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Mujeres y azadas: una historia desde Brasil

Por Claudia Bañón

“Las mujeres son productivas, creativas, y la naturaleza es vida, así que el hecho de reclamar nuestro poder como mujeres reconociendo el poder de la tierra como un sistema vivo inteligente es el mismo proceso” Vandana Shiva

Maria de Lourdes Feltz Bonaldi, en su terreno del Vale do Ribeira, en el estado de Sao Paulo, en Brasil. Imagen de Inspiraction.

A lo largo de su vida, María de Lourdes Filtz ha visto como el sector de los agronegocios les ha ido arrebatando sus tierras. Además, la industria minera o la imparable construcción de represas plantea graves amenazas para comunidades como la suya, que apuestan por gestionar de manera sostenible los recursos naturales de su entorno. A sus 57 años, María de Lourdes no está sola. Un movimiento de mujeres en Vale do Ribeira, al sur del estado brasileño de Sao Paulo, ha decidido organizarse para resistir ante las empresas que quieren arrebatarles sus tierras. La agroecología y la economía solidaria son sus armas.

Antes, eran las personas de la comunidad quienes plantaban sus semillas, cosechaban sus alimentos y comercializaban sus productos, ahora lo hacen las empresas transnacionales. La llegada, hace varias décadas, de la industria del agronegocio al Vale do Ribeira vino acompañada de la expropiación de los recursos naturales (necesarios para la subsistencia de sus habitantes), degradación de la tierra, pobreza generalizada, criminalización y violencia. Pero no todas las personas se han visto afectadas por igual.

La industria se ha ensañado especialmente con las mujeres. Se ha beneficiado de la división sexual del trabajo para ejercer sobre ellas un trato discriminatorio que las pone en peligro cada día. Las empresas del monocultivo de banana contratan a las mujeres para introducir agrotóxicos utilizando jeringuillas y quedan expuestas de esta forma al Furadán, un veneno prohibido en la Unión Europea. Por si fuera poco, ellas cobran un 30% menos que los hombres en el mismo sector, pero no tienen alternativas a estos trabajos. Además, son muchos los relatos de agresiones, violencia doméstica, explotación sexual y feminicidios entre las mujeres de Vale do Ribeira. En lugares con muchos conflictos e intentos de control y apropiación privada de los territorios, la violencia contra las mujeres se convierte en un instrumento más de intimidación.

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Vendedoras ambulantes: el orgullo de trabajar

Por Cristina Porras Bravo

La sala en la que se reúnen es pequeña, oscura y entra tanto ruido de la calle que casi no pueden oírse. Sin embargo tan solo el brillo de sus ojos es suficiente para entender lo que se está diciendo. Comparten emociones vividas durante su jornada de trabajo: las buenas ventas, los encuentros lindos, los robos, las persecuciones, el acoso, el miedo

La sociedad me mira como si yo fuera una vaga, pero no lo soy. Estoy trabajando. Trabajando para poder mantener a mi familia y eso me duele”, dice Anita, vendedora ambulante de Sao Paulo.

La venta ambulante es un trabajo duro, mal pagado y lamentablemente castigado. Los vendedores ambulantes de todo el mundo son muchas veces vistos como ciudadanos de segunda categoría, maltratados por los clientes, maltratados por las fuerzas de seguridad y carentes de todo apoyo legal. Más aún si son mujeres.

Venden la ropa que nos viste, la comida que nos alimenta, la música que nos acompaña… pero tras sus puestos y mantas las vendedoras ambulantes son invisibles. Sin derechos ni respeto, la sociedad olvida que trabajan para sobrevivir.

“Trabajo con mucha tensión y miedo. Solo me siento segura cuando llego a mi casa. Cuando me veo corriendo perseguida por un agente me siento basura, me traumatiza, me siento basura…basura, basura, basura… es horrible, no tengo otra palabra. Pero aunque vengan una y mil veces yo seguiré aquí una y mil veces”, se reafirma Vânia.

Anita Mendes y Vânia Almeida Andrade son dos mujeres vendedoras ambulantes de entre los 100.000 vendedores que tiene la ciudad de Sao Paulo. Tan solo en Brasil hay más de 2 millones de personas dedicadas a la venta informal en las calles. Las mujeres como ellas sufren la doble discriminación de ser mujeres y ser vendedora ambulante.

En Brasil hasta 1 de cada 3 mujeres ha experimentado violencia. Una violencia que está a la orden del día. Tanto, que según una investigación oficial, cada dos minutos, cinco mujeres son golpeadas violentamente en Brasil.

En este contexto las trabajadoras experimentan diariamente acoso verbal y sexual, intentos de soborno y corrupción, apropiación indebida de sus bienes y el no reconocimiento de su actividad productiva. Trabajan intimidadas por la policía que en cualquier momento puede confiscar todas sus pertenencias, su forma de ganarse la vida, el sustento para su familia. Son rechazadas por la sociedad muchas veces crítica con la venta ambulante; acosadas por clientes… y no tienen ningún respaldo ni apoyo por parte del gobierno.

Lejos de compadecerse y sentirse víctimas estas mujeres se han unido bajo el grito: ¡Somos mujeres! ¡Somos vendedoras ambulantes y queremos trabajar! Un canto que se hincha cuando muestran y verbalizan que están orgullosas de ser quienes son, que son felices vendiendo por las calles porque es su forma de ganarse la vida y de mantener a su familia. Un canto entonado para reclamar derechos que son suyos.  Son mujeres respetables y trabajadoras y la sociedad debe reconocerlo.

Juntas están haciendo de la violencia que sufren una defensa de la alegría. Se reúnen para compartir y sentirse arropadas pero sobre todo para aprender sobre cuáles son sus derechos y cómo pueden reclamarlos ante las instituciones.

Ellas son madres, hijas, hermanas… mujeres que cada mañana caminan largas horas hasta llegar a las calles más transitadas para poder vender sus productos. Mujeres cada día sufren insultos, estafas, robos y persecuciones para poder llevar a casa cada noche algo para mantener a su familia.

En el Centro Gaspar García de Brasil, con el apoyo de InspirAction, están trabajando para defender los derechos de las mujeres vendedoras ambulantes a trabajar y vivir con seguridad, conscientes de sus problemas y de la falta de recursos con los que cuentan.

Cristina Porras Bravo  es responsable de Comunicación Digital en InspirAction 

La mujer tierra

Por Beatriz PozoBea Pozo

A veces es la decisión de hacer una determinada carrera lo que define el futuro de una persona, otras es una casualidad, o un golpe de suerte, incluso un error. En el caso de María Verônica de Santana fue una sequía. Una sequía que ‘afectó sobre todo a las mujeres, porque los hombres emigraron y fuimos nosotras las que nos quedamos cuidando de la casa y los hijos. Y la tierra’. Era 1986. Hasta entonces, María Verônica vivía solo del trabajo de la tierra, pero a partir de ese momento, al organizarse el Movimiento da Mulher Trabalhadora Rural do Nordeste, también se dedicó a luchar por el reconocimiento de los derechos de las mujeres del campo. Su primer éxito llegó dos años después cuando su trabajo pasó de considerarse una labor doméstica a una profesión.

María Verônica de Santana. Imagen: Pablo Tosco/ Oxfam Intermón

María Verônica de Santana. Imagen: Pablo Tosco/ Oxfam Intermón

No obstante, María Verônica sabe que su trabajo no puede desligarse de la realidad política de su país y que la vida de las trabajadoras del campo depende del rumbo que este tome y de que se produzca un cambio nacional en el trato a las mujeres. El problema está en que la sociedad allí es ‘patriarcal y machista’, y que la democracia ‘no funciona’ porque ‘el Estado brasileño no fue pensado para el pueblo, fue organizado y diseñado para las élites’. De este modo, ‘en Brasil una vez que votas, se acabó tu participación y la gente se está dando cuenta de que este tipo de democracia representativa no sirve. Necesitamos participar directamente, que la sociedad tenga voz y sea consultada en muchos temas y realmente no es así’.

Por eso defiende una ‘reforma integral’que afecte desde el sistema electoral y de financiación de partidos, hasta la justicia. Ese proceso también debe de servir para que las mujeres participen más en la toma de decisiones. Sin embargo, María Verônica cree que en este momento las mujeres son discriminadas incluso en los propios movimientos ciudadanos y es consciente que, para que la reforma tenga éxito, eso es lo primero que hay que cambiar. ‘Quienes tienen que decir por qué la reforma política es importante para la vida de las mujeres son las mujeres. No pueden ser los hombres, porque históricamente nos han estado diciendo lo que tenemos que hacer. Esto tiene que cambiar dentro del propio movimiento social y en eso estamos peleando las organizaciones de mujeres. La gente no puede esperar a cambiar todo el sistema para después cambiar la vida de las mujeres. Hay que hacerlo desde el principio’.

Así, desde su organización defienden un aumento de la participación política de las mujeres a través de la financiación de campañas, listas electorales con alternancia de género y paridad en todos los espacios mixtos (conferencias, consejos, encuentros), al mismo tiempo que llevan a cabo campañas de concienciación sobre la reforma política.

Hace año y medio, una carta del Movimiento da Mulher Trabalhadora Rural do Nordeste volvía a hablar de las sequías: ‘Las mujeres somos, sin lugar a dudas, las más afectadas por la sequía, las que más esfuerzos desplegamos para garantizar la convivencia con el semiárido, al permanecer, por ejemplo, en lugares de escasa agua para personas, animales y plantas.’. El reto con el que María Verónica comenzó sigue vigente. Las trabajadoras del campo siguen necesitando ayuda, pero ahora cada vez más organizaciones y personas luchan por sus derechos y por empoderar a todas las mujeres de Brasil.

Beatriz Pozo es estudiante de periodismo y comunicación audiovisual. Colabora como voluntaria con el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.