Walkiria: el agua tiene nombre de mujer

Rosa M. Tristán Rosa Tristán

‘El agua está muy vinculada al hecho de ser mujer. Nos la asignan como pareja porque desde que nacemos ya tenemos asignados el rol que debemos desempeñar con ella. Si la contaminamos, nos quedamos sin ella, pero los hombres no lo ven’. Walkiria Castillo es una de esa mujeres ‘invisibles’ y luchadoras de cuya voz, como si de un grifo abierto se tratara, emanan litros de fortaleza y conciencia ambiental. Campesina en la pequeña aldea de Mina de Agua, cerca de la costa del Pacífico en Nicaragua, lleva tiempo peleando contra la minería de oro que prolifera en su tierra y contamina el recurso que da nombre al lugar en el que nació.

‘¿De qué nos sirve que nos pongan el agua en casa si luego no podemos beberla. He denunciando que la explotación del oro nos está dejando sin agua potable, pero todos los hombres se han puesto en mi contra, también la Alcaldía. Si todas alzáramos la voz sería diferente, pero que sepan que aún sola no me voy a quedar callada, que seguiré reclamando’, asegura mientras mete sus manos en el agua de la pila que ahora tiene en casa.

Cuando la ONG Alianza por la Solidaridad, con fondos de la cooperación española, llevó las tuberías y el saneamiento a las casas de Mina de Agua,  fue una fiesta, especialmente para Walkiria y sus vecinas. No en vano, las mujeres y las niñas de este mundo gastan cada día 125 millones de horas al día en la recogida de agua para el consumo familiar, así que desde ese momento, en Mina de Agua iban a disponer de mucho tiempo libre para otras tareas como estudiar, pasear o descansar.

Un panorama muy parecido ocurría en otros pueblos del mismo departamento. El agua había sido su carga desde que echaron a andar. Emilia Casco, de la comunidad de Santa Anita, tiene bien grabado los años en los que tuvo que acarrearla de lejos, con el bidón en la cabeza, pasando la mitad del día esperando el turno en el pozo. También en Los Genízaros, Griselda Ramírez siente aún en los pies el cansancio de caminar cuatro kilómetros cada día hasta el río.

Por ello, cuando el agua llegó a la puerta de casa, sintieron que era algo suyo y que como responsables debían estar en los organismos comunitarios que se iban a encargar de su gestión y control, los Comités de Agua Potable y Saneamiento (CAPS) que se encargan de los cobros de las tarifas y del mantenimiento de los sistemas para que sea sostenible en el tiempo. Pero no se lo han puesto fácil. Cuando Walkiria quiso entrar en la Junta Directiva del CAPS de Mina de Agua, fue vetada con airadas palabras que quisieron cerrar el grifo de su voz. Los hombres viven una auténtica ‘fiebre del oro’ , una explotación minera que se hace de forma artesanal y derrama el veneno del mercurio en ríos y fuentes. ‘Les dije: ¿de qué nos servirá tener ahora agua en casa si llega contaminada?, pero no quisieron escucharme’, denuncia Walkiria.

Su exclusión no es un caso único: la presencia de mujeres en las juntas directivas de los comités de agua es inferior al 30%. Algunas arguyen falta de tiempo, pero son más las que mencionan los prejuicios sobre su capacidad para unas tareas que requieren movilidad fuera de la comunidad, interlocución con las instituciones estatales o asuntos técnicos en los que, a decir verdad, tampoco los hombres están formados. Sólo algunas se atreven a mencionar las restricciones, explícitas o veladas, que sus maridos o parejas les imponen para que no ocupen cargos directivos, que ellos se sienten dueños de los sistemas de agua potable porque son los titulares de la tierra y la viviendas.

Alianza por la Solidaridad colabora en el departamento de Chinandega con una ‘Escuela de Lideresas’ abierta por Ongawa. Se trata de un lugar en el que se capacita a las mujeres para tareas que se desarrollan en estos comités, partiendo del convencimiento de que la perspectiva de género debe estar presente en unos proyectos a los que ellas están ligados desde la cuna. 

Son personas como Walkiria, quienes en espacios paritarios y compartidos con los hombres sacan a la luz  cuestiones como la minería del oro o las grandes hidroeléctricas que proliferan en Centroamérica, negocios que generan ínfimos beneficios a las comunidades y secan las fuentes de un recurso que, indiscutiblemente, lleva nombre de mujer.

Rosa Martín Tristán es Coordinadora de Comunicación de Alianza por la Solidaridad

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