Archivo de diciembre, 2017

La imaginación salvaje de las paradas de bus soviéticas

Hay rincones donde el espacio cotidiano se convierte en una orgía arquitectónica, las formas son dominadas por una imaginación portentosa y desacomplejada, donde una parada de autobús acaba siendo, por ejemplo, una suerte de ovni, escultura sin código, un sueño estrambótico, la deformación alegórica en mitad de la nada, el huevo creativo que eclosiona en la estepa olvidada, a medio camino entre el brutalismo y la fantasía personal. Esto es lo que ocurrió en la antigua Unión Soviética.

SARANSK, Russia. Homage to local lightbulb factory. #sovietbusstops Vol.2 @fuelpublishing .

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Las paradas de autobús de ese territorio, bautizadas como «pabellones del bus», son eso: edificios alzados como arquitecturas inverosímiles. Último reducto de la originalidad en un mundo excesivamente centralizado. Pura extrañeza. Llamaradas en la visión del recién llegado que no sabe responder si son feas o hermosas, genialidades o bazofias.

Anapa, Russia. #sovietbusstops Vol. 2. Now available from Fuel-design.com, Amazon and fine bookstores everywhere.

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A todo viajero que se precie le gustaría esperar al autobús en una de estas paradas. Perder cuantos vehículos fuera necesario. Su belleza reside en lo inusual. Y lo inusual es el enemigo a derribar en este proceso de copia globalizadora que hemos tomado.

Kamenka Каменка, Russia. #sovietbusstops Volume 2, PAGE 93. Available on Amazon and from Fuel-design.com

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El fotógrafo Christopher Herwig ya va por el segundo volumen de su libro Soviet Bus Stops (publicado en septiembre, en Amazon). Ha recorrido 30.000 kilómetros y viajado por 14 países del extinto imperio soviético (Tayikistán, Georgia, Bielorrusia, Lituania, Abjasia, etc.). Ha utilizado todo tipo de transportes: bicicletas, motos, coches, tranvías, y, naturalmente, el autobús. Esta obra encarna su necesario arte de mirar allí donde los panfletos turísticos nos dicen que no hay nada.

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Rocaterrania, el estado más secreto del mundo

Durante muchos años los vecinos de Raleigh, en los Estados Unidos, observaban con suspicacia las hábitos de Renaldo Kuhler: supuestamente, aquel chaleco sin mangas, a juego con los pantalones cortos ajustados por las rodillas, eran el uniforme del Servicio Nacional del Trabajo de un país desconocido.

Nadie sospechó que aquel atuendo representaba en realidad un portal hacia otro mundo.

Rocaterrania es un país que tiene museos, escuelas, policías, ejército, calles peatonales, tranvías, night clubes, casinos, fábricas, casitas adosadas, centenares de habitantes y unas fronteras que delimitan al sur con el Estado de Nueva York, y al norte con la frontera de Canadá.

Está poblado por inmigrantes de la Europa del Este que en las décadas de los 30 y 40 salieron de Nueva York para fundar una nación a orillas de un río, en las tierras rocosas. Eran personas que decían no entender para qué servía la democracia. Deseaban levantar su pequeña Europa en América.

Con los años acabaron desarrollando un idioma propio, el rocaterranski (que comparte familia lingüística con el eslavo y el germano, y que tiene una gramática basada en un español corrupto). Solo los diplomáticos de Rocaterrania están obligados a hablar en inglés para poder tratar con los vecinos Estados Unidos.

Las fronteras con este país están cerradas exceptuando algunos puntos, motivo por el que quizás Rocaterrania sea pobre.

Hay hombres, mujeres y neutants (una raza andrógina), y su capital, Ciudad Eldorado, está considerada como el diminuto París de América. Este núcleo cosmopolita es reconocido por su arquitectura ecléctica – destacan las iglesias de libre inspiración ortodoxa- y por sus dinámicos ciudadanos a los que les gusta, como a Renaldo, lucir trajes originales, de inspiración decimonónica o victoriana.

Por su origen fundacional, la bandera de esta nación se parece a la de los Estados Unidos, solo que en vez de presentar las estrellas de la unión muestra la incógnita de una X.

Rocaterrania alberga estas cosas y muchas más, pero jamás podrás obtener un visado, pues tienes prohibida la entrada física en este territorio ficticio. Es un mundo privado, uno de los muchos que cohabitan en la Tierra- ¿cuántos habrá?-, universos completos imaginados por personas durante su vida, y que los han nutrido de personajes, lenguajes, vidas, tramas, e historia propia. Un pequeño estado soñado durante más de sesenta años por el artista visionario Renaldo Kuhler, ilustrador científico autodidacta que trabajó durante décadas para el Museo de Ciencias Naturales de Carolina del Norte.

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Adagio a una tetera

Picasso pintó guitarras. Cortázar escribió trompetas. Bukowski evocó el sonoro magnetismo de las botellas. Amaban a estos instrumentos, aparatos que tienen linaje y arraigo literario, convertidos en iconos.

La tradición manda que alguien le escriba entonces una oda a esta tetera

Un poema, un relato, una pintura, partitura, que deje subrayada nuestra admiración, porque si aún fuéramos animistas sabríamos que todo objeto doméstico esconde un alma. Una tetera que emite notas, notas que son música, música que es alimento, trascendencia, espíritu que nace de este instrumento de inusual armonía oriental.

Un animista diría que en el fondo de su vasija esta tetera quería ser artista. Vivía quemada, agobiada por líquidos amargos que colapsaban su corazón, y este sería el origen de su aullido, la desesperación que se derrama por la trompa.

El destino de una tetera metálica comprada en el súper es jodido, aciago. Lo sabe toda persona sensible. La tetera nace paria, su casta es baja, acaba siendo el objeto con la peor sonoridad de la casa: ese grito o ladrido, un verdadero lamento. Todos los seres vivos – y las almas de muchos objetos- odiamos el sonido de la tetera.

Los sádicos que las diseñan lo hacen a conciencia: irritante, doliente, un centenar de agujas lanzadas en apabullante torbellino contra el tímpano para que nadie pueda obviar su llamada y se pierda el valioso líquido o aparezca el incendio. A este crimen de lesa tetería lo llamamos utilidad. Aquí tenemos la prueba…

Entonces, ¿qué puede hacer un tetera que quiera cantar, provista en origen de pésimas dotes y con esa trompa?

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Sobrevolar una nebulosa gracias al arte digital

Solo una supernova debería ser considerada como un acontecimiento verdaderamente terrible: un sol que se queda sin combustible, colapsa y explota.

Un acto de extinción que suele dejar a los cometas, lunas, meteoros y planetas que una vez formó, con alguna traslación o rotación por hacer. Es un sol egoísta que recuerda a esos caudillos bárbaros, pater familias que exigían en el día de su muerte ser acompañados por sus esposas y esclavos.

Un acto terrible que, sin embargo, deja estos fascinantes residuos…

Sabemos poco de las nebulosas. Son como el esperma del universo flotando hacia la fecundación de un nuevo sol, o los restos de la zona muerta de un imperio solar decadente: un cementerio en la amplitud máxima de este término, posos de una estrella extinguida contenidos en el vacío que han dejado los mundos que allí giraban.

Las nebulosas encarnan un ciclo, la danza de un luto nupcial que nos recuerda que en el principio está el fin y viceversa. Resultan extrañas las leyes del cosmos que habitamos: un cementerio termina siendo una guardería. La muerte de un sol engendra nueva vida. Las estrellas que lo nutren aparentan gustos necrofílicos. El más temible de los actos termina siendo algo bello.

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El equilibrio imposible del nuevo circo

Cae por su propio peso: somos animales desequilibrados; no sabios, desequilibrados. Un mamífero anhelante, que necesita firmeza, nivelación, estabilidad y simetría. Convencido de que en el equilibrio está su salvación (lo cual siempre es cierto si el suelo está fregado).

Por eso nos gusta el circo moderno, es como magia para el intelecto y los sentidos. Vemos el dominio de estos artistas e inmediatamente recibimos esa imagen de balance universal: cuerpo y mente, física y química. Es la magia de los que consiguen un acto imposible, y que aparentemente solo utilizan músculos y tendones, falanges, pies y narices. Parecen dispuestos a reírse de la mismísima gravedad, esa señora dura y sin corazón, que no se compadecerá de ti aunque acabes descalabrado del tercer piso.

El circo busca sorprendernos con la concentración de estos artistas. Estimula el desequilibrio interior  -la maldad, dirán otros- que nos hace esperar que se caigan del trapecio u otra barbaridad, solo por envidia, no es por sadismo, es porque son culpables de vacilar a unas leyes que el resto de mortales parecemos incapaces de dominar. Esta es la inconfesable emoción que llena las gradas, la gracia del invento.

Damas y caballeros… aquí tienen a un animal torpe y desequilibrado que se ríe de las fuerzas físicas que regulan la armonía y que merece de algún modo ser condenado o aplaudido; seguramente, ambas cosas a la vez.

Ahí está la belleza del circo.

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Tras ver las fotografías de Elsa Bleda nunca más correrás hacia la luz

Siempre le he tenido miedo a la luz, nunca a la oscuridad. Es ella la que te persigue por las avenidas vacías y proyecta en los árboles tus miedos. En la película de El Exorcista el diablo nunca fue el protagonista: era la luz quien te apretaba la garganta.

Anochece en una fotografía de Elsa Bleda. Se ilumina el tendido eléctrico en una barriada sudafricana. La luz deja de ser una onda inocente para ser esa otra cosa cargada de presagios. Si la luz fuera un personaje sería como un visitante de dormitorio oculto entre manchas de neón, una alimaña invisible que marca las esquinas con la orina de un violador, el alien que ejecuta la abducción sin más testigos que tu voz anestesiada. Todo eso es la luz.

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