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Una colección ‘online’ de criaturas incomprendidas

Cuatro ilustraciones recientes de Renee French

Cuatro ilustraciones recientes de la artista – © Renee French

Son criaturas incomprensibles e incomprendidas. Las sombras grises del lápiz envuelven sus extrañas acciones en un ambiente fantasmal sin quitarles poesía. En las viñetas solitarias de la estadounidense Renee French (1963) las historias comienzan y acaban en el surrealismo de personajes que se sienten lejos de los demás.

Es conocida entre los aficionados al cómic. Con los años se ha convertido en una figura de culto, con historias protagonizadas por una mujer de jabón, chimpancés con vestido, niños de aspecto inusual, peces que boquean sus últimas palabras fuera del agua…

Aunque no es una recién llegada al negocio y sigue publicando, su página oficial no es buen lugar para ver novedades. Al entrar, un mensaje encabeza la home: «Esta web es antigua. Pasa y mira, pero para material actual visita mi blog«.

El blog se ha convertido en un receptáculo de viñetas en blanco y negro que capturan a la artista. French ha encontrado la comodidad en la sencillez de la página, en la que ya lleva años colgando a buen ritmo pequeñas ilustraciones. Es un cuaderno de bocetos que la obliga a añadir a diario una ventana a otro mundo: la autora reconoce el enganche y lo califica de «compulsión seria».

Un ave melancólica, personas con protuberancias que eliminan el rostro, un leopardo de cuyo hocico sale disparado un grupo de moscas… Las últimas ilustraciones que ha publicado las protagoniza una especie de pollito inanimado, hinchable y de gran tamaño, observado por personas que a su lado parecen puntos. French imagina escenas que le resulten desasosegantes, que despierten un miedo que sea dificil de explicar, explora el significado de la belleza e intentar entender por qué es tan importante que algo sea bonito.

Helena Celdrán

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© Renee French

Nubes reales en el interior de una galería

'Nimbus II'

'Nimbus II'

Las nubes del holandés Berndnaut Smilde (Groninga, 1978) tienen una vida efímera y  permanecen suspendidas en la habitación vacía, como en una fantasía surrealista de René Magritte o en la escena ilógica de una película de David Lynch.

La performance fue especialmente creada por el artista para la galería Probe de Arnhem (Holanda) .  Sin retoques ni manipulaciones fotográficas, el artista fue capaz de producir cúmulos y nimbos en espacios cerrados regulando la humedad y la temperatura de la sala y aplicando después una pequeña ráfaga de vapor con una máquina de humo. El resultado del experimento son nubes pictóricas, de esas que al recibir la luz del sol causan el efecto visual de ser suaves y redondeadas, como de algodón, que suelen anunciar tormentas.

'Nimbus'

'Nimbus'

Alrededor se adivina el vapor y debajo se agrupan pequeñas gotas de rocío. El efecto de la creación artificial dura sólo unos instantes en los que Smilde aprovecha para fotografiar el milagro y dejar que los asistentes se maravillen ante una visión tan singular.

Smilde, lejos de causar extrañeza, empezó a gestar la idea para recrear un tópico de los dibujos animados, «una visualización de la mala suerte»: el del personaje con la lluvia sobre la cabeza, empapándolo sólo a él, representando al gafe. «También se puede interpretar como un elemento salido del paisaje de un cuadro holandés colgado en la clásica sala de un museo», dice en una entrevista para la galería que vio nacer las nubes en su interior.

Helena Celdrán

Un repaso al detalle por las pesadillas fantásticas del Bosco

'El carro de heno'

'El carro de heno'

En el panorama artístico de los Países bajos, El Bosco (1450-1516) irrumpió con una colección de símbolos caótica y espeluznante, más propia de las crisis existenciales del siglo XX que de la armonía canónica del arte flamenco.

En 2016 se cumplirán 500 años de su muerte y el artista aún sigue despertando la curiosidad de cualquiera que ve sus pinturas. ¿Cómo es posible que una mente del siglo XV ideara imágenes como la de un pez con piernas, un rostro que parece nacer de un árbol, un barco volando o dos orejas pegadas entre sí y empuñando un cuchillo? Aunque maestros como Jan van Eyck (1395-1441) ya habían demostrado la grandeza de la pintura flamenca antes de que El Bosco naciera, nadie le había dado al arte el giro de pesadilla fantástica que el pintor desarrolló, como llegado de otro planeta.

'Extracción de la piedra de la locura'

'Extracción de la piedra de la locura'

Los críticos se han atrevido verlo como un surrealista del siglo XV que sacó a relucir todo aquello que albergaba en el subconsciente. Otros ven indicios de las prácticas esotéricas de la Edad Media, una fijación por la brujería, la alquimia y la astrología. El historiador del arte Wilhelm Fraenger (1890-1964) lanzó una teoría que aún tiene peso: el pintor era miembro de una secta herética del medievo, los Hermanos del Libre Espíritu, de carácter panteísta, promotora de la promiscuidad sexual y que buscaba alcanzar la pureza de Adán antes de ser desterrado del paraíso. No hay pruebas de que sea cierta la militancia.

De su vida no se sabe casi nada. Jeroen Anthoniszoon van Aeken se hacía llamar Hieronymus Bosch (El Bosco). A la muerte de su padre, sólo el hermano mayor de la familia (Goossen van Aken, también pintor) podía firmar con el apellido paterno. El artista eligió el pseudónimo de Bosch en honor a su ciudad natal, Bolduque (en neerlandés, ‘s-Hertogenbosch o Den Bosch), en el sur de Holanda, a unos 80 kilómetros de Amsterdam.

Parece ser que pintaba de modo directo, con los colores —vivos y contrastados de un modo inusual— todavía mojados y sin crear capas para construir matices en los tonos, pero sí planeaba las escenas de modo exhaustivo antes de  posar el pincel sobre la superficie del lienzo.

Detalle de 'El carro de heno'

Detalle de 'El carro de heno'

Los micromundos de sus cuadros, paneles y trípticos son abrumadores. En conjunto parecen un rompecabezas de mil piezas. De cerca, cada pequeño habitante de la escena podría ser un cuadro en sí mismo. El Cotilleando a… de esta semana es para El Bosco, no con intención de comentar el contexto ni la grandeza de su carrera, sino para fijar la atención en una selección de media docena de detalles de los miles que pueblan sus grandes obras:

1. Los animales humanoides que tiran del carro están en la tabla central del tríptico El carro de heno, fechado entre 1500 y 1502, pero según estudios recientes parece que realizado en 1516. La obra es una de las numerosas pinturas de temática religiosa del Bosco y alude a la condición efímera de la riqueza y el placer (el heno), con guiños a la lujuria, la vanidad y el engaño.

Detalle del infierno de 'El jardín de las delicias'

Detalle del infierno de 'El jardín de las delicias'

El teólogo, historiador y poeta fray José de Sigüenza  los interpretó a finales del siglo XVI como símbolos de los vicios. El pez, el oso, el león, el lobo, el pájaro… Todos tienen un gesto inexpresivo que los acerca al animal y los aleja del humano, pero las posturas son propias de hombres tirando de un gran peso.

2. El ave rapaz coronada con una olla de oro y engullendo a un humano del que sólo queda ya una pierna está en la parte inferior del lado derecho del tríptico de El Jardín de las delicias (1480-1490), la obra más famosa del Bosco. El pájaro de pico ganchudo se ha interpretado como satanás devorando a los condenados sentado en un retrete dorado y defecando a las víctimas en un agujero negro en el que vomitan y defecan monedas unos humanos descoloridos y sufrientes.

Esa zona dedicada al martirio, que recuerda a las espeluznantes (y novedosas) escenas del Infierno de la Divina Comedia descritas por Dante Alighieri, destaca por la viveza de sus personajes demoníacos, la mayoría basados en criaturas y objetos de la naturaleza y de la vida cotidiana y no inventados como simples monstruos fantásticos.

Detalle de 'El Juicio Final'

Detalle de 'El Juicio Final'

3. La criatura con patas de anfibio que sujeta una sartén, fríe a un humano sufriente del que sólo se ven la cabeza, una mano y una pierna.

El Bosco hace un planteamiento del cuerpo humano que aparece ante el espectador actual como un comienzo del cubismo, mostrando una anatomía fragmentada y desordenada 420 años antes de que Picasso iniciara su camino hacia la abstracción.

La bruja cocinera observa entretenida la tortura de un humano condenado a beber orina de un gigantesco barril que no deja de llenarse.  El detalle pertenece a la parte inferior izquierda del panel central del tríptico El Juicio Final, creado poco después de 1482.

Detallle de los incendios de 'El Juicio Final'

Los incendios de 'El Juicio Final'

4. Los incendios del panel derecho de El Juicio Final (el del infierno) se desarrollan en una masa oscura sólo interrumpida por violentas explosiones de luz que bien podrían haber servido de inspiración para las obras más brillantes del pintor romántico inglés J.M.W. Turner. El Bosco reduce las figuras humanas a  dinámicas siluetas y monigotes que expresan agitación y pavor a pesar de su falta de detalles.

El Bosco ilustró paisajes incendiados en varias de sus obras no sólo por la asociación bíblica del fuego con el infierno y el apocalipsis, sino por un hecho biográfico significativo que marcó al artista. En 1463 un terrible incendio redujo a cenizas la ciudad de ‘s Hertogenbosch, en la que el pintor pasó toda su vida. Profundamente conmovido, nunca desechó la imagen de su convulsa mente creativa.

'Cristo llevando la cruz'

'Cristo llevando la cruz'

5. Cada rostro del cuadro Cristo llevando la cruz (1503-1504) podría ser un poderoso retrato en sí mismo. Los colores vivos contrastan con las muecas de las caras distorsionadas por los peores sentimientos humanos, que retan a los cánones de belleza del Renacimiento.

La maldad no reside en un demonio, una gárgola ni una serpiente, sino que emerge de cada personaje que se burla, odia y desprecia al Jesús de gesto triste, pero armónico. La otra cara bondadosa es la de Santa Verónica, una figura apócrifa de la que se dice que limpiaba con su pañuelo el sudor de Cristo en la travesía y que luego descubrió el rostro del crucificado dibujado sobre la tela .

Detalle de 'Las tentaciones de San Antonio'

Detalle de 'Las tentaciones de San Antonio'

6. Las Tentaciones de San Antonio, datado en torno a 1501, es una sobrecarga lisérgica de perversiones. Al contrario que otros trípticos, no representa el sufrimiento de las almas condenadas, sino de una sola persona, un santo ermitaño que consigue mantener la compostura a pesar de lo diabólico de un mundo que se abalanza sobre él con lujuria y maldad.

El detalle más daliniano tal vez se encuentre en la parte superior del panel izquierdo: San Antonio, amenazado por un demonio que sujeta una rama, reza tumbado mientras surca el cielo sobre un sapo desmayado panza arriba.

Helena Celdrán

El silencio de Picasso, el fingimiento de Modigliani, la desfachatez de Kiki de Montparnasse…

Siempre nos quedará París. La frase, un tópico del cine trasladado con frecuencia a la vida cotidiana, retiene algo de verdad. Durante casi un siglo, la capital francesa fue también capital cultural del mundo occidental.

La bonanza había comenzado con el impresionismo de Van Gogh, Monet, Manet, Degas y Renoir, pero la llama estaba lejos de apagarse: quedaba el siglo XX, la vanguardia, la confusión, la ruptura con la tradición que tan segura parecía. Picasso desafió la percepción visual con el cubismo; Apollinaire y después Breton retaron el significado de las palabras.

Los barrios de Montmartre y Montparnasse dejaron de ser simples colinas para funcionar como imán de las mentes más despiertas del mundo. La mezcla producía personajes excéntricos, hambre, miseria, demonios personales, la oposición a la burguesía a la vez que una necesidad de nutrirse de su sensibilidad, el deseo del burgués de participar aunque fuera un poco de la locura de ser pobre…

El Cotilleando a… de esta semana es un repaso por la vida en París de siete artistas de la bohemia del siglo XX. Algunos coincidieron en el tiempo de manera desigual, otros fueron grandes amigos. La capital francesa fue hasta la II Guerra Mundial una narrativa continua de personajes que se entrelazaron, influyeron unos en otros y propiciaron un microclima frágil pero constante que cambió las concepciones artísticas más básicas de la historia del arte.

El joven Picasso en París

El joven Picasso en París

1. Pablo Picasso (1881-1973) llegó a París con 19 años, para la Exposición Universal de 1900. Les Derniers Monet (un cuadro que tapó tres años después con La Vie) fue elegida para representar a España en el evento. No sabía mucho de Francia ni planeaba quedarse demasiado tiempo, pero tampoco veía  una salida clara para su arte en España. Al final se quedó para siempre en territorio francés. El pintor catalán Isidre Nonell le dejó su estudio en la Rue de Gabrielle, en el barrio de Montmartre.

Picasso solía guardar silencio en las reuniones sociales, ocultando su rudimentario francés, y se valía de la mirada para comunicar sus impresiones. Tenía relaciones con muchas de sus modelos y frecuentaba burdeles , pero cuando se enamoraba era sumamente posesivo y celoso, una característica que conservó toda su vida.

Inició su famoso período azulmelancólico y doloroso — entre 1901 y 1904. El detonante del cambio radical en su pintura fue el suicidio de uno de sus grandes amigos españoles en París, el pintor Carlos Casagemas, enamorado de Germaine, una de las amantes ocasionales de Picasso que posaba habitualmente para él. Ella rechazó a Casagemas y a pesar de los esfuerzos de Picasso para que olvidara a la chica, su amigo seguía obsesionado con ella. Casagemas organizó una cena para siete en un restaurante e invitó también a la modelo. Tras lanzar un discurso en francés comunicando que volvía a España para siempre, ella no mostró reacción alguna. En un arranque de desesperación el anfitrión disparó a la chica y tras fallar, se pegó un tiro en la frente. Picasso se sintió culpable de la muerte, se recluyó en su estudio e iluminado con una pequeña lámpara de gas, comenzó a pintar con fiereza.

Amedeo Modigliani antes de su 'transformación'

Amedeo Modigliani antes de su 'transformación'

2. Amedeo Modigliani (1884-1920). El pintor y escultor italiano se instaló en París en 1906. De familia rica venida a menos, Modigliani trataba de preservar su dignidad burguesa, cuidaba su vestuario en todo lo posible y decoró su humilde estudio con reproducciones de pinturas renacentistas y cortinas de felpa. Cuando se relacionaba con el grupo de artistas bohemios de la vanguardia parisina, parecía más bien que se disfrazaba de pobre.

Un año después de vivir en Montmartre sufrió una tranformación: de ser un artista academicista que miraba de reojo el mono de trabajo de Picasso, pasó a renegar de sus obras más canónicas y convertirse en un adicto al alcohol y las drogas, en parte para cubrir los efectos de la tuberculosis que sufría. La enfermedad, crónica y contagiosa, era sinónimo en Francia de aislamiento social y Modigliani se valió de todo aquello que justificara los síntomas y además le ayudara a desprenderse de su timidez.

Apollinaire herido de metralla

Apollinaire herido de metralla

3. Gillaume Apollinaire (1880-1918). El poeta era uno de los personajes más populares del barrio de Montparnasse. Cautivó al joven Picasso con una verborrea de cultura y curiosidad innata. Era capaz de hablar de Nerón, componer una estrofa de cuatro versos, interesarse por la construcción de un muro, describir el aroma de algún suculento plato y sacar tres libros diferentes de sus bolsillos en la misma conversación. Era un burgués bien vestido capaz de hablar de los asuntos más escatológicos tras emitir un discurso de corte académico.

Escribió novelas pornográficas y caligramas, recuperó como crítico literario las obras del Marqués de Sade, perteneció al dadaísmo… Apollinaire luchó en la I Guerra Mundial y fue herido de metralla en la cabeza. Milagrosamente no murió, pero nunca se recuperó totalmente. Fue durante su convalecencia cuando acuñó el término surrealismo. Murió con 38 años víctima de la Gripe Española, una de las epidemias más virulentas de la historia, que terminó con la vida de 50 a 100 millones de personas en sólo dos años.

Kiki de Montaparnasse retratada por Man Ray en 'Noire et blanche'

Kiki de Montaparnasse retratada por Man Ray en 'Noire et blanche'

4. Alice Prin (Kiki de Montparnasse) (1901-1953). De hija ilegítima nacida en un pueblo de la Borgoña a reina de Montmartre. Kiki de Montparnasse era una superviviente nata, descarada y audaz, que cautivaba ya desde la adolescencia por su mezcla de vulgaridad, valentía y sensibilidad. Se convirtió en la musa por excelencia, posó para el japonés Tsuguharu Foujita, el dadaista y surrealista Francis Picabia, el escultor aragonés Pablo GargalloMan Ray también cayó a sus pies. La conoció en 1921 cuando ella montaba un escándalo en una terraza de París. El camarero se negaba a atender a Kiki y a una amiga porque, al no llevar sombrero y estar solas, se les podía confundir con prostitutas. Ella puso un pie descalzo sobre la silla y otro sobre la mesa, vociferando que no vendía sus atributos, que ni ella ni ningún conocido suyo volverían a ir al negocio. Cuando terminó el discurso dio un salto para bajar, calculando el vuelo de su vestido para que se adivinara que no llevaba ropa interior. «¡Sin sombrero, sin zapatos y sin bragas!», exclamó.

Man Ray, fascinado, la observaba desde otra mesa. Tardó poco en proponerle que posara para él. El fotógrafo le hizo cientos de retratos, entre los que hay obras maestras como Noire et blanche y Le violon d’Ingres. Durante seis años fueron inseparables.

Man Ray

Man Ray

5. Man Ray (1890-1976). El fotógrafo estadounidense pasó 20 años en Montparnasse. Con Picasso, Max Ernst, André Masson, Jean Arp y Joan Miró expuso su obra en la primera exposición surrealista de la historia, que se celebró en 1925 en la galería Pierre de París. Junto a los retratos clásicos de personajes como Gertrude Stein y James Joyce, Ray exploró más tarde —junto a su otra musa y compañera artística Lee Miller— la parte más vanguardista de la fotografía con solarizaciones y fotos sin cámara (poniendo los objetos directamente sobre papel fotográfico). Su relación con Kiki de Montparnasse se tornó obsesiva y turbulenta por ambas partes. Los dos eran terriblemente celosos y posesivos y todo el vecindario se enteraba de sus escandalosas peleas.

En 1929 Lee Miller, una modelo estadounidense  recién llegada a París, le pidió a Man Ray ser su asistente. Miller demostró pronto su talento como fotógrafa. Se enamoraron. En la última discusión de pareja con Kiki, en un bar, Ray escapaba bajo las mesas del restaurante mientras la Reina de Montmartre le tiraba platos.

Gertrude Stein (1905-6) - Pablo Picasso

Gertrude Stein (1905-6) - Pablo Picasso

6. Gertrude Stein (1874-1946). Según el crítico de arte del New York Sun Henry McBride (1867-1962), la escritora, poeta y mecenas tenía el don de «coleccionar genios en lugar de obras de arte. Los reconocía de lejos». De familia rica, llegó a París en 1903 con su hermano Leo, también amante del arte, y vivió allí hasta el final de sus días. Pronto comenzaron una colección que llegó a ser de las más notables del mundo. Adquirieron obras de autores como Cézanne, Renoir, Braque, Gauguin y Matisse, pronto se fijaron en Picasso. Gertrude Stein y el pintor congeniaron desde el primer momento. Él encontraba fascinante el aspecto masculino de la millonaria y pidió retratarla. La primera sesión, posando sentada en un sillón medio desarmado, entusiasmó tanto a Stein que decidió volver a diario y permanecer varias horas inmóvil si era necesario para que Picasso capturara su imagen. Tras 90 sesiones, el pintor tiró los pinceles y la toalla y dijo: «Te he dejado de ver cuando te miro». Sólo había pintado la cara y la borró, dejando consternada a la mecenas estadounidense. Picasso pasó unos días en el pueblo catalán de Gosol y cuando volvió se puso frente a lo poco que quedaba del cuadro fallido. Sin ver a su modelo, la retrató de nuevo. El rostro parecía una máscara, la piedra fundacional de Las señoritas de Aviñón: había pintado su primera obra cubista.

Aunque Stein apoyó a grandes artistas y su gusto e intuición eran refinados, había algo reprochable en el modo en que trataba a las piezas de su colección. Las paredes de su casa, en la Rue de Fleurus, estaban plagadas de cuadros de gran calidad, pero apiñados sin demasiado acierto. Para colmo, los artistas acudían a reuniones en casa de los Stein y podían atestiguar los estropicios. Georges Braque ardía por dentro al ver cómo sus obras se ahumaban poco a poco por estar colgadas sobre la chimenea. Picasso se dio cuenta de que dos de sus cuadros habían sido barnizados para que brillaran más: tardó varias semanas en calmarse y volver a la vivienda de la mecenas.

André Breton retratado por Man Ray

André Breton retratado por Man Ray

7. André Breton (1896-1966). El poeta y escritor francés, también ávido coleccionista de cualquier manifestación artística, redactó el Manifiesto Surrealista en 1924 definiendo el movimiento como un «automatismo psíquico puro, por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral». Se peleó con la mayoría de los artistas surrealistas y se sintió con derecho de excluirlos del grupo. Breton era conocido entre la bohemia por sus arranques de cólera, los insultos y las bofetadas en público a cualquiera que lo provocara. Las causas eran de lo más subjetivo. Dirigirle la palabra a su exmujer Simone o no ser lo suficientemente comunista para atender a todas las reuniones del Partido Comunista francés, al que se afilió en 1927, podían ser motivo de abofeteo.

Helena Celdrán

René Magritte: «Detesto a las artes decorativas y los borrachos»

René Magritte en 1965

René Magritte en 1965

«Detesto mi pasado y el de otros. Detesto la resignación, la paciencia el heroísmo profesional y los sentimientos obligatoriamente bonitos«. El pintor belga René Magritte (1898-1967) se comportó de acuerdo a esta frase, hablando muy poco de sí mismo. De su vida hay escasos datos precisos, se asume que a parte del suicidio de su madre ahogándose en el río Sambre, no hay mucho más que contar de los primeros años de vida del artista.

Magritte termina el contundente discurso diciendo: «También detesto las artes decorativas, el foclore, los anuncios, las voces comunicando anuncios, el aerodinamismo, los boy scouts, el olor a naftalina, los acontecimientos del momento y la gente borracha». La recopilación aleatoria de odios, sin relación ni otro fin que el de manifestarlos, también es una pista sobre la continua confusión que siempre cultivó con sus obras.

Magritte con su mujer Georgette

Magritte con su mujer Georgette

Cuando se veía arrinconado y forzado a hablar de su arte mostraba disgusto, aburrimiento y cansancio, actitudes fingidas que escondían sus deseos de trastornar con cada lienzo la normalidad, desordenar los escenarios comunes, las convenciones, la lógica más básica que controla el modo que tenemos de ver las cosas, entregarse al absurdo.

Evitaba que lo llamaran artista y se describía como un hombre que piensa y que comunica sus pensamientos ilustrándolos. No había cosa que más le irritara que el intento de los críticos por analizar su obra en búsqueda de símbolos y significados ocultos. Su idea del éxito era que los cuadros carecieran de cualquier explicación que valiera para satisfacer la curiosidad del espectador.

No le interesaba dibujar jeroglíficos. Cuando alguien intentaba teorizar sobre sus pinturas, él sólo tenía una contestación posible para dar a entender que no había pretendido nada: «Eres más afortunado que yo».

El Cotilleando a… de esta semana es para el pintor surrealista René Magritte, del que escogemos cinco cuadros como recorrido por sus análisis visuales. Todos demuestran la sencillez de un depurado estilo figurativo para expresar con claridad una idea y las escenas sencillas pero inexplicables de un señor de aspecto burgués que contrastaba con la imagen excéntrica de Dalí o la apariencia contundente de Picasso.

Amado y odiado, reflexionaba en silencio, bullendo por dentro sin necesidad de hacerse notar y siguiendo una sencilla afirmación que justifica cualquier escena que se pueda tachar de absurda: lo inesperado proporciona información; lo que se espera que suceda con seguridad no nos dice nada, es lo normal.

'La traición de las imágenes'

'La traición de las imágenes'

1. La traición de las imágenes (1929). «La inteligencia de la exactitud no impide el placer de la inexactitud», decía el artista a finales de los años veinte. En su misión de despojar al pensamiento del disfraz del lenguaje, pintó en 1929 La Trahison des images. Bajo el dibujo nítido y realista de una pipa de fumar escribió con letra de caligrafía escolar Esto no es una pipa: con un método infantil Magritte despojó de convenciones semánticas a una representación que no es el objeto, pero que de manera trivial todo el mundo acaba aceptando que lo es.

«La famosa pipa. ¡Cómo me la reprocharon! Y sin embargo, ¿podrías rellenarla? No, es sólo una representación. ¿No es así? Si hubiera escrito en mi cuadro ‘Esto es una pipa’, ¡hubiera estado mintiendo!», dijo a su amigo y asesor jurídico, el abogado y coleccionista de arte Harry Torczyner. Los límites del lenguaje obsesionaron al pintor, que en los años siguientes repitió el experimento con obras como La clef des songes (La llave de los sueños) que mostraban galerías de objetos nombrados con palabras erróneas.

'La evidencia eterna'

'La evidencia eterna'

2. La evidencia eterna (1930). Magritte realizó este juego visual tras volver de París a Bruselas. En la capital francesa se relacionó con André Breton y las primeras figuras del surrealismo parisino, pero las tensiones personales con aquel y el coste de la vida lo devolvieron a Bélgica.

Con L’Evidence éternelle, el pintor demandaba la atención del espectador para completar el motivo del cuadro, pero con un método muy diferente al empleado en la pintura abstracta. La modelo es su mujer Georgette, fragmentada en cinco óleos.

El precedente de esta pintura, que bien podría verse como una escultura en dos dimensiones, se encuentra tal vez en el cuadro Tentative de l‘ impossible (Intentando lo imposible), dos años anterior, en el que Magritte se retrata creando a Georgette en carne y hueso, dando pinceladas a un brazo inacabado.

'El modelo rojo'

'El modelo rojo'

3. El modelo rojo (1935). El pinto siempre usó su arte para poner a prueba la realidad: en los años treinta fue abandonando su fijación por la relación entre el lenguaje y la imagen y comenzó a estudiar la transformación de los objetos, creando situaciones en las cuales el significado entraba en crisis. Se valía del aislamiento para librarlos de la función original, de la modificación para otorgarles propiedades que no tienen, cambiaba su escala habitual

Le Modele Rouge es un ejemplo de hibridación, una de las técnicas con las que jugaba el artista. En la obra, unos pies humanos se convierten en zapatos. «El problema de los zapatos demuestra cómo lo más primitivo pasa a aceptarse a base del hábito», dijo el artista durante una charla en 1938. La unión del pie con la bota de cuero se presenta en la realidad como una monstruosa combinación y sin embargo en ambos casos se trata de piel.

'Golconda'

'Golconda'

4. Golconda (1953) es una lluvia —o una elevación, según se mire— de hombres con abrigo negro y bombín, similares a Magritte, en un entorno urbano también parecido al del pintor en Bruselas.

A partir de los años cincuenta, el pintor se sumergió en la poesía de las escenas, alejándose de teorías sobre las palabras y los objetos. Al contrario que otros autores surrealistas, no buscaba escándalos, no le gustaba dejarse ver y se ocultaba en la normalidad de la rutina diaria, sin estridencias ni sobresaltos, volviéndose invisible para el mundo real, cuyas normas básicas de coherencia él no compartía. Seguiría esa senda hasta su muerte, a causa de un cáncer de páncreas, a los 68 años.

Golconda se refiere a una ciudad de la India, ahora abandonada, que en el siglo XIII fue conocida por sus minas de diamantes. El extraño título del cuadro no fue idea de su autor, sino del poeta surrealista Louis Scutenaire, que lo visitaba todos los domingos y bautizaba las obras animado por el artista. Curiosamente, Scutenaire murió tras ver un especial en televisión dedicado a su amigo, el 15 de agosto de 1987, el día que se cumplían 20 años de la muerte de Magritte.

'El hijo del hombre'

'El hijo del hombre'

5. El hijo del hombre (1964). En sus últimos años de vida retrató con insistencia al hombre del bombín, muchas veces sin rostro o dado la vuelta, como reacio a aparecer ante el mundo, contagiado de la invisibilidad de su creador: Le fils de l’homme es un autorretrato. «Hay un interés en lo que está oculto y en lo que la parte visible no nos enseña. Este interés puede producir un sentimiento bastante intenso, una especie de conflicto, se podría decir, entre lo visible que está oculto y lo visible que está presente», declaró enigmático en una entrevista un año después de pintar el cuadro.

El autor dijo poco más del cuadro, que pese a ser uno de los más célebres, no está comentado con demasiada intensidad por los estudiosos. La obra ha sido vista como una alusión al pecado en la vida moderna, como una representación de Adán encorbatado… Magritte sin duda se hubiera dado la vuelta al escuchar esas hipótesis, dando la espalda al teórico de turno que trata de inmiscuirse en el universo hermético del hombre del bombín.

Helena Celdrán

Salvador Dalí: discografía completa

"Lonesome Echo" - Jackie Gleason, 1955

"Lonesome Echo" - Jackie Gleason, 1955

Es el disco que utilizaría como condena para mi peor enemigo.

Jackie Gleason (1916-1987) fue inolvidable sólo una vez: cuando interpretó al Gordo de Minnesota en El buscavidas (Robert Rossen, 1961).

Entre sus muchas deficiencias estaba la mood music, ese estilo de mandolinas espaciales que esperas escuchar en una pizzería vacía en la que entras, te sientas y pides algo pese a la seguridad de que te estás condenando a una digestión pesada. No exagero: escuchen (si son capaces).

Lonesome Echo (1955), el atentado, me sirve de coartada para traer a  Top Secret una de las facetas menos aireadas de Salvador Dalí (1904-1989), que hizo de todo, especialmente si reportaba beneficios. También productos musicales.

El diseño para la cubierta del disco de Gleason, por ejemplo.

"Lonesome Echo" - Jackie Gleason, 1955 (reverso)

"Lonesome Echo" - Jackie Gleason, 1955 (reverso)

En la contraportada, el «eminente artista contemporáneo», como es definido en negritas,  se atreve a escribir unas líneas a modo de statement. Son de la misma calaña que las mandolinas:

«El primer efecto es la angustia del espacio y la soledad. El segundo, la fragilidad de las alas de una mariposa, proyectando largas sombras en el atardecer, que reverberan en el paisaje como un eco. El elemento femenino, distante y aislado, forma un triangulo perfecto con el instrumento musical, que es otro eco, la concha».

Dalí no aprendió demasiada literatura de su exnovio García Lorca. «Largas sombras en el atardecer, que reverberan en el paisaje como un eco» es peor que la peor de las pizzas.

El flirteo como (pésimo) diseñador de portadas y (peor) redactor de statements fue sólo el inicio del artista con el negocio del disco.

Diez años después de su colaboración con Gleason editó un flexidisco publicitario pagado por el banco Crédit Commercial de France, una «divina diarrea» muy daliniana que pretendía ser un panegírico a los banqueros, al dólar (jactándose del anagrama Avida Dollars con que André Bretón quiso atacarle al expulsarlo oficialmente del surrealismo) y a la capacidad alquímica del catalán para, según afirmaba, «convertir la mierda en oro».

"Être Dieu" - Salvador Dalí, Igor Wakhévitch y Manuel Vázquez Montalbán

"Être Dieu" - Salvador Dalí, Igor Wakhévitch y Manuel Vázquez Montalbán

En 1974 Dalí, el compositor de vanguardia Igor Wakhévitch (música) y el escritor Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003, libreto) acabaron el desarrollo de la ópera Être Dieu (Ser Dios), un delirio-poema en el que Brigitte Bardot es una alcachofa; Marilyn Monroe, una stripper y Dalí -sí, lo han adivinado-, Dios.

Se llegó a editar en disco en una tirada limitada en 1985, pero hoy resulta inencontrable en el mercado, aunque es fácil de localizar y sufrir gracias a los servidores de descarga directa y otros servicios P2P de Internet.

Para marcar la culminación de la ópera, una suerte de cosmogonía, Dalí dibujó, en 1972, uno de sus últimos autorretratos, un collage en el que puso la cabeza de Marilyn en el cuerpo de Mao. El cuadro fue incautado en 1993 por el servicio de Aduanas de los EE UU porque un cartel de narcotraficantes colombianos lo intentó utilizar para blanquear dinero del tráfico de cocaína. No consta que Dalí o sus herederos hayan cobrado comisión, aunque no resulta improbable.

Être Dieu no fue el último proyecto de grabación fonográfica de Dalí. Faltaba la Palabra.

"Je Suis Fou De Dalí" (1975)

"Je Suis Fou De Dalí" (1975)

En 1975, el incansable artista editó Je Suis Fou de Dalí! (¡Estoy loco, de Dalí!), una recopilación de declaraciones recopiladas de varias entrevistas donde el intento de ser chocante parece simple y llana senilidad.

¿Temario? Se lo pueden imaginar: el «método paranoico-crítico» con el que castigó al mundo desde 1950; el «catolicismo»; loas al pedómano franco-catalán Josep Pujol; la «inmortalidad» (de Dalí, por supuesto y antes que nadie, y de su amigo Walt Disney); el Tour de Francia y otras mandolinas…

El disco puede ser escuchado en la sección dedicada a Dalí de la imprescindible página Ubuweb, que también alberga los spots de televisión que el siempre atento a facturar pintor hizo para Alka Seltzer o el brandy Veterano.

Dalí y su musa Amanda Lear - Foto: Yul Brynner

Dalí y su musa Amanda Lear - Foto: Yul Brynner

No se puede dejar sin mencionar la relación de Dalí con Amanda Lear, una ex-cabaretera, quizá transexual, a la que había convertido en su musa y protegida a mediados de los años sesenta.

Ella sacó réditos a la relación ejerciendo de modelo -por ejemplo, es la mujer con la pantera en la portada del disco For Your Pleasure (1973), de Roxy Music- y cantante de medio pelo.

Amanda terminó siendo una protegida de un capo (Silvio Berlusconi) y apareciendo en la crónica rosa por salir de farra y photo call con parias de los realities.

Creo que Dalí hubiese tenido un destino similar si su predicción de inmortalidad llega a cumplirse.

Ánxel Grove

Fotomatón: nostalgia por el espejo automático

Walker Evans en un fotomatón, 1929

El fotógrafo Walker Evans en un fotomatón (1929)

Ningún artilugio construyó tanta memoria, guardó tanta micro historia, atesoró tanto autorretrato, es decir, fue tan espejo.

Todos hemos entrado en una de esas grandes cajas que instalaban en las calles, en las entradas de sórdidos aparcamientos o las esquinas inútiles nacidas del desorden urbano.

Podría dibujar un mapa con sus ubicaciones en las ciudades de mi infancia. Los fotomatones ennoblecían con una carga de promesa radiante cualquier territorio.

La cortina te exiliaba del mundo; la banqueta se adaptaba a tu altura (esa gran flecha con el sentido del giro era un paradigma de destino y entrega: «ven, yo te conduciré, conozco del camino»); el espejo lateral consentía el ensayo, el acicalamiento antes del encuentro, la última prueba de ti mismo antes de entregarte y ser otro…

Plantabas la mirada a la altura indicada (otra instrucción epifánica: los ojos siluetados frente a ti, en el lugar exacto: «ven, es aquí donde debes mirar, este eres tú»); dejabas caer unas pocas monedas en la ranura; esperabas durante la mínima cuenta atrás, con la sensación de que un nudo corredizo se adaptaba a tu alma; la luz, el flash violento, un fuego que abrasa los puentes que te unían al mundo…

Anatole Josepho, inventor del fotomatón, con una de sus máquinas, a finales de los años veinte

Anatole Josepho, inventor del fotomatón, con una de sus máquinas (finales de los años veinte)

Eres historia.

Hoy traigo a Xpo, la sección de fotografía de este blog, el libro Photobooth. The Art of the Automatic Portrait (Raynal Pellicer. Abrams Books, 285 páginas, Nueva York, 2010).

Mi consejo para los interesados es el de siempre: no lo intenten comprar en España, donde el holding de distribuidores y libreros entiende que los aficionados a los libros de fotografía pertenecemos al consejo de administración de Iberdrola.

En la sucursal inglesa de Amazon lo pueden encontrar desde 13,8 euros más gastos de envío (unos cinco euros más por correo ordinario).

Photobooth. The Art of the Automatic Portrait es un canto a la gloria del fotomatón, un recorrido por la historia de las máquinas de retratos automáticos, una antología de sus posibilidades foto-artísticas y, sobre todo, un suspiro de nostalgia por lo que seguimos arrinconando en el trastero mientras avanzamos por el camino nerdo que nos conduce a la pérdida de la emoción.

Sí, tenemos en el bolsillo un mini fotomatón de Nokia, Apple, Samsung o cualquier otro usurero tecnológico (el iPhone 4 de 16 GB tiene un precio de fábrica de 128 euros y ya ven ustedes lo que cuesta al consumidor a pie de calle), pero nos hemos quedado sin la sorpresa de la puerta abierta.

Photomatic coloreada (1940)

Photomatic coloreada (1940)

Nos han dejado sin las cajas mágicas en las que entrábamos, posábamos haciendo el ganso o intentando ser quienes deseábamos ser y, gracias a los prodigios escondidos de la mecánica y la química, nos convertíamos en crónica.

Como los sin papeles, los descuideros y los malotes, los últimos fotomatones -la palabreja tiene algo del orgullo del fuera de la ley- residen en las comisarias de Policía, esperando a los despistados que siempre dejamos para el último momento la foto del pasaporte. Han dejado de ser instrumental de juego y ensueño para convertirse en apéndices administrativos del Estado vigilante.

El libro de Pellicer -quizá la antología final de fotos automáticas antes de que los fotomatones dejen de existir- relata la historia del invento, patentado en la forma en que lo conocemos  en 1926 por Anatol Josepho, un emigrante ruso establecido en Nueva York. Instaló en la calle Brodway una primera máquina (ocho fotos en ocho minutos por 25 céntimos) y, dado el éxito, vendió el invento a un grupo de inversores por un millón de dólares.

Fotomatones de Elvis Presley tomados en 1954 y 1955 en una máquina en Memphis

Fotomatones de Elvis Presley tomados en 1954 y 1955 en una máquina en Memphis

Las capacidades expansivas de la máquina quedan patentes en los retratos de Elvis Presley, todavía un naciente intérprete de country acelerado en espera de poder escapar del trabajo de mala muerte como camionero y ganar suficiente dinero para comprarle una casa a mamá Gladys.

En el terreno de los sueños de la cabina, Elvis, un chico tímido y de pocas luces, se convierte en fiera: ensaya la mirada lúbrica, el gesto de raptor emocional, la exacta arquitectura del cuello de la camisa…

En la segunda foto, la mejor, la definitiva (quizá porque es la única sin pose, la única en la cual la máquina toma las riendas de la sesión), Elvis reside en el futuro, podría estar cantando la mejor canción de todos los tiempos, Heartbreak Hotel, obligando al mundo entero a abrir los ojos y tragar saliva.

No es el único notable que aparece en Photobooth. The Art of the Automatic Portrait.

El embrujo del fotomatón también fascinó a los surrealistas, que lo utilizaron como extensión fotográfica del automatismo abierto al que pretendían reducir la literatura, y a creadores mucho más inflexibles, como el pintor-carnicero Francis Bacon, subyugado por las metamorfosis del cuerpo como representaciones de los tormentos del espíritu.

Bacon se hizo centenares de fotos automáticas. También obligó a sus amantes y amigos a entrar en la cabina y dejarse sorprender por las mutaciones.

El pintor usaba las fotos como apuntes previos para sus cuadros. La presencia humana en el estudio le inhibía, no era capaz de desollar a sus modelos si estaban presentes.

Fotomatones de Francis Bacon (izquierda) y dos de sus amigos (1966-1967)

Fotomatones de Francis Bacon (izquierda) y dos de sus amigos (1966-1967)

La máquina hacía el trabajo sucio por Bacon. También por cualquiera que entrase en aquel sagrario equipado para convertirte, revelarte, exponerte.

El cineasta Jean-Luc Godard se equivocaba cuando afirmaba que la fotografía «es la verdad».

Tenía bastante más razón el fotógrafo Walker Evans (amigo de los fotomatones) al señalar que el fotógrafo es un «sensualista del gozo» porque «trafica con sentimientos, no con pensamientos».

Tiene bastante gracia (y dice bastante de nuestra condición) que una máquina sea capaz de traficar con tanta sensibilidad con el mismo material.

Ánxel Grove

 

Cuando las damas clásicas reciben la visita del surrealismo

«Siempre sabré algo que tú desconoces», parecen decir con su expresión facial las mujeres que dibuja Colette Calascione (San Francisco, 1971).

Las máscaras, las pelucas, los turbantes e incluso las metamorfosis animales sirven para esconder y celebrar el secreto. Las traigo a mi terreno de Obsesiones por la fijación de la artita por el disfraz, por ocultar el rostro con juegos de otra época.

Colette Calascione - Monkey Love

Colette Calascione - Monkey Love

Calascione muchas veces encuentra su inspiración en fotografías eróticas de principios del siglo XX. Los cuerpos redondeados y las diminutas bocas de labios sellados tampoco son frecuentes en este mundo de top models y risotadas que dejan ver dentaduras perfectas: «Intento llegar a la sonrisa de la Mona Lisa», dice reconociendo su gusto por las expresiones enigmáticas.

Utiliza una técnica para crearlas que se basa en el sistema de capas de color de la pintura clásica. Primero dibuja las líneas y luego las repasa con un lápiz acuarelable.

Las capas proporcionan a la carne el realismo que necesitan: primero un rojo tierra, luego tres capas de blanco, una capa verde que neutralice el rojo…

«Entonces es cuando el color empieza a aparecer y entramos en la parte tortuosa. La tonalidad es lo más importante porque decide la atmósfera del cuadro. Puedo rehacerla diez veces hasta que me siento satisfecha».

Colette Calascione - 2 Faced Portrait

Colette Calascione - 2 Faced Portrait

Las situaciones, sin embargo, contrastan con el arte clásico de las formas cuando la dama disfrazada recibe la visita del surrealismo: siamesas, manos con llagas de las que salen notas musicales, pulpos y monos encaramados en un tocado femenino…

Ni siquiera la artista puede explicar de dónde salen estas escenas, como si ella sólo transmitiera el mensaje que las mujeres disfrazadas se mueren por comunicar: «En la mayoría de los casos son simples visiones y no suelo saber lo que significan hasta años más tarde. A veces me he encontrado con que predecían cosas».

Helena Celdrán