La Barcelona de 1493, por María López Villarquide

Escaleras de la Plaza del Rey de Barcelona (WIKIPEDIA)

María López Villarquide ha debutado en este 2018 en el panorama literario con la novela La catedrática (Espasa 2018), donde bucea literariamente en la existencia de Luisa Medrano, primera catedrática de la Universidad de Salamanca. La autora nos manda su postal para Vacaciones en la Historia desde la Barcelona que atendía expectante a las nuevas del descubrimiento de las Américas.

[ENTREVISTA MARÍA LÓPEZ VILLARQUIDETras las huellas de Luisa Medrano, la primera catedrática de la Universidad de Salamanca]

Barcelona, 30 de abril de 1493

Estimado amigo,

En una mañana despejada como la de hoy, se ha recibido al capitán con sus noticias del mundo descubierto ¡había de ser venturosa la jornada! sin lluvias, sin nubes, aires limpios para saludar al que sería investido almirante.

He despertado algo tarde y he recorrido las calles aledañas al Palacio Real con cuidado de no perder mi bolsa y enganchar mi capa entre la gente ¡cuál no sería mi sorpresa al toparme con una bulliciosa multitud que embotaba callejuelas y caminos! Yo, que cada mañana acostumbro a darme un paseo y respirar tranquilo sin el agobio de las grandes aglomeraciones, hoy he temido por mi integridad puesto que casi soy arrollado por un carromato al doblar la primera esquina que parte mi calle con la de San Juan. Iban las gentes como poseídas y os aseguro, amigo, que ni la mitad de ellos sabían a ciencia cierta lo que estaba a punto de suceder.

Me arrimé cuanto pude a las piedras que bordean la plaza del palacio pero no logré diferenciar desde la distancia si ya se habían iniciado las comitivas a la sazón: había mucha pompa, eso desde luego. Desplegadas cuan largas eran estaban unas alfombras del color de la granada ya desde la entrada misma, por las escaleras, como si con ellas quisiesen prevenir de suciedades de tierras ignotas al interior del edificio de sus majestades: «no, las Indias no van a llegar hasta el palacio Real, tan sólo el relato de su aspecto».

Vi también baúles de tamaño gigantesco hacinados en las inmediaciones de la plaza del Rey. El olor llegaba hasta más allá de donde la vista se me perdía, un detalle que sumado a los chillidos que se proyectaban desde el interior, me hacían pensar que podrían ser cajas portadoras de bestezuelas y todo tipo de animales exóticos que con toda probabilidad habían de proceder, por supuesto, de las Indias.

Como el gentío no me daba opción a aproximarme me vi obligado a abandonar el lado de la verja y seguir con mi paseo en dirección a la catedral pero, no creerías lo que justo entonces hubo de sucederme: desde el hueco que se abría por un portón de los de las caballerizas, una mano diminuta y peluda con dedos lagos y ganchudos como alambre se asió a mi tobillo derecho con el firme propósito de no soltarme. No grité: sabéis que soy comedido en mis manifestaciones públicas de asombro pues me tengo por un caballero bien discreto, pero aquello era terrible ¡era una criatura demoníaca!

El animal soltó de pronto mi tobillo y salió de su escondite; le colgaba del cuello una tira de terciopelo del mismo color de las alfombras y para cuando pude contemplarlo en toda su anatomía peluda, ganchuda y chillona, vi que detrás de él lo siguiente que se escurría por el hueco del portón era una niña, una jovencita igual de menuda que el diablillo de largas garras, que se desvivía por atraparlo.

La muchacha se abalanzó sobre mi pierna en cuanto vio que el animal se detenía una vez liberado mi tobillo, «disculpadme, es un regalo para la reina, lo han traído para ella pero el pobre parece que quiere retornar al mundo lejano del cual procede. Señor ¿os importaría quedaros así de quieto durante unos segundos hasta que consiga traerlo de nuevo conmigo al Salón del Tinell? Nos esperan para la ceremonia».

Me quedé mudo con la soltura de la joven; una niña que no superaría los ocho años y se expresaba con tan buen tino y sin atisbos de avergonzarse a ante un desconocido como yo: mudo y boquiabierto, os digo. Hice lo que me pidió y fue así como logramos detener a aquel endemoniado bichejo que manso y resignado, no tuvo más opciones que la de regresar con la pequeña al interior del palacio.

«Espero que a su majestad le agrade semejante criatura. Parece muy nervioso ¿no creéis? Y por cierto ¿a quién debo agradecer la liberación de mi tobillo? ¿Cómo os llamáis, niña?». Me miró fijamente, pareció dudar antes de darme una respuesta y al rato me respondió que era Luisa y que debía regresar junto a su familia, que dentro la estaban esperando.

Eso es todo lo que puedo contaros, amigo. Tras el inesperado encuentro regresé a mi casa y desde aquí os escribo estas líneas.

Espero que hayáis disfrutado con la anécdota.

Os saludo y emplazo hasta un próximo encuentro,

Vuestro fiel amigo, P.R.

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2 comentarios

  1. Dice ser Cristobal

    Como es posible que los reyes católicos recibieran a colon en Badalona , si según los seudohistoriadores independentistas Cataluña ya era independiente desde hacia siglos y que lo del reino de Aragon era al reves que era cataluña quien llevaba la voz cantante en todos los asuntos oficiales

    22 junio 2018 | 13:09

  2. Dice ser hotmail

    Aragon era al reves que era cataluña quien llevaba la voz cantante en todos los asuntos oficiales
    Brilliant tutorial. Worked first time. Thank you.

    23 junio 2018 | 04:39

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