Archivo de abril, 2014

Cómo fotografiar con una lata de cerveza la trayectoria del sol

'St. Mary Redcliffe' - Justin Quinnell

‘St. Mary Redcliffe’ – Justin Quinnell

En la imagen curvada y azulada se distingue el perfil de una ciudad pequeña, con la torre puntiaguda de una iglesia y a la orilla de un canal o un lago. Sobre el cielo se suceden las estelas de luz, reflejadas también en el agua en un tono verdoso.

Con una lata de cerveza, el fotógrafo inglés Justin Quinnell —también docente y fiel aficionado a los experimentos en sus clases y talleres— fabricó una clásica cámara estenopéica, un sencillo ingenio que representa la técnica fundacional de la fotografía y para el que sólo hace falta poner papel fotográfico en un recipiente cerrado al que se le abre un pequeño agujero para permitir que la luz imprima la imagen del exterior.

Sin embargo le daba vueltas a algo más con la elección del envase. Quinnel adivinaba el potencial que tenía la vulgar lata: el aluminio, indestructible, era el material ideal para permanecer meses a la intemperie y preservar seca y limpia en su interior la imagen que pudiera tomar, no había que vigilarla ni cuidarla y pasaría desapercibida en un lugar solitario.

'3 months in the death of Anna Maria Williams and Mary Cecilia Biddlecombe' - Justin Quinnell

‘3 months in the death of Anna Maria Williams and Mary Cecilia Biddlecombe’ – Justin Quinnell

Las estelas de la imagen son en realidad la trayectoria diaria del Sol captada durante meses. Amarrándola con unas bridas a un poste, la lata capturó silenciosa los caminos de luz desde el solsticio de invierno hasta el de verano. En el paisaje destaca la torre de casi 90 metros de la iglesia anglicana de St. Mary Redcliffe en Brístol (Inglaterra).  La página web del autor cuenta con una galería de 10 fotos tomadas por él con el mismo procedimiento.

En un tutorial de menos de un cuarto de hora, el fotógrafo explica el proceso de fabricación de la cámara todoterreno. Sólo es necesario un poco de cartón negro, cinta americana, un alfiler, la lata y las bridas para convertirse en un artesano de la observación y cultivar una lentitud cada vez más olvidada en la era digital.

Helena Celdrán

Los ‘desfranquiciados’ de la huerta que da de comer a los EE UU


Ver California State Route 99Sin título en un mapa ampliado

La carretera resaltada en el mapa —684 kilómetros desde Sacramento hasta Bakersfield— es una de esas autopistas que han gestado las pastorales estadounidenses del movimiento, el asfalto, la gasolina, los neumáticos y las válvulas. Pero la California State Route 99, más conocida como Highway 99, no tiene la mística profunda de la Highway 61, por donde el blues subió desde la humedad del delta del Misisipi hasta los adoquines de Chicago para mutar en el camino de rural y acústico a eléctrico y urbano; ni el glamour de la Highway 66, la carretera-madre que llevó a pioneros y bohemios de este a oeste del país y viceversa.

La 99, completada en 1933, es una carretera que huele a sudor y labradío, a manos callosas, pieles resecas e injustos jornales de pura subsistencia. La nómina de las poblaciones que sutura el pavimento al lienzo de ocres y verdes del territorio —Visalia, Fresno, Madera, Merced, Modesto, Chico, Yuba City…— no dibuja un pentagrama de blues, jazz o rock and roll, sino de un huapango o una ranchera de relajo de don Ramón Ayala, El Rey.

En California, un lugar que equivocadamente asociamos con platós de cine, surf, empresas del 2.0 y hippies, la carretera 99 es la calle mayor del estado, la arteria principal del lugar del que «come todo el mundo», como decía con exactitud un informe de The New York Times. Atraviesa de norte a sur —cuatro carriles en cada sentido— el Central Valley, una planicie interior de 720 kilómetros de largo y 100 en el punto más ancho, la huerta de la que sale el 8% de la producción agrícola de los EE UU y tiene el 6% de los labradíos irrigados cuando en superficie no alcanza ni el uno por cien del área del país.

Cada año el Central Valley comercializa verduras, frutas y hortalizas por valor de unos 25.000 millones de dólares. Casi todas las cosechas de productos hortícolas no tropicales que comen los EE UU proceden del área, fuente primaria de tomates, uvas, algodón, melocotones y espárragos. En almendras las cuentas son todavía más notables: 6.000 productores y 272 millones de kilos al año de cosecha, el 70% del mundo. El mazapán español y las almendras tostadas de los platos típicos de la India o China son, al menos en gran parte, made in California.

Sería lícito imaginar el Central Valley como una tierra de promisión con extensión y producción agrícola suficientes para que los 6,8 millones de residentes vivan con dignidad y la igualdad social sea un ideal aplicable. Después de todo, los cuatro condados agrícolas más ricos de los EE UU —Fresno, Tulare, Kern y Merced— están en esta franja de terreno donde el sol brilla como media 300 días al año, los inviernos son lo suficientemente fríos pero no en extremo para que las cosechas emerjan con fuerza en primavera y el agua procede de la pureza inagotable de Sierra Nevada, el sistema montañoso del que bajan los acuíferos que dan de beber al valle.

Fue en esta zona donde, durante la Gran Depresión, los inmigrantes que llegaron sin un mendrugo de pan del medio oeste y el sur, comenzaron a instalarse en campamentos de refugiados y, poco a poco, a trabajar la tierra. Dorothea Lange hizo en 1936 en la zona, las fotos de la Madre Migrante  («desposeídos, cosechadores en California. Madre de siete hijos. Treinta y dos años. Nipomo, California», dice el pie de la imagen) que, aunque manipuladas en el cuarto oscuro y publicadas sin permiso de la mujer protagonista,  son presentadas como simbólicas de la pobreza y la injusticia.

La fotógrafa Katy Grannan (1969) ha querido revisar el paisaje que abraza a la autopista del Central Valley. Durante el trabajo de campo para el proyecto The 99 (La 99) —se expone hasta el 26 de abril en la galería Fraenkel de San Francisco— encontró una «danza macabra» de personas perdidas, solitarias, consumidas por la metanfetamina —la región es señalada por las agencias antidroga como base de gran número de laboratorios clandestinos donde se cocina—, bidonvilles en los cáuces resecos por el regadío intensivo o contaminados por los pesticidas, una creciente atmósfera de violencia y una tasa de desempleo que llega al 30% en algunas ciudades cuando la media de California es del 10.

Grannan decidió hacer los retratos bajo la luz de un blanco cegador de la zona, enfrentando los modelos a paredes desvestidas de símbolos diferenciales, como si se tratase de seres perdidos en un mundo de hielo candente. Ya había perfeccionado el estilo en su trabajo previo, Boulevard, una serie [incluyo tras la entrada una galería] sobre encuentros casuales con seres descolocados en las calles de los barrios más prósperos de Los Ángeles y San Francisco.

Las fotos, que, según dice Grannan, están inspiradas en las de Lange, son el reverso amargo de la huerta de los EE UU, repleta de almendras pero poblada por seres humanos desfranquiciados. No hay traducción para el exacto y expresivo adjetivo inglés disenfranchised. Marginado o desfavorecido podrían acercarse en sentido, pero ninguno incluye el matiz primordial: materia sobrante del mejor de los mundos posibles, escoria humana con fecha de caducidad, personas expulsadas del paraíso.

Ánxel Grove

Retratos de seramas, los pollos más presumidos del mundo

'Cocks' - Ernest Goh

Sacan pecho cuando caminan —tanto que pueden ocultar la cabeza tras el cuerpo si se contemplan de frente—, colocan las alas en vertical hasta que casi tocan el suelo y las plumas de la cola son como un pequeño abanico desplegado. Cuando la superficie sobre la que caminan no les agrada demasiado, se sostienen sólo en una pata.

El serama (en malayo Ayam Seramas) es la especie de pollo más ligera y pequeña del mundo. Original de Malasia, no se cría para por su carne sino por motivos decorativos. Es un animal para exhibir que supone un negocio para quienes lo crían profesionalmente: en el país son típicas las competiciones y desde hace unos años la moda ha llegado a Europa y los EE UU.

El gallo o la gallina camina sobre una mesa mientras el jurado evalúa la forma, el tamaño, el plumaje, el comportamiento y el carácter del ave según la categoría en la que participe. Los premios de los concursos son lo suficientemente jugosos como para que cada semana se presenten por lo menos medio centenar de personas con sus respectivos ejemplares.

Cuando el fotógrafo de Singapur Ernest Goh comenzó a retratar a los singulares pollos, no esperaba encontrar tanto carácter en los modelos. Su primer acercamiento a los retratos de animales había sido una colección de fotos de peces y al capturarlos en imágenes se dio cuenta de la riqueza de matices físicos y psicológicos que los humanos pasamos por alto cuando miramos de paso a animales supuestamente anodinos y simples.

'Cocks' - Ernest Goh

Las aves de corral son manejables y dóciles y el serama no es una excepción, pero su actitud es más chulesca que la de otras especies. No les cuesta exhibirse y aprender sencillos trucos para lucirse en la pasarela mientras los contemplan. «Por el modo en que permanecen de pie, los dueños los quieren ver como guerreros, una especie de soldados que se dirigen a luchar. Supongo que es una extraña imagen para proyectarla sobre un pollo, pero cuando realmente ves cómo se mueven en el pequeño escenario, entiendes la idea», dice el autor en un reportaje de vídeo.

En el libro Cocks (Gallos), publicado por la editorial independiente singapurense Epigram Books, Goh recopila muchas de las fotos llamativas del proyecto: cuidadas crestas de perfil, andares casi militares, plumas impolutas, gallinas que parecen llevar tocados de plumas y tienen el plumaje cuidadosamente alborotado… El fotógrafo puso a las aves sobre un fondo negro y el resto lo hicieron ellas con su actitud presumida.

Helena Celdrán

'Cocks' - Ernest Goh

'Cocks' - Ernest Goh

'Cocks' - Ernest Goh

'Cocks' - Ernest Goh

'Cocks' - Ernest Goh

 

'Cocks' - Ernest Goh

Ronnie Lane, de ‘face’ a gitano

Ronnie-Lane (1946-1997)

Ronnie-Lane (1946-1997)

Entre 1965 y 1963, es decir, cuando la música era el gran demiurgo y las canciones, comunión que nos embriagaba con sueños que, como toda locura, eran por definición, ingenuos, Ronnie Lane fue uno de los elegidos para guiarnos con la antorcha.

De barrio obrero —nunca perdió el acento espeso y la mirada de candela de los pilluelos de callejón— e hijo de un camionero, ingresó en la aristocracia del pop británico a los 19 años, cuando cofundó los Small Faces (de cuyo tema-símbolo de 1967 Itchycoo Park escribió la letra). Aparecían semana sí y semana también en las cubiertas de las revistas pop, vestían mejor que nadie sin disfrazarse de aprendices de Buda y competían en brío, actitud y belleza con los Beatles y los Kinks —escuchen esta toma en directo de Tin Soldier y vuelen.

Al terminar la aventura, Lane acabó montando The Faces, donde compartió tablas con Rod Stewart, a quien el futuro depararía muchos matrimonios fallidos y una vejez innoble, y Ron Wood, un borrachín impenitente al que aguardaba un devenir aún más sombrío como comparsa de la empresa geriatrica más rentable de la historia, los Rolling Stones. The Faces fue la banda más abrasiva del Reino Unido durante los primeros años setenta: los únicos blancos que, gracias acaso a la infinita cantidad de cerveza y scotch que consumían, podían sonar como gente de piel negra. El contrabajo de Lane demolía las paredes.

Lane compuso la letra y la música de algunas de las mejores canciones del grupo —la fogosa Richmond (1971), las conmovedoras Stone (1971) y Debris (1972) y la irónica Oh La La (1973)— pero Stewart, que estaba empezando a olisquear las posibildades económicas de que los rubios lo pasan mejor, le robó Mandolin Wind, que usó en su primer disco como solista, grabado como proyecto paralelo al grupo. Lane no quiso litigar con su excolega pero decidió dejar la banda. La importancia que jugaba en el equilibrio interno de la pandilla quedó demostrada cuando, a la semana, The Faces hacían pública la disolución.

Con la liquidación de las regalías, que fueron cuantiosas porque The Faces habían conquistado el mercado de los EE UU con giras en grandes estadios tocando electro-alcohol de incendiaria intensidad y contagiosa alegría, Lane acometió una vuelta de tuerca tan ruinosa como bella: compró una granja en una zona rural y alejada de Gales, se estableció como campesino con su segunda esposa y los hijos de ella y gastó 250.000 libras esterlinas de 1972 —que ahora equivaldrían a dos millones, unos 2,4 millones de euros— en construir un estudio móvil de grabación en un trailer Airstream que importó de los EE UU. Fue el mejor de su tiempo y en él se grabarían discos como Quadrophenia (The Who, 1973), el debut homónimo de Bad Company (1974) y Physical Grafitti (Led Zeppelin, 1975).

"Ronnie Lane & Slim Chance" (1975)

«Ronnie Lane & Slim Chance» (1975)

Convencido de que el rock se había complicado en exceso y era necesario un regreso al camino, Lane montó un circo ambulante con carpas, animadores, bailarinas, «los peores payasos del mundo» y, como broche final, la actuación de su nueva banda, Slim Chance, un grupo abierto por el que pasaron, entre otros, el futuro dúo escocés Gallagher & Lyle. Se lanzaron a recorrer Gran Bretaña en caravanas y autobuses, al estilo de los gitanos nómadas. No había agenda establecida ni conciertos programados: tocaban donde les sorprendía el atardecer o dónde les dejaban, casi siempre sin permisos legales, cobrando muy poco o nada por las entradas y robando ilegalmente la energía eléctrica de los transformadores.

La gira gitana fue un desastre (denuncias, peleas, cortes de luz, actuaciones supendidas por aguaceros…) que dejó a Lane en la ruina, pero la música —con acentos folklóricos de Escocia e Irlanda, espíritu de vodevil y chispeantes versiones zíngaras de clásicos del rock  (la de You Never Can’t Tell fue definida por el maestro Chuck Berry como la mejor que había escuchado)— desprendía la vigorizante frescura de una empresa utópica y valiente.

El mejor de los discos de la época es Ronnie Lane & Slim Chance, grabado con sus compañeros nómadas. Fue el contrapeso perfecto, en 1975, para los excesos ególatras de los dinosaurios aburridísimos que habían convertido el rock en música para fumar porros (Pink Floyd) o hacer el ganso (Queen). Se trata de un álbum transparente, emocional y desnudo, una especie de celebración del puro goce de la música del que sólo encuentro un referente previo, Music from Big Pink (The Band, 1968), otro disparo de gracia, esta vez contra los excesos de la psicodelia hippie.

En 1977 al superestrella convertido en gitano le diagnosticaron esclerosis múltiple —aunque la dolencia no es, que se sepa, hereditaria, su madre y su único hermano la padecieron también—. Lane no se arredró. Recibió la ayuda de viejos colegas (grabó discos con Pete Townshend y Eric Clapton) y se fue a vivir a Austin (Texas-EE UU). Cuando la salud y las complicaciones requirieron atenciones médicas que no podía pagar, Jimmy Page, Rod Stewart y Ron Wood se hicieron cargo de todos los recibos. El cuatro de junio de 1997, Lane murió a los 51 años tras una neumonía que se complicó por la esclerosis.

Acaban de editar  Ooh La La: An Island Harvest, un doble álbum que recopila parte de la música de Ronnie Lane en los años setenta. Es una buena oportunidad para recordar, como hizo en 2000 Paul Weller con el tema He’s the Keeper, al chico con mirada de candela. La primera línea de la letra de la canción-homenaje es la biografía más exacta de Lane: Él es el guardian de la antorcha.

Ánxel Grove

De diseñador y fabricante de prótesis a escultor «biomédico»

'Bellona' - Christopher Conte - Foto: Liza Conlin

‘Bellona’ – Christopher Conte – Foto: Liza Conlin

Bellona, una de las últimas creaciones del artista, es una hermosa araña metálica de formas redondeadas. Tiene un armazón con ornamentos de volutas realizados por un grabador artesano, si se le da la vuelta una esfera de cristal en la parte que corresponde al cuerpo descubre un delicado mecanismo.

"Steam of Consciousness" - Christopher Compte - Foto: Sirris

‘Steam of Consciousness’ – Christopher Compte – Foto: Sirris

Christopher Conte, nacido en Noruega y criado en Nueva York, se especializó en la fabricación de prótesis y pasó 16 años creando extremidades artificiales para amputados. En el tiempo que se dedicó a su profesión no olvidó su formación como artista y diseñador en el Instituto Pratt de Brooklyn: en segundo plano, creaba de modo artesanal «esculturas biomédicas» que sintetizaban su pasión por la biomecánica, la anatomia y los robots. En 2008, dio el salto y decidió trabajar como artista a tiempo completo.

A pesar de presentar con lujo de detalles imitaciones de columnas vertebrales, articulaciones y minuciosos conjuntos de engranajes; la mayoría de sus obras no se mueven por sí solas. El autor (un admirador de las antigüedades y también del modo en que la robótica recrea a la naturaleza) considera más importante expresar la certeza de que podrían ponerse a funcionar y moverse sin necesidad de mostrarlas activas.

Aún así hay piezas como Steam of Consciousness (Vapor de conciencia) que sí disponen de una maquinaria en funcionamiento: la realista calavera de poliuretano (con ojos sin párpados que inevitablemente siempre parecen expresar asombro) va acompañada de una máquina de vapor en miniatura.

Las exquisitas piezas de Conte se venden rápido y la mayoría forman parte de colecciones privadas. Hay escarabajos hechos a partir de máquinas de coser, arañas fabricadas con agujas de tatuar, corazones mecánicos con tuercas dentadas y correas… El artista se enorgullece de usar su herramienta rotatoria como instrumento principal y de elaborarlas todas sin acudir a la alta tecnología, si es necesario lijándolas a mano para darles el acabado que merecen.

Helena Celdrán

'Cardiac Arrest' - Christopher Comte - Foto: © 2012 Liza Conlin and Sirris

‘Cardiac Arrest’ – Christopher Comte – Foto: © 2012 Liza Conlin and Sirris

'Bellona' - Christopher Conte - Foto: Liza Conlin

‘Bellona’ – Christopher Conte – Foto: Liza Conlin

'Victoria' - Christopher Conte - Foto: Sirris and Liza Conlin

‘Victoria’ – Christopher Conte – Foto: Sirris and Liza Conlin

'Vipera Berus' - Christopher Conte - © 2011 Dennis Blachut

‘Vipera Berus’ – Christopher Conte – © 2011 Dennis Blachut

'Precognitive (a.k.a 'Precog') - Christopher Conte - Foto: © 2010 Dennis Blachut (www.dennisblachut.com)

‘Precognitive (a.k.a ‘Precog’) – Christopher Conte – Foto: © 2010 Dennis Blachut (www.dennisblachut.com)

'Lethal Injection Attack Droid Prototype' - Christopher Conte - Foto: Christopher Conte

‘Lethal Injection Attack Droid Prototype’ – Christopher Conte – Foto: Christopher Conte

'Articulated Singer Insect' - Christopher Conte - Foto: Christopher Conte

‘Articulated Singer Insect’ – Christopher Conte – Foto: Christopher Conte

Las ‘diskos’ rurales de Lituania y los escombros de la URSS

© Andrew Miksys

© Andrew Miksys

Mientras baila en la discoteca rural la muchacha proyecta la luz del minivestido blanco y la piel nívea de las hijas del Báltico… Al fondo, a la derecha de la foto, la silueta metálica de Vladímir Lenin mira en la dirección contraria, desaprobando la diversión incluso desde el cementerio de los símbolos vacíos.

No es la única imagen de Andrew Miksys (1969) en la serie Disko —que acaba de ser editada en libro— donde el pasado se introduce por las rendijas para manchar las fotos con rastros de una historia que, pese a no ser demasiado antigua, parece paleolítica. Durante diez años (2000-2010), el fotógrafo recorrió centros comunitarios rurales de Lituania que durante los fines de semana funcionan como discotecas. Las fotos componen una colección de absurdos, inocencia y fascinante cruce de cascotes de demolición como decorado para perfiles del presente.

«A veces hurgaba en las habitaciones traseras y encontraba fotos rotas de Lenin, carteles de cine soviético, máscaras de gas y otros restos de la Unión Soviética…», dice Miksys, que es de familia lituana pero nació y vive en los EE UU, al hablar de los «escombros de un imperio muerto» que acogen las sesiones de música disco y baile. «Era un telón de fondo perfecto para hacer una serie de fotografías sobre los jóvenes de Lituania: un pasado en ruinas y el futuro incierto de una nueva generación juntos en una misma habitación».

Chicos que se han quitado las camisas, gotas rojas que quizá sean sangre sobre el enlosado que han pisado varias generaciones, cortinajes de imposibles tonos escarlata, poses inimitables de sincero aislamiento… Las diskos lituanas que Myskys compendió para el proyecto tienen el poder de la sorpresa y lo singular. El fotógrafo recuerda como una odisea redentora su vagar por la noche sin fin de las carreteras secundarias lituanas en busca de locales: «Nunca supe lo que me iba a encontrar, pero la posibilidad de descubrir una discoteca en algún lugar de la oscuridad y con luces de colores y música vibrante saliendo por las ventanas me empujaron a seguir adelante».

A veces el fotógrafo tuvo problemas por asomarse a espacios que son celosamente cuidados como refugios territoriales por los jóvenes locales. «Estaban confundidos sobre mi presencia en sus discos. ¿Por qué alguien viaja desde los EE UU para fotografiar sus diskos?, me preguntaban (…) Son locales para emborracharse, bailar y a veces pelear, pero yo no hice caso de las repetidas advertencias de mis amigos para que fuera solo a esos lugares. Supongo que mi origen lituano ayudó».

El fotógrafo cuenta con cierta nostalgia que las discotecas rurales están en decadencia por la emigración masiva de los jóvenes lituanos a las ciudades o a otros países de Europa, pero conjetura que la situación «no significa el fin de las discotecas de los pueblos», porque las celebraciones paganas están muy hincadas en las raíces de Lituania, el último país del continente en aceptar el cristianismo. «Durante el solsticio de verano los jóvenes inundan los bosques, saltan desnudos sobre hogueras y hacen el amor entre los arbustos. Me parece que esta tradición pagana fue la primera forma de discoteca y nunca pasará de moda. Después de todo, la luna llena y las estrellas forman una bola de luces bastante impresionante«.

Ánxel Grove

 

Un museo que colecciona «arte demasiado malo para ser ignorado»

'Lucy en el campo con flores', la obra fundadora de la colección del MOBA

‘Lucy en el campo con flores’, la obra fundadora de la colección del MOBA

«Esta es Lucy en el campo con flores. No se sabe si está de pie o sentada y el viento parece estar soplando en dos direcciones. Es nuestra pieza fundadora, es la que lo empezó todo», dice Louise Sacco a un periodista en un reportaje reciente para la cadena de televisión estadounidense CBS.

La mujer enseña el cuadro como si se tratara de una valiosa obra, pero en realidad lo encontraron en la basura. El autor anónimo lo pintó en 1970 por encargo de un familiar de la retratada, Anna Lally Keane, que había muerto dos años antes. A partir de fotografías, el artista creó la confusa visión de la anciana, con expresión sumamente seria, como recogiendo flores y al mismo tiempo con una sospechosa sombra tras ella de lo que parece un sillón.

The Museum of Bad Art (El museo del arte malo) —inaugurado en 1993 por el marchante de arte Scott Wilson y bautizado MOBA en una parodia de las siglas museísticas tan de moda desde hace unas décadas— celebra «el arte demasiado malo para ser ignorado». La humilde pinacoteca está en el sótano de un cine de la ciudad de Somerville (Massachusetts, EE UU) y la llevan uno de sus fundadores (Louise Sacco) y un grupo reducido de personas que ponen al servicio del MOBA sus conocimientos artísticos y de restauración. Todos son voluntarios.

'Mana Lisa', pintura de la colección del MOBA

‘Mana Lisa’, pintura de la colección del MOBA

Amplían su colección con piezas encontradas en ventas de garaje y mercadillos y también reciben donaciones de gente de todo el mundo. El criterio de selección es riguroso: no buscan cuadros horteras bien realizados ni pintados mal deliberadamente. Sacco especifica que se trata de descubrir trabajos en los que «algo salió mal de una manera que resulta interesante», de celebrar «el derecho de un artista a fallar»: la idea se originó en la cabeza del creador y el resultado final sin embargo no comunica ese espíritu al espectador. «Es como la pornografía: es difícil de definir, pero la reconozco cuando la veo», dice divertida la cofundadora del MOBA.

En la página web del museo hay una selección de cuadros destacados y clasificados por categorías. Hay desafortunados retratos de mascotas, arreglos florales que se sostienen solos, paisajes de perspectivas chocantes, misteriosas representaciones de pesadillas que se pierden en la simbología y terminan siendo cómicas… Bajo la imagen proporcionan una descripción técnica y un pequeño texto explicativo, a veces los comisarios tienen la suerte de hablar con los antiguos dueños sobre el origen de la obra.

'Eileen', de R. Angelo Le: la obra robada

‘Eileen’, de R. Angelo Le: la obra robada

A pesar de las modestas instalaciones y del humor con que se toman su misión los encargados de la pinacoteca marginal; con el tiempo han ganado popularidad y han enviado exposiciones itinerantes a varios países. En el colmo del surrealismo, incluso han sido víctimas de dos robos.

El primero fue en 1996: el cuadro sustraido se titulaba Eileen y había llegado a la colección rescatado de la basura por Wilson. Tras su desaparición el museo (fascinado por el acontecimiento) ofreció una recompensa de 6,50 dólares (4,71 euros) y con donaciones llegaron a los 36,73 (26,62 euros). Una década después el supuesto ladrón se puso en contacto con ellos y pidió un rescate de 5.000 dólares (3.624 euros) que, como era de esperar, no recibió. La obra (con el tajo en el lienzo que ya tenía cuando la consiguieron) apareció igualmente.

En la entrada de la Wikipedia del MOBA, redactada por un fervoroso fan que se documentó exhaustivamente y entrevistó al personal varias veces, cuentan que después del robo de Eileen decidieron poner una cámara de seguridad falsa con un cartel avisando de su falsedad. En 2004 se repitió la jugada y alguien se llevó otra pintura, esta vez exigiendo 10 dólares a pesar de no incluir una información de contacto para el pago. Poco después el cuadro apareció. «Las instituciones reputadas se niegan a negociar con delincuentes», declaró Michael Frank (comisario jefe del MOBA) con sorna.

Helena Celdrán

'Charlie and Sheba'

'Gina's Demons'

'See Battle'

 

'The Last Dance'

'The Cupboard was Bare'

'Spewing Rubiks Cubes'

'Sad Baby'