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El dilema de Ceferina: ser agricultora y no tener qué comer

Por Susana ArroyoSusana Arroyo

Ceferina Guerrero vive rodeada de pueblos fantasma: cerca de Repatriación, en Paraguay, todo el mundo se ha ido. Donde antes había casas, campos y escuelas ahora hay soja (y más soja). ‘¿Ves el cordón de miseria en la capital? Esos que viven en las calles y te piden limosna son campesinos, hermanos nuestros que vendieron su tierra a los sojeros y se fueron a buscar una vida mejor’.

Y no la encontraron.

En los últimos 10 años, 900.000 personas han sido expulsadas del campo paraguayo. Se fueron presionadas por la falta de tierra, de semillas y de trabajo, por la crueldad de las sequías y la escasa inversión pública en la agricultura familiar. Pero sobre todo, se fueron presionadas por la expansión voraz de la soja.

La siembra de ese grano cubre más del 80% de la superficie cultivable del país. Su producción ocupa millones y millones de hectáreas, que generan millones y millones de dólares, que enriquecen a pocas muy pocas familias.

Ceferina es una de las pocas campesinas de Paraguay que no han emigrado a la ciudad por culpa de la invasión de la soja. (c) Susana Arroyo / Oxfam Intermón

Ceferina es una de las pocas campesinas de Paraguay que no han emigrado a la ciudad por culpa de la invasión de la soja. (c) Susana Arroyo / Oxfam Intermón

Digan lo que digan quienes defienden el boom sojero, el panorama no es bueno: muchas familias campesinas sin parcelas, muchas propiedades en pocas manos, riqueza mal distribuida y grandísimas extensiones sembradas de un producto, que lejos de satisfacer la demanda nacional de alimentos, se exporta a Europa y China, donde se utiliza como forraje o es convertido en combustible.

¿Qué hacer entonces? A sus 63 años, Ceferina enfrenta un dilema: Irse o quedarse. Vender o conservar su tierra, una parcela de cinco hectáreas que ya ni siquiera logra alimentar a su familia, debido al deterioro de los suelos y al alto precio de las semillas, abonos y herramientas de cultivo.

Si la vende y se va, tendrá dinero en efectivo, pero perderá su casa y su terreno, que aunque pobre, algo de maíz puede darle. ¿El riesgo? Que lo ganado por la venta no le alcance ni para vivir ni para comer.

Si la conserva y se queda, no tendrá ingresos, pero al menos protegerá su patrimonio. ¿Los contras? Su salud puede resultar afectada por las fumigaciones y el consumo de alimentos contaminados por agroquímicos. Las enfermedades gástricas aumentan durante la siembra de soja y las respiratorias, durante la cosecha.

¿Qué harían ustedes?

Ella parece tenerlo claro: ‘Vender nuestras tierras no es la solución. Necesitamos propiedades y más y mejores recursos para sembrarlas. La parcela que no se siembra, se pierde’.

Pero luego duda y tras un silencio largo, añade: ‘bueno, en realidad creo que no tengo alternativa, lo mío no parece un dilema, sino una condena’.

 

Susana Arroyo es responsable de comunicación de Oxfam en América Latina. Tica de nacimiento, vive en Lima. Pide que cambiar el mundo nos valga la alegría, no la pena.

La campesina y el presidente

Por Susana ArroyoSusana Arroyo

Dolores nos recibió con su bebé de poco más de un año, sentada en el patio de una casa de madera que alguien del pueblo tuvo a bien prestarle. Esa vivienda perdida entre potreros, de tablones viejos, ajena y sin ventanas, es su hogar, pero también su cárcel. Como a muchos hombres y mujeres rurales de Paraguay, a Dolores la lucha por la tierra le costó su libertad.

Tiene dos hijos y vive en prisión domiciliaria con Luis, su compañero. Les acusan de participar en un enfrentamiento en Marinakue, las tierras del Estado en las que se habían instalado y que según las leyes paraguayas debe ser para las familias campesinas sin tierra. “Queríamos construir nuestra casa, trabajar la tierra. Pero salió mal. Nos dijeron que nos iban a dar ya la tierra, pero no fue así”.

 

Dolores Peralta en la casa donde permanece en arresto domiciliario en el municipio de Curuguaty (Paraguay) (c) L. Hurtado / Oxfam Intermón

Dolores Peralta en la casa donde permanece en arresto domiciliario en el municipio de Curuguaty (Paraguay) (c) Laura Hurtado / Oxfam Intermón

Nuestra conversación con ella estuvo marcada por una mezcla de esperanza y abatimiento. Y por sus lágrimas contenidas, por su mirada perdida -o encontrada- en los ojos de su pequeño. Parecía estarle prometiendo el futuro que a ella y a Luis se les escurre entre los dedos.

Y es que Dolores bien podría llamarse Fortalezas. Esa mañana nos habló de sus miedos, sus sueños y sus pesadillas. Lloró, sonrió y hasta llegó a ilusionarse: “Sí, hagamos esa campaña mundial para exigir nuestra tierra, así sentiré que no estamos solos”.

Pero de todas las preguntas que le hicimos, sólo una le cambió realmente el semblante. Se sentó derecha, elevó el tono, habló con una firmeza tajante, con coraje.

¿Qué le dirías al presidente Horacio Cartes si lo tuvieras delante?

– He imaginado muchas veces ese momento y si le encuentro le voy a decir muchas cosas. Que somos trabajadoras, que fuimos a esa tierra para trabajarla, para tener cosas que vender, un ingreso para ayudar a nuestros hijos. No somos haraganes. Trabajamos siempre para comer. Al presidente le pedimos que venga a ver cómo vivimos acá, a ver cómo estamos luchando. Queremos que venga, hablar con el que manda.

No podíamos lanzar la campaña Jóvenes sin Tierra = Tierra sin futuro sin contar la historia de Dolores. Y el presidente paraguayo no debería gobernar sin escucharla y garantizar, de una vez por todas, sus derechos.

Pero Cartes sigue en silencio. ¿Qué pasará por su cabeza? ¿Qué le diría él a Dolores si la tuviera delante? ¿Cómo sería esa conversación entre la campesina y el presidente?

 

Susana Arroyo es responsable de comunicación de Oxfam en América Latina. Tica de nacimiento, vive en Lima. Quiere que cambiar el mundo nos valga la alegría, no la pena.