Adagio a una tetera

Picasso pintó guitarras. Cortázar escribió trompetas. Bukowski evocó el sonoro magnetismo de las botellas. Amaban a estos instrumentos, aparatos que tienen linaje y arraigo literario, convertidos en iconos.

La tradición manda que alguien le escriba entonces una oda a esta tetera

Un poema, un relato, una pintura, partitura, que deje subrayada nuestra admiración, porque si aún fuéramos animistas sabríamos que todo objeto doméstico esconde un alma. Una tetera que emite notas, notas que son música, música que es alimento, trascendencia, espíritu que nace de este instrumento de inusual armonía oriental.

Un animista diría que en el fondo de su vasija esta tetera quería ser artista. Vivía quemada, agobiada por líquidos amargos que colapsaban su corazón, y este sería el origen de su aullido, la desesperación que se derrama por la trompa.

El destino de una tetera metálica comprada en el súper es jodido, aciago. Lo sabe toda persona sensible. La tetera nace paria, su casta es baja, acaba siendo el objeto con la peor sonoridad de la casa: ese grito o ladrido, un verdadero lamento. Todos los seres vivos – y las almas de muchos objetos- odiamos el sonido de la tetera.

Los sádicos que las diseñan lo hacen a conciencia: irritante, doliente, un centenar de agujas lanzadas en apabullante torbellino contra el tímpano para que nadie pueda obviar su llamada y se pierda el valioso líquido o aparezca el incendio. A este crimen de lesa tetería lo llamamos utilidad. Aquí tenemos la prueba…

Entonces, ¿qué puede hacer un tetera que quiera cantar, provista en origen de pésimas dotes y con esa trompa?

Supongo que su única opción será llamar y llamar- «¡xiuuuu… xiuuuuu!» – al artista y diseñador japonés Yuri Suzuki. No sabemos si el sintoísmo, la fe del Japón ancestral, le ha legado un poso animista, pero Suzuki parece obsesionado con las sonoridades domésticas. Cree necesario rediseñar los espacios auditivos, anhela encontrar nuevas cualidades al eco cotidiano.

Con el objetivo de explorar los reinos musicales establece relaciones inauditas entre el ruido y las personas, e investiga cómo afectan a nuestra mente. Apuesta por el DIY (Do It Yourself, házlo tú mismo) de los instrumentos. Explora su alma para encontrar la vocación artística de estos objetos. Sus aportaciones al diseño han sido varias veces premiadas y sus inventos expuestos en museos de Jerusalén, Londres o Seúl.

Ha diseñado, por ejemplo, un sintetizador, el Ototo, capaz de convertir cualquier cosa en una carne musical, y que fue adquirido por el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Canta el agua, suena el plátano, entona la planta, y si no lo crees, observa…

Ahora sí, los animistas duermen tranquilos gracias a personas como Suzuki: los plátanos están contentos, las teteras sonríen, las plantas responden a tus operetas, porque por fin comprendemos su auténtica alma y vocación.

Solo le falta a nuestra tetera un nuevo Mozart que le escriba un adagio y rondó como lo hiciera en su día el genio vienés a la armónica de cristal que inventara su amigo Benjamin Franklin.

Insisto: alguien debería escribirle una oda o partitura a esta tetera.

1 comentario

  1. Dice ser evitando sustos

    Para los cohetes que se lanzan en las fiestas habría que investigar el modo de hacerlos silbar con tonos distintos. Alguna abertura tipo silbato, o dos, tamaños diferentes, curvaturas, etc, para que se advirtiera desde el inicio de su voladura que iban a hacer explosión y evitarno sasí algún que otro susto, además de enriquecer el ambiente festivo con tonalidades multisonoras.

    07 diciembre 2017 | 18:31

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