Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Las corrupciones del PP, en El País; las del PSOE, en El Mundo

Hoy he visto, de golpe, los diarios del viernes y del sábado. En ambos destacan temas sobre la corrupción urbanística que, como se sabe, es uno de los pilares básicos, consensuado bajo cuerda, para la financiación ilegal de los partidos políticos.

Lo curioso es que, tan cerca ya de las elecciones municipales, ambos diarios han abandonado su disimulo tradicional y se han lanzado a airear descaradamente los traspos sucios del partido que inspira la línea editorial de su directo competidor. También, por supuesto, a poner en letra pequeña y en página par -o incluso a silenciar- los abusos de sus amigos o inspiradores políticos.

Por eso, podemos leer con pelos y señales páginas completas, naturalmente con titular en portada, sobre la corrupción de PP en Baleares (Andratx) en el diario El País , así como sobre la corrupción del PSOE en Baleares (Ibiza) en el diario El Mundo.

Cuando queramos hacer la enciclopedia de la corrupción urbanística y/o municipal de España no tendremos más remedio que recurrir a los dos diarios mencionados. Uno sólo no basta. Cada oveja con su pareja.

El jueves me enteré por 20minutos.es de la muerte de Fernando Gutierrez, ex jefe de prensa del Rey durante casi toda la transición política de la dictadura a la democracia.

Hoy, al ver la noticia en los diarios impresos y leer el obituario publicado en El Mundo por el general Sabino Fernández Campo, me han venido a la mente muchos buenos recuerdos de estos dos hombres del Rey a quienes nunca agradeceremos suficientemente los servicios que prestaron a la causa de nuestra frágil democracia, en tiempos tan difíciles que se me ponen los pelos de punta con sólo recordarlos.

Me sumo al recuerdo cariñoso que hace Sabino y doy desde aquí el pésame a la familia de Fernando.

Muchos periodistas de la transición guardamos recuerdos entrañables de Fernando Gutierrez. Yo conservo dos, como oro en paño, y que cuento a mis hijos a la primera de cambio.

Como está lloviendo, ya he quitado la mala hierba que ahoga a mis tomateras y hoy no hay bici, trataré de resumir aquí un par de anécdotas que nos hicieron sonreir más de una vez a Fernando Gutiérrez y a mi. Una de ellas, según supe más tarde, hizo reir incluso al Rey.

Hace casi diecisiete años (¿mayo de 1990?), Jesús de Polanco, presidente de Prisa, fue recibido por el Rey. Era yo entonces director-fundador del recién nacido diario El Sol. Mi jefe, presidente de la compañía editora, era Germán Sánchez Ruipérez, un gran editor de libros, como Polanco, y fundador de la editorial Anaya.

Don Germán entró (naturalmente sin llamar) en mi despacho de la plaza de Colón (entonces la llamábamos la nueva Puerta de El Sol) y me dijo que quería ser recibido cuanto antes por el Rey:

«Si Polanco, editor de El País, ha visto al Rey, yo también quiero verle como editor de El Sol». Y que sea pronto.

.

Dicho lo cual se fue de mi despacho. Ahí empecé a notar que mi jefe, que ya se había separado de sus socios Berlusconi y la ONCE, padecía un principio de «polanquitis«, dolencia altamente contagiosa entre editores.

Inmediatamente pensé en Fernando Gutierrez. Ni corto ni perezoso le telefoneé a la Zarzuela. Uno de sus ayudantes (¿Gil?) me dijo que estaba fuera y me preguntó por el motivo de mi llamada. Se lo expliqué tal cual.

Al buen hombre le dió por reir:

«Parece mentira, me dijo. ¿Acaso no sabes que las audiencias del Rey hay que pedirlas con meses, incluso años, de antelación?»

Le pregunté cuando regresaba Fernando y me dijo que al día siguiente, que le enviara un fax respetuoso conla petición de audiencia y que me llenara de paciencia.

Así lo hice. Al instante, le envié un fax, cuya copia debo tener guardada en mi sótano junto a los recuerdos de aquel querido y fracasado diario.

Decía algo así:

«Querido Fernando:

Rios Rosas nunca pidió audiencia al general Espartero, regente de España, cuando fundó el diario El Sol en 1842.

José Ortega y Gasset y Nicolás María de Urgoiti tampoco pidieron audiencia al rey Alfonso XIII cuando refundaron el diario republicano El Sol en 1917.

Hoy es, por tanto, la primera vez en la reciente historia de España que un director del diario El Sol pide audiencia a un Rey de España.

A la tercera va la vencida.

Espero que me sea concedida esta audiencia para poder decirle a Su Majestad que compartimos los ideales de libertad y solidaridad de nuestra Monarquía parlamentaria… etc. etc.»

Bla, bla bla…

O algo así hasta la despedida protocolaria.

Al día siguiente, por la mañana, recibí la llamada de Fernando:

-«¿Te has vuelto loco, José Antonio?¿Tú crees que yo puedo enseñarle este fax al Rey? Has perdido la cabeza. Yo no pienso despacharlo así. Mándame otro más respetuoso o te quedas sin audiencia. Desde luego… no tienes remedio».

Y se le escapó una risa. Le contesté algo así:

– Tú verás lo que haces con ese fax. Es parte de nuestra historia: Ríos Rosas fundó El Sol para atacar al regente Espartero y a Isabel II. Ortega y Urgoiti lo refundaron para acabar con la Monarquía de la Restauración y traer la II República, lo que hicieron con éxito. Yo, en cambio, estoy refundando, por tercera vez, El Sol, para apoyar los ideales democráticos que compartimos con nuestro Rey. Aunque muchos de nosotros llevemos a la República en nuestro corazón, los ideales democráticos de la República coinciden ahora con los de la actual Monarquía. Es una ocasión histórica e irrepetible. Inténtalo. No seas más papista que el Papa. Estoy seguro de que el Rey se echará a reir cuando lo lea».

A los pocos días, volvió a llamarme Fernando y me dijo:

-Estás loco de remate. Lo se. Pero ahora dime si podéis venir la semana que viene al Palacio de la Zarzuela, con tu Presidente -y si quieres también con todo tu Consejo-, para ser recibido en audiencia por Su Majestad. Y lo dicho, contigo no se puede. ¡Ah! y, ya sabes, llámale siempre señor».

Le di las gracias y, al despedirnos, se le volvió a escapar otra risa. Antes de colgar de oí decir: «estos chicos…»

Me llaman para preparar la cena. ¡Jo! qué tarde. Me errollé con los recuerdos.

Otro día contaré la anécdota 23-F. con Fernando. Ese día yo era redactor-jefe de El País y acababa de oir por la radio los disparos en el Congreso.

—-

Qué buen tipo fue Fernando Gutiérrez. El Rey lo sabe mejor que nadie.

Descanse en paz.

¿Independencia, para qué?

MANUEL MONTERO en El País

27/04/2007

Dice el nacionalismo que el problema vasco consiste en que un pueblo milenario dotado de una identidad propia está enfrentado a España (al Estado español, por usar su jerga), pues quiere volver a ser independiente, a lo que tiene pleno derecho constitutivo. Del planteamiento se derivan algunas consecuencias que pueden hacer estragos, en un país harto de la cuestión vasca y quizás predispuesto al síndrome de Estocolmo, a los diálogos y a lo que sea para quitarse de encima la pesadilla. Se deduce la idea nacionalista de que todo se arreglaría si el «Estado español» diera la independencia al pueblo vasco; y si de momento no se reclama tanto -hay mucha tela que cortar-, se reivindica algún punto intermedio, «dialogado» y «negociado», atendiendo no al peso de los votos, sino al de la voluntad nacionalista. O sea, que si se eternizan los problemas se debe a la cerrazón de España, pues se niega a buscar la «solución democrática» (en tal esquema el reconocimiento de los «derechos nacionales» que imagina el nacionalismo constituye la esencia de la democracia).

Todo reside en la pugna entre el pueblo vasco y España, de creer al nacionalismo. De modo que lo nuestro tiene una solución sencilla. Si persisten conflictos, violencias, tensiones… es sólo por las ínfulas españolas, uniformistas, opresoras e incapaces de reconocer a un pueblo vasco con identidad propia, una evidencia histórica, política, antropológica, lingüística, cultural, biológica… un hecho objetivo. ¿No termina la violencia en el País Vasco y perdura la agitación nacionalista? Se debe al empecinamiento de España por no restituir el natural orden de las cosas.

Las argumentaciones expuestas son de raigambre nacionalista e innegable éxito social, pero sin pies ni cabeza. No entro en las figuraciones milenaristas o en esas pintorescas visiones de los vascos sosteniendo contra viento y marea su identidad desde hace 7.000 años, que ya ha llovido, pues cada cual es libre de soñar lo que quiera (otra cuestión es que haga la pascua a los demás por sus alucinaciones). Tampoco en la costumbre nacionalista de imaginar que sus reivindicaciones son derechos, incluso derechos democráticos. Sí me refiero a su corolario, argumentalmente, el punto de partida, la idea de que la conquista de algún soberanismo relajaría al nacionalismo y eliminaría la violencia. Hasta donde podemos colegir es un supuesto falso.

Imaginemos que algún proceso de negociación, infernal o placentera, lleva a la conclusión de que nuestro destino idóneo es convertirnos en el Estado Libre Asociado que proponía el fracasado plan Ibarretxe y, llenos de alborozo, a él nos encaminamos. ¿De verdad cree alguien que en tan dichoso momento ETA, emocionada, decidiría dejarlo y desaparecer? ¿Por qué iba a hacerlo, tras comprobar que la extorsión resulta rentable? Más bien le serviría de estímulo para perseguir más prometedoras metas. Y lo que se da en llamar nacionalismo moderado, ¿rebajaría su agresividad contra la parte de la sociedad vasca que no es nacionalista, o agudizaría sus planes de euskalduni-zación compulsiva y de excluir de la función pública a quienes no se ajustan a sus criterios lingüísticos, en la línea emprendida ya hace años, o alguna nueva ocurrencia para seguir rebajando los derechos de quienes no son de la tribu, o convirtiéndolos a ésta?

Tampoco se piense que llegados a la dicha de la independencia, el día de la paz y de la gloria, se habría acabado todo, una vez que se izaran las ikurriñas más alto si cabe y se quemara la última bandera española y demás símbolos opresores. No se habría acabado nada y todo -la agresividad nacionalista y el gusto por el terror, cada uno en lo suyo- seguiría como estaba, bien que en un peldaño superior de la escala, reconfortados porque se sube la escalera cada vez más rápido. El nacionalismo no es sólo un proyecto político, que se consumaría con la independencia y con ella quedaría plenamente satisfecho. Constituye sobre todo un proyecto de transformación de la sociedad vasca, por la vía de terminar con las pluralidades actuales. ¿Independencia, para qué? ¿Llevamos estas décadas de enloquecimiento sólo para mandar embajadores por doquier y dotarnos de los escasos símbolos de soberanía que quedan? No resulta creíble.

Sucede que para el nacionalismo el enfrentamiento pueblo vasco-España es sólo uno de los aspectos del problema vasco, y no el fundamental. Su principal objetivo no consiste en la independencia y la autodeterminación, que en sentido estricto son sólo instrumentos para conseguir el fin ansiado. ¿En qué consiste éste? En algo aparentemente inocuo, pero demoledor. El nacionalismo vasco busca la construcción nacional, es su finalidad última. «Euzkadi necesita hoy la autonomía para su propia reconstrucción nacional», explicaba el PNV cuando se ponía en marcha el proceso que desembocaría en el Estatuto de Gernika. Lo corroboraba el Parlamento vasco en 1990: «El ejercicio del derecho a la autodeterminación tiene como finalidad la construcción nacional de Euskadi». Para el nacionalismo, la autonomía y la autodeterminación constituyen el medio. El fin es la construcción nacional.

«¿Libertad, para qué?», se preguntaba en una ocasión la dirección del PNV, casi como Lenin a Fernando de los Ríos. Y su respuesta no era «libertad para ser libres». Era (es) para algo más. «Libertad para restaurar nuestra personalidad colectiva a partir de valores creados a lo largo de una historia de milenios, (…) para restaurar la vigencia de nuestra lengua y de nuestra cultura a todos los niveles de la vida y en toda la extensión de la geografía vasca. Libertad para ordenar nuestra sociedad según nuestra propia y responsable voluntad (…)». Libertad (nacional) para la construcción nacional. En otras palabras, para amoldar la sociedad conforme a los esquemas que según los criterios nacionalistas son los propios de la identidad vasca. Suenan placenteros, pero no son planteamientos amables. Implican una notable agresividad. «Restaurar nuestra personalidad colectiva» constituye un proyecto de actuación social, que pasa por eliminar pluralidades e identidades, hasta que quede tan sólo la «personalidad colectiva» del gusto del nacionalismo.

En esta lógica, a los vascos que no son nacionalistas les toca construirse nacionalmente. El nacionalismo combate sobre todo contra ellos -más que contra España-, como responsables inmediatos de que la identidad (nacionalista) vasca no sea completa. Lucha por su conversión nacional, que no es sólo mudanza política, sino también metamorfosis identitaria. Construcción nacional no quiere decir sólo hegemonía nacionalista, que por supuesto va implícita. Significa sobre todo nacionalización plena de la sociedad vasca. Por eso el mundo feliz al que aspira el nacionalismo no es sólo el de la autodeterminación o independencia. Por eso su modelo político no está formado por ciudadanos en el sentido propio del término, sino por vascos con identidad (nacional vasca). Por eso no hay ninguna razón para imaginar que el logro de aspiraciones políticas redujese la agresividad nacionalista o los modos coercitivos. No tendría por qué relajarlos, mientras no se consumase la construcción identitaria de la nación vasca. Reeducación, se decía en otros sitios. La de quienes no se ajusten a los auténticos criterios nacionales.

Manuel Montero es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco.

Zapatero y Pedro Jota, a oscuras

En lugar de leer los diarios de pago, hoy me fui al cine.

Me estoy aburriendo y cansando un poco con el estado de crispación de la política nacional y, después de una semana cargada de trabajo (aunque el Consejo de 20 minutos nos salió estupendamente), decidí darme un baño de nostalgia y me fui a ver «Bobby». Es un buen reportaje sobre algunas personas que coincidieron en el Hotel Ambassador con el senador Bob Kennedy aquel fatídico día de junio de 1968 cuando le disparaon mortalmente en las cocinas.

Al llegar a casa, aún con la resaca de idealismo progresista que me inyectó la película, me encuentro ahora con la foto del presidente Zapatero en el centro de la portada de El Mundo, bajo un titular en positivo a cuatro columnas. No salgo de mi asombro. Lo he dicho en los últimos días: aquí pasa algo.

La foto, como pueden ver, está un poco oscura, pues está tomada durante los cinco minutos del apagón de ayer en el Teatro Real de Madrid. Me puse las gafas y comprobé, con estupor, que el personaje que está a su lado, escuchándole solícitamente, es nada menos que Pedro Jota Ramírez, el director de El Mundo y el hombre que, por tanto, decidió ponerse a sí mismo en el centro de la foto y también de esta portada tan singular. Desde luego, Pedro Jota no pierde ripio.

No critico la asistencia del presidente del Gobierno a la celebración del número 100 de La Aventura de la Historia que dirige, y muy bien, nuestro colega David Solar. Destaco solamente el ridículo que hace el director del diario al ponerse a sí mismo en el centro de su portada junto a Zapatero. Solo le encuentro un atenuante: que ambos están a oscuras. Quizás, no solo en la foto.

El alarde gráfico y tipográfico dedicado a Zapatero -y que , a mi juicio roza la adulación- sirve quizás para envitar otras noticias sobre la corrupción en el PP que El País sí lleva en su portada:

La corrupción deja en suspenso todo el plan urbano de Andratx

o bien

El juez cita como imputado a Villalonga por el vaciamiento patrimonial de Sintel

Guardaré aquí para leer mañana estos artículos y editoriales de hoy, que sólo he visto por encima y me interesan. Feliz fin de semana.

Conllevancia o autodeterminación

JUAN-JOSÉ LÓPEZ BURNIOL en El País

02/02/2007

Me impulsa a publicar este artículo el que un punto esencial del problema vasco, pese a ser evidente, no suele reconocerse. Mi idea es ésta: la reivindicación de fondo que hoy plantean los nacionalistas vascos es el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de Euskadi, por lo que cualquier negociación que se inicie con ellos no podrá eludir este tema. La independencia es -aunque no se diga- el horizonte de todos los nacionalistas. Para un nacionalista -defensor del principio de que cada nación ha de tener su propio Estado- todo sucedáneo de la independencia anhelada no es sino un coitus interruptus. Hace más de veinte años, un colega de Bilbao me describió la situación de su tierra de un modo muy expresivo: «Entre los nacionalistas, los dirigentes son independentistas, pero saben que no puede ser; los militantes son independentistas, pero no saben que no puede ser; y los votantes están en un vaporoso estado de exaltación cordial en el que cabe todo».

Ahora bien, hoy no puede mantenerse que los dirigentes nacionalistas sigan viendo imposible la independencia de Euskadi. Las circunstancias internacionales han cambiado, cierta erosión de los viejos Estados a resultas de la globalización es evidente y, sobre todo, un cuarto de siglo de hegemonía nacionalista ha provocado un distanciamiento sentimental progresivo entre parte del País Vasco y el resto de España, que hace muy difícil pensar en proyectos compartidos e intereses comunes. Los intereses se ven distintos cuando no contrapuestos, por lo que, aun cuando puedan concertarse, no dejan de sentirse como diversos. ¿Cuántas veces hemos oído a dirigentes nacionalistas que los únicos intereses por los que se sienten concernidos son los particulares de Euskadi, haciendo caso omiso de los generales de España? Pero un Estado -también un Estado federal- es, recordémoslo, un ámbito donde el interés general de todos sus miembros prevalece en algunas materias sobre el particular de cualquiera de sus partes. En otro caso, no hay Estado sino todo lo más confederación de Estados.

Así las cosas, ¿qué opciones tiene hoy la España que se siente española a la hora de afrontar el problema vasco? Sólo dos, basadas ambas en el mismo presupuesto, a saber: que el Estado autonómico fruto de la Constitución, desarrollado con coraje y vigor hasta convertirlo en un auténtico Estado federal, es el único marco -no inmutable, sino modificable según sus propias reglas- que la nación española acepta como base de su proyecto común. Pues bien, sobre la base de esta estructura autonómica devenida federal, las dos opciones existentes frente a la perenne reivindicación nacionalista vasca son éstas:

Primera. Conllevar el problema -tal y como aconsejaba Ortega, refiriéndose a Cataluña- sin pretender solucionarlo. Dejar pasar el tiempo. Hay quien sostiene que existen dos clases de problemas: los que se resuelven solos y los que resuelve el tiempo. En esta línea y ciñéndose al ámbito vasco, se ha dicho por un conocedor del tema que ETA nunca será derrotada, pero se extinguirá con el tiempo. Por consiguiente, el camino a seguir sería modificar la Constitución en la medida precisa para desarrollar el Estado autonómico, hasta convertirlo en un Estado federal homologable y efectivo. Para ello sería preciso el acuerdo de los dos grandes partidos españoles, abierto a la participación constructiva -no sólo a la simple adhesión- de los demás partidos dispuestos a prestarla. Y hecho esto, clavar los pies en la arena, aguantar, aplicar la ley hasta el extremo -observata lege plene- y esperar a que escampe.

Segunda. Afrontar el problema vasco en busca de una solución pactada con los nacionalistas, lo que implicaría necesariamente admitir que este contencioso se concreta, para éstos, en el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de Euskadi. Todo lo demás son paños calientes. Intento justificar lo que digo.

El problema vasco sólo tiene dos salidas: o Estado federal o secesión. No existe una fórmula intermedia de tipo confederal. Ésta quizá podría ser satisfactoria para Euskadi, pero no para España, no sólo porque su probable extensión a más autonomías provocaría la destrucción del Estado, sino por una simple cuestión de intereses: ¿qué ganaría España con ello? Sólo introducir un factor de desestabilización permanente. Por consiguiente, de persistir hasta hacerse insoportable la reivindicación nacionalista vasca, el interés de España -insisto, el interés de España- pasaría porque Euskadi decidiese de una vez entre la federación o la secesión.

Lo insostenible, como afirma Stéphane Dion, es utilizar permanentemente la amenaza de la secesión como un medio para obtener un estatus especial, o para conformar bilateralmente con el Estado el alcance y los límites de la federación, pues la fijación del alcance y de los límites del Estado federal corresponde a todos los ciudadanos por igual y ha de ser objeto de un consenso constitucional.

A la luz de cuanto antecede, es fácil entender lo sucedido en el reciente y frustrado proceso de paz. En los tratos preliminares que preceden a toda negociación, ambas partes eludieron entrar en concreciones y lo fiaron todo a sus respectivas habilidades en la negociación propiamente dicha; pero, cuando ésta se abrió, pronto se vio claro que los etarras iban a por uvas -autodeterminación y Navarra-, mientras que el presidente Rodríguez Zapatero no podía hacer concesiones en este terreno. Y ésta es la historia. No se trataba de aproximación de presos, ni de beneficios penitenciarios. El tema era y es otro: la autodeterminación. Y lo será siempre que se abra el diálogo con los nacionalistas, por lo que jamás se podrá eludir la reivindicación que constituye su razón de ser: la autodeterminación como pórtico de la independencia. Esta realidad debe tenerse muy en cuenta en los días que corren, si se piensa en reanudar la negociación con ETA. Cuantas veces se intente, ocurrirá lo mismo: o autodeterminación o ruptura.

La opción por una de ambas posibilidades -conllevancia o autodeterminación- es una decisión política grave que corresponde tomar al Parlamento español y que le obligaría -si optase por la segunda- a una reforma constitucional que la hiciese viable. Sólo añado que, a estas alturas y para un número incierto de españoles, el único factor que les impide inclinarse -a causa del hastío- por la segunda opción es el destino que aguardaría, en un Euskadi independiente, a la casi mitad de la población vasca que no es nacionalista y se siente más o menos española. ¿Se les puede abandonar a su destino, después de lo que han pasado y pasan?

Vuelven a mi memoria, en este punto, unas palabras de Ralf Dahrendorf, que leí en su libro En busca de un nuevo orden: «El nuevo regionalismo, que suele defenderse con pasión y no pocas veces con violencia (…) es el fruto (…) del deseo de homogeneidad étnica (lingüística, religiosa). Su principio fundamental es la delimitación: hacia fuera, frente a los vecinos ‘extranjeros’; hacia dentro, frente a las minorías ‘extranjeras’. (…). De ahí que, si el intento tiene éxito, los más beneficiados sean los activistas, no el pueblo». Hay que pensar en ello.

Juan-José López Burniol es notario.

Lo peor es que todo quede como está

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ en El País

02/02/2007

Lo peor que nos podría pasar a los europeos en el tema de los vuelos secretos de la CIA, transportando personas secuestradas a países y prisiones donde pudieran ser torturados sin vulnerar las leyes estadounidenses, es que todo quede como está. Que finalmente no se sepa cuál fue el grado de colaboración o de ocultamiento de los gobiernos de los diferentes países de la Unión. No es un tema menor, un fastidio que convenga sacudirse cuanto antes, sino justamente lo contrario: un asunto esencial en el que no es posible mirar para otro lado porque están en juego cuestiones fundamentales: la tortura, la complicidad de las autoridades en la violación de las tan cacareadas soberanías nacionales y en la violación de derechos humanos. Si ahora no somos capaces de hacer frente a este agujero negro, posiblemente en el futuro no seamos tampoco capaces de combatir otros enormes boquetes dentro de nuestras propias y ya muy amplias fronteras europeas.

La realidad es la que es. Hoy por hoy, las instituciones de la UE pueden denunciar y sancionar a un país miembro por enviar a otros calabacines con pesticidas no autorizados, pero no tienen ninguna competencia para sancionar a los gobiernos que hubieran consentido u ocultado el pase por su territorio de personas secuestradas por los servicios de información de EE UU. Ni tan siquiera, probablemente, para sancionar a uno de sus miembros si hubiera consentido temporalmente la instalación en su territorio de una prisión secreta donde torturar a esos secuestrados, como en su momento se dijo de Polonia y Rumania. Los tratados actuales permitirían que la Comisión, el Parlamento Europeo o un tercio de los países de la UE denunciaran a un socio si consideraran que existen riesgos de «violación permanente y de manera grave» de los derechos humanos, pero a la hora de tomar decisiones sobre esos hechos tendrían que ser los jefes de Estado y de Gobierno, (¡por unanimidad!) quienes aprobaran las sanciones.

¿Quiere eso decir que no es posible hacer nada en el caso de las escalas de los vuelos de la CIA, como muchos políticos pretenden hacernos creer? En absoluto. Es cierto que el informe Fava que aprobará próximamente el Parlamento Europeo no tendrá legalmente ninguna repercusión jurídica, pero sí alcanzará un importante eco político. Y lo que interesa ahora, precisamente, es mantener esa presión, no dejar que el tema quede sepultado por otros aspectos de la actualidad mientras se desarrolla algo que sí puede ser decisivo: las actuaciones judiciales en los tribunales nacionales. Por eso es tan importante que el Gobierno español acceda a desclasificar los documentos de que dispone el Centro Nacional de Inteligencia para entregárselos al juez de la Audiencia Nacional que investiga el caso.

De momento, los vuelos de la CIA nos han permitido saber algunas cosas importantes. Por ejemplo, que algunos políticos de los países recién incorporados a la UE tienen todavía una fuerte mentalidad dictatorial y que parecen socios muy poco fiables a la hora de tratar esos asuntos básicos. La intervención del ministro checo de Asuntos Exteriores en la reunión UE-OTAN del 7 de diciembre de 2005 (relatada en parte por este periódico el pasado viernes), da casi miedo, siempre dispuesto a dar por muerto y enterrado al derecho internacional. Claro que produce casi más estupor la de su colega británico, el laborista Jack Straw, con sus simplistas metáforas o la del ministro alemán, Frank-Walter Steinmeier, únicamente interesado en que Condi Rice le diera argumentos para tranquilizar (!) a su propia opinión pública. Tuvo que ser un país ajeno a la UE, Noruega, el que diera un cierto nivel al debate, negándose a poner en duda la vigencia de las leyes internacionales y muy concretamente de las Convenciones de Ginebra que protegen a las personas cuando son capturadas en conflictos o guerras. Su «nadie puede quedar fuera de la legislación internacional» fue quizás el alegato más europeo de la noche.

(Ya sabemos que el ministro español de Asuntos Exteriores no asistió a aquella reunión y que estuvo representado por el secretario de Estado, Bernardino León. ¿Podría informar si hizo uso de la palabra?).

solg@elpais.es

FIN

Por la foto muere el pez:
El acusador, en El Mundo; el acusado, en El País

El Roto, al menos, cita la fuente: un taxista. Sabe de lo que habla. Es un maestro.

Llegará el día en que los buenos periodistas completarán sus informaciones citando las fuentes en las que han bebido y con el mayor detalle o proximidad posible. Así, el lector podrá saber si la fuente es más o menos limpia o si, en cambio, -como diría nuestro Arsenio– el periodista ha bebido en un charco.

Hace años, los productos comestibles tampoco citaban sus fuentes. Ahora nadie concibe comerse, por ejemplo, un yogur que no tenga impresa la fecha de caducidad o la lista de ingredientes, con sus gramos, calorías, etc.

Cuanto más identifiquemos a la fuente, mayor calidad, credibilidad e interés tendrá esa noticia. Fulano de Tal, comisario de Tal y Cual, ha dicho bla,bla, bla. Esa fuente es precisa y responsable porque el personaje citado puede desmentir al periodista si lo que ha puesto en su boca no corresponde con lo que él le dijo.

Fuentes de la Comisaría de Tal y Cual han dicho bla , bla , bla… Esta es una fuente mas diluida e imprecisa pero apunta bien.

Fuentes próximas a la investigación dicen bla, bla, bla…… ¡Huy yu yui! Esta fuente empieza oler a chamusquina.

Y no digamos «fuentes de Interior» o «fuentes próximas al Gobierno o a la Oposición».

Pero lo peor de lo peor es cuando recurrimos a las tan socorridas y pueriles «fuentes bien informadas» pues sencillamente quiere decir, según el diccionario oficial del periodismo, «yo mismo».

Y ahora presten atención a la seleción de las fotos de portadas de hoy.

El País regala esa ilustración de honor, centrada, al acusado Ibarretxe en plano medio, en la puerta del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, con este titular en positivo:

Ibarretxe se reafirma ante el juez

El Mundo dedica su ilustración de honor, arriba a tres columnas, al mismo asunto pero con otros personajes. Su foto está dedicada no al acusado sino al acusador: Antonio Aguirre, del Foro de Ermua quien saluda puño en alto al entrar en el mismo Tribunal. El plano general permite apreciar la cara de pocos amigos de varios ciudadanos que, como dice el pie de foto, «abrocan ayer a Antonio Aguirre, del Foro de Ermua«.

El titular de la noticia, a tres columnas, no me parece tan postivo como el de El País:

Ibarretxe dice vivir «en un país de locos» por tener que declarar

Sumario:

El «lehendakari» advierte al juez de que «se está reuniendo con Batasuna y volverá a hacerlo» y acusa al Foro de Ermua de alimentar «el odio y la crispación»

El País rodea la foto de Ibarretxe con noticias negativas sobre el Partido Popular , Bush y Berlusconi (amigos de Aznar)

El Mundo rodea la foto de Antonio Aguirre, del Foro de Ermua, con noticias sobre la venta de dinamita y el 11-M y, de manera sospechosa, el análisis de explosivos, la explosion de ETA en la T 4 de Barajas y los defensores del 11-M .

¡Ah! y en el lugar que el conservador Berlusconi ocupa en El País, El Mundo coloca al socialista José Montilla.

El tiempo de la inteligencia

MANUEL RICO en El País

01/02/2007

Cierta prensa y ciertas tertulias españolas bordean el surrealismo. Cada día nos levantamos con titulares y proclamas que aluden a la supuesta debilidad de la política antiterrorista del Gobierno y a presuntas concesiones políticas a ETA, cuando la realidad lo desmiente rotundamente. La propia ETA, tras el atentado de la T-4, declaró que la Constitución y la legalidad habían sido los límites impuestos por el Gobierno en el llamado proceso de paz; es decir, los establecidos por el Congreso de los Diputados, el Pacto de Ajuria Enea y el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. El sentido común dice que por esa firmeza del Gobierno se produjo, precisamente, el atentado del 30-D. Pues no: el PP afirma lo contrario. Como acto de fe y sin prueba alguna.

Ante esa situación (sin precedente en treinta años de democracia) no son pocas las voces que, a veces desde el progresismo, se colocan en la equidistancia y equiparan la actitud del Gobierno con la de la oposición. «Todos se han equivocado», tal es su lema. Con ello se elude entrar en el fondo, se alimenta el apoliticismo y, de paso, se corre un tupido velo sobre una política, la de la oposición, que quiebra un consenso estratégico que es norma común en toda Europa en materia antiterrorista. No hay equidistancia posible en un asunto de tanta trascendencia para la estabilidad democrática, que afecta a la médula del Estado y al propio sistema constitucional.

Si los hechos nos dicen que el Gobierno no ha efectuado ni una sola concesión política, ¿qué lleva al PP y a ciertos observadores a satanizar una política que no ha llegado, ni mucho menos, tan lejos como lo hizo, hace casi una década, el Gobierno de Aznar, que no sólo negoció con ETA, sino que, además de calificar a la banda con términos de guerrilla de liberación, acercó presos, suavizó la política penitenciaria y proclamó la necesidad de un diálogo? ¿O fue simple casualidad que, tras el atentado de la T-4, Arnaldo Otegi afirmara ante las cámaras de televisión que Aznar fue «más generoso» que Zapatero?

Es preocupante comprobar cómo las desconfianzas que nunca se hicieron presentes tras el fracaso del proceso iniciado por Aznar florezcan ahora, cuando el fracaso no se acompaña esta vez de la necesidad de reconducir medidas favorables a la banda. «Todos son iguales». Ése es el mensaje de la equidistancia, pero la realidad no es así. Si los errores esenciales de Zapatero han sido transmitir un optimismo no acorde con la realidad o no haber detectado insuficiencias de información o de interlocución, no son, en absoluto, equiparables con la falta de sentido de Estado del PP ni con los fallos del proceso anterior. ¿Cómo comparar un error de percepción con el acercamiento objetivo a Euskadi de más de un centenar de presos de ETA y con la concesión de beneficios penitenciarios a miembros de esa banda? ¿Cómo poner en el mismo plano el optimismo de Zapatero con la organización de seis manifestaciones no contra ETA sino contra el Gobierno, cinco de ellas cuando no había atentados? ¿Cómo valorar de igual modo una decisión con respaldo parlamentario (en España y la Unión Europea) que daba continuidad a una política antiterrorista aplicada por todos los Ejecutivos de la España democrática con la descalificación permanente y la reiteración de falsedades?

Cuidado con algunos discursos: no todo vale, no todos los políticos son iguales, no es lo mismo el exceso de optimismo que la deslealtad, la deficiencia de información que las concesiones apresuradas a los terroristas…

La actuación no responsable de la oposición ha tenido dos capítulos adicionales: las mociones presentadas para prolongar en el Parlamento un tenso debate sobre terrorismo y la crítica a la discreción con que se desarrolló, el pasado 12 de enero, el encuentro entre Zapatero e Ibarretxe. Cuando los ciudadanos exigen discreción y eficacia en la lucha contra el terrorismo y en el camino hacia la paz, el PP busca la estridencia, el debate sin conclusiones unitarias, la confrontación abierta.

Más allá de la intencionalidad electoralista, se advierte una actitud de resistencia ante los cambios que se han producido en la realidad vasca y española en los últimos años. Se trata de una apuesta nostálgica por el frentismo que informó la política vasca entre 1999 y 2003, que fue inevitable entonces pero terminó proporcionando réditos sin precedentes al soberanismo. Incluso se ha llegado a afirmarque la situación del País Vasco, al tener un carácter excepcional, ha de resolverse con medios políticos excepcionales (¿?), y ello tras recordar la suspensión por Blair de la autonomía del Ulster, pero sin hacer referencia al hecho de que atentados del IRA, con numerosos muertos, no interrumpieron un proceso de paz compartido por conservadores y laboristas. Esa política de excepcionalidad ¿no sería el mejor favor que se podría hacer a la banda terrorista?

Es cierto que el nacionalismo ejerce una presión muy notable en la vida cotidiana del País Vasco. También lo es que el nacionalismo está en las antípodas de la Ilustración y de una concepción universalista del término ciudadanía. Pero el rigor intelectual nos exige actuar con conciencia de la complejidad de los procesos que viven los colectivos humanos, y valorando los cambios, aunque sean pequeños. Y la realidad es que, a pesar del atentado de Barajas y a pesar del tremendismo con que el PP nos despierta cada mañana, el País Vasco ha experimentado cambios en sentido positivo. No debemos olvidar que a principios de 2004 esa comunidad y la política española estaban marcadas por el Pacto de Estella y por el plan Ibarretxe y que desde entonces han ocurrido muchas cosas. Veamos: las Cortes rechazaron el plan Ibarretxe y los vascos confirmaron en las urnas tal rechazo; hoy son más numerosas y claras las voces dentro del mundo abertzale que abogan por la paz (ahí está la firmeza de Aralar); se ha acrecentado el peso de las posiciones menos radicales en el PNV, hasta el punto de que ese partido apoya al Gobierno central; el número de víctimas del terrorismo ha descendido radicalmente; la kale borroka está a años luz de lo que fue a principios de la década… Es más: la ciudadanía, dentro y fuera del País Vasco, soporta mucho menos la violencia, sea de «baja» o «alta intensidad». Además, la eficacia policial, en Francia y en España, se ha intensificado y la fragilidad de la banda es mayor.

Todos esos son signos que hablan de un avance de la racionalidad y la democracia. Los meses del «alto el fuego» llevaron a que la ciudadanía de Euskadi viviera una experiencia colectiva distinta. En 2006 mejoró la convivencia, se abrieron fisuras en el monolitismo nacionalista, el País Vasco (aunque parezca un aspecto irrelevante, lo creo esencial) fue contemplado como un destino turístico por muchos más ciudadanos de toda España que en años anteriores y avanzó el diálogo cultural entre nacionalistas y no nacionalistas. De esa experiencia positiva, nadie ha salido indemne. Ni siquiera el mundo abertzale, donde las discrepancias comienzan a ser visibles.

Así que no podemos instalarnos en el inmovilismo. Eso llevaría al bloqueo, al establecimiento de dos frentes inconciliables cuyo resultado es nefasto para la convivencia (y, como vimos en 2000, electoralmente ruinoso para las opciones no nacionalistas). No podemos retroceder a un Pacto Antiterrorista que nació de la imposibilidad, en plena era Estella, de sumar plenamente a la lucha contra ETA al PNV, a EA, a EB. Eso sería caminar hacia el pasado cuando la sociedad mira hacia el futuro: sería reeditar un pacto a dos cuando la práctica totalidad de las fuerzas políticas (incluidas gran parte de las que firmaron el Pacto de Estella) quieren comprometerse ahora en la estrategia antiterrorista.

Es obvio que la maquinaria del Estado (policial y judicial) ha de actuar con eficacia y firmeza. Pero también debería serlo que la política es el espacio de la inteligencia: la lucha contra ETA y el aislamiento de los violentos exigen la más amplia unidad, requieren un acuerdo que amplíe el actual Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Es decir, algo más parecido al Pacto de Ajuria Enea o al de Madrid que al que PP y PSOE suscribieron en pleno auge del frentismo. Es una exigencia que, según todos los estudios de opinión, cuenta con el apoyo de una amplia mayoría de los ciudadanos del País Vasco y del conjunto de España.

No actuar con ese criterio no ayudará a instalar la racionalidad en Euskadi, ni siquiera a ampliar el espacio de la democracia, el constitucionalismo, el Estatuto. Por el contrario, coadyuvará a un cierre de filas nacionalistas, con el riesgo de reedición del Pacto de Estella (el mejor regalo para el radicalismo). La inteligencia y la prudencia políticas no están reñidas con la firmeza y el rigor en la defensa de la ley y de la Constitución y sus valores.

Manuel Rico es escritor, autor, entre otras obras, de Trenes en la niebla (2005) y Por la sierra del agua (2006).

Los «pelotazos» del PP no son de este Mundo

Me ha sorprendido (aún conservo cierta capacidad de sorpresa) la ausencia total en El Mundo de noticias sobre los escándalos urbanísticos en Baleares y en Canarias.

Se ve que los «pelotazos» del PP no son de este Mundo. Ni una línea en su portada.

En cambio, El País manda en primera a cuatro columnas con «el alcalde de Andratx»:

El alcalde de Andratx acordó reunirse con Matas para hablar de su detención

Y a dos columnas lleva el «pelotazo» en Tenerife que salpica a casi todos:

La querella por el «pelotazo» de Tenerife alcanza a PP, PSOE y Coalición Canaria

El Mundo manda, a dos columnas, con Del Olmo, su juez favorito para portada:

Del Olmo se inhibe pero los policías siguen presos por hablar con EL MUNDO

¿Alguien se puede creer que en España detienen a la gente sólo «por hablar con EL MUNDO«?

Algún lector maduro y sensato de El Mundo podría sentirse ofendido por este titular tan pueril y pedrojotero.

Ambos diarios dan -eso sí- la crisis de Air Madrid en portada. El Mundo, a tres columnas, y El País, sólo a una columna. Por algo será.

El País ilustra su portada con una espléndida foto de Kofi Annan con este titular:

Annan dice adiós a la ONU con un lamento por la guerra de Irak

Como ya sabemos por experiencia, la guerra de Irak tampoco es de este Mundo.

El País dedica su primer editorial -cuya lectura recomiendo- a estos casos de corrupción urbanistica y al arte de dar la vuelta a la realidad para cambiar los papeles de Caperucita por los del lobo feroz y viceversa.

EDITORIAL de El País

Papeles cambiados

20/12/2006

El Partido Popular intenta montar una película sobre el caso Andratx con los papeles de los personajes cambiados: los delincuentes son los buenos, y los malos quienes los persiguen e intentan poner freno a sus desmanes. En esa película, los malos de verdad serían el fiscal Anticorrupción de Baleares, su jefe en Madrid el fiscal general del Estado y, en última instancia, el Gobierno, y no el alcalde de Andratx y el resto de implicados en la trama de corrupción urbanística descubierta en esa localidad, así como el consejero balear de Interior y secretario general del PP en las islas, cogido in fraganti por el juez cuando ponía en guardia por teléfono al alcalde sobre su inminente detención.

•El alcalde de Andratx acordó reunirse con Matas para hablar de su detención

•La grabación prueba que el consejero balear de Interior mintió en el caso de corrupción de Andratx

Esta imagen de víctima propiciatoria e injustamente perseguida por un Ministerio Fiscal al servicio de intereses poco claros y dudosamente acordes con la ley ya la intentó transmitir el presidente del Gobierno balear con su extemporánea visita al fiscal del Estado. Una visita a la que no debió prestarse Conde-Pumpido y que no sirvió para convencer a Jaume Matas de que no cabía mezclar a la Fiscalía en ningún tipo de persecución generalizada contra los municipios baleares en manos del PP. Prueba de ello fue la desfachatez con que pocos días después Matas recreó los oídos de afiliados y simpatizantes del partido al realizar una fantasiosa vinculación del caso Andratx con el 11-M.

A todo esto, quien parece mantener una postura sensata sobre el caso Andratx y otros de corrupción urbanística relacionados con el PP es su presidente. Lo dicho ayer por Mariano Rajoy en una emisora es, como a él le gusta decir, de sentido común: expulsión y tolerancia cero frente a quienes con su conducta manchen el partido. El problema de Rajoy es que sólo él dice esas cosas y que deja que otros digan o hagan otras cosas bien distintas que mal se compadecen con ese mensaje de asunción de responsabilidades.

Las inaceptables imputaciones contra los socialistas hechas ayer por el presidente del PP en Canarias, José Manuel Soria, como si las investigaciones sobre corrupción urbanística que afectan a su partido fueran obra del Gobierno y no de los jueces, exigen una clara desautorización por parte de Rajoy. Es el caso también de Eduardo Zaplana solicitando la comparecencia de Conde-Pumpido en el Congreso para que explique algo que sólo puede decidir un juez: la intervención telefónica al consejero balear de Interior, y que el portavoz parlamentario del PP considera una muestra de Estado policial.

Más bien sería todo lo contrario: una muestra de Estado derecho, en el que, a diferencia del policial, el control de las comunicaciones telefónicas queda reservado a los jueces. Y ese control ha sido llevado a cabo con mesura por el juez del caso Andratx: ordenándolo cuando han aparecido indicios de una posible implicación directa del consejero en la trama, tras conocerse su conversación con el alcalde, y suprimiéndolo cuando ha considerado que ya no era necesario.

FIN

Caperucita, en El Mundo, y el lobo, en El País

Reparado mi portátil y casi recuperado de tantas comidas y cenas prenavideñas, me enfrento de nuevo con la tarea de comparar los titulares (noticias y no noticias) de las portadas de los dos principales diairos de pago de España.

¿Y qué me encuentro?

Una ración de Caperucita, a tres columnas, en El Mundo, y otra del lobo en El País, a cuatro.

El País, a cuatro columnas, arriba:

El juez «pinchó» el móvil del consejero de Interior por alertar al alcalde de Andratx

Sumario:

El auto judicial revela que el alto cargo balear y el regidor planearon qué hacer ante la inminente detención de éste

Va ilustrado con fotocopia del auto del juez con este pie:

EL CHIVATAZO. El auto del juez confirma que el consejero balear de Interior conocía previamente la detención del alcalde de Andratx, algo que él niega

El Mundo

El «número 2» del PP balear tuvo el móvil pinchado a petición del fiscal

Sumario:

El juez levantó la medida sobre José María Rodríguez al cabo de 8 días tras no apreciar ningún indicio de delito en relación al «caso Andratx»

O sea: fiscal malo, juez bueno, dependiendo del diario. Consejero de Interior de PP, limpio o sucio, según dónde se mire.

A dos columnas, El Mundo manda con uno de sus sujetos favoritos, considerado «no noticia» por El País:

Vera y el coronel Hernando en el banquillo por pagar a Amedo en Suiza

A una columna, El País lleva un recuadro considerado «no noticia» por El Mundo:

Detenido por malversación el presidente del PP de Telde

Pero lo más interesante, a mi juicio, ha sido el artículo del magistrado Martín Pallín en El País que copio y pego para quienes no tengan acceso:

La sombra de Franco es alargada

JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN

19/12/2006

Sus fieles seguidores le guardan y tributan veneración y respeto. Esgrimen y ondean con orgullo sus símbolos y sus banderas, compartiendo sin fisuras el rechazo permanente que el personaje tuvo hacia la democracia y los partidos políticos. Difícilmente toleran que se le coloque en el museo de los más crueles y sanguinarios dictadores, al lado de Hitler o del recién fallecido Pinochet.

Los dictadores no tienen amparo en la posible prescripción de sus crímenes. Para ellos el tiempo no es el olvido. Un golpe de Estado contra la democracia es un hecho histórico pero nunca será un acto legítimo.

Siguiendo los debates que se han abierto sobre la necesidad de cerrar una época negra y trágica de España nos encontramos ante una realidad que, por encima de opiniones e interpretaciones de la historia, nos demuestra que Franco no ha muerto.

Está presente en estatuas, avenidas, calles y fundaciones legalmente constituidas. Su nacional catolicismo, única estrategia política que hábilmente mantuvo hasta su muerte, se ha perpetuado en la cúpula del Episcopado.

Una de sus máximas favoritas sostenía que los ciudadanos españoles, presos de sus demonios familiares, no estaban preparados para la democracia. Ahora que hemos superado nuestra «impericia» para vivir en democracia, ha llegado el momento de rescatar el valor superior de la justicia para los que murieron o vivieron sojuzgados durante la larga dictadura. De nuevo nos encontramos con los demonios familiares encarnados, esta vez, en algunos demócratas y, por supuesto, en los hijos espirituales y nostálgicos de aquellas gloriosas gestas que, según el derecho internacional de las sociedades y países civilizados, no son otra cosa que crímenes contra la humanidad.

Negarse a la anulación de los Consejos de Guerra sumarísimos con el pretexto leguleyo de que afectaría a la seguridad jurídica o la manipulación de la doctrina del Tribunal Constitucional sobre la retroactividad de los derechos fundamentales, llena de perplejidad a muchos juristas. Todavía no he conseguido hacérselo entender a muchos colegas latinoamericanos que admiran la decisión con la que España aplicó el principio de justicia universal, persiguiendo a dictadores con el beneplácito y la admiración de la comunidad internacional.

No voy a perder el tiempo argumentando, una vez más, sobre la razón legal que nos asiste a los que mantenemos la posibilidad de su anulación. Sólo diré que la vergonzante propuesta de ley cuya tramitación se inicia, llega hasta el extremo insólito de vedar la publicación de los nombres de las personas que han intervenido en la comisión de hechos que el Consejo de Europa y el Parlamento Europeo han condenado como crímenes contra la humanidad.

Los más ilustrados de los grupos de opinión que no comparten la revisión legal del franquismo han acuñado una frase que aplican al presidente del Gobierno, al que acusan de «sectarismo revisionista». Seguramente no han leído la ley que propone, ni les interesa.

Algunos clasifican las dictaduras como los vinos. Incuestionablemente nuestra dictadura pertenece, por su duración, a la gran clase de la vinicultura y seguramente por ello piensan que no conviene mover la botella no vaya a ser que el preciado liquido se deteriore.

Las dictaduras chilena, uruguaya y argentina, al parecer, no alcanzan esta condición. Sus comportamientos fueron calcados de la ilustre marca que les ofrecía España. Suspensión de sindicatos, disolución de partidos políticos, del Congreso de los Diputados y de las Cortes Supremas de Justicia. La experiencia histórica y el buen consejo de Henry Kissinger les evitó caer en el enojoso trámite de articular consejos de guerra o cortes marciales que, con métodos expeditivos, encadenasen sentencias de muerte para los subversivos. La solución del exterminio la compartieron con los golpistas españoles, pero se olvidaron de trabas documentales y se dedicaron a chupar personas, torturarlas y hacerlas desaparecer de las más distintas y crueles maneras. Sus crímenes, iguales que los de la dictadura española, fueron juzgados. Pero la situación de inestabilidad obligó a dictar claudicantes leyes de obediencia debida o punto final.

La Corte Suprema argentina anuló éstas. Muchos asesinos tuvieron que sentarse en los tribunales y ser juzgados con el máximo respeto y protección de sus garantías democráticas. Pinochet era un delincuente político y económico que vivió envuelto en la ignominia de haber asesinado, y además robado el dinero público. Bordaberry, el presidente uruguayo que se prestó a dar cobertura al golpe militar, acaba de ser detenido y va a ser juzgado.

En España, a setenta años del golpe militar que dio paso a casi cuarenta años de dictadura, muchos piensan que los asesinatos «legales y selectivos», las torturas que sufrieron infinidad de ciudadanos y el miedo de los supervivientes fueron incidencias del pasado que debemos olvidar.

Un político uruguayo, cuya dictadura es la última de la lista, nos recuerda que la historia sólo es historia cuando es completa, cuando no tiene espacios vacíos y cuando las responsabilidades, los méritos, las tendencias, los aciertos y los errores ocupan su sitio.

En esta España marcada por cuarenta años de fascismo, sólo cabe descubrir a los muertos y enterrarlos de nuevo. Recuperar la dignidad que les llevó a oponerse a la barbarie de un golpe militar no merece el esfuerzo de aplicar las normas del derecho internacional de los derechos humanos. La conclusión es clara, los españoles durante los años de la dictadura no teníamos derechos humanos, sólo éramos súbditos y además extraterrestres. Los redactores del texto de la ley, conocida simplificadamente como de la memoria histórica, no han leído, con rigor jurídico, ni las leyes alemanas de desnazificación, ni la doctrina que emana del Tribunal Supremo estadounidense cuando ha llegado a sus manos el primer caso de los zombies naranjas que deambulan por Guantánamo.

Si no hay espacio político para la razón es mejor que se aparque la ley y la nefasta idea de borrar el pasado con certificados de buena conducta, si es que los cinco hombres sabios deciden que concurren los requisitos legales. FIN

José Antonio Martín Pallín es magistrado emérito del Tribunal Supremo.

Me da pena haber perdido estos días para el archivo el artículo de Hirsi Ali de anteayer. Ahí va:

TRIBUNA en El País

Negación del Holocausto: mi historia personal

AYAAN HIRSI ALÍ

17/12/2006

Un día de 1994, cuando vivía en Ede, una pequeña ciudad holandesa, recuerdo que recibí la visita de mi hermanastra. Ella y yo habíamos solicitado asilo en Holanda. A mí se me concedió, a ella le fue denegado. El hecho de que yo recibiera el asilo me dio la posibilidad de estudiar. Mi hermanastra no pudo hacerlo. Para ser admitida en el instituto de educación superior al que quería asistir, tuve que aprobar tres cursos: uno de Lengua, uno de Educación Cívica y otro de Historia. Fue en este último cuando oí hablar por primera vez del Holocausto. Por aquel entonces yo tenía 24 años, y mi hermanastra 21.

En aquella época, el genocidio de Ruanda y la limpieza étnica de la antigua Yugoslavia plagaban las noticias diarias. El día en que me visitó mi hermanastra, me encontraba dándole vueltas a lo que les había ocurrido a seis millones de judíos en Alemania, Holanda, Francia y Europa del Este. Supe que hombres, mujeres y niños inocentes fueron separados unos de otros. Con estrellas prendidas al hombro, fueron trasladados en tren a los campos y gaseados por la sola razón de ser judíos. Fue el intento más sistemático y cruel de la historia de la humanidad por aniquilar a un pueblo.

Vi fotografías de masas de esqueletos, incluso de niños. Escuché aterradores relatos de algunas personas que habían sobrevivido al terror de Auschwitz y Sobibor. Le conté todo esto a mi hermanastra y le mostré las imágenes de mi libro de historia. Lo que me dijo me horrorizó todavía más que la atroz información de mi libro. Con gran convicción, mi hermanastra espetó: «¡Es mentira! Los judíos saben cómo cegar a la gente. No fueron asesinados, gaseados ni masacrados. Pero rezo a Alá para que algún día todos los judíos del mundo sean destruidos». Me horrorizó su reacción.

Recuerdo que de niña, cuando me criaba en Arabia Saudí, mis profesores, mi madre y nuestros vecinos nos decían casi a diario que los judíos eran malos, los enemigos declarados de los musulmanes, cuyo único objetivo era destruir el islam. Nunca nos informaron sobre el Holocausto. Más tarde, en Kenia, cuando era una adolescente y nos llegaba a África la filantropía saudí y de otra zonas del Golfo, me acuerdo de que la construcción de mezquitas y las donaciones a hospitales y a los pobres iban juntos con los insultos a los judíos. Se decía que ellos eran los responsables de la muerte de bebés y de epidemias como el sida. Eran avariciosos y harían cualquier cosa por acabar con los musulmanes. Si algún día queríamos conocer la paz y la estabilidad, tendríamos que destruirles antes de que ellos nos destruyeran a nosotros.

Los líderes occidentales que dicen sentirse escandalizados por la conferencia de Ahmadineyad en la que niega el Holocausto necesitan despertar a esa realidad. Para la mayoría de los musulmanes del mundo, el Holocausto no es un gran acontecimiento histórico que neguemos. Sencillamente no lo conocemos porque nunca se nos ha informado sobre él. Y lo que es peor, a la mayoría se nos prepara para que deseemos un holocausto de los judíos.

Recuerdo la presencia de filántropos occidentales, ONG e instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Sus representantes hacían llegar a quienes consideraban necesitados medicamentos, preservativos, vacunas o materiales de construcción, pero ninguna información sobre el Holocausto. A diferencia de la filantropía, ofrecida en nombre del islam, los donantes laicos y cristianos y las organizaciones de ayuda no llegaban con un programa de odio, pero tampoco con un mensaje de amor. Sin duda, ésta fue una oportunidad perdida si nos fijamos en las organizaciones benéficas que propagaban el odio procedentes de países musulmanes ricos gracias al petróleo.

Se calcula que, en la actualidad, la cifra total de judíos en del mundo ronda los 15 millones, y sin duda no supera los 20 millones. En lo relativo a la fertilidad, su crecimiento puede compararse con el del mundo desarrollado, al igual que su envejecimiento. Por otro lado, se calcula que las poblaciones musulmanas están entre 1.200 y 1.500 millones de personas, y que no sólo están creciendo con rapidez, sino que son muy jóvenes. Lo sorprendente de la conferencia de Ahmadineyad es el (tácito) consentimiento del musulmán medio al deseo no sólo de negar el Holocausto, sino de exterminar a los judíos.

No puedo evitar preguntarme: ¿por qué no se celebra una contraconferencia en Riad, Cairo o Lahore, Jartum o Yakarta condenando a Ahmadineyad? ¿Por qué guarda silencio la Conferencia Islámica ante esto? Puede que la respuesta sea tan sencilla como horrenda: durante generaciones, los líderes de los denominados países musulmanes han alimentado a su población con una dieta constante de propaganda similar a la que recibieron generaciones de alemanes (y otros europeos), según la cual los judíos son alimañas y hay que tratarlos como tales. En Europa, la conclusión lógica fue el Holocausto. Si Ahmadineyad se sale con la suya, no le faltarán musulmanes dóciles dispuestos a acatar sus deseos.

El mundo necesita un fomento del entendimiento entre culturas, pero necesita con más urgencia ser informado sobre el Holocausto. No sólo en el interés de los judíos que sobrevivieron al Holocausto y el de sus descendientes, sino en el de la humanidad en general. Quizá haya que empezar por contraatacar la filantropía islámica surcada de odio contra los judíos. Las organizaciones benéficas cristianas y occidentales en el Tercer Mundo deberían ocuparse de informar sobre el Holocausto a los musulmanes y no musulmanes en sus áreas de actuación.

FIN

—-

Y el Editorial de El País de anteayer:

Memoria

17/12/2006

El proyecto de ley de memoria histórica (ahora con otra denominación) ha iniciado su tramitación parlamentaria con la oposición de las formaciones bajo cuyo impulso se planteó. E incluso una de ellas, IU, tomó ayer como pretexto lo que considera insuficiencias del proyecto para anunciar que deja de considerarse aliado preferente del Gobierno, y que convocará movilizaciones si la ley se mantiene en los términos actuales. Esta paradoja es un reflejo de uno de los puntos débiles de la estrategia de Zapatero.

La iniciativa que dio en llamarse «de la memoria histórica» (la expresión la introdujo ERC) no figuraba en el programa socialista, pero fue asumida por el Gobierno poco después de llegar al poder como forma de afianzar los lazos con IU y ERC. Una vez en marcha, los socialistas consideraron que un asunto con tanta carga emocional sólo tenía sentido si se planteaba desde el consenso, lo que implicaba buscar un acuerdo con el PP; pero esa actitud ha sido vista como una claudicación por sus aliados de izquierda. El resultado ha sido que el Gobierno se ha encontrado entre las manos, y casi como único defensor, con una iniciativa que por sí mismo no habría tomado.

Desde que fue anunciado por el Gobierno y antes de que se iniciaran los trámites para su aprobación parlamentaria, el borrador de la ley ha sufrido cuantiosas y profundas modificaciones. De la inicial autosuficiencia con la que se señalaba que el partido socialista de Zapatero se había atrevido con decisiones que evitó el de Felipe González, gracias a las nuevas condiciones creadas, entre otras razones, por un cambio generacional, se ha pasado a proponer como punto de equilibrio una ley a la que el propio legislador pretende privar de efectos legales. Para reparar moralmente a las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo, un fin legítimo, el Gobierno podía haber recurrido a instrumentos de otra naturaleza, no a un texto legal. Si lo ha hecho así es porque ha pretendido conciliar su compromiso inicial de recuperar por ley la memoria histórica, como querían sus aliados, con las soluciones a las numerosas dificultades que han ido surgiendo en el camino. El resultado ha sido una norma que incorpora un listado de materias de muy diversa entidad (desde el pago de indemnizaciones y la eliminación de símbolos franquistas a la exhumación de restos), todas ellas respetables, pero cuya propia heterogeneidad dificulta el hallazgo de una fórmula compartida.

Una primera dificultad, y no es menor, consiste en fijar la frontera temporal. Y aun trazando un límite sustancial en el golpe de Estado franquista de julio de 1936, el reconocimiento de las víctimas del lado republicano durante la guerra no debe excluir el de los fusilados y desaparecidos del otro bando, sin que pueda alegarse que unos ya tuvieron reconocimiento durante 40 años y los otros no. Esto es cierto, pero de lo que se trata ahora es de un reconocimiento por la España democrática de todas las víctimas; de sustituir la guerra de esquelas por el compromiso de la piedad compartida.

El punto más polémico viene siendo el de la anulación de las sentencias de los consejos de guerra y juicios sumarísimos del franquismo. Una anulación en bloque, como proponen IU y ERC, plantearía problemas jurídicos insalvables, según el Gobierno, y una revisión caso por caso podría colapsar los tribunales. No es lo mismo una condena por «auxilio a la rebelión», según la fórmula franquista, que claramente revela un castigo por razones ideológicas, que otras en las que se juzgaban delitos de otro tipo. El proyecto trata de esquivar esas dificultades mediante un reconocimiento genérico de la injusticia de las condenas y de cualquier forma de violencia personal causada por razones ideológicas, durante la guerra y en la dictadura. Pero esta fórmula es frontalmente rechazada por IU y ERC, que exigen certificados de nulidad de las sentencias.

Por iniciativa de los ayuntamientos, muchos de los símbolos del franquismo han ido desapareciendo de las calles desde la transición. Es la prueba de que hay instrumentos para que las Administraciones tomen iniciativas sin necesidad de leyes específicas. Si algunas instituciones no lo han hecho es porque no ha existido la voluntad política. Mejor dicho, porque ha existido la de no hacerlo, con el argumento de que esos símbolos forman parte de nuestra historia. Puesto que el PP ha sido abanderado de esta postura, es a él a quien cabe dirigirle el reproche de que no haya demostrado el sentido de Estado suficiente para comprender que, de haber retirado esos símbolos en las instancias en las que ha gobernado, hubiera hecho una contribución decisiva a la definición del espacio constitucional, trazando una frontera infranqueable, y no una divisoria difusa, entre la dictadura de Franco y el actual régimen de libertades. Ése sería el espacio idóneo para que la democracia rindiera tributo a todas las víctimas.

En el punto en que estamos, lo importante, con ley o sin ella, es que, de ahora en adelante, las fuerzas parlamentarias no escatimen esfuerzos para que los fantasmas de nuestra historia regresen de una vez por todas a su siniestro panteón.

Fin

Corrupciones del PP, en El País; ETA y el 11-M, en El Mundo

Pasan los días y los meses y las portadas de los dos principales diarios de pago de España siguen, más o menos igual, explotando sus yacimientos informativos con el pico y la pala de los prejuicios ideológicos y los intereses económicos. Cada loco con su tema. Hoy me han recordado una frase de Einstein:

«Es más fácil desintegrar átomos que prejuicos»

Para matar el tedio que me produce a menudo la repetición y la rutina de las portadas de El País y El Mundo (y siguen sin entender, dentro de la WAN(World Association of Newspapers), por qué los de pago están en crisis de ventas, lectores e ingresos), voy a tener que buscar otros objetos dignos de comparación.

Me gustaría avanzar y profundizar en el análisis comparativo de las noticias y no noticias que me propuse hace ya más de un año en este blog. Y estoy abierto a sugerencias y críticas, aunque sean constructivas.

Desde luego, la comparación de las noticias de la radio y la televisión es muy costosa, en términos de tiempo.

En el caso de las versiones digitales de elpaís.com y elmundobórico.es (que sigo diariamente, tratando -ahora sí- de pisarles los talones) me parecen cada vez más emanaciones de sus propios diarios impresos, a los que están supeditadas (por no decir esclavizadas) para evitar la canibalización.

Hasta que se me ocurra algo más divertido y eficiente, seguiré comparando estas portadas si los lectores y mi trabajo me lo permiten.

A veces, desaparezco del blog uno o dos días. Tengo razones técnicas (pierdo la conexión ADSL que resulta ser bastante precaria en mi casa en las afueras de Madrid) o laborales (preparación del Consejo que, anteayer, nos aprobó el Presupuesto para 2007, viajes, etc.) que me impiden mayor dedicación al bloguerío.

Hoy es uno de esos días en los que una sola mirada a las dos portadas basta para comprobar de qué pie cojea cada diario, y hace innecesario cualquier comentario.

El Mundo, arriba, con gran foto de detención de etarras, a cuatro columnas:

Los etarras detenidos experimentaban nuevos explosivos con sus comandos

Abajo, a tres columnas:

Los policías de la Goma 2 investigados por tráfico de armas y un asesinato

En el texto de portada incluye lo siguiente:

“…Goma 2, similar a la presuntamente utilizada en la masacre del 11-M y en el piso de Leganés.”

Y a una columna:

Piden seis años de cárcel para el jefe de la Policía Científica por la falsificación del

informe ETA/11-M

En El País no hay ni una línea sobre el 11-M y solo un pequeño sumario a una columna sobre ETA:

Rubalcaba subraya que la detención de etarras prueba que el Gobierno no baja la guardia

En imagen casi especular, invertida, en toda la portada de El Mundo no hay ni una sola alusión a las detenciones y encarcelamientos de alcaldes del PP (Canarias y Baleares) implicados en corrupciones urbanísticas. Para El Mundo son “no noticias” sino pelillos la mar.

En El País, en cambio, estas noticias sobre corrupción en el PP reciben un tratamiento de lujo a cuatro columnas, arriba, mandando:

El recaudador de comisiones ilegales de Telde confiesa que el dinero iba al PP

Este gran titular de El País va sobre una expresiva foto, centrada a tres columnas, de un alcalde del PP, bien vestido, esposado y cabizbajo, escoltado por dos guardias civiles, camino del juzgado:

Encarcelado el alcalde de Andratx

No reproduzco lo que El Mundo publica en su portada sobre estos dos escándalos de primera magnitud del PP porque saldría un cuadro en blanco. Ni siquiera un pequeño sumario que pueda molestar al PP.

Quizás la decisión de no publicar nada sobre los corruptos del PP se haya debido a la falta de espacio, pues el 90% de su portada ha sido dedicado hoy a alimentar, directa e indirectamente, las teorías conspirativas que tanto gustan a sus creyentes más fanatizados.

¿Acaso puede hacer algo la razón contra la fe?

Muy poco. Son como dos naves que se cruzan en la niebla.

Menos mal que, para el seguimiento de las cuestiones importantes, nos queda aún el refugio de los filósofos-humoristas como El Roto de hoy en El País.

Cada día -y gracias a la lectura y a los viajes- es más dificil que nos den gato por liebre.

Un video para «hacer creer» o para «probar»
Cuando el tamaño importa…

Hago a menudo tanto hincapie en el valor del sujeto y del verbo que suelo olvidar la importancia que tiene el tamaño y el cuerpo tipográfico de los titulares.

Desde luego, la comparación de verbos («hacer creer» o «probar«) atribuidos a un mismo sujeto (El PSOE) es muy llamativa, por el sesgo editorial (y muy poco profesional) que imprime a lo que pretende ser una información sobre hechos y no una opinión.

El Mundo, a cuatro columnas:

El PSOE produce un vídeo para hacer creer que Aznar cedió más ante ETA

El País, a una columna

El PSOE hace un vídeo sobre la tregua de 1998 para probar que el PP que generoso con ETA

En los casos de corrupción urbanística, ya estamos acostumbrados al tratamiento «maxi» o «mini», según sea el partido político implicado y el diario que lo publica.

El País, a cuatro columnas;

Detenidos por corrupción el alcalde de Andratx y el jefe del urbanismo balear

El Mundo, a una columna:

Detenidos por corrupción el alcalde de Andratx y un alto cargo del Gobierno balear

Lo mismo ocurre, aunque por otras razones, con la distinta valoración que cada diario hace en su portada del anuncio de que el próximo bebé de los Príncipes de Asturias será una niña.

Creo que, en ete caso, El Mundo lo ha valorado bien mientras que a El País se la ido un poco la olla.

Dedica casi media página a la victoria de Correa en Ecuador y apenas un pequeño sumario a la próxima hermana de la Infanta Leonor, cuarta en la línea de sucesión al trono de España.

En el caso de los obispos ocurre todo lo contrario. El Mundo pasa de ellos mientras El País les da tres columnas completas en página interior y con un recuadro destacado en negrita cargado de intención editorial.

El País complementa esta información con una columna de opinión del siempre irónico y, a menudo, brillante, Miguel Angel Aguilar con el título «Harturas y pastorales»

En la página 3 de El Mundo hay -¡sorpresa!- dos críticas de dos colaboradores al ex presidente José María Aznar. (Aquí pasa algo). Una corre a cargo de Antonio Gala y la otra del humorista Ricardo.

Y puesto a mirar hoy los tamaños más que los sesgos editoriales del verbo y el sujeto y la mangancia profesional que supone tratar de confundir los hechos con las opiniones, también me he fijado en el distinto corte fotográfico que cada diario hace del mismo acontecimiento.

El Mundo tenía ayer en su poder la misma foto de Gallardón saludando a Aznar de la Agencia EFE, que hoy ha publicado El País.

Sin embargo, ha preferido publicar esta otra. El primer corte muestra un caluroso saludo entre ambos políticos; el segundo, en cambio, es casi un desaire a paso ligero.