La imaginación salvaje de las paradas de bus soviéticas

Hay rincones donde el espacio cotidiano se convierte en una orgía arquitectónica, las formas son dominadas por una imaginación portentosa y desacomplejada, donde una parada de autobús acaba siendo, por ejemplo, una suerte de ovni, escultura sin código, un sueño estrambótico, la deformación alegórica en mitad de la nada, el huevo creativo que eclosiona en la estepa olvidada, a medio camino entre el brutalismo y la fantasía personal. Esto es lo que ocurrió en la antigua Unión Soviética.

SARANSK, Russia. Homage to local lightbulb factory. #sovietbusstops Vol.2 @fuelpublishing .

A post shared by Christopher Herwig (@herwigphoto) on

Las paradas de autobús de ese territorio, bautizadas como «pabellones del bus», son eso: edificios alzados como arquitecturas inverosímiles. Último reducto de la originalidad en un mundo excesivamente centralizado. Pura extrañeza. Llamaradas en la visión del recién llegado que no sabe responder si son feas o hermosas, genialidades o bazofias.

Anapa, Russia. #sovietbusstops Vol. 2. Now available from Fuel-design.com, Amazon and fine bookstores everywhere.

A post shared by Christopher Herwig (@herwigphoto) on

A todo viajero que se precie le gustaría esperar al autobús en una de estas paradas. Perder cuantos vehículos fuera necesario. Su belleza reside en lo inusual. Y lo inusual es el enemigo a derribar en este proceso de copia globalizadora que hemos tomado.

Kamenka Каменка, Russia. #sovietbusstops Volume 2, PAGE 93. Available on Amazon and from Fuel-design.com

A post shared by Christopher Herwig (@herwigphoto) on

El fotógrafo Christopher Herwig ya va por el segundo volumen de su libro Soviet Bus Stops (publicado en septiembre, en Amazon). Ha recorrido 30.000 kilómetros y viajado por 14 países del extinto imperio soviético (Tayikistán, Georgia, Bielorrusia, Lituania, Abjasia, etc.). Ha utilizado todo tipo de transportes: bicicletas, motos, coches, tranvías, y, naturalmente, el autobús. Esta obra encarna su necesario arte de mirar allí donde los panfletos turísticos nos dicen que no hay nada.

Arriving at Hotel Sputnik

A post shared by Christopher Herwig (@herwigphoto) on

Quería con este proyecto invitarnos al viaje, que nos dejáramos llevar por la imaginación que explotó en estos lugares recónditos, con un arte casi alucinógeno que los soviéticos llamaban concepto del espacio monumental. Muchos de estos artistas vivieron apretujados bajo la opresión de los regímenes despersonalizadores, tan aislados que parece que tomaron un rumbo estético distinto a todo.

Las paradas del autobús, según Herwing, fueron de los pocos lugares donde se permitió que la imaginación- única arma auténticamente revolucionaria, camarada- brotara sin límites bajo la consigna de que se enfatizaran los motivos locales y que se obtuviera algo de placer en la espera. Nada sabemos del éxtasis logrado mientras esperaban el 54; tampoco qué entendieron los artistas por temática local.

Random book cover of the day. Amazing. . . . . #books #bookstagram #booknerd #cover #sovietbusstops #stronk

A post shared by Deadwords Collective (@deadwordscollective) on

Herwig se dio cuenta de la repetición y la locura, cada país que cruzaba aportaba su creatividad y un genuino delirio arquitectónico en las paradas perdidas en ese océano telúrico que llamamos Eurasia. Representaciones de pequeñas yurtas o sombreros, de bombillas o casitas coloreadas por frescos oníricos. ¿Cuál es el límite?

«Parecía que cada una tenía una personalidad completamente única. Empecé a darme cuenta de que, detrás del Telón de Acero y de los clichés sobre la Unión Soviética con los que crecimos en Occidente, había millones de personas soñando despiertos y superando los límites de la creatividad», ha dicho en una entrevista a The Guardian.

Los habitantes de los regímenes soviéticos comprendieron que si el arte no era burgués, entonces debía acercarse al terreno del proletariado, y ayer y hoy, en la Rusia comunista o en la España capitalista, los trabajadores, los precarios, los errantes y desposeídos, tienen un altar a su movilidad, una lanzadera espacial hacia el trabajo diario, y ese anodino lugar en el que malgastan las horas es la parada del autobús.

Hoy los trabajadores y precarios del mundo somos tan ilusos que nos hemos creído el cuento de que el arte habita en los museos protegido por espíritus altruistas. Pero las matemáticas nunca fallan: si comparamos las horas de espera en la parada del autobús con las horas invertidas dentro de esos espacios transcendentes llenos de cuadros de hombres muertos, llegaremos a la conclusión que bien algún dirigente pudo haberlo decidido al revés: cuadros en el autobús y espaciosos museos para acoger a los desahuciados que nunca en su vida podrán pagar por ver la obra de un hombre muerto.

Los soviéticos, entre plan quinquenal y visitas guiadas al gulag, no llegaron a tanto. Pero sus habitantes, oprimidos bajo una estética oficial homogénea, sí que cubrieron las estepas viarias, de Moscú a Kazajstán, de Kazajstán a Uzbekistán, de Uzbekistán a Siberia, con estos altares extraños, monumentos gritones, espacios surrealistas y místicos, llenos de utopía y ruptura, que bien en un futuro podrán llamar la atención estética de una civilización extraterrestre.

Porque quién sabe qué concepto de belleza tendrán, o si serán o no burgueses, los seres provenientes de otras galaxias; si pensarán que Las Pirámides y el Greco son una pifia, una bazofia, un artefacto infantil.

Podemos creer – ya que gozamos de la misma imaginación salvaje de los que construyeron estas catedrales gloriosas al tránsito– que un día, en una estepa perdida, estos recién llegados galácticos pasarán allí sus tardes sentados en mitad de esa nada magnífica, observando atónitos las paradas de autobús como si se tratara de un misterio civilizatorio. Al igual que nosotros, aunque no las entiendan, puede que queden fascinados, prendados, sometidos a su influjo bárbaro y exuberante.

Page 22, Soviet Bus Stops Volume 2, published by Fuel. #sovietbusstops

A post shared by Christopher Herwig (@herwigphoto) on

2 comentarios

  1. Dice ser Lenny

    Me parecen geniales en su decadencia. Puertas que no conducen a ninguna parte.

    13 diciembre 2017 | 09:49

  2. Dice ser Lenny

    Puertas que conducen a ninguna parte, mejor dicho.

    13 diciembre 2017 | 09:52

Los comentarios están cerrados.