho que hoy la historia se aprende mucho mejor a través de las novelas que a través de sesudos ensayos. Es cierto que la implicación emocional es mayor en la obra literaria que en la mayoría de las monografías científicas, aunque los anglosajones suelen hacerlas a veces de un modo que casi se leen como novelas. En mi opinión toda obra literaria, aunque el autor se jacte de que no ha pretendido decir ni enseñar nada con ella, debería cumplir la regla de oro de la retórica clásica resumida en tres verbos latinos: docere (enseñar), delectare (deleitar), movere (conmover). La novela histórica participa en gran medida del deleite que supone una obra literaria bien escrita y que logra conmover al lector, pero también hay un componente de enseñanza no desdeñable. En todo caso cada lector tiene sus preferencias: los hay que desean una narración muy ajustada a los hechos que le permita conocer la época en cuestión, mientras que a otros les interesa más el modo en que se le cuenta la historia que los propios contenidos. Y ¿cómo no? todos anhelamos el ideal de poder unir a la perfección ambos aspectos.

En mi caso he intentado respetar los datos “históricos” más aceptados, pero he novelado el resto de acuerdo con el patrón de las novelas de aventuras de todos los tiempos.

¿La novela histórica debe hablar al lector del tiempo presente a través del pasado o eso es un ejercicio mal entendido de presentismo?

Todos sabemos que el pasado es un lugar extraño. Ya no existe, y en el caso concreto del Mundo Clásico, es mucho más lo que no sabemos que lo que conocemos, e incluso lo que creemos saber está sujeto a interpretaciones a menudo contradictorias a través del tiempo. La reconstrucción de la Antigüedad, siempre será una reconstrucción “falsa” y mediatizada por el momento histórico en que dicha recreación se elabora. Aunque precisamente ahí está su riqueza.

Por poner un ejemplo, una vez vi una representación “arqueológica” de una comedia de Plauto en la que se respetaba al máximo el texto (estaba en latín) los movimientos e incluso una cierta música. Mi recuerdo es que me resultó tremendamente aburrida, a pesar del gran esfuerzo de los actores. En cambio, si la misma comedia se adapta razonablemente al tiempo actual resulta entretenida e incluso jocosa, tal como era su objetivo.

De todos modos, opino que siempre hay cierto presentismo, ya que la visión del autor está a veces condicionada por su propia sociedad. Por otro lado, el lector necesita asideros conocidos para entrar en una historia que si se presentara de modo “arqueológico” no resultaría, en mi opinión tan atractiva. No obstante, soy muy respetuoso con las decisiones que tome cada autor sobre la novela histórica que desee escribir, así como con las variadas expectativas de los cada vez más numerosos lectores del género.

Los jinetes del mar habla del presente tanto en cuanto nuestras raíces son clásicas y los tópicos del viaje de iniciación son y serán comunes a todas las épocas.

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