Las Reinas Pepiadas

Por Eloísa Molina

Son las 12 del mediodía. En las transitadas calles de Quito, Ecuador, llama la atención un letrero con la cara de una mujer que parece un anuncio de los años 20.  Junto a él, un rótulo con el nombre  “Las Reinas Pepiadas”. Al entrar al lugar hay una pizarra que describe las especialidades de la casa. Atravesamos un garaje que tiene unas mesas y sillas muy sencillas que, junto a la decoración con objetos originales, fotografías y plantas te invitan a un espacio acogedor, de esos que te inspiran a sacar tu móvil y comenzar una sesión de fotos. Al fondo hay una barra de madera donde se distingue una sonrisa amplia y una voz ronca que con un acento peculiar nos dice: “¡Bien pueda!, ¿qué se van a servir?”. Ella es Maye, una de las tres socias de la arepera Las Reinas Pepiadas. El negocio toma su nombre de uno de los rellenos más populares de las arepas o tortitas más populares venezolanas. Su receta es una mezcla de pollo o gallina, aguacate y mayonesa que te deja enamorado para siempre.

Las Reinas Pepiadas, un emprendimiento social que arrancó en marzo del 2019, lo forman un grupo de mujeres migrantes venezolanas que cocinan y brindan servicios de catering para, entre otros clientes, los Espacios Seguros para Niños que ha puesto en marcha World Vision en diferentes partes de Quito. Las Reinas Pepiadas es, en pocas palabras, un proyecto social de empoderamiento femenino enfocado a generar oportunidades laborales e ingresos económicos para apoyar a familias migrantes. Pero también son un grupo de amigas, un espacio de escucha y apoyo; en definitiva, una familia.

El negocio Las Reinas Pepiadas es también un proyecto de empoderamiento femenino. @World Vision

La inversión en este negocio genera ingresos para ayudar a las 20 mujeres y sus familias, pero además les ofrece oportunidades y herramientas para tener un futuro mejor. Una iniciativa que apoya a mujeres que han decidido tomar las riendas de su vida y trabajar por su futuro y el de su familia, mujeres como Esther, que nos escribe estas palabras:

“Me llamo Esther, soy madre de tres hijos y maestra de matemáticas. Llegué a Ecuador hace más de un año. Migrar significa dejar de “ser” para reinventarse. Significa aprender a dejar ir. Significa renunciar a las cosas con el objetivo de mantener a salvo lo más preciado de mi vida: mis hijos. 3.000 kilómetros me separan de quien era.

Toda tu vida no cabe en un par de maletas; pero cuando los números no suman, cuando los números hablan por sí mismos, sientes la obligación de irte. Los sueños son más grandes de lo que puede contener una sola maleta. Por lo tanto, aprendes a respirar y dejar ir. Dejando atrás a tu padre, sin saber si lo volverás a ver. Dejando atrás a tu hijo mayor, sin saber cuándo volverás a abrazarlo. Dejando de lado la carrera que amas, sin saber si podrás seguirla de nuevo. Tengo que aprender a respirar y dejar ir.

Migrar, en cierta manera, implica huir. Huyendo de tantas preguntas, del hambre, de la incertidumbre, de convertirse en otra estadística, de la muerte.

Cuando decides huir, entiendes que solo puedes meter en el equipaje los momentos que viviste. Ciertamente, toda una vida no cabe en una maleta. Metes los recuerdos y un objeto que te hace mantener la fe; en mi caso, la esperanza de poder recuperar el tiempo perdido con mi hijo y poder volver a enseñar.

Tengo que aprender a creer y esperar.

Aquí estoy, en “pausa”. No soy de aquí ni de allá. Respirar y deja ir para seguir viviendo. Empiezas a ser nostálgico. El sentimiento abrumador de tristeza no desaparece. Aprendes a vivir con ciertas ausencias. Sabes que la tierra sigue girando, pero todavía estás en pausa. Te preguntas quién eres y si esta elección fue la correcta para todos. Mientras tanto, tu hijo sigue creciendo, tu padre sigue envejeciendo, tus estudiantes se gradúan y tus amigos conocen gente nueva. No estás aquí, y tampoco estás allí.

Migrar es convertirse para siempre en un “botón de pausa”, un botón que no sabes cómo cambiar para que se convierta en un “botón de reproducción” y siga avanzando en su vida.”

Según los informes, aproximadamente 35.000 venezolanos abandonan el país cada día. Alrededor de 4 millones de venezolanos han abandonado ya el país en busca de sustento, trabajo y una vida mejor. Hasta ahora, la ONG World Vision ha ayudado a más de 7.000 venezolanos que viven temporal o permanentemente en países vecinos como Colombia, Ecuador, Perú y Brasil.

Eloísa Molina es Coordinadora de Comunicación de World Vision. 

Los comentarios están cerrados.