Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Las corrupciones del PP, en El País; las del PSOE, en El Mundo

Hoy he visto, de golpe, los diarios del viernes y del sábado. En ambos destacan temas sobre la corrupción urbanística que, como se sabe, es uno de los pilares básicos, consensuado bajo cuerda, para la financiación ilegal de los partidos políticos.

Lo curioso es que, tan cerca ya de las elecciones municipales, ambos diarios han abandonado su disimulo tradicional y se han lanzado a airear descaradamente los traspos sucios del partido que inspira la línea editorial de su directo competidor. También, por supuesto, a poner en letra pequeña y en página par -o incluso a silenciar- los abusos de sus amigos o inspiradores políticos.

Por eso, podemos leer con pelos y señales páginas completas, naturalmente con titular en portada, sobre la corrupción de PP en Baleares (Andratx) en el diario El País , así como sobre la corrupción del PSOE en Baleares (Ibiza) en el diario El Mundo.

Cuando queramos hacer la enciclopedia de la corrupción urbanística y/o municipal de España no tendremos más remedio que recurrir a los dos diarios mencionados. Uno sólo no basta. Cada oveja con su pareja.

El jueves me enteré por 20minutos.es de la muerte de Fernando Gutierrez, ex jefe de prensa del Rey durante casi toda la transición política de la dictadura a la democracia.

Hoy, al ver la noticia en los diarios impresos y leer el obituario publicado en El Mundo por el general Sabino Fernández Campo, me han venido a la mente muchos buenos recuerdos de estos dos hombres del Rey a quienes nunca agradeceremos suficientemente los servicios que prestaron a la causa de nuestra frágil democracia, en tiempos tan difíciles que se me ponen los pelos de punta con sólo recordarlos.

Me sumo al recuerdo cariñoso que hace Sabino y doy desde aquí el pésame a la familia de Fernando.

Muchos periodistas de la transición guardamos recuerdos entrañables de Fernando Gutierrez. Yo conservo dos, como oro en paño, y que cuento a mis hijos a la primera de cambio.

Como está lloviendo, ya he quitado la mala hierba que ahoga a mis tomateras y hoy no hay bici, trataré de resumir aquí un par de anécdotas que nos hicieron sonreir más de una vez a Fernando Gutiérrez y a mi. Una de ellas, según supe más tarde, hizo reir incluso al Rey.

Hace casi diecisiete años (¿mayo de 1990?), Jesús de Polanco, presidente de Prisa, fue recibido por el Rey. Era yo entonces director-fundador del recién nacido diario El Sol. Mi jefe, presidente de la compañía editora, era Germán Sánchez Ruipérez, un gran editor de libros, como Polanco, y fundador de la editorial Anaya.

Don Germán entró (naturalmente sin llamar) en mi despacho de la plaza de Colón (entonces la llamábamos la nueva Puerta de El Sol) y me dijo que quería ser recibido cuanto antes por el Rey:

«Si Polanco, editor de El País, ha visto al Rey, yo también quiero verle como editor de El Sol». Y que sea pronto.

.

Dicho lo cual se fue de mi despacho. Ahí empecé a notar que mi jefe, que ya se había separado de sus socios Berlusconi y la ONCE, padecía un principio de «polanquitis«, dolencia altamente contagiosa entre editores.

Inmediatamente pensé en Fernando Gutierrez. Ni corto ni perezoso le telefoneé a la Zarzuela. Uno de sus ayudantes (¿Gil?) me dijo que estaba fuera y me preguntó por el motivo de mi llamada. Se lo expliqué tal cual.

Al buen hombre le dió por reir:

«Parece mentira, me dijo. ¿Acaso no sabes que las audiencias del Rey hay que pedirlas con meses, incluso años, de antelación?»

Le pregunté cuando regresaba Fernando y me dijo que al día siguiente, que le enviara un fax respetuoso conla petición de audiencia y que me llenara de paciencia.

Así lo hice. Al instante, le envié un fax, cuya copia debo tener guardada en mi sótano junto a los recuerdos de aquel querido y fracasado diario.

Decía algo así:

«Querido Fernando:

Rios Rosas nunca pidió audiencia al general Espartero, regente de España, cuando fundó el diario El Sol en 1842.

José Ortega y Gasset y Nicolás María de Urgoiti tampoco pidieron audiencia al rey Alfonso XIII cuando refundaron el diario republicano El Sol en 1917.

Hoy es, por tanto, la primera vez en la reciente historia de España que un director del diario El Sol pide audiencia a un Rey de España.

A la tercera va la vencida.

Espero que me sea concedida esta audiencia para poder decirle a Su Majestad que compartimos los ideales de libertad y solidaridad de nuestra Monarquía parlamentaria… etc. etc.»

Bla, bla bla…

O algo así hasta la despedida protocolaria.

Al día siguiente, por la mañana, recibí la llamada de Fernando:

-«¿Te has vuelto loco, José Antonio?¿Tú crees que yo puedo enseñarle este fax al Rey? Has perdido la cabeza. Yo no pienso despacharlo así. Mándame otro más respetuoso o te quedas sin audiencia. Desde luego… no tienes remedio».

Y se le escapó una risa. Le contesté algo así:

– Tú verás lo que haces con ese fax. Es parte de nuestra historia: Ríos Rosas fundó El Sol para atacar al regente Espartero y a Isabel II. Ortega y Urgoiti lo refundaron para acabar con la Monarquía de la Restauración y traer la II República, lo que hicieron con éxito. Yo, en cambio, estoy refundando, por tercera vez, El Sol, para apoyar los ideales democráticos que compartimos con nuestro Rey. Aunque muchos de nosotros llevemos a la República en nuestro corazón, los ideales democráticos de la República coinciden ahora con los de la actual Monarquía. Es una ocasión histórica e irrepetible. Inténtalo. No seas más papista que el Papa. Estoy seguro de que el Rey se echará a reir cuando lo lea».

A los pocos días, volvió a llamarme Fernando y me dijo:

-Estás loco de remate. Lo se. Pero ahora dime si podéis venir la semana que viene al Palacio de la Zarzuela, con tu Presidente -y si quieres también con todo tu Consejo-, para ser recibido en audiencia por Su Majestad. Y lo dicho, contigo no se puede. ¡Ah! y, ya sabes, llámale siempre señor».

Le di las gracias y, al despedirnos, se le volvió a escapar otra risa. Antes de colgar de oí decir: «estos chicos…»

Me llaman para preparar la cena. ¡Jo! qué tarde. Me errollé con los recuerdos.

Otro día contaré la anécdota 23-F. con Fernando. Ese día yo era redactor-jefe de El País y acababa de oir por la radio los disparos en el Congreso.

—-

Qué buen tipo fue Fernando Gutiérrez. El Rey lo sabe mejor que nadie.

Descanse en paz.

¿Independencia, para qué?

MANUEL MONTERO en El País

27/04/2007

Dice el nacionalismo que el problema vasco consiste en que un pueblo milenario dotado de una identidad propia está enfrentado a España (al Estado español, por usar su jerga), pues quiere volver a ser independiente, a lo que tiene pleno derecho constitutivo. Del planteamiento se derivan algunas consecuencias que pueden hacer estragos, en un país harto de la cuestión vasca y quizás predispuesto al síndrome de Estocolmo, a los diálogos y a lo que sea para quitarse de encima la pesadilla. Se deduce la idea nacionalista de que todo se arreglaría si el «Estado español» diera la independencia al pueblo vasco; y si de momento no se reclama tanto -hay mucha tela que cortar-, se reivindica algún punto intermedio, «dialogado» y «negociado», atendiendo no al peso de los votos, sino al de la voluntad nacionalista. O sea, que si se eternizan los problemas se debe a la cerrazón de España, pues se niega a buscar la «solución democrática» (en tal esquema el reconocimiento de los «derechos nacionales» que imagina el nacionalismo constituye la esencia de la democracia).

Todo reside en la pugna entre el pueblo vasco y España, de creer al nacionalismo. De modo que lo nuestro tiene una solución sencilla. Si persisten conflictos, violencias, tensiones… es sólo por las ínfulas españolas, uniformistas, opresoras e incapaces de reconocer a un pueblo vasco con identidad propia, una evidencia histórica, política, antropológica, lingüística, cultural, biológica… un hecho objetivo. ¿No termina la violencia en el País Vasco y perdura la agitación nacionalista? Se debe al empecinamiento de España por no restituir el natural orden de las cosas.

Las argumentaciones expuestas son de raigambre nacionalista e innegable éxito social, pero sin pies ni cabeza. No entro en las figuraciones milenaristas o en esas pintorescas visiones de los vascos sosteniendo contra viento y marea su identidad desde hace 7.000 años, que ya ha llovido, pues cada cual es libre de soñar lo que quiera (otra cuestión es que haga la pascua a los demás por sus alucinaciones). Tampoco en la costumbre nacionalista de imaginar que sus reivindicaciones son derechos, incluso derechos democráticos. Sí me refiero a su corolario, argumentalmente, el punto de partida, la idea de que la conquista de algún soberanismo relajaría al nacionalismo y eliminaría la violencia. Hasta donde podemos colegir es un supuesto falso.

Imaginemos que algún proceso de negociación, infernal o placentera, lleva a la conclusión de que nuestro destino idóneo es convertirnos en el Estado Libre Asociado que proponía el fracasado plan Ibarretxe y, llenos de alborozo, a él nos encaminamos. ¿De verdad cree alguien que en tan dichoso momento ETA, emocionada, decidiría dejarlo y desaparecer? ¿Por qué iba a hacerlo, tras comprobar que la extorsión resulta rentable? Más bien le serviría de estímulo para perseguir más prometedoras metas. Y lo que se da en llamar nacionalismo moderado, ¿rebajaría su agresividad contra la parte de la sociedad vasca que no es nacionalista, o agudizaría sus planes de euskalduni-zación compulsiva y de excluir de la función pública a quienes no se ajustan a sus criterios lingüísticos, en la línea emprendida ya hace años, o alguna nueva ocurrencia para seguir rebajando los derechos de quienes no son de la tribu, o convirtiéndolos a ésta?

Tampoco se piense que llegados a la dicha de la independencia, el día de la paz y de la gloria, se habría acabado todo, una vez que se izaran las ikurriñas más alto si cabe y se quemara la última bandera española y demás símbolos opresores. No se habría acabado nada y todo -la agresividad nacionalista y el gusto por el terror, cada uno en lo suyo- seguiría como estaba, bien que en un peldaño superior de la escala, reconfortados porque se sube la escalera cada vez más rápido. El nacionalismo no es sólo un proyecto político, que se consumaría con la independencia y con ella quedaría plenamente satisfecho. Constituye sobre todo un proyecto de transformación de la sociedad vasca, por la vía de terminar con las pluralidades actuales. ¿Independencia, para qué? ¿Llevamos estas décadas de enloquecimiento sólo para mandar embajadores por doquier y dotarnos de los escasos símbolos de soberanía que quedan? No resulta creíble.

Sucede que para el nacionalismo el enfrentamiento pueblo vasco-España es sólo uno de los aspectos del problema vasco, y no el fundamental. Su principal objetivo no consiste en la independencia y la autodeterminación, que en sentido estricto son sólo instrumentos para conseguir el fin ansiado. ¿En qué consiste éste? En algo aparentemente inocuo, pero demoledor. El nacionalismo vasco busca la construcción nacional, es su finalidad última. «Euzkadi necesita hoy la autonomía para su propia reconstrucción nacional», explicaba el PNV cuando se ponía en marcha el proceso que desembocaría en el Estatuto de Gernika. Lo corroboraba el Parlamento vasco en 1990: «El ejercicio del derecho a la autodeterminación tiene como finalidad la construcción nacional de Euskadi». Para el nacionalismo, la autonomía y la autodeterminación constituyen el medio. El fin es la construcción nacional.

«¿Libertad, para qué?», se preguntaba en una ocasión la dirección del PNV, casi como Lenin a Fernando de los Ríos. Y su respuesta no era «libertad para ser libres». Era (es) para algo más. «Libertad para restaurar nuestra personalidad colectiva a partir de valores creados a lo largo de una historia de milenios, (…) para restaurar la vigencia de nuestra lengua y de nuestra cultura a todos los niveles de la vida y en toda la extensión de la geografía vasca. Libertad para ordenar nuestra sociedad según nuestra propia y responsable voluntad (…)». Libertad (nacional) para la construcción nacional. En otras palabras, para amoldar la sociedad conforme a los esquemas que según los criterios nacionalistas son los propios de la identidad vasca. Suenan placenteros, pero no son planteamientos amables. Implican una notable agresividad. «Restaurar nuestra personalidad colectiva» constituye un proyecto de actuación social, que pasa por eliminar pluralidades e identidades, hasta que quede tan sólo la «personalidad colectiva» del gusto del nacionalismo.

En esta lógica, a los vascos que no son nacionalistas les toca construirse nacionalmente. El nacionalismo combate sobre todo contra ellos -más que contra España-, como responsables inmediatos de que la identidad (nacionalista) vasca no sea completa. Lucha por su conversión nacional, que no es sólo mudanza política, sino también metamorfosis identitaria. Construcción nacional no quiere decir sólo hegemonía nacionalista, que por supuesto va implícita. Significa sobre todo nacionalización plena de la sociedad vasca. Por eso el mundo feliz al que aspira el nacionalismo no es sólo el de la autodeterminación o independencia. Por eso su modelo político no está formado por ciudadanos en el sentido propio del término, sino por vascos con identidad (nacional vasca). Por eso no hay ninguna razón para imaginar que el logro de aspiraciones políticas redujese la agresividad nacionalista o los modos coercitivos. No tendría por qué relajarlos, mientras no se consumase la construcción identitaria de la nación vasca. Reeducación, se decía en otros sitios. La de quienes no se ajusten a los auténticos criterios nacionales.

Manuel Montero es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco.