Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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Por unas encuestas (de verdad) europeas

Es perfectamente normal porque queda ya poco para las cruciales —que sí, de verdad, esta vez sí— elecciones al Parlamento Europeo. Serán en mayo, y al igual que los movimientos políticos se acentúan, la prensa comienza a publicar las primeras encuestas. ¿Qué partido ganará las elecciones europeas? ¿Cuál perderá más votos? ¿Quién subirá? Y resto de preguntas, todas equivocadas… porque todas parten del mismo error.

Seguimos, cinco años después, leyendo los resultados electorales europeos en clave nacional. Las encuestas se cocinan en clave nacional. Los periódicos las publican en clave nacional y las agencias las replican en clave nacional. Todo se queda en el reducido y miope ámbito nacional.

Sesión del Parlamento Europeo. (EFE)

Sesión del Parlamento Europeo. (EFE)

No soy partidario del término paradigma, pero en este caso es necesario que lo traiga: hasta que no haya un cambio de paradigma, hasta que no comprendamos que una encuesta sobre unas elecciones supraestatales no puede ni debe leerse en clave doméstica, seguiremos abusando del mismo pensamiento provinciano. Y errando el tiro.

Los medios de comunicación tienen el deber moral de informar de las elecciones en su única dimensión posible: la europea. Se trata de hacer pedagogía. Todo lo demás, esos castillos de naipes en la Carrera de San Jerónimo, son solo distracciones de lo principal. Que el PP gané en España no significa absolutamente nada de nada si no lo hace en Europa. El marco de referencia es Estrasburgo, no el Congreso de los Diputados.

PD: En cualquier caso, si después de esta argumentación tan… poderosa, os apetece seguir leyendo encuestas nacionales sobre Europa, aquí tenéis los enlaces. La de La Razón y la de El Periódico. El País también publicó hace no demasiado otra, en la misma línea.

 

 

El PE presenta la campaña de las europeas: acción, reacción, decisión… y ¿frustración?

Con una estética algo indignada (tipología agresiva, eslóganes contundentes, imágenes conmovedoras) y una puesta en escena de reminiscencias –con perdón– quincemayistas (con Alejo Vidal Cuadras arengando a la masa como un asambleario más), la oficina del Parlamento Europeo en Madrid presentó, este lunes, la primera fase de la campaña para las Elecciones Europeas de 2014.

Aspecto de la publicidad institucional del PE sobre las elecciones 2014

Aspecto de la publicidad institucional del PE sobre las elecciones 2014

Quedan apenas ocho meses para los comicios más democráticos –de veras lo son– de la historia de la UE y las instituciones comunitarias comienzan a tomar posiciones entre el fantasma de la abstención y las urgencias de la crisis económica. En mayo del año que viene 400 millones de europeos podremos elegir con nuestro voto al presidente de la Comisión (el sustituto del conservador Durao Barroso) así como a la composición de un PE con unas capacidades legislativas inéditas.

No es poca cosa. Al menos, sin duda, es mucho más de lo que teníamos. Hasta hace no demasiado, los ciudadanos europeos –y el caso de España es paradigmático– nos ceñíamos a votar resignadamente, en clave nacional, el destino de unos políticos (muchos defenestrados de sus respectivos partidos) en un ente legislativo que, como recordó con retranca Juan Fernando López Aguilar, se «limitaba a debatir la fecha de caducidad de los yogures«.

Representantes sindicales, políticos –en ejercicio, como los mencionados Vidal Cuadras y López Aguilar, o ya retirados, como Enrique Barón, expresidente del PE entre 1989 y 1992– participaron en un debate abierto, apenas encorsetado y por momentos emotivo, junto con colectivos afectados por la crisis (parados, becarios de investigación, madres de hijos con enfermedades crónicas, discapacitados, etc.), empresarios, representantes de organizaciones de perfil europeísta y periodistas.

De la «Europa naif» a la «Europa crítica»

Se escucharon reflexiones inteligentes, algunas muy medidas y otras más vehementes. El clima, pese al mantra habitual que lo viene a resumir todo en ese fácil y frágil con la que está cayendo, fue moderadamente optimista y la preocupación por los problemas reales se impuso sobre la habitual retórica huera de este tipo de actos. Me quedo con dos ideas. La primera fue expuesta por un joven becario que confrontó el «europeísmo crítico» de las nuevas generaciones con el «europeísmo naif» de las pretéritas y que dio con la clave de lo que se espera de Europa, que no es que esté (que ya está), sino que sea, que funcione. Acto, no potencia, en suma.

Una de las intervenciones durante el debate.

Una de las intervenciones durante el debate.

La segunda de las ideas pasó más desapercibida. La expresó, como de pasada, el propio Barón Crespo durante una intervención para matizar –con elegancia, pero para matizar– el discurso previo del siempre locuaz y articulado López Aguilar. Barón dijo algo obvio pero quizá impío, al menos para los medios de comunicación: no vivimos la crisis más grande que ha habido en Europa, las ha habido peores, y para darnos cuenta solo tenemos que volver la vista al siglo pasado.

Pienso que este socialista, sabio jubilado, lleva razón. De acuerdo: el derecho de cada generación a tener su crisis es legítimo. Nuestro mundo, de apariencia tan segura, se desmorona porque es irrenunciablemente nuestro y cualquier fatalidad del pasado se nos presenta amortiguada por el tiempo y la distancia. No obstante, no debemos perder la perspectiva de la Historia, de las tragedias del pasado… lo que, paradójicamente, implica que deberíamos dejar de actuar históricamente. [Algún día espero desarrollar más esta idea].

Tanto el lema –acción, reacción, decisión– como el tono de la campaña que ha elegido el PE son sobrios y contundentes (hay algo que me recuerda a los anuncios de la FAD). El vídeo (reproducido bajo estas líneas) es una minidosis embellecida de esa misma idea de mosaico de conflictos humanos que aspiran a ser resueltos razonablemente en –dónde si no– el PE. Una campaña de larga duración con la que las instituciones aspiran a desarrollar esa terna catalizadora que, haciendo la broma fácil, bien podría terminar en ‘decepción’ o ‘satisfacción’.