La Zaragoza que conquistó Alfonso I el Batallador

Monumento de Alfonso I el Batallador en Zaragoza. (GUILLERMO MESTRE / HERALDO DE ARAGÓN)

José Luis y Alejandro Corral, padre e hijo escritores, han unido sus fuerzas para novelar la vida de Alfonso I el Batallador en la novela Batallador (Doce Robles, 2018). En la siguiente postal para la serie Vacaciones en la Historia, los Corral nos trasladan a la Zaragoza que conquistó el célebre rey guerrero.

[ENTREVISTA JOSÉ LUIS CORRAL: «El Batallador es de los personajes más manipulados en la historia de España”]

La Zaragoza que conquistó Alfonso I el Batalador

Por José Luis Corral y Alejandro Corral.

El 18 de diciembre del año 1118 la ciudad musulmana de Zaragoza se entregó mediante capitulaciones a Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, de Pamplona y de Castilla.

Alfonso no había nacido para ser rey. Hijo segundón del segundo matrimonio del rey Sancho Ramírez, apenas tenía posibilidades para alcanzar el trono. Pero en 1104 murió su medio hermano Pedro I, sin herederos varones, y sin otro heredero, Alfonso Sánchez alcanzó el trono de Aragón y Pamplona, a los que añadiría el de León, aunque de manera efímera por su fracasado matrimonio con su reina Urraca, y el de Castilla.

Zaragoza era a comienzos del siglo XII la floreciente capital de un reino taifa musulmán que acababa de ser (en el año 1110) ocupada por los almorávides, una secta de radicales que habían logrado construir un gran imperio en el norte de África.

A lo largo del siglo XI la ciudad de Zaragoza se había convertido en la gran ciudad en la frontera norte del Islam en Al-Andalus, y como tal tenía un notable prestigio, pues era la metrópoli de la frontera superior del mundo islámico.

La Zaragoza de principios del siglo XII tenía alrededor de 25.000 habitantes, la mayoría de ellos musulmanes, aunque también disponía de un notable continente de ciudadanos judíos, quizás un par de miles, y varios cientos de mozárabes, cristianos que vivían bajo dominio político musulmán. Los mozárabes tenían al menos dos iglesias, la de Santa María y la de Santa Engracia y las Santas Masas.

El centro de la ciudad lo configuraba la medina, encerrada dentro del recinto amurallado de época romana, aunque reformado y reconstruido en varias ocasiones a lo largo de la alta Edad Media. Este espacio ocupaba unas 50 hectáreas, y en él se alzaban los edificios más importantes, como el viejo palacio de la Zuda, sede de los gobernadores califales y de los primeros reyes de la taifa, o la gran mezquita mayor, fundada en el año 714 sobre un templo cristiano y ampliada al menos en dos ocasiones entre los siglos IX y XI.

Ubicada a la orilla derecha del gran río Ebro, Zaragoza se comunicaba con el otro lado mediante un puente de pilonas de piedra, que aprovechaban las antiguas de época romana, que se enlazaban mediante tramos de madera, pues se documenta un incendio que lo destruyó a finales del siglo IX.

Fuera de la muralla de piedra se extendían varios arrabales. El de Altabás era el único que se alzaba en la orilla derecha, junto al puente, en tanto alrededor de la medina había otros tres: el de curtidores (donde se ubicaban industrias de paños y tintes), el de la puerta de Toledo (con instalaciones de hornos y alfares cerámicos) y el de Sinhaya (al sur de la ciudad y de carácter residencial). Este último había sido construido en el siglo XI y ocupaba una enorme extensión tan grande como la propia medina.

Detalle del cuadro Alfonso I de Aragón, de Francisco Pradilla (WIKIMEDIA)

En la afueras de la ciudad, cerca de la puerta de Toledo, se alzaba una imponente fortaleza de planta rectangular, de 87 por 78 metros de lado, y muros ultrasemicirculares de sillares de alabastro, en cuyo interior el rey Al-Muqtádir hizo construir un palacio fabuloso que recibió el nombre de La Aljafería, en recuerdo de uno de los nombres de este soberano musulmán, Abú Yafar. Buena parte de ese palacio, muy restaurado, todavía se conserva (actualmente las Cortes de Aragón ocupan parte del edificio).

Mediada la primavera de 1118 el ejército aragonés reforzado con pamploneses, aquitanos y normandos, entre otros, se presentó ante las murallas de Zaragoza. Tras siete meses de asedio, Zaragoza, a la que los musulmanes llamaban Sarakusta “Madina Albaida” (la Ciudad Blanca), capituló.

Muchos musulmanes se marcharon hacia Levante, pero otros muchos se quedaron sometidos al dominio político cristianos, los llamados mudéjares.

La ciudad cambió por completo y se cristianizó. Sobre la gran mezquita se construyó una catedral románica, otras mezquitas se convirtieron en iglesias, se abandonaros arrabales y se poblaron otros, y se perdió para siempre una cultura extraordinaria.

Zaragoza ya nunca volvería a ser igual.

Vacaciones en la Historia: postales desde el pasado.

1 comentario

  1. Dice ser TdeTeruel

    […], y se perdió para siempre una cultura extraordinaria. […]

    Zaragoza ya nunca volvería a ser igual.

    Una pregunta.

    ¿Lo dice ud. como con pena?

    Más que nada para saber por donde va….

    Que me lo huelo.

    23 julio 2018 | 18:54

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