Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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«Culebrón sensacionalista» ETA/11-M basado en el 0,0132%

Retóricas de ayer, hoy

ISAAC ROSA en El País

28/02/2007

Las recientes palabras del cardenal de Madrid, Rouco Varela, alertando de que «el agnosticismo, el relativismo y el laicismo» colocan a España «en una situación muy parecida a la de los años 30» de forma que «amenazan la existencia de la democracia» son sólo una manifestación más, la última, de algo que ya se ha convertido en un lugar común entre nosotros: la insistencia en trazar paralelismos históricos entre la España republicana y la España actual. Paralelismos que no apuntan tanto a semejanzas entre ambos periodos -tan distintos y lejanos-, cuanto a una advertencia sobre el final trágico que tuvo aquel periodo -la Guerra Civil- y que hoy deberíamos saber evitar.

Más que encontrarnos ante una expresión de la clásica idea de la Historia como «maestra de la vida», se trata de una actualización del pasado que responde a intereses políticos de presente. Y que se realiza desde todas las partes, sin distinción ideológica. Lo hace la Iglesia católica, en ejemplos como el citado, denunciando un anticlericalismo que en el pasado habría llevado al país al desastre y que hoy estaría de nuevo rampante. Lo hace la derecha política y mediática, tanto en versión moderada -desaconsejando las políticas públicas de la memoria para «no reabrir viejas heridas»- como sobre todo en su versión ultramontana, intentando convertir el tiempo presente en un calco del pasado, casi día por día, dramatizando los hechos actuales para convertirlos en un continuo déjà-vu de aquellos años, recurriendo para tal evocación a renombrar hechos nuevos con palabras viejas pero efectistas.

Lo hace también la izquierda, en simetría al uso que desde la derecha se hace del pasado. Si ésta identifica al actual PSOE, a los comunistas o a los nacionalistas como meros epígonos de sus abuelos, también la izquierda recurre con frecuencia a la caracterización de la derecha actual como una simple versión modernizada de la misma derecha rancia, cavernícola, nacionalcatólica y filofascista de los años 30, que pide a gritos en las manifestaciones el fusilamiento del presidente del Gobierno.

Algunos emplean tales paralelismos con intención moderadora, abundando en la conciliadora visión -de origen franquista, por cierto- de aquellos años como un gran error colectivo que nunca más debemos repetir. Para otros, la vinculación del presente con el pasado y su cíclica repetición sirve para reforzar su petición de recuperación de la memoria histórica, a partir del viejo tópico de que los pueblos que desconocen su historia están condenados a repetirla.

Pero en otros casos, me temo, el anacrónico paralelismo es más una amenaza que una advertencia: en el verbo incendiado de algunos parece escucharse, de forma a veces muy transparente, una coacción: «Cuidadito con lo que hacéis, que ya sabéis cómo acabamos en el 36…».

Son los mismos que, cuando se les quedan cortos los paralelismos históricos, recurren a comparaciones más contemporáneas pero en este caso anatópicas, como la insistencia en la figurada «balcanización», equiparando la España actual con la Yugoslavia de los años 90.

La obstinación por estos paralelismos, vengan de donde vengan e independientemente de sus motivaciones originales, remite a un error de apreciación muy extendido: la idea, fuertemente arraigada en los ciudadanos pese a su descarte por los investigadores, de que la Guerra Civil acabó siendo inevitable y, como tal, se debió a unas causas fácilmente identificables, cuando no a las ancestrales «dos Españas». Pese a que los historiadores asumen que el carácter retrospectivo de su disciplina les obliga a evitar la tentación del determinismo, abundan los análisis que, a la hora de observar los años 30, inscriben con trazo firme una correspondencia indudable entre unas causas y un efecto -la guerra- derivado de aquellas, como si de tales hechos devenidos en causas no pudiese sucederse otro resultado más que el ya conocido.

Observado a posteriori, es muy cómodo marcar una cronología y unas responsabilidades que sólo pueden conducir a donde de hecho condujeron: la guerra. Es evidente que si no hubiese habido guerra -y podía no haberla habido, de ahí el rechazo a su inevitabilidad- esos mismos hechos y personajes ya no serían causas irresistibles de una guerra, sino de lo que viniera después, fuese lo que fuese. Con aquellos mimbres se pudo hacer un cesto sangriento como el que conocemos, pero también podían haberse producido otros escenarios sobre los que hoy sólo cabe la especulación ucrónica. Es una tentación contra la que alertan los historiadores, pero ante la que todos sucumbimos: identificar lo anterior a algo como causa de ese algo. O más bien al revés, identificar lo posterior como efecto inexorable de aquello que lo precedió. Es decir, tomar por causas los antecedentes.

Para resistir estas tentaciones simplificadoras, y evitar los anacrónicos paralelismos -sean inconscientes o malintencionados- resulta de gran utilidad un libro de reciente aparición que, hasta ahora, no ha provocado el debate que merece: La guerra que nos han contado. 1936 y nosotros, de Jesús Izquierdo Martín y Pablo Sánchez León. Tras un año en que han proliferado las publicaciones, congresos y conferencias, sería un buen ejercicio de higiene intelectual tomar el guante que arroja este libro, desde una audacia a ratos insolente, pero no por ello exenta de rigor.

La obra, que impugna buena parte de la historiografía sobre la Guerra Civil, cuestiona los métodos de trabajo de los investigadores y propone repensar los relatos elaborados hasta ahora, contiene muchos elementos para la reflexión, para el debate, pues no es un libro para asentir sino para dudar, sopesar y, seguramente, discrepar en algunos de sus planteamientos, en gran parte polémicos -empezando por el cuestionamiento del lenguaje utilizado para referirnos a aquel tiempo-.

Lo pongo ahora sobre la mesa por lo que tiene de antídoto contra esos paralelismos de que hablaba. En primer lugar, por su rechazo a esa idea de la Historia como «maestra de la vida», que el conocimiento del pasado nos proteja del futuro, cosa que los autores consideran un mito historiográfico propio de quienes creen que sin esa utilidad social el conocimiento del pasado carecería de sentido. En segundo lugar, por su insistencia en subrayar la enorme distancia que nos separa de aquel tiempo. Una distancia fruto de la incomprensión real hacia cómo eran aquellos hombres y mujeres, pero también debida a cómo los hemos reinterpretado, a partir de valores propios del presente, hasta llegar a falsearlos. A fuerza de subrayar esta distancia, los autores rozan un vacío en el que parecería imposible el conocimiento del pasado, sólo la conciencia de extrañamiento con aquel tiempo; pero de ahí no se deriva un lamento ni una renuncia, sino una exigencia de mayor rigor y cautela al interpretarlo.

Empezando, como decía, por el lenguaje. Aunque utilicemos hoy las mismas palabras, no estamos diciendo lo mismo. Ni siquiera, advierten, podemos estar seguros de saber qué querían decir nuestros abuelos cuando usaban ciertas palabras que hoy repiten los amigos del paralelismo anacrónico. Y debemos atender a esta cuestión, pues es en el terreno de las palabras donde a veces se opera la vistosa «prueba del algodón» que pretenden algunos. Así por ejemplo, la retórica guerracivilista de los meses previos al estallido de la guerra no puede ser vista como una causa obvia de ésta. Como nos recuerda este inteligente ensayo, cuando ciertos personajes hablaban de la inminencia de una Guerra Civil a principios de 1936 no estaban realmente haciendo un diagnóstico, ni calentando motores para un conflicto esperado e inevitable; se trataba, más bien, de una retórica -peligrosa, pero retórica al fin- destinada a la movilización de sus partidarios. También ahora, y permítaseme el pequeño paralelismo esta vez, las soflamas guerracivilistas que algunos hacen hoy son pura retórica que busca la movilización, la adhesión de los suyos. Lo que nos lleva a una reflexión última, preocupante: ¿cómo es posible que a estas alturas la referencia a la Guerra Civil siga teniendo ese efecto movilizador?

Isaac Rosa es escritor; su último libro es ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! (Seix Barral)

Por la foto muere el pez:
El acusador, en El Mundo; el acusado, en El País

El Roto, al menos, cita la fuente: un taxista. Sabe de lo que habla. Es un maestro.

Llegará el día en que los buenos periodistas completarán sus informaciones citando las fuentes en las que han bebido y con el mayor detalle o proximidad posible. Así, el lector podrá saber si la fuente es más o menos limpia o si, en cambio, -como diría nuestro Arsenio– el periodista ha bebido en un charco.

Hace años, los productos comestibles tampoco citaban sus fuentes. Ahora nadie concibe comerse, por ejemplo, un yogur que no tenga impresa la fecha de caducidad o la lista de ingredientes, con sus gramos, calorías, etc.

Cuanto más identifiquemos a la fuente, mayor calidad, credibilidad e interés tendrá esa noticia. Fulano de Tal, comisario de Tal y Cual, ha dicho bla,bla, bla. Esa fuente es precisa y responsable porque el personaje citado puede desmentir al periodista si lo que ha puesto en su boca no corresponde con lo que él le dijo.

Fuentes de la Comisaría de Tal y Cual han dicho bla , bla , bla… Esta es una fuente mas diluida e imprecisa pero apunta bien.

Fuentes próximas a la investigación dicen bla, bla, bla…… ¡Huy yu yui! Esta fuente empieza oler a chamusquina.

Y no digamos «fuentes de Interior» o «fuentes próximas al Gobierno o a la Oposición».

Pero lo peor de lo peor es cuando recurrimos a las tan socorridas y pueriles «fuentes bien informadas» pues sencillamente quiere decir, según el diccionario oficial del periodismo, «yo mismo».

Y ahora presten atención a la seleción de las fotos de portadas de hoy.

El País regala esa ilustración de honor, centrada, al acusado Ibarretxe en plano medio, en la puerta del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, con este titular en positivo:

Ibarretxe se reafirma ante el juez

El Mundo dedica su ilustración de honor, arriba a tres columnas, al mismo asunto pero con otros personajes. Su foto está dedicada no al acusado sino al acusador: Antonio Aguirre, del Foro de Ermua quien saluda puño en alto al entrar en el mismo Tribunal. El plano general permite apreciar la cara de pocos amigos de varios ciudadanos que, como dice el pie de foto, «abrocan ayer a Antonio Aguirre, del Foro de Ermua«.

El titular de la noticia, a tres columnas, no me parece tan postivo como el de El País:

Ibarretxe dice vivir «en un país de locos» por tener que declarar

Sumario:

El «lehendakari» advierte al juez de que «se está reuniendo con Batasuna y volverá a hacerlo» y acusa al Foro de Ermua de alimentar «el odio y la crispación»

El País rodea la foto de Ibarretxe con noticias negativas sobre el Partido Popular , Bush y Berlusconi (amigos de Aznar)

El Mundo rodea la foto de Antonio Aguirre, del Foro de Ermua, con noticias sobre la venta de dinamita y el 11-M y, de manera sospechosa, el análisis de explosivos, la explosion de ETA en la T 4 de Barajas y los defensores del 11-M .

¡Ah! y en el lugar que el conservador Berlusconi ocupa en El País, El Mundo coloca al socialista José Montilla.

El tiempo de la inteligencia

MANUEL RICO en El País

01/02/2007

Cierta prensa y ciertas tertulias españolas bordean el surrealismo. Cada día nos levantamos con titulares y proclamas que aluden a la supuesta debilidad de la política antiterrorista del Gobierno y a presuntas concesiones políticas a ETA, cuando la realidad lo desmiente rotundamente. La propia ETA, tras el atentado de la T-4, declaró que la Constitución y la legalidad habían sido los límites impuestos por el Gobierno en el llamado proceso de paz; es decir, los establecidos por el Congreso de los Diputados, el Pacto de Ajuria Enea y el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. El sentido común dice que por esa firmeza del Gobierno se produjo, precisamente, el atentado del 30-D. Pues no: el PP afirma lo contrario. Como acto de fe y sin prueba alguna.

Ante esa situación (sin precedente en treinta años de democracia) no son pocas las voces que, a veces desde el progresismo, se colocan en la equidistancia y equiparan la actitud del Gobierno con la de la oposición. «Todos se han equivocado», tal es su lema. Con ello se elude entrar en el fondo, se alimenta el apoliticismo y, de paso, se corre un tupido velo sobre una política, la de la oposición, que quiebra un consenso estratégico que es norma común en toda Europa en materia antiterrorista. No hay equidistancia posible en un asunto de tanta trascendencia para la estabilidad democrática, que afecta a la médula del Estado y al propio sistema constitucional.

Si los hechos nos dicen que el Gobierno no ha efectuado ni una sola concesión política, ¿qué lleva al PP y a ciertos observadores a satanizar una política que no ha llegado, ni mucho menos, tan lejos como lo hizo, hace casi una década, el Gobierno de Aznar, que no sólo negoció con ETA, sino que, además de calificar a la banda con términos de guerrilla de liberación, acercó presos, suavizó la política penitenciaria y proclamó la necesidad de un diálogo? ¿O fue simple casualidad que, tras el atentado de la T-4, Arnaldo Otegi afirmara ante las cámaras de televisión que Aznar fue «más generoso» que Zapatero?

Es preocupante comprobar cómo las desconfianzas que nunca se hicieron presentes tras el fracaso del proceso iniciado por Aznar florezcan ahora, cuando el fracaso no se acompaña esta vez de la necesidad de reconducir medidas favorables a la banda. «Todos son iguales». Ése es el mensaje de la equidistancia, pero la realidad no es así. Si los errores esenciales de Zapatero han sido transmitir un optimismo no acorde con la realidad o no haber detectado insuficiencias de información o de interlocución, no son, en absoluto, equiparables con la falta de sentido de Estado del PP ni con los fallos del proceso anterior. ¿Cómo comparar un error de percepción con el acercamiento objetivo a Euskadi de más de un centenar de presos de ETA y con la concesión de beneficios penitenciarios a miembros de esa banda? ¿Cómo poner en el mismo plano el optimismo de Zapatero con la organización de seis manifestaciones no contra ETA sino contra el Gobierno, cinco de ellas cuando no había atentados? ¿Cómo valorar de igual modo una decisión con respaldo parlamentario (en España y la Unión Europea) que daba continuidad a una política antiterrorista aplicada por todos los Ejecutivos de la España democrática con la descalificación permanente y la reiteración de falsedades?

Cuidado con algunos discursos: no todo vale, no todos los políticos son iguales, no es lo mismo el exceso de optimismo que la deslealtad, la deficiencia de información que las concesiones apresuradas a los terroristas…

La actuación no responsable de la oposición ha tenido dos capítulos adicionales: las mociones presentadas para prolongar en el Parlamento un tenso debate sobre terrorismo y la crítica a la discreción con que se desarrolló, el pasado 12 de enero, el encuentro entre Zapatero e Ibarretxe. Cuando los ciudadanos exigen discreción y eficacia en la lucha contra el terrorismo y en el camino hacia la paz, el PP busca la estridencia, el debate sin conclusiones unitarias, la confrontación abierta.

Más allá de la intencionalidad electoralista, se advierte una actitud de resistencia ante los cambios que se han producido en la realidad vasca y española en los últimos años. Se trata de una apuesta nostálgica por el frentismo que informó la política vasca entre 1999 y 2003, que fue inevitable entonces pero terminó proporcionando réditos sin precedentes al soberanismo. Incluso se ha llegado a afirmarque la situación del País Vasco, al tener un carácter excepcional, ha de resolverse con medios políticos excepcionales (¿?), y ello tras recordar la suspensión por Blair de la autonomía del Ulster, pero sin hacer referencia al hecho de que atentados del IRA, con numerosos muertos, no interrumpieron un proceso de paz compartido por conservadores y laboristas. Esa política de excepcionalidad ¿no sería el mejor favor que se podría hacer a la banda terrorista?

Es cierto que el nacionalismo ejerce una presión muy notable en la vida cotidiana del País Vasco. También lo es que el nacionalismo está en las antípodas de la Ilustración y de una concepción universalista del término ciudadanía. Pero el rigor intelectual nos exige actuar con conciencia de la complejidad de los procesos que viven los colectivos humanos, y valorando los cambios, aunque sean pequeños. Y la realidad es que, a pesar del atentado de Barajas y a pesar del tremendismo con que el PP nos despierta cada mañana, el País Vasco ha experimentado cambios en sentido positivo. No debemos olvidar que a principios de 2004 esa comunidad y la política española estaban marcadas por el Pacto de Estella y por el plan Ibarretxe y que desde entonces han ocurrido muchas cosas. Veamos: las Cortes rechazaron el plan Ibarretxe y los vascos confirmaron en las urnas tal rechazo; hoy son más numerosas y claras las voces dentro del mundo abertzale que abogan por la paz (ahí está la firmeza de Aralar); se ha acrecentado el peso de las posiciones menos radicales en el PNV, hasta el punto de que ese partido apoya al Gobierno central; el número de víctimas del terrorismo ha descendido radicalmente; la kale borroka está a años luz de lo que fue a principios de la década… Es más: la ciudadanía, dentro y fuera del País Vasco, soporta mucho menos la violencia, sea de «baja» o «alta intensidad». Además, la eficacia policial, en Francia y en España, se ha intensificado y la fragilidad de la banda es mayor.

Todos esos son signos que hablan de un avance de la racionalidad y la democracia. Los meses del «alto el fuego» llevaron a que la ciudadanía de Euskadi viviera una experiencia colectiva distinta. En 2006 mejoró la convivencia, se abrieron fisuras en el monolitismo nacionalista, el País Vasco (aunque parezca un aspecto irrelevante, lo creo esencial) fue contemplado como un destino turístico por muchos más ciudadanos de toda España que en años anteriores y avanzó el diálogo cultural entre nacionalistas y no nacionalistas. De esa experiencia positiva, nadie ha salido indemne. Ni siquiera el mundo abertzale, donde las discrepancias comienzan a ser visibles.

Así que no podemos instalarnos en el inmovilismo. Eso llevaría al bloqueo, al establecimiento de dos frentes inconciliables cuyo resultado es nefasto para la convivencia (y, como vimos en 2000, electoralmente ruinoso para las opciones no nacionalistas). No podemos retroceder a un Pacto Antiterrorista que nació de la imposibilidad, en plena era Estella, de sumar plenamente a la lucha contra ETA al PNV, a EA, a EB. Eso sería caminar hacia el pasado cuando la sociedad mira hacia el futuro: sería reeditar un pacto a dos cuando la práctica totalidad de las fuerzas políticas (incluidas gran parte de las que firmaron el Pacto de Estella) quieren comprometerse ahora en la estrategia antiterrorista.

Es obvio que la maquinaria del Estado (policial y judicial) ha de actuar con eficacia y firmeza. Pero también debería serlo que la política es el espacio de la inteligencia: la lucha contra ETA y el aislamiento de los violentos exigen la más amplia unidad, requieren un acuerdo que amplíe el actual Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Es decir, algo más parecido al Pacto de Ajuria Enea o al de Madrid que al que PP y PSOE suscribieron en pleno auge del frentismo. Es una exigencia que, según todos los estudios de opinión, cuenta con el apoyo de una amplia mayoría de los ciudadanos del País Vasco y del conjunto de España.

No actuar con ese criterio no ayudará a instalar la racionalidad en Euskadi, ni siquiera a ampliar el espacio de la democracia, el constitucionalismo, el Estatuto. Por el contrario, coadyuvará a un cierre de filas nacionalistas, con el riesgo de reedición del Pacto de Estella (el mejor regalo para el radicalismo). La inteligencia y la prudencia políticas no están reñidas con la firmeza y el rigor en la defensa de la ley y de la Constitución y sus valores.

Manuel Rico es escritor, autor, entre otras obras, de Trenes en la niebla (2005) y Por la sierra del agua (2006).

¡Que viene la extrema derecha!
¿La nueva o la de toda la vida?

Tengo la impresión de que Pedro Jota Ramírez, sin atender a quienes le piden «más madera» sobre la presunta conspiración de ETA y el 11-M, está cambiando de rumbo.

Por la portada de hoy, veo que ha optado por publicar datos incluidos en el sumario instruido por el juez del Olmo, en lugar de prestar su altavoz mediático a «chorizos» («The Guardian» dixit) o presuntos criminales como Transhorras, sobre quien reace una petición de 3.000 años de cárcel por su presunta participación en el suministro de explosivos para la matanza de Atocha.

En toda la primera página de El Mundo se habla del 11-M, a 4 columnas y citando documentos incluidos en el sumario judicial. Pero hay un dato sorprendente: en la información de 11-M de Casimiro García Abadillo, en portada, no se menciona para nada a la banda terrorista ETA sino a unos individuos que «hablaban un idioma extraño identificado por un dependiente como ´búlgaro´». Vaya tomando nota, señor Aznar.

Claro que Pedro Jota hace una pequeña concesión al respetable de su «nueva extrema derecha». Solapadamente -como diría Zapatero– mete la cuchara bajo la información del 11-M y coloca justo debajo del gran titular una foto central del terrorismo callejero en Baracaldo. Pero no menciona a ETA para nada. A eso lo llamamos aquí asociación subliminal por yuxtaposición.

Contra su costumbre, El País también habla hoy del 11-M en su portada. Desde que le descubrieron el cartón a Pedro Jota (Trashorras: «Si me pagan, cuento la Guerra Civil»), los colegas de El País han tomado carrerilla y están lanzados. Pero lo hacen tímidamente a 1 columnita con este jugoso titular:

Un informe de la cúpula policial de Aznar desmiente a Trashorras

La valoración que ambos diarios hacen de la bronca que se ha montado en torno a las palabras del Papa sobre el Islam y la violencia y su rectificación también es muy distinta. Si con el 11-M la relacion es de 4 a 1 columnas, con el Papa es al revés, o sea de 1 a 3 columnas y con foto.

Lo que no se muy bien es si el Papa era infalible cuando habló del Islam en Alemania o ha sido infalible ahora al rectificar y pedir perdón en el Vaticano.

Nada me sorpende que Zapatero sea hoy el sujeto principal de la primera noticia de El País (arriba, a dos) y de la última noticia de El Mundo (abajo, a tres).

Los verbos de ambos («acusa» y «reparte…, alude y arremete») son deliciosos:

El País:

Zapatero acusa al PP de actuar como «la nueva extrema derecha»

Sumario:

El presidente del Gobierno pide apoyo y paciencia para el proceso de paz

El Mundo:

Zapatero reparte credenciales democráticas y alude al PP como «nueva extrema derecha»

Sumarios:

Acusa a la actual oposición de «deslegitimar las instituciones y poner en custrión el resultado electoral»/ La contrapone a la «derecha democrática» de la Transición

Arremete también contra quienes «pretenden solapadamente hacer una nueva valoración de la dictadura»

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A 3 columnas da El País la victoria electoral histórica de la derecha en Suecia, el paraíso de la socialdemocracia. El Mundo no da ni una línea en primera. ¿Se les habrá pasado?

Interesante artículo de E.Gil Calvo en El País:

Perdón: me he comido una línea, justo debajo del pie de foto del dúo Zaplana-Acebes. Arreglaré el mal corte en el photoshop en cuanto pueda. Entre tanto, esta es la línea que le falta al artículo de Enrique Gil Calvo:

«como un ataque preventivo contra dicho veredicto futu-«

Que les aproveche.

P.S. Me gustaría hacer in libro de estilo para este blog y sus comentarios. Estoy un poco cansado de los comentarios de mal gusto y me voy a comprar unas tijeras como las del New York Times, por lo menos.

Se agradecen todas las sugerencias, incluso las constructivas.

Gracias.

JAMS

Presidiario del 11-M, a 5 columnas; campeones del mundo, a 2

Mi ex colega Pedro Jota (digo ex, porque yo ya le he borrado, por mi cuenta, de mi lista de periodistas) dedica hoy las cinco columnas de la portada de El Mundo y tres páginas interiores al presidiario Trashorras, acusado de entregar los explosivos que mataron a casi 200 personas en la matanza de Atocha.

Yo no creo que Pedro Jota se haya vuelto loco. Y de tonto no tiene un pelo. Él habrá hecho un análisis económico de su comportamiento y habrá llegado a la conclusión de que le conviene recoger clientela por la extrema derecha, para ayudar al proyecto Aznar/Murdoch, si le dejan sus aún dueños italianos.

Supongo que él sabrá porqué lo hace. Pero también debe saber que, con ello, tira por la borda sus viejos méritos personales y profesionales de los tiempos del Gal, del Ibercorp de Miguel Boyer y Mariano Rubio, de Luis Roldán, etc.

No creo que Gara haya dado su altavoz a ningún terrorista de ETA, tanto como Pedro Jota, en su desesperación, lo está haciendo con este presunto implicado en la matanza de Atocha.

Periodísticamente creo, además, que ha metido la pata poniendo ayer, a toda página, la foto del presidiario con cara de santo y poniendo hoy, por segundo día, sus extravagantes declaraciones por encima de la victoria histórica del mejor equipo de baloncesto del mundo.

Las portadas de El Mundo de ayer y hoy son malas incluso para sus fieles feligreses y para sus propios intereses. Pierde credibilidad. Una foto del vendedor de explosivos robados en mangas de camisa, sin corbata o, incluso, en traje de preso hubiera restado menos credibilidad a su rocambolesca historia que su foto de boda con pinta de joven marqués que no ha roto un plato en su vida.

Pedro Jota puede hacer lo que quiera, dentro de la ley, menos tomarle el pelo a sus lectores más indecisos o inteligentes.

Los creyentes celebrarán y jalearán la temeridad de sus portadas (naturalmente, con la parte emocional de su cerebro) pero quienes utilicen aún la parte frontal de su cerebro, destinada al raciocinio, irán dandose de baja.

Ganará clientela por la extrema derecha, pero perderá por la derecha civilizada y por el centro. No se qué cuentas habrá echado Pedro Jota para lanzarse por el terraplén de esta conspiranoia, de la mano de un presidiario que ha sufrido brotes esquizofrénicos.

El vendedor de explosivos -que se dice fiel seguidor del PP– tiene muchas declaraciones extravagantes, pero ésta me ha llamado más la atención, por su originalidad:

Y estas son las tres páginas interiores que ofrece Pedro Jota a Trashorras, quien se enfrenta a una petición de más de 3.000 años de cárcel:

La prensa amarilla británica tiene ya nueva competencia en España.

El País, que carece de estas seudoexclusivas, no ha dudado en ofrecer su altavoz, con una gran foto a cuatro columnas, a nuestro equipo de oro, y con este gran titular:

El baloncesto español conquista el mundo

Y este sumario:

La selección logra con autoridad el oro ante Grecia y refuerza el papel de España como superpotencia deportiva

La segunda, tercera y cuarta noticia de El País (Zapatero sube las pensiones, No queda agua en el Tajo para Levante o Llegan 2.436 africanos a Canarias) son minucias, en cuanto a espectacularidad y morbo, si las comparamos con la primera gran noticia de El Mundo, a toda página:

Declaraciones a El Mundo de José Emilio Suárez Trashorras (Primera parte)

«La Policía me ofreció dinero y un piso para que incriminara a Zougam y «El Tunecino»»

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También me ha llamado la atención lo que Nacho Escolar recoge en escolar.net del texto del presidente de la Junta de Extremadura publicado en ABC:

Ibarra en ABC: «Censurado por Pedro J. Ramírez»

«Fui un ingenuo. Creí en el talante democrático de Pedro José Ramírez y en su defensa de la libertad de expresión y, por eso, le envié este escrito para que lo publicara en su periódico. El director de «El Mundo» ha rechazado el escrito con el argumento de que ni sé leer ni sé escribir. (…)»

«Si esa teoría repugnante fuera falsa y en el juicio oral no se demostrara absolutamente nada de la canallada que se quiere hacer recaer sobre algunos miembros de mi partido, y concretamente sobre los dos citados, el director del «El Mundo» no podría seguir ejerciendo la dirección de un periódico y menos ejerciendo la profesión de periodista. No es periodista ni puede serlo quien elabora teorías temerarias sin pruebas ni fundamento, con el único objetivo de hacer daño a un partido en el que militamos miles de ciudadanos decentes, honrados y democráticos que no podemos seguir soportando en silencio las graves acusaciones que el señor Ramírez lanza contra el PSOE.»

Juan Carlos Rodríguez Ibarra, presidente de la Junta de Extremadura, en ABC.

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¿Quo vadis Pedro Jota?