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El equilibrio imposible del nuevo circo

Cae por su propio peso: somos animales desequilibrados; no sabios, desequilibrados. Un mamífero anhelante, que necesita firmeza, nivelación, estabilidad y simetría. Convencido de que en el equilibrio está su salvación (lo cual siempre es cierto si el suelo está fregado).

Por eso nos gusta el circo moderno, es como magia para el intelecto y los sentidos. Vemos el dominio de estos artistas e inmediatamente recibimos esa imagen de balance universal: cuerpo y mente, física y química. Es la magia de los que consiguen un acto imposible, y que aparentemente solo utilizan músculos y tendones, falanges, pies y narices. Parecen dispuestos a reírse de la mismísima gravedad, esa señora dura y sin corazón, que no se compadecerá de ti aunque acabes descalabrado del tercer piso.

El circo busca sorprendernos con la concentración de estos artistas. Estimula el desequilibrio interior  -la maldad, dirán otros- que nos hace esperar que se caigan del trapecio u otra barbaridad, solo por envidia, no es por sadismo, es porque son culpables de vacilar a unas leyes que el resto de mortales parecemos incapaces de dominar. Esta es la inconfesable emoción que llena las gradas, la gracia del invento.

Damas y caballeros… aquí tienen a un animal torpe y desequilibrado que se ríe de las fuerzas físicas que regulan la armonía y que merece de algún modo ser condenado o aplaudido; seguramente, ambas cosas a la vez.

Ahí está la belleza del circo.

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