Rocaterrania, el estado más secreto del mundo

Durante muchos años los vecinos de Raleigh, en los Estados Unidos, observaban con suspicacia las hábitos de Renaldo Kuhler: supuestamente, aquel chaleco sin mangas, a juego con los pantalones cortos ajustados por las rodillas, eran el uniforme del Servicio Nacional del Trabajo de un país desconocido.

Nadie sospechó que aquel atuendo representaba en realidad un portal hacia otro mundo.

Rocaterrania es un país que tiene museos, escuelas, policías, ejército, calles peatonales, tranvías, night clubes, casinos, fábricas, casitas adosadas, centenares de habitantes y unas fronteras que delimitan al sur con el Estado de Nueva York, y al norte con la frontera de Canadá.

Está poblado por inmigrantes de la Europa del Este que en las décadas de los 30 y 40 salieron de Nueva York para fundar una nación a orillas de un río, en las tierras rocosas. Eran personas que decían no entender para qué servía la democracia. Deseaban levantar su pequeña Europa en América.

Con los años acabaron desarrollando un idioma propio, el rocaterranski (que comparte familia lingüística con el eslavo y el germano, y que tiene una gramática basada en un español corrupto). Solo los diplomáticos de Rocaterrania están obligados a hablar en inglés para poder tratar con los vecinos Estados Unidos.

Las fronteras con este país están cerradas exceptuando algunos puntos, motivo por el que quizás Rocaterrania sea pobre.

Hay hombres, mujeres y neutants (una raza andrógina), y su capital, Ciudad Eldorado, está considerada como el diminuto París de América. Este núcleo cosmopolita es reconocido por su arquitectura ecléctica – destacan las iglesias de libre inspiración ortodoxa- y por sus dinámicos ciudadanos a los que les gusta, como a Renaldo, lucir trajes originales, de inspiración decimonónica o victoriana.

Por su origen fundacional, la bandera de esta nación se parece a la de los Estados Unidos, solo que en vez de presentar las estrellas de la unión muestra la incógnita de una X.

Rocaterrania alberga estas cosas y muchas más, pero jamás podrás obtener un visado, pues tienes prohibida la entrada física en este territorio ficticio. Es un mundo privado, uno de los muchos que cohabitan en la Tierra- ¿cuántos habrá?-, universos completos imaginados por personas durante su vida, y que los han nutrido de personajes, lenguajes, vidas, tramas, e historia propia. Un pequeño estado soñado durante más de sesenta años por el artista visionario Renaldo Kuhler, ilustrador científico autodidacta que trabajó durante décadas para el Museo de Ciencias Naturales de Carolina del Norte.

El país privado cuenta con un gobierno único, una familia real caída en desgracia, sistema de transporte, moneda, prisiones, programas de campamentos de verano, conservation corps, industria cinematográfica en rocaterranski, servicios sociales, mapas geográficos con todas sus ciudades y regiones señaladas, montañas, lagos, cascadas y granjas. Sesenta años dan para imaginar los grandes y pequeños detalles, para visitar muchas veces ese lugar que el resto de mortales tenemos vetado.

La historia reciente de Rocaterrania está marcada por las intrigas y las batallas que son una metáfora de la lucha personal de Renaldo. La monarquía se instauró como sistema político en esta tierra, que está rodeada por naciones republicanas, en su niñez. Rocaterrania entonces, como toda nación inmadura, solo podía ser monárquica.

Renaldo era el hijo de un reconocido diseñador industrial, Otto Kuhler. Vivían en un rancho de las Colorado Rockies, en el que reinaba un ambiente asfixiante. Padecía una soledad espantosa y era un súbdito diligente de sus padres, además del raro. En el colegio sus compañeros y profesores se burlaban de él.

Por los puentes que unen la realidad y la ficción en Rocaterrania regía entonces una monarquía despótica dirigida por la sexy emperatriz Catherine, gobernanta caprichosa que solía mostrarle a sus siervos sus inalcanzables muslos. No era un país perfecto, es cierto, pero sí el único lugar al que Renaldo podía escapar cuando los Estados Unidos de la realidad se le hacían demasiado pesados. Nada tenía que ver con el país de Utopía o un cuento de hadas. Era solo Rocaterrania, su alegoría vital.

Al trasladarse a la universidad, cuando por fin consiguió independizarse de su familia y cambiarse el nombre – originariamente se llamaba Ronald Otto Louis-, una serie insurrecciones y levantamientos transformaron Rocaterrania en un sistema socialista democrático. La libertad alcanzaba a esta nación visceral.

Renaldo continuó durante toda su vida visitando la región invisible, y tomando notas en sus cuadernos de cuanto allí sucedía. Podemos pensar en él como un loco, un animal imaginativo, un visionario, un inventor de mundos, o cómo a mí me gusta hacerlo: un viajero en las regiones desconocidas, un periodista o antropólogo de los lugares que nunca existieron (pero que por ser imaginados ya existen de algún modo), un Herodoto que exploró un mundo nuevo y que tuvo la destreza de transmitirlo. Transcribió su alfabeto, pintó sus mejores estampas, conoció a sus personajes más ilustres, observó sus vestidos y uniformes, sus modas y manías, cenó con gente interesante en la región de New Serbia, y todo hasta el punto de afirmar: «Yo soy Rocaterrania».

Durante muchos años lo mantuvo en secreto porque no quería que las personas poco imaginativas pensaran que algo malo le ocurría. Vecinos incapaces de entender que la habilidad para fantasear es una habilidad para la supervivencia.

La mayoría de sus dibujos y mapas han sido expuestos en el American Visionary Art Museum, en Baltimore, el Gregg Museum of Art & Design de Raleigh, y en la Feira de Arte Outsider de New York.

Murió en el año 2013, siendo viejo.

Lo imagino en un palacio de ElDorado recibiendo honores de cónsul, por haber sido el primero en dar a conocer a los extranjeros su amada tierra y sus principales méritos: fueron pioneros al hallar vida en Marte, al menos en sus películas propagandísticas, en las que exaltan la exploración rocaterraniana del espacio, y donde muestran los valores de libertad con los que se identifican sus ciudadanos.

Hizo una gran labor. Merece los honores. De este país, como vemos, aún tenemos noticias, aunque no podamos viajar a él.

Su historia fue llevada a la pantalla en 2009 por el director Brett Ingram, en formato de documental, bajo el título de Rocaterrania.

También acaba de publicar un libro.

The Secret World of Renaldo Kuhler (Brett Ingram, Blast Books, NY, 2017) from Brett Ingram on Vimeo.

La historia de Renaldo comparte la pasión por el viaje imaginado de Henry Darger, un escritor e ilustrador estadounidense que vivió en Chicago, hecho que no le impidió explorar la nación de los Vivians, situada en un enorme planeta alrededor del cual orbita la Tierra, y habitado por personas católicas. Allí presenció y nos narró- en un manuscrito de más de 15.000 páginas, nutrido por extrañas acuarelas- la insurrección de unos niños esclavos en la Cristiana Nación de Abbiennia.

Este trabajador de la limpieza murió en realidad pobre y sin contar su secreto a nadie. Fue tras su final cuando el casero se encontró con los códigos del planeta: su piso estaba lleno de pinturas, dibujos, cómics, recortes de prensa, imágenes obsesivas de niñas mariposa desnudas perseguidas por soldados con ballonetas. También halló el manuscrito titulado: The story of the Vivians girls, in what is known as the Realms of the Unreal, of the Glandeco-Angelinian War Storm, caused by the Child Slave Rebellion (La historia de las niñas Vivian, en lo que se conoce como los Reinos de lo Irreal, sobre la Guerra-Tormenta Glandeco-Angeliniana causada por la rebelión de los Niños Esclavos)

El solitario y ermitaño Darger había dejado expreso deseo de que las pruebas ardieran si él moría sin haberlo hecho. No quería ser cónsul, solo un visitante secreto, deleitarse en la experiencia privada. No obstante, su casero, Nathan Lerner, que era fotógrafo, incumplió la promesa al percibir el valor de su trabajo, y decidió encargarse de que su obra viera la luz. Hoy se le considera uno de los máximos representantes del arte marginal y está expuesto en American Folk Art Museum de Nueva York.

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Si se me permite una confesión, al tenor de estos lugares inventados, yo mismo viajo a un mundo imaginario cuando no puedo dormir en algunas noches y busco conciliar el sueño. En él ocurren tramas y hay luchas por la supervivencia. Personas que se ve obligadas a recorrer grietas y desiertos, que buscan con determinación un destino viable en una tierra demasiado hostil. Lo cierto es que no entiendo cómo puedo dormirme.

Yo pasaría de contar ovejas, es más efectivo y rico imaginar mundos. Son obsesivos, en cuanto los conoces vuelven a llamarte. Nadie te obliga además a ser su cónsul.

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