Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Mi vida (y milagros) en Periodista Digital. ¡Qué peligro!

Hoy me encontré de sopetón con el grandísimo Vicente del Bosque. Y me sentí tan emocionado como un niño en presencia de Aquiles.

Poster firmado por del Bosque en "La Raqueta"

Poster firmado por del Bosque en «La Raqueta»

 

Ante tamaña provocación, no tuve más remedio que pedirle un autógrafo para presumir, ante mis hijos y mis viejos colegas de 20 minutos,.de que le había visto y tocado, personalmente,

Ni corto ni perezoso, agarré un poster de los campeones del mundo y se lo acerqué.

Lo firmó: «Para 20 minutos, con mucho afecto. Vicente del Bosque«. Ahí queda eso. Y tengo documento gráfico.

 

La verdad es que la entrada de nuestro héroe nacional, el hombre que más ha hecho por reconciliarnos con la bandera española actual (sin la gallina de Franco), fue todo un acontecimiento entre los tenistas reunidos en la cafetería de la Ciudad de la Raqueta de Madrid.

JAMS con Vicente del Bosque en La Raqueta

JAMS con Vicente del Bosque en La Raqueta. Al fondo (Dcha), Javier Mtz.,mi profe de tenis.

Su entrada, rodeado de algunos futbolistas, causó un revuelo tremendo. Como si hubiera entrado una top model medio desnuda o George Cloony en calzoncillos.

Recibió el cariño de todos y algunos aplausos. Hoy le ví por primera vez personalmente y la verdad es que las cámaras no engañan: es un tipo simpático y agradable. Una buena persona.

Y, además, humilde. Un campeón del mundo, humilde. No hay más que verle.

¡Bravo por Vicente del Bosque!

—–

Y ayer se me ocurrió aceptar la invitación de los colegas de Periodista Digital para que les contara mi vida y milagros, ahora que, por fin, no soy nadie. O mejor, como dicen los ingleses, soy un «has been».

Acostumbrado a preguntar durante casi medio siglo, me vi, de pronto, respondiendo a infinidad de preguntas sobre mi vida profesional. El cazador, cazado. Y dije para mi: «¡Qué leches! No tengo ningún compromiso profesional y puedo decir lo que me de la gana».

Y decidí contar la verdad, tal como yo la recuerdo. ¡Qué peligro! Pasen y vean…
Entrevista con el fundador de ’20minutos’

[VÍDEO] Martínez Soler:
“El PP me echó de TVE y Miguel Ángel Rodríguez llamó a todos los periódicos para que no me contrataran”
“Pedrojota Ramírez es un mal periodista que utiliza a los lectores y los manipula”
Periodista Digital / Entrevista: J.F.Lamata, 25 de febrero de 2014 a las 16:05

José Antonio Martínez Soler acaba de jubilarse tras medio siglo de vida dedicada al periodismo en prensa y televisión. Entre las publicaciones que fundó destacan las revistas Cambio16 y Doblón en la Transición o el primer periódico gratuito 20minutos en el año 2000, obra de la se muestra muy orgulloso.

En su currículum, lamentablemente, también destacará siempre el haber sido co-protagonista de uno de los episodios más oscuros del tardo-franquismo: haber sido secuestrado y torturado por un comando de ‘incontrolados’ de ultraderecha en 1976 que quisieron sonsacarle sus fuentes.

Fragmentos más relevantes de la entrevista con Martínez Soler:

Secuestro y tortura:

Nunca quise saber quiénes eran. Pero formaban parte de los cuerpos de seguridad del Estado, así que se puede hablar de terrorismo de Estado y de que yo fui el primer desaparecido. El artículo que publiqué denunciaba una purga de militares en el Ejército, para poner a otros de la línea más dura. Cuando publicamos eso el director de la Guardia Civil se dio cuenta de que teníamos una fuente dentro, por eso debieron ordenar aquello. Me quemaron la cara, pero sobreviví.

Insisto no quise nunca venganza, ni saber quiénes eran. Ellos estarían a las órdenes de quien fueran, pero me dejaron vivo, igual tengo algo de síndrome de Estocolmo. No tiene sentido la rabia y el odio, esas cosas hay que enterrarlas. No me gusta ir de víctima, hay gente que quiere ser víctima del terrorismo o víctima del franquismo para que sea su profesión en la vida, además lo suelen hacer los que no son directamente víctimas, sino familiares de víctimas. Yo no, por eso nunca hablo de esto, lo escribí una vez por petición de mis hijos. Me quemaron la cara, pero el doctor que me atendió cuando – yo tenía la cara como un monstruo – me dijo ‘qué suerte tiene usted, Martínez Soler, las actrices de Hollywood pagarían millones’, porque las conchas de las pupas se caen y sale piel nueva. Y, en efecto, fijaos que joven estoy.

Fue una problema grave. Cuando te torturan, te ponen una pistola, te hacen un fusilamiento simulado. Cuando llegó ese momento de que iba a disparar y yo pensé que de verdad iba a morir, lo que pensé no fue en mi familia sino ‘mira que morir ahora cuando por fin tengo una parcela’. Estaba ilusionado con la parcela de la que acababa de ser propietario, fíjate, la mente crea refugios.

Despedido de RTVE en 1996:

Cuando yo estaba de corresponsal de TVE en EEUU me dijeron que viniera a Madrid para hacer la entrevista a José María Aznar y Felipe González. Yo no quería hacerlas, estaba en Nueva York, pero los partidos habían dicho que yo era el menos malo.

El PP ganó aquellas elecciones y nada más tomar RTVE con Mónica Ridruejo de directora, la primera decisión fue: Martínez Soler a la calle. Y me despidieron. No me lo podía esperar, dijeron que ‘razones económicas y profesionales’. Y eso que yo producía el doble y a mitad de precio. Ramón Colom se negó a firmar el cese y dimitió para no echarme. Les puse un pleito porque eso iba contra la democracia, porque lo hacían por aquella entrevista.

El director de informativos que me echó era Ernesto Sáenz de Buruaga, que lo llamábamos Ernesto Sáenz de Torquemada por entonces y la Ridruejo, pero a éstos les había dado la orden de Moncloa, Paco Cascos y demás. Salió en toda la prensa. El New York Times sacó un editorial defendiéndome, y aquí en España el ABC me defendió, Anson, como cuando el secuestro de 1976, me defendió. Anson, en eso me quito el sombrero.

Pedrojota no, porque Pedro Jeta en aquel momento estaba con Aznar más que nadie e hizo una campaña feroz.

Pedrojota estaba feliz con mi marcha, pero por otras cosas, en estas rivalidades siempre hay cuestiones personales. Pedrojota creyó que mi mujer fue la que hizo el editorial de New York Times porque trabajó ahí. No, no teníamos ni idea. A lo mejor él si tiene autoridad para cambiar editoriales, pero nosotros no. El Financial Times también salió a mi favor y lo comparó con la tortura: “en España antes un periodista criticaba al Gobierno y lo torturaban, ahora sólo le despiden, hay progresos”.

Se enfadaron tanto que Miguel Ángel Rodríguez se dedicó a llamar a los periódicos a decir que se consideraría un acto hostil contra el Gobierno si un periódico me contrataba. Me lo contaron compañeros que habían recibido esa llamada.

Su enfrentamiento con Mario Conde:

Cuando a mí me nombran director de La Gaceta de los Negocios, inmediatamente se potencian otros diarios económicos. PRISA compró a toda ‘prisa’ Cinco Días; Juan Salas que ya estaba agonizando, montó Economía16.

Iba bien el periódico, era muy bueno, sacamos exclusivas increíbles, como cesiones de créditos, de Botín, de Koplowitz. Pedrojota estaba en ese momento en Diario16 con la ‘Beautifulle’, las exclusivas las sacábamos nosotros, luego se puso en contra, claro.

Mario Conde había presumido que controlaba a La Gaceta de los Negocios. Él estaba en la cumbre, todo el mundo quería ser Mario Conde y todo el mundo le hacía la pelota, Pedrojota y todos le miraban el culo a Mario Conde. Entonces, claro, cuando publicamos que había una rebelión de directivos de La Unión y el Fénix contra Banesto, alguien le debió decir ‘Mario ¿no decías que controlabas a Martínez Soler?’

Se pilló un cabrero de mil demonios. En ese momento era muy soberbio, de mil demonios, ahora lo será menos, porque la cárcel te vuelve humilde digo yo. Llamó al editor le dijo ‘olvídate de ser socio mío’. Esos son los chantajes de la vida, del poder económico contra la prensa. El poder es el herpes de la prensa. Todos los tenemos arriba, pero cuando estás débil el herpes te ataca. En aquel momento él tenía fuerza y atacó.

Luis María Anson:

Anson me dedicó una portada junto a mis compañeros de TVE diciendo que éramos la ‘vergüenza nacional’. Pero le tengo cariño, sus portadas eran graciosas, era cuando lo del ABC auténtico. Eran portadas equivalentes a las de El Mercurio de Pinochet.

Mi madre se preocupó mucho “hijo mío, me han dicho que estás en la portada de ABC”, ¡otro secuestro! Era cuando era director del telediario. Le sigo teniendo cariño a Anson. Él lo hizo para defender su ABC, recuerdo que a Enrique Vázquez le acusó de ser espía del KGB.

Juan Luis Cebrián:

No quiero hacer balance de Juan Luis Cebrián. No me gusta hablar de los colegas. Lo mejor que puedo decir de él, es que ya que me contrató, pues eso demuestra que es inteligente. Lo que hay que tener claro es que Juan Luis Cebrián nunca ha dejado de ser director de El País. Quizá dejó de serlo cuando fue director Estefanía, que es el único que decía algo, porque tenía ‘autoritas’. Los otros son buena gente, pero el trato de Cebrián con ellos es de director (él). Habrá que ver si Antonio Caño quiere ejercer de director o no, pero si quiere ejercer de director, chocará con Cebrián en pocos años.

Con Cebrián aguanté, me fui tres veces y volvía. Y él me decía “si te vas, no vuelves”, pero luego me tenía que volver a contratar.

Pedrojota Ramírez:

Pobre Pedrojota, que mal lo debe estar pasando. Es un tipo muy interesante. Es de Shakespeare, sube a los cielos y baja a los infiernos. Es un gran político, pero un mal periodista. Publica cosas, no es que mienta, pero exagera, utiliza a los lectores y los manipula. Con él de director no aguantaría ni tres días.

Es muy político, puede hacer carrera política y ganar al PP. Podría ser un Mussollini español, que empezó de periodista y acabó político. Pedrojota Ramírez puede perfectamente acabar siendo jefe del Gobierno, el que nos falta para liderar un proyecto populista. ¡Ojo con él! Que tiene más peligro que una caja de bombas.

20minutos:

Desde los años sesenta le estaba dando vueltas a un periódico que viviera sólo de la publicidad y no de las ventas. Internet y todos los avances técnicos me permitieron poner en marcha el proyecto. 20minutos nació realmente en el 2000, aunque fue fundado en 1999 en el sótano de mi casa. Contratamos a Arsenio Escolar y el resto de gente. He estado al frente 14 años. No está mal…

Es el único gratuito que ha sobrevivido. Y es natural, porque los otros tres gratuitos que salieron no hicieron los deberes. Además, no sabían que se enfrentaban conmigo y con Arsenio, ¿a dónde van? Competir con nosotros es ir a la ruina. Se arruinaron los tres: Qué!, ADN y Metro.

Me he ido voluntariamente porque he cumplido 67 años. Vendí el 20minutos a los noruegos voluntariamente. Me he ido feliz y he estado feliz.

 

Sampedro nos reconcilia con la condición humana

Se nos fue el maestro. Como los ríos que van a dar a la mar, poco antes de morir, Sampedro nos dijo: «Ya noto la sal». Él mismo era la sal de la tierra.

José Luis Sampedro

José Luis Sampedro

Ahora, en el día de las alabanzas, le lloverán homenajes póstumos qué él nunca buscó. Por su modestia supimos que era sabio. Sabio de los de verdad. Por su finísimo sentido del humor descubrimos su inteligencia poderosa. Por su integridad, lucidez, autenticidad y sencillez nos cautivó como ejemplo vivo de un hombre bueno y libre. Un intelectual entero. Era, sobre todas sus excelencias, un hombre cabal,  una bellísima persona. Fue un privilegio conocerle: tan fácil de admirar, tan difícil de emular.

Hace tres años (en abril de 2010), circularon por las redes sociales multitud de clamores de jóvenes para que la sociedad española, tan tacaña con sus genios -roñosa España oficial-, reconociera los méritos del escritor, economista, profesor, académico, humanista, etc., y le otorgara, por lo menos, el Premio Cervantes.

Forges en El País (9-04-2013)

Forges en El País (9-04-2013)

Yo mismo me sumé al griterío y pedí, desde este blog, no uno sino todos los premios juntos… Y me quedé corto. Este fue el título de aquel  post: «¡Por Sampedro! ¿Dónde están los premios que merece?

Le dieron algunos premios -pocos y pequeños para lo que merecía- pero los jóvenes indignados reconocieron pronto su libertad de pensamiento y de acción y le adoptaron como maestro y guía. No se equivocaron. Y ese fue el mejor reconocimiento.

Recién muerto el dictador, asistí a un seminario del profesor Sampedro sobre la crisis económica (la del petróleo) que entonces nos parecía gigantesca. Además de contagiarnos su pasión por la vida y el conocimiento, recuerdo muy bien el canto que José Luis Sampedro hizo sobre el amor a la Naturaleza, sobre el cuidado de los recursos escasos del planeta.

La "rentrée" de Sampedro. Portada del nº 1 del semanario Cambio 16 (22-11-1971)

La «rentrée» de Sampedro. Portada del nº 1 del semanario Cambio 16 (22-11-1971)

Cuando apenas se hablaba en España de medio ambiente, cuando el humo contaminante de las chimeneas era un admirable signo de industrailización y desarrollo, el maestro nos introdujo en el nuevo mundo emergente de la Ecología. Una frase se me quedó grabada de aquel seminario. Nos dijo: «El hombre sin pájaros es menos hombre». Era amante de los versos de San Juan de la Cruz y franciscano practicante en todo lo que se refería a los seres vivos.

Hace 42 años conocí al maestro. Lo llevamos a la portada del primer número del semanario Cambio 16 con el titulo «La rentrée de Sampedro«. Acababa de regresar a España procedente de Gran Bretaña, donde estuvo enseñando en varias universidades. Los jóvenes de entonces, fundadores de aquel semanario que prometía (en secreto) ser crítico con la Dictadura, le recibimos como el maestro que ya era. Encargamos a Mercedes Rico Carabias (luego embajadora de España) que le hiciera una entrevista para el numero 1.  Fue una apuesta ganadora. Respondiendo a una pregunta de Mercedes sobre lo que él llamaba (¡en 1971!) «el agotamiento de la ciencia económica convencional», el profesor Sampedro mandó parar y dijo:

«¡Caray! Tengo la impresión de que, si sigo así, esto va a terminar siendo un «ladrillo»… ¡Para un primer número, no creo que sea la mejor manera de conquistar lectores!»

Y así quedó recogido en aquel número fundacional de la que llegaría a ser la primera revista crítica contra el franquismo.

Si don Antonio Machado viviera habría escrito de José Luis Sampedro algo parecido a lo que escribió a la muerte de Francisco Giner de los Rios, fundador de la Institución Libre de Enseñanza (a la que sigo ligado por recomendación de Juan Marichal):

A Don Francisco Giner De Los Ríos

Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?… Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!

Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
…¡Oh, sí!, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas…

Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.

Paginas 22 y 23 del nº 1 de Cambio 16 (22-11-1971)

Paginas 22 y 23 del nº 1 de Cambio 16 (22-11-1971)

 

Joaquín Estefanía ha dedicado su artículo de hoy en El Pais (10-4-2013, pag. 219) a su maestro José Luis Sampedro.  Su título «Churchill, Roosevelt y Juan XXIII» (frente a Thatcher, Reagan y Juan Pablo II) es muy oportuno. Y su contenido es muy clarito. Recomiendo su lectura. A Estefanía -como ocurrió con su maestro Sampedro– cada día se le entiende mejor. No pares, Joaquín. —

Ramón

Ramón

 

 

«A la huelga la llamaremos huelga», Fdz.-Sordo

Ha muerto el penúltimo censor de la Dictadura franquista. Alejandro Fernández Sordo. Me castigó a menudo, pero era un buen hombre. En la hora de su muerte, y con un recuerdo afectuoso -dentro de lo que cabe, por su viejo oficio- copio y pego a continuación unos párrafos de un post antiguo, publicado en este blog, sobre Fernández-Sordo en el que recuerdo anécdotas de cuando fundamos el semanario Cambio 16. Desde que nació en el otoño de 1971, Sordo mandaba secuestrar nuestra revista casi una vez al mes.

Cada vez que hablamos de conquistar la libertad “palabra a palabra”, suelo recordar una anécdota que me ocurrió en 1972 o 1973, siendo redactor-jefe y director en funciones del semanario de Economía y Sociedad “Cambio 16”, cargos que ejercí desde su fundación en 1971 hasta la primavera de 1974. Habíamos fundado el semanario el 22 de septiembre de 1971 –yo procedía del diario Arriba, donde trabajé en los últimos meses de la mili- y al principio no nos tomaron muy en serio.

Del número 1 de Cambio 16 imprimimos 2.000 ejemplares y vendimos 800. Todo un éxito. Solo teníamos permiso para escribir de economía, y nada de política. Pero los conflictos laborales ya emergentes tenían contenidos económicos.

Por eso, en una información sobre una huelga relevante y sonada (creo que fue la de Motor Ibérica, tras el despido de Marcelino Camacho), nos atrevimos a titular en las páginas del pliego central con la palabra “huelga”. Aquel osado ejemplar no pasó la censura. La policía secuestró la tirada completa y precintó las planchas en la imprenta Altamira. El Gobierno inició los trámites para un expediente contra mí, como responsable editorial máximo, y contra la empresa editora.

En cuanto tuve noticia del secuestro –algo bastante frecuente en aquellos años, casi uno al mes- telefoneé al director general de Prensa y jefe máximo de la censura franquista, Alejandro Fernández Sordo. Por cierto, Sordo -¡qué gran apellido para un censor!-, en cuanto se puso al teléfono, me echó una bronca, en tono paternalista, recordándome que la palabra “huelga” no se podía utilizar en la prensa española, sencillamente porque en España no había huelgas, ya que estaban prohibidas por ley.

Le pregunté:

-¿Cómo le llamo entonces a lo que está ocurriendo esta semana en Motor Ibérica?,

El jefe de la censura me replicó:

“Cualquier cosa menos huelga”, “Llámale “paro”, como otras veces, o “cese temporal de producción” o mejor “paro técnico”.

No pude convencerle. La palabra “huelga” no pasó el filtro de la censura. Seguía en la lista de palabras tabú del Ministerio de Información. Y nosotros dimos un paso atrás. Tuve que retirar el pliego central, donde estaba aquella información, con una especie de “desencuadernadora manual” muy ingeniosa, y sustituirlo por otro pliego sin la palabra huelga. Solo así pudimos distribuir la revista con el retraso y el extra coste correspondiente.

Recuerdo muy bien esta anécdota porque unos años más tarde, muy poco después de la muerte del dictador, Fernández Sordo fue nombrado ministro de Sindicatos (creo que fue en el Gobierno Arias). Una de sus primeras declaraciones como ministro fue realizada por el diario Pueblo (propiedad del sindicato vertical franquista) con grandes caracteres tipográficos. Este fue el titular del diario Pueblo, casi a toda página, que me hizo sonreír:

Fernández Sordo: “A partir de ahora, a la huelga la llamaremos huelga”

Hubo palabras y expresiones que, una vez que superada la censura, pasaban a engrosar el diccionario legal de los periodistas. Se trataba de aplicar el procedimiento de “prueba y error” bastante aceptado en todo proceso científico.

Descanse el censor en paz.

El último secuestro policial de un semanario dirigido por mí (Doblón) lo sufrí al dia siguiente de la muerte del dictador. El entonces Príncipe de España nos echó una mano.

La libertad, palabra a palabra (Cambio 16 y Doblón, 1971-76)

Hace unos días, presenté una ponencia en Almería sobre la conquista de la libertad, palabra a palabra, durante el final de la Dictadura (1971-1976).

Fue en el Congreso sobre “Los medios de comunicación en la Transición”, organizado por la Universidad de Almería. Entre los asistentes había muchos jóvenes historiadores y estudiantes de Historia interesados en casos concretos de choques entre la prensa y la censura. Tuve que hacer memoria y conté algunos ejemplos.

Se corrió la voz y algunos compañeros me han pedido ahora que les envíe el texto de la charla.

Puesto que la llevaba escrita, me resulta más cómodo y fácil copiarla y pegarla en el blog, con la advertencia previa (especialmetne destinada a los lectores más confiados o despistados) de que es muy larga (más de 20 minutos) y de que va destinada a los interesados en la historia de la prensa al final de la Dictadura de Franco.

El que avisa no es traidor.

Ahí va:

Conquistando la libertad palabra a palabra (1971-1976)

Cambio 16, Doblón e Historia Internacional

José A. Martínez Soler

Director General de 20 minutos

Profesor Titular de Economía Aplicada de la Universidad de Almería

No hay comida gratis, no hay sexo gratis y tampoco hay palabra gratis. Las palabras no son inocuas. Tienen coste y precio, dejan beneficio o pérdida, según las circunstancias. Perdón por empezar con asuntos tan económicos. (Lo del sexo lo utilizo sólo para despertar a los heroicos asistentes a esta ponencia en la hora difícil de la siesta.).

Hablo del coste, precio, beneficio o pérdida correspondiente a las palabras para advertirles de que, aunque fui fundador y director de la revista mensual “Historia Internacional” (1974-1976), adoro la historia y envidio a los historiadores, pero soy completamente ajeno a esta disciplina tan hermosa como escurridiza.

Fundé y dirigí esa revista de historia para poder informar sobre los problemas de la actualidad en la España de mediados de los años 70, situándolos en otro lugar y en otra época. Cuando escribíamos sobre la tiranía del rey felón no nos referíamos precisamente a Fernando VII sino, indirectamente, a Franco. Cuando publicábamos algo sobre la dictadura de los coroneles en Grecia estábamos hablando, naturalmente, de Franco.

La historia y el área internacional fueron nuestros refugios oportunos para describir la realidad española del momento, pero situándola en otro tiempo histórico y en otro espacio geográfico. Por eso se llamó “Historia Internacional” que equivalía, en realidad, a “Actualidad Nacional”. La complicidad y la inteligencia de nuestros lectores ponían el resto.

Por tanto, ni he sido ni soy historiador. Ya me gustaría. Mi área de conocimiento es la Economía Aplicada y, quizás, algo también del Periodismo. Estoy aquí, ante ustedes, con el único título de amigo del profesor Rafael Quirosa y, quizás, como testigo personal y profesional de una época apasionante, aunque demasiado reciente (y aún caliente) para la investigación histórica.

No obstante, trataré de serles útil, relatando algunos hechos o acontecimientos en los que tomé parte directa, o en los que solamente fui testigo (a veces, involuntariamente), en lugar de ofrecerles una ponencia con análisis científicos y citas académicas que permitan explicar tales hechos.

Con más anécdotas que categorías, intentaré describir una realidad concreta: el papel de la prensa (exactamente de tres medios: Cambio 16, Doblón e Historia Internacional), a través de la conquista de algunas palabras, en los últimos años de la Dictadura de Franco.

Cada vez que hablamos de conquistar la libertad “palabra a palabra”, suelo recordar una anécdota que me ocurrió en 1972 o 1973, siendo redactor-jefe y director en funciones del semanario de Economía y Sociedad “Cambio 16”, cargos que ejercí desde su fundación en 1971 hasta la primavera de 1974. Habíamos fundado el semanario el 22 de septiembre de 1971 –yo procedía del diario Arriba, donde trabajé en los últimos meses de la mili- y al principio no nos tomaron muy en serio.

Del número 1 de Cambio 16 imprimimos 2.000 ejemplares y vendimos 800. Todo un éxito. Solo teníamos permiso para escribir de economía, y nada de política. Pero los conflictos laborales ya emergentes tenían contenidos económicos.

Por eso, en una información sobre una huelga relevante y sonada (creo que fue la de Motor Ibérica, tras el despido de Marcelino Camacho), nos atrevimos a titular en las páginas del pliego central con la palabra “huelga”. Aquel osado ejemplar no pasó la censura. La policía secuestró la tirada completa y precintó las planchas en la imprenta Altamira. El Gobierno inició los trámites para un expediente contra mí, como responsable editorial máximo, y contra la empresa editora.

En cuanto tuve noticia del secuestro –algo bastante frecuente en aquellos años, casi uno al mes- telefoneé al director general de Prensa y jefe máximo de la censura franquista, Alejandro Fernández Sordo. Por cierto, Sordo -¡qué gran apellido para un censor!-, en cuanto se puso al teléfono, me echó una bronca, en tono paternalista, recordándome que la palabra “huelga” no se podía utilizar en la prensa española sencillamente porque en España no había huelgas, ya que estaban prohibidas por ley.

Le pregunté:

-¿Cómo le llamo entonces a lo que está ocurriendo esta semana en Motor Ibérica?,

El jefe de la censura me replicó:

“Cualquier cosa menos huelga”, “Llámale “paro”, como otras veces, o “cese temporal de producción” o mejor “paro técnico”.

No pude convencerle. La palabra “huelga” no pasó el filtro de la censura. Seguía en la lista de palabras tabú del Ministerio de Información. Y nosotros dimos un paso atrás. Tuve que retirar el pliego central, donde estaba aquella información, con una especie de “desencuadernadora manual” muy ingeniosa, y sustituirlo por otro pliego sin la palabra huelga. Solo así pudimos distribuir la revista con el retraso y el extra coste correspondiente.

Recuerdo muy bien esta anécdota porque unos años más tarde, muy poco después de la muerte del dictador, Fernández Sordo fue nombrado ministro de Sindicatos (creo que fue en el Gobierno Arias). Una de sus primeras declaraciones como ministro fue realzada por el diario Pueblo (propiedad del sindicato vertical franquista) con grandes caracteres tipográficos. Este fue el titular del diario Pueblo, casi a toda página, que me hizo sonreír:

Fernández Sordo: “A partir de ahora, a la huelga la llamaremos huelga”

Hubo palabras y expresiones que, una vez que superada la censura, pasaban a engrosar el diccionario legal de los periodistas. Se trataba de aplicar el procedimiento de “prueba y error” bastante aceptado en todo proceso científico.

También había personajes tabú. La sola mención del nombre de don Juan de Borbón (o solamente don Juan) era motivo de secuestro inmediato. Y con el príncipe Juan Carlos de Borbón, aunque era aspirante a suceder al dictador, a título de Rey, debíamos andarnos con suma cautela pues doña Carmen Polo de Franco estaba al acecho para degradarle y poner a su yerno, Alfonso de Borbón, en su lugar.

A principios de octubre de 1972, –Cambio 16 tenía ya un año de vida-, recibí una comunicación de la Agencia Efe que me pareció rara. En ella advertía a todos sus abonados de que la noticia distribuida con el número tal había sido anulada y no podía ser publicada. Busqué la referencia y era una noticia anodina y aburrida sobre el viaje de los príncipes Juan Carlos y Sofía a Alemania. A simple vista, carecía de interés.

Llamé a Michael Vermehren, corresponsal de la televisión alemana ZDF en España, y le pregunté si había ocurrido algo especial que justificara la anulación de la noticia oficial de EFE. Me dijo que no y que había gustado mucho la entrevista que él mismo le había hecho al príncipe sobre España en el Mercado Común. Le interrumpí inmediatamente:

-“¿Cómo? ¿Qué el príncipe Juan Carlos habló de España en Europa en la televisión alemana? Por favor, busca el texto completo de la entrevista y espérame. Voy ahora mismo hacia tu casa.

En cuanto leí la traducción de la entrevista llamé a mi consejero delegado, Juan Tomás de Salas, para contárselo y para decirle que, si nos atrevíamos, era un tema arriesgado pero de portada. Estuvo de acuerdo.

Llamé al dibujante Ortuño y le pedí una caricatura urgente y a todo color (“nada cruel”, le dije) del príncipe Juan Carlos para portada. Alfonso Ortuño me tomó por loco. Jamás se había publicado en España algo así. Era un salto cualitativo en imagen. Pero lo más sorprendente era el contenido de una pregunta y su respuesta:

Televisión alemana:

-“Desea Vuestra Alteza Real que España entre en la CEE, aceptando las consecuencias políticas que esto implique?”

Juan Carlos de Borbón, príncipe de España:

-“Sí, lo deseo. Porque creo que conviene a España y a Europa. Ahora bien, el momento debe ser el apropiado, pues una integración demasiado rápida podría ser peligrosa para muchos”.

Con eso ya teníamos titular de portada: un globito que salía de la cabeza del príncipe con esta arriesgada afirmación:

“Europa, sí”

Desgraciadamente, el instinto no me falló. El gran censor, Fernández Sordo, me llamó en cuanto recibió en el Ministerio de Información los diez ejemplares obligatorios de Cambio 16 con la caricatura principesca gritando “Europa, sí”.

Europa”, debo recordar para los más jóvenes, era entonces simple y llanamente sinónimo de “democracia”. O sea, mentar la cuerda en casa del ahorcado.

El censor me llamó de todo y me dijo que era gravísimo y que iba a dar órdenes a la policía para que secuestrara todos los ejemplares antes de salir de la imprenta y precintara las planchas.

Y concluyó su bronca con esta pregunta, hecha en un tono sorprendentemente lastimoso:

-¿Por qué me haces esto?.

No se de donde saqué fuerzas. Creo que defendía mi exclusiva, más que el futuro europeo y democrático de España. Le repliqué:

-“Usted verá lo que hace, pero no creo que el príncipe haya hechos estas declaraciones por su cuenta y riesgo, sin pedir permiso a nadie. Además, si secuestra hoy las palabras del príncipe, ¿cómo se lo piensa usted explicar a él cuando sea Jefe del Estado con el título de Rey? Usted verá lo que hace.

La policía tardaba mucho en llegar a la imprenta y todos manteníamos los dedos cruzados. A las pocas horas, recibí la llamada de Fernandez Sordo que, muy cortésmente, casi versallesco, me dijo que se había esforzado mucho para que no me ocurriera nada y que había conseguido “personalmente” que Cambio 16 pudiera llegar a los quioscos.

Durante muchos meses, tanto la prensa inmovilista como la aperturista estuvieron hablando de este asunto al que se referían enigmáticamente como “la pregunta”. Creo que la caricatura original de Ortuño aún cuelga en alguna pared del despacho privado del Rey.

Aunque la Dictadura, plenamente vigente entonces, no estaba prohibida, la palabra que mejor podía definirla, “dictadura”, aplicada al régimen de Franco, estuvo en la lista negra hasta la muerte del dictador. Hicimos algunos intentos para colarla a la censura, pero todos fueron coronados por el fracaso.

Este fin de semana –con motivo de la celebración del Thanksgiving Day– he tenido el privilegio de tener unos días en mi casa a Gabriel Jackson, el historiador – a mi juicio- que mejor ha dado a conocer al mundo entero “La República Española y la guerra civil”. Comentamos juntos el motivo de esta charla en Almería y recordamos nuestra correspondencia en 1974 y 1975 en torno a un excelente artículo que yo le había pedido para el mensual “Historia Internacional” sobre un balance del franquismo después de la flebitis de Franco. No había que ser un lince para sospechar que la muerte rondaba ya al tirano.

En cuanto leí el manuscrito del profesor Jackson supe que no pasaría la censura. Experimentado como era yo, pese a mi juventud, en el arte de escribir entre líneas y de sortear con humor a la severa censura (es sabido que los censores carecen de humor propio) le propuse a Gabriel que probáramos a quitar algunos párrafos y a cambiar algunas palabras. El titulo de su artículo (“La dictadura”) presagiaba lo peor.

Confiando en el posibilismo de quienes crecimos en el exilio interior, le dije que “publicar algo suyo en España era mejor que nada”. Sin embargo, conociéndole un poco, presumía su respuesta.

-”El artículo –me respondió- debía publicarse integro ahora o esperar hasta que hubiera libertad en España para poder publicarlo”.

Imprimirlo así, sin someterlo a la censura previa (llamada “consulta voluntaria”), hubiera sido un suicido económico. Sobretodo porque no era un artículo para el pliego central –fácil de desencuadernar, para salvar el resto en caso de secuestro- sino para lucirlo a toda página en la portada de la revista. Decidí, pues, someterlo a censura previa para poder publicarlo sin riesgo de secuestro y/o expediente administrativo o procesamiento judicial.

Tal como me temía, no tuve éxito. El censor marcó con su lápiz fatal los párrafos y palabras que, a su juicio, eran “inconvenientes”. No le dije nada al profesor Jackson. Le escribí a La Joya para decirle que ojalá tuviéramos pronto libertad de expresión en España para poder ofrecer su artículo completo a nuestros lectores. Y metí en un cajón el manuscrito inédito.

Meses más tarde, recién muerto Franco, quiso el azar, y la perseverancia de uno de mis redactores, Fernando González, que Serrano Súñer, ex ministro de Asuntos Exteriores de Franco durante los tiempos más duros de la postguerra española y de la II Guerra Mundial, nos concediera una larga entrevista exclusiva en la que hacía balance del régimen de su cuñado. Nada sospechoso había en aquel viejo nazi para los censores de Franco, quienes seguían en activo pero ya buscaban el calorcillo del nuevo régimen del sucesor a título de Rey.

El caso es que, bajo la protección del “respetadísimo” nombre de Serrano Súñer, “Historia Internacional” fue la primera revista española que publicó un amplio reportaje titulado “La Dictadura”, tal como el entrevistado había definido, con sus propias palabras, al régimen franquista al que tanto había servido. Fue en el número de febrero de 1976, dos meses después de la muerte de Franco y bajo el Gobierno igualmente dictatorial de Arias Navarro.

La palabra “dictadura” había salido de la lista negra y había pasado a ser legal. Animados por este precedente, aprovechamos la ocasión para publicar en portada el artículo de Gabriel Jackson que conservaba en la nevera y con el mismo título que la entrevista de Serrano Súñer. Mano de santo. Nadie puso pegas a “La Dictadura”. De modo que, partir de entonces, a la dictadura la llamaríamos dictadura.

Les parecerán triunfos pequeños, casi ridículos, los de ganar trocitos de libertad palabra a palabra, (huelga, dictadura, etc.), pero les aseguro que no estaba el horno para bollos. Cada palabra ganada para la libertad de expresión era un paso de gigante en dirección a la ansiada democracia. “Democracia” (¡ay!), otra palabra “inconveniente” si no iba convenientemente adjetivada por la palabra “orgánica”; es decir, la que le salía al dictador de sus órganos.

Un año antes, el 8 de febrero de 1975, dimos uno de esos imprevisibles pasos de gigante en la crítica política al régimen franquista. Acertamos a colar una palabra clave en el semanario Doblón, que yo dirigí desde su fundación en 1974 hasta mi práctica huída a la Universidad de Harvard en el verano de 1976.

(El 2 de marzo de ese año fui secuestrado a punta de metralletas, torturado y sometido a un fusilamiento simulado por un artículo sobre las purgas de mandos moderados en la Guardia Civil, lo que aceleró mi salida de España).

Sin prever su enorme éxito, publicamos en vida de Franco una información sobre el Consejo Nacional del Movimiento con el título “Síntomas de bunker”, que pareció bastante inofensivo para la censura.

Bunker” fue una gran palabra ganada por Doblón para la democracia y que funcionó de maravilla, gracias al boca a boca. Pronto se convirtió en sinónimo de los restos más decrépitos de la dictadura, “bunkerizados” en torno al dictador, como ocurrió con el Tercer Reich en los últimos días de su aliado Adolf Hitler. “Bunker” olía ya a derrota inminente, a final de una época.

Los demás medios de comunicación asumieron inmediatamente “bunker” como una palabra mágica, sinónimo de los residuos más asustadizos y/o recalcitrantes de la dictadura. Decir el “bunker” equivalía, pues, a decir la “dictadura” sin riesgo de secuestro. Y todo el mundo lo entendía. La idea de aplicarlo al régimen nos vino después de haber jugado en Doblón con otra información de la sección de Economía titulada “El Bunker Español de Crédito”. El humor tenía que sustituir muchas veces a la falta de datos o a la prohibición de publicarlos.

El ambiente laboral era ya muy conflictivo y Comisiones Obreras ya había colocado a muchos de sus militantes dentro del sindicato vertical. Los fascistas Blas Piñar y Girón denunciaron la presencia de “enanos infiltrados” en las instituciones del régimen.

En Doblón hicimos entonces una portada histórica, por arriesgada: dimos la victoria a los “enlaces sindicales” rupturistas (o sea, de izquierdas) y a los verticalistas aperturistas. Ambos habían derrotado a los verticalistas inmovilistas (o sea, fascistas). Pusimos en portada a unos enanitos de Blancanieves pintando de rojo el edificio del sindicato fascista. El título de portada era:

Elecciones sindicales:

Ha ganao el equipo colorao

En una ocasión, tuvimos datos muy fiables, de fuente muy solvente ya que procedían de un estadístico del INE, que luego fue un gran político, sobre los parados en España.

El título del reportaje era “Un millón de parados”.

En plena crisis del petróleo, no reconocida oficialmente, la revista Doblón del 13 de septiembre de 1975 fue secuestrada y yo fui expedientado “por faltar a la verdad”.

Dos semanas más tarde, el 27 de septiembre de 1975, eran ejecutados cinco terroristas, tras ser condenados a muerte en unos consejos de guerra típicamente franquistas, o sea, sin garantías de juicio justo. Desde mi casa oí los disparos del pelotón de fusilamiento. Un año antes, tres semanas después del espíritu aperturista del 12 de febrero de 1974, hubo otras dos ejecuciones, éstas a garrote vil.

El régimen se movía, materia de prensa, en un zigzag imprevisible, según actuaran los inmovilistas o los aperturistas. Tan pronto mostraba manga ancha en unos temas, lo que alimentaba nuestro atrevimiento, como daba cerrojazo y marcha atrás. En esos movimientos espasmódicos de tira y afloja, era muy peligroso caminar contra corriente.

Había un sistema de control, como la Inquisición, con apariencia de legalidad, que disponía de gran variedad de instrumentos: licencias de editor, carné de periodista, consulta voluntaria, secuestro de publicaciones impresas, expedientes administrativos, tribunales especiales como el de Orden Público, de Honor, consejos de Guerra, tribunales ordinarios, etc. Yo pasé por todos ellos varias veces. Pero lo que más miedo e inseguridad nos causaba eran las actuaciones arbitrarias, que se saltaban a la torera las propias normas dictatoriales establecidas.

No sólo de palabras vivía la censura. También se zampaba imágenes “inconvenientes” con glotonería. La primera vez que se publicó en España una foto de Felipe González, conocido entonces en la clandestinidad como “Isidoro”, en vida de Franco, fue en Doblón poco después del Congreso del PSOE de Suresnes. Fue el 31 de mayo de 1975 y en tamaño sello, a una columna. La noticia que ilustraba aquella foto exclusiva era que el líder del PSOE, procesado en España por dirigir un partido ilegal, había sido invitado a almorzar en Francia por François Mitterrand y en Alemania por Willy Brandt.

La siguiente conquista consistió en publicar la misma foto de Felipe González en la portada del semanario, dentro de una pantalla ficticia de televisión, pero con los ojos cubiertos por una banda rectangular negra, pretendiendo evitar su identificación. Esa foto se convirtió en un icono de la futura democracia española. Parece que la estoy viendo.

A medida que nosotros experimentábamos la escritura ingeniosa entre líneas y metáforas, los censores de la dictadura también aprendieron, a la par que nosotros, a leer entre líneas y a descifrar enigmas poco sutiles.

No sólo perseguían a los medios de comunicación “aperturistas”, poco fervorosos en el aplauso al dictador, sino a los periodistas desafectos al régimen, que no seguían fielmente sus consignas, y a los políticos de la oposición clandestina, disfrazados de periodistas y confundidos con ellos.

La confusión –casi compadreo o chalaneo- entre periodistas y políticos fue, desde luego, muy eficaz en la lucha contra la dictadura. Sin embargo, tuvo un alto precio, sobretodo para quienes elegimos el periodismo en libertad en lugar de dedicarnos profesionalmente a la política. Esta confusión de papeles pasó más tarde factura a la prensa, en términos de credibilidad, durante la democracia. No obstante, creo que, a pesar del alto precio, valió la pena.

Una de las palabras que pudo haberme costado un juicio bajo la acusación grave de “apología del magnicidio” fue “tirano”.

Hurgando en mi sótano, en busca de tesoros para la historia de la prensa en la transición, no he podido encontrar aún el ejemplar de Historia Internacional de noviembre de 1975, con Franco ya enfermo. Fue secuestrado por un artículo sobre Pablo Iglesias y provocó la citada acusación del fiscal contra mí ante el Tribunal de Orden Público.

El presunto delito consistía en haber publicado unos textos de Pablo Iglesias, fundador del PSOE, entre los que se podía leer la afirmación de que “el tirano merece la muerte”. Tras el magnicidio de Carrero Blanco y la enfermedad del dictador, el fiscal y el ministerio de Información pensaron, con exceso de celo, que nos estábamos refiriendo a Franco. Sin embargo, en la revista se decía claramente que esa frase fue pronunciada por Pablo Iglesias en 1904, tras el asesinato de Pelve, ministro del zar de Rusia.

En mis declaraciones ante el juez del Tribunal de Orden Público, en las Salesas, donde hoy está el Tribunal Supremo, recurrí a la muy socorrida doctrina tridentina de la Iglesia. El Concilio de Trento admitió que el tirano merecía la muerte. Por eso dije que, por un lado, yo seguía las enseñanzas de la «Santa Madre Iglesia» y que, por otro lado, Pablo Iglesias se refería obviamente, en 1904, a aquel ministro del zar de Rusia y a nadie más.

Tras un largo y minucioso interrogatorio, no exento de cierta socarronería, el juez –creo que se llamaba Villanueva o algo así- decidió archivar la causa por “apología del magnicidio” sin llegar a juicio y, en lugar de mandarme a la cárcel, me mandó ir a casa. Cuando me disponía a salir de la sala, a punto de cruzar el umbral de la puerta, oí que el juez comentaba a alguien, en voz tan alta que yo pude oír claramente, algo que me dejó estupefacto. Al dar carpetazo al asunto, dijo:

“El que se pica ajos come”.

Para mi fue un signo claro de los nuevos tiempos. Unas semanas mas tarde, el 20 de noviembre de 1975, a las 5:25 de la mañana, murió el tirano en su cama del Hospital de La Paz.

El número extra de Doblón con esta gran noticia fue secuestrado y yo fui expedientado. La portada era el sello de Correos de dos pesetas de Franco, en color rojo-anaranjado, con un titular escueto:

Ha muerto

El problema no fue Franco sino sus herederos, por un artículo, titulado “La familia”, firmado por Margarita Sánchez y por Luisa Cortés, hoy dueña de la tienda “Hierbaluisa” de Almería. Decían en él que doña Carmen Polo de Franco era “una mujer inteligente y despierta para los negocios”.

Me contraron que el dirigente fascista García Carrés andaba gritando en Las Cortes:

-«¡Han ofendido a la señora, han ofendido a la señora!»

Después de muchas horas de gestiones desesperadas, salvamos el número extra de milagro. Fue gracias a la intervención indirecta del Rey, de una de sus hermanas (que le llevó personalmente mi respetuoso escrito pidiendo S.OS. y del sobrino del dictador, Nicolás Franco Pascual de Pobil. Franco estaba aún de cuerpo presente en el Palacio de Oriente que, como se sabe, está situado en el Occidente de Madrid.

Salvar y distribuir ese número especial de Doblón, con la noticia más esperada del siglo, fue también otra buena señal de los nuevos tiempos.

—-

Pero esos nuevos tiempos iban a traerme sorpresas muy desagradables (que antes mencioné de pasada) por un asunto que, debido a su gravedad y trascendencia, entre el ruido constante de sables, andaba yo entonces investigando personalmente.

Se trataba de comprobar en los boletines oficiales del Ejército las filtraciones que iba recibiendo por teléfono de una fuente anónima sobre los traslados de generales, jefes y oficiales de la Guardia Civil, conocidos por sus posiciones moderadas y no comprometidos con el “bunker” franquista.

Como se sabe, la Guardia Civil era un Cuerpo militar en permanente estado de alerta y movilización, sin necesidad de que el Gobierno declarara el estado de guerra o de excepción. El Ejército no se podía mover sin un decreto del Gobierno, pero la Guardia Civil, por su doble naturaleza policial y militar (como se vio mas tarde en el Golpe del 23-7 de 1981), no precisaba tal decreto para movilizarse. Solo la orden de su director general. Nosotros seguíamos muy de cerca todos los nombramientos militares y eclesiásticos: los generales Díez Alegría y Vega Rodríguez y el cardenal Tarancón, en un lado, los generales Campano y García Rebull y monseñor Guerra Campos, en el otro. Recuerden que eran los tiempos en que los fachas gritaban de “Tarancón, al paredón”

Hoy parecería una información poco interesante pero, en los estertores de la dictadura, la estimábamos como algo clave para descifrar nuestro futuro. Por eso, valoramos extraordinariamente la sustitución repentina del general Vega Rodríguez por el general Campano López, al frente de la Guardia Civil, en el primer Consejo de Ministros que se reunió sin la presencia de Franco, ya enfermo.

Pude confirmar que eran ciertas las filtraciones, recibidas por teléfono de una fuente no identificada, y decidí publicar el reportaje el 11 de febrero, a los dos meses y pico de la muerte de Franco y en medio de un permanente ruido de sables que amenazaba con mantener al “bunker” en el poder.

Hace 30 años, en el otoño de 1976, conté por primera vez en público el secuestro, torturas y fusilamiento simulado que sufrí por la publicación en el semanario Doblón de ese artículo mío sobre traslados de altos mandos en la Guardia Civil. Aquel artículo descubrió y frenó parcialmente la purga de militares demócratas iniciada por los franquistas tras la muerte del dictador Francisco Franco.

Todo eso lo conté entonces en la Senior Common Room de la Kirkland House de Harvard, a la que estaba afiliado. Trataba de explicar entonces a mis colegas de la Universidad de Harvard (EE UU), aún con la piel dañada por las quemaduras de mis torturadores, por qué el periodismo era entonces la segunda profesión más peligrosa de España. (Después, naturalmente, del toreo)

Han pasado 30 años y, aunque tenía el recuerdo grabado en mi mente, jamás había escrito una sola línea sobre aquellos sucesos de terrorismo paramilitar o terrorismo de Estado hasta que mi familia me animó hacerlo el año pasado. Lo escribí para el Nieman Report de la Universidad de Harvard y luego me envalentoné y lo amplié en mi propio blog personal (https://blogs.20minutos.es/martinezsoler) con algunas fotos inéditas tomadas en el hospital

https://blogs.20minutos.es/martinezsoler/post/2006/04/13/mi-secuestro-hace-30-anos

A partir de ese acontecimiento, trato ahora de reflexionar aquí sobre las causas y consecuencias del ejercicio del periodismo, sometido a censura oficial o en tiempos difíciles para la libertad de expresión. El caso de España, en la transición de la dictadura a la democracia, es, desde luego, paradigmático.

Afortunadamente, el lector puede ser inculto pero no es estúpido. Sabe que la fuente suprema de información en una dictadura es el dictador. Por tanto, desconfía de la prensa oficial y cree muy poco de lo que publican los periodistas sometidos a censura y a amenazas. Es una actitud saludable que le ayuda a descubrir hechos y opiniones escritos entre líneas.

Los periodistas somos también seres racionales –por mucho que cueste creerlo- y establecemos un hilo de plata con nuestros lectores, a través de guiños cómplices, sutilezas, humor y escritura figurada entre líneas, que frecuentemente resulta invisible para los censores de la dictadura que no pueden controlarlo todo.

Las dictaduras carecen de corazón pero sobretodo carecen de sentido del humor. Se desarrolla así una nueva cultura subterránea de comunicación, con una técnica refinada y enriquecida por eufemismos y parábolas, que, como digo, permite sortear parcialmente el control oficial y transmitir mensajes entre periodistas y lectores con el menor riesgo posible,.

Así fuimos conquistando la libertad de expresión, palabra a palabra, bajo la larga dictadura del general Franco.

Con la democracia, el diccionario de la Lengua Española volvió a entrar en vigor, sin que su uso acarreara serios peligros para el periodista.

En una ocasión, la policía nos permitió distribuir el semanario Doblón, una vez que corté varios párrafos censurados sobre la minas de fosfatos en el Sahara (entonces español) y rellené los huecos con trozos de fotos repetidas de Fosbucraa. Un desastre de diseño. Otras veces el corte no era tan fácil y el lector debía imaginar lo que se había censurado para hacer tan incomprensible el artículo. La imaginación del lector solía ir más allá de lo que decía texto original.

Pero la dictadura aprendió a leer entre líneas.

Fui procesado docenas de veces por llamados “delitos de prensa” o “de opinión”, por tribunales “de honor” y militares. Las multicopistas y las reuniones eran perseguidas por igual. Por el artículo sobre la Guardia Civil fui procesado por la Justicia militar, pese a ser civil, acusado de sedición.

Recordé a Clemenceau:

«La Justicia Militar es a la Justicia lo que la Música MIlitar es a la Música».

No fui juzgado en Consejo de Guerra, gracias a la intervención directa del capitán general de Madrid, Vega Rodríguez, que incluyó mi caso en la amnistía para delitos de prensa, decretada oportunamente por el rey Juan Carlos en 1976, y a la intervención indirecta de la Universidad de Harvard al galardonarme con la Nieman Felloship. El telegrama del presidente de la Nieman Foundation de Harvard fue mano de santo para obtener el sobreseimiento de mi procesamiento por sedición y que, por tratarse de un «delito militar», no estaba amparado por la amnistía del Rey.

Sabíamos que cada palabra y cada imagen impresa contra la voluntad del dictador cobraban nueva vida en la sociedad española. Todos esos vocablos e imágenes reconquistados iban formando una escala que nos llevaba, palabra a palabra, hacia la libertad. Era un camino sin retorno hacia la democracia. Y esa convicción ética y política nos daba fuerza para resistir y avanzar.

No éramos valientes ni temerarios sino coherentes con nuestros principios. El valor principal de los periodistas, que luchábamos por escribir algún día en libertad, no era la valentía o el coraje sino la integridad para defender nuestros principios democráticos y nuestra voluntad de ser libres y dueños de nuestro futuro. Por eso merecía la pena asumir algunos riesgos. Pero no demasiados.

Éramos bastante prudentes. En algunos momentos, estábamos cagados de miedo. También éramos virtuosos del disimulo. Nos movíamos –y aún nos movemos- como un péndulo que busca el equilibrio entre la pasión por la verdad y el instinto de supervivencia (yo tengo tres hijos).

En realidad, no creo que los periodistas tengamos más méritos, al luchar por la libertad de expresión contra una dictadura, que los médicos o los abogados o los ingenieros que tratan de hacer bien su trabajo.

La diferencia está en que nosotros trabajamos con un material altamente inflamable o explosivo: las palabras que dan forma a las ideas y a las noticias. Y lo hacemos, además, en el escaparate que da a la calle.

Queríamos simplemente hacer bien nuestro trabajo, aún con herramientas escasas y muy caras. Y los riesgos debían ser asumidos como gajes del oficio. La vocación del periodista en la transición implicaba asumir, casi instintivamente, esos riesgos.

Por otra parte, la recompensa, si conseguías publicar lo que querías, era inmediata e intensa. No tenía precio. No sabría decir cuantas veces nos arriesgamos por conseguir y publicar una noticia peligrosa movidos por el coraje personal, por la vanidad o por la satisfacción de la obra bien hecha más que por la propia lucha política.

¿Tiene más valentía un periodista que asume riesgos para conseguir y publicar una noticia que un bombero que se juega la vida por hacer bien su trabajo? Hablamos de los mismos valores de todo ser humano.

Mi experiencia como periodista en dictadura y en democracia me confirma que el ser humano –sea o no periodista- busca siempre la libertad lo mismo que el agua busca la cuesta abajo. No hay muro que detenga esta voluntad de hablar y de escribir como si fuéramos libres. Ese esfuerzo no tiene mérito porque el premio es enorme: la satisfacción, casi zoológica, de nuestro instinto de supervivencia.

La dictadura franquista fracasó persistentemente con sus técnicas de censura. Controlaba las grandes placas tectónicas de la sociedad española, pero algunos podíamos comunicarnos con los demás a través de los intersticios incontrolados que había entre esas placas.

El ministro de Información de Franco, por ejemplo, prohibió tajantemente informar de la devaluación de la peseta en 1971. Por alguna razón, quería retrasar la noticia a toda costa. El telediario de Televisión Española, controlada por el Gobierno, prohibió mencionar bajo ningún concepto la caída del valor de la moneda española.

Las autoridades de la dictadura respiraron aliviadas cuando concluyó el telediario y salió en la pantalla el hombre del tiempo.

La dictadura no podía estar en todo y nadie le había advertido al inofensivo hombre del tiempo de la prohibición oficial (“viene de El Pardo”, nos decían) de hablar sobre la pérdida de valor de la peseta. Por tanto, nuestro hombre del tiempo inició su parlamento frente al mapa de isobaras diciendo que las temperaturas habían caída mucho en el norte de España pero no tanto como había caído la peseta, recién devaluada”.

Es difícil controlar todo y siempre. Hasta en las más siniestras mazmorras hay un lugar –por pequeño que sea- para la libertad. Y en ese resquicio siempre podremos aplicar la palanca liberadora.

Muchas gracias.