Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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¡Los nazis del ‘plan Kalergi’ me persiguen!

(O a mí ya casi que me lo está pareciendo).

No es que uno sufra de manía persecutoria, pero de unos meses a esta parte las pintadas callejeras sobre el asfalto del carril bici, las aceras, las paredes… exhortando a frenar el genocidio de la raza blanca (sic) y otras majaderías propias de Cuarto Milenio (no ya por neonazis, sino por estúpidas) me están empezando a resultar algo más que molestas. Hará como ocho meses escribí un artículo sobre Coudenhove-Kalergi, una figura exótica de la prehistoria común europea. Casi al instante recibí una avalancha ingrata de insultos, comentarios xenófobos y enlaces pringosos a los textos de la mitología revisionista que distorsionaban hasta límites caricaturescos la figura del conde europeísta.

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Una de las pintadas alusivas al ‘plan Kalergi’, en una acera de mi barrio. (N.S.)

Ingenuamente, pensaba que todos estos relatos adulterados eran solo cosa de Internet, donde sobreviven en sentinas alimentadas por su propio odio y por falsedades asumidas acríticamente. Pero no. Resulta que los conspiranoicos andan por los barrios periféricos de Madrid, al menos escribiendo sobre renglones torcidos alusiones a hechos históricos que distorsionan hasta el delirio. Es algo nuevo, al menos para mí. Hasta hace poco las pintadas neonazis eran muy básicas, fácilmente desactivables y con unos objetivos burdos, pero evidentes. Ahora, en cambio, añaden un toque de sofisticación historicista peligroso.

He intentado un precario trabajo de campo. Por aquello de hacerme una idea de si la gente sabe quién fue Kalergi he asaltado a varios vecinos del barrio. Les he enseñado las pintadas y les he preguntando si les suena de algo el apellido. Ninguno tenía ni idea de quien fue. Pero ni la más remota. Lo grave no es el desconocimiento de nuestras raíces europeas, que también, sino que son precisamente aquellos que quieren acabar con la UE tal y como la conocemos, los más radicalizados y fanatizados, los que mayor empeño ponen en aprender del pasado común… distorsionándolo con un fin político.

Yo no sé si esto del ‘plan Kalergi’ (básicamente, y para que no tengáis que buscar: que el conde habría elaborado un proyecto secreto para acabar con la ‘raza blanca’ en el continente que hoy, vete tú a saber por qué, tendría continuidad) es algo pasajero, o producto de una nueva ola de pensamiento neonazi, que bebe de fuentes menos ranciamente patrióticas y más europeas (Kalergi es mucho más conocido en centroeuropa que en nuestro país). Pero el hecho de que el personaje sea casi un desconocido para la inmensa mayoría, hace más complicado desactivar este tipo de mentiras. Quizá, si tuviéramos esa asignatura de historia europea de la que tantas veces he escrito, tendríamos más argumentos para neutralizarlas.

Chantal Mouffe y el populismo necesario

El término ‘pospolítica’ asociado a la Unión Europea no es nuevo. Aparece en textos más o menos académicos a poco que uno escarbe. La ‘postpolítica’ no es más que el estadio en el que ahora mismo nos encontraríamos. El de la disolución del conflicto político, donde las fronteras ideológicas entre la izquierda y la derecha cada vez están más difuminadas. La ‘postpolítica’ sería la versión refinada de aquello que algunos resumen en las siglas PPSOE.

Viene esto a cuento de una extensa entrevista con Chantal Mouffe. Una entrevista antigua, publicada en el mes de mayo por The European, y en la que la politóloga explica por qué defiende el populismo como una salida válida a la despolitización del espacio europeo. A los lectores del blog no os sonará nuevo. El argumento de que debemos aprender de los populistas ya ha aparecido en varios posts y en boca de personas más formadas y autorizadas para decirlo que yo.

Alexis Tsipras, líder de Syriza (EFE).

Alexis Tsipras, líder de Syriza (EFE).

Pero la Mouffe va más allá de reclamar la equiparación de las formas para exigir, como renovadora de las tesis de Carl Schmitt que es, el retorno del conflicto. Asegura en su línea de que el populismo es una dimensión necesaria de la política democrática que un populismo de izquierda (left-wing populism) es «la única vía para luchar contra el creciente éxito de los partidos populistas de derechas en Europa».

Una solución radical (entendiendo por radical lo que ella entiende, claro). Si el objetivo es «repolitizar» Europa algo que de tan reclamado y tan comentado está casi a punto de convertirse en lugar común hay que 1) crear un proyecto con el que los ciudadanos puedan identificarse 2) abandonar la neutralidad institucional y 3) recuperar la dimensión afectiva y pasional de la política. Dice:

Para mí, la política democrática tiene que ver con la creación de un demos, un poder colectivo. Esto es lo que el populismo está tratando de hacer y por esto no considero que el populismo sea algo necesariamente antidemocrático. Sin embargo, necesitamos preguntarnos cómo este demos necesita ser creado para así fomentar estas políticas democráticas. La gente debe saber si no quiere una Europa neoliberal.

Cito el pensamiento de Mouffe, con la que a veces he estado de acuerdo, no porque lo comparta, sino porque entrelíneas de su discurso se pueden vislumbrar las ideas políticas de algunos partidos, caso de Podemos, al que habitualmente se le endosa el adjetivo populista creyéndolo un insulto, cuando en realidad es muy posible que sus miembros lo exhiban con orgullo razonado.

* La entrevista completa (en inlgés) con Chantal Mouffe.

* La versión PDF de uno de sus libros más celebrados, El retorno de lo político.

El fútbol europeo: la otra crisis continental

El escaparate de una tienda de cigarrillos electrónicos por la que ayer pasé de camino a la redacción vende su humo falso con la etiqueta «calidad europea». Un aviso subliminal de que me ha llegado el fatídico momento de escribir sobre fútbol, la pena máxima. Así me está pidiendo la afición —tan escasa como fiel— y así se lo he hecho saber Raúl, que me ha dado su docto permiso y prometido, como si estuviéramos mercadeando con la emisión de gases de efecto invernadero, el trasvase de 10.000 visitas de su blog al mío. Usuarios al contragolpe.

Ni la crisis de la deuda soberana ni el déficit democrático. El verdadero drama europeo es la crisis de su modelo futbolístico y su déficit de goles. Una tras otra, las selecciones nacionales van siendo eliminadas del Mundial de Brasil con el mismo inexorable y fatal ritmo que la Unión Europea pierde peso geoestratégico en el concierto internacional. Primero fue la abúlica España, luego la melancólica Inglaterra, más tarde la anémica Portugal (que aún puede obrar el milagro) y ayer la inesperada Italia. Tres PIGs y un país con un pie fuera del charco de la UE: ¿lo tenemos merecido?

Pirlo, durante un entrenamiento de Italia en el Mundial (EFE)

Pirlo, durante un entrenamiento de Italia en el Mundial (EFE)

Nuestro envidiado ‘poder blando’ se derrite al otro lado del Atlántico: solo Francia y Alemania (también Holanda, Grecia, Bélgica y quizás Suiza, pero bah) parecen aguantar el tipo, lo que lejos de ser un alivio es una nueva fuente de problemas. ¿A quién apoyar? ¿A los súbditos de Frau Merkel, implacable el castigo a los países del Mediterráneo, o a los frívolos gabachos, que un día animan a Benzema y otro votan al Frente Nacional? Un homenaje oportuno, en el aniversario de la Gran Guerra, a la jugosa y antigua querella entre germanófilos y aliadófilos.

La decadencia europea reflejada en el deporte que ella misma inventó —ya ocurrió en la primera fase de Sudáfrica, hace cuatro años, pero entonces España se encargó de rescatar el orgullo continental—. Da la impresión que celebramos los pocos triunfos con hastío y nos entristecemos de las muchas derrotas con fatalidad. Los aficionados latinoamericanos, por el contrario, aclaman a sus héroes con una exultación casi evangélica, como si acabaran de abrirse a los misterios de un nuevo culto mesiánico. Si todos buscan la gloria en Brasil, los europeos lo hacen con borceguíes de plomo, con mentalidad cerebral: de la soberbia del etnocentrismo a la mala conciencia del occidentalismo.

Y en la prórroga: los europeos somos unos traidores infames. Analicemos nuestro caso. Primero vamos con España —por el mito del ‘tica-taca’, por nacionalismo o por tradición familiar, lo mismo da—. Pero en cuanto nos eliminan, tardamos segundos en invocar plagas contra las selecciones vecinas y apoyar de corazón, infartados, a los combinados que representan a países lejanos. No hay un demos europeo, como no hay un sentimiento futbolístico europeo. Adoramos a los Pirlo e Iniesta, pero como átomos solitarios, como genios en formol del Renacimiento… y entonces, ay, enseguida volvemos a nuestro habitual centrocampismo (cainismo).

La forja de un rusófilo: para entender a Rusia y a los rusos, hay que leer a Daniel Utrilla

Voy a hacer lo que nunca hago: escribir sobre un libro sin haberlo acabado de leer. La razón es doblemente caprichosa: el asunto del que trata está de forma permanente en la agenda europea… y además es que no sé si terminaré o no el libro (de tan bueno que es me da pena llegar a la última página, como quien prueba todas las mandarinas que quiere comerse y se deja la mejor para el final, aun con el peligro de que alguien se la zampe antes, o te robe el libro).

A Moscú sin kaláshnikov (Libros del K.0., 2014) es una maravilla de más de quinientas páginas escrita por un obseso de Rusia, del periodismo («allá tú»), de Tólstoi, de los juegos de palabras y, last but not least, del Real Madrid. Todo en Daniel Utrilla –corresponsal durante más de una década– remite a dos vectores: su pasión desmedida por los goles blancos y su entusiasmo no menos enfermizo por la historia, el presente, el idioma, las ciudades rusas y sus habitantes.

Putin, en una rueda de prensa (EFE).

Putin, en una rueda de prensa (EFE).

«Me siento rejuvenecido porque de nuevo existe aquel clima en el que me desenvolví, esa atmósfera de Guerra Fría«. Habla Oleg Nechiporenko, un exagente del KGB. Corría el año 2006 y acaba de estallar el caso Litvinenko, que vino a ser algo así como el despertar eslavo tras el dócil acomodo al capitalismo salvaje importado a uña de caballo desde Occidente y los años graciosamente regados en vodka de Yeltsin.

Daniel Utrilla (del que me han hablado maravillas, no solo etílicas) llevaba ya por entonces un lustro en Moscú como corresponsal de El Mundo, moviéndose como pez en el agua (del lago Baikal: guiño, guiño) entre una galería de tipos frikis, a los que extraía el jugo de la Rusia real para mezclarlo con el de la Rusia imaginaria y componer así un cuadro constructivista de su oficina: «una habitación de 17 millones de kilómetros cuadrados».

La Rusia que retrata Utrilla, la del cambio de siglo, el ascenso y caída de los oligarcas, la llegada de Putin, la crisis y luego el renacer patriótico, es una Rusia –como él dice– demediada, como el protagonista de una de las fábulas de Italo Calvino (otra de las cosas por las que Utrilla me cae simpático: sus lecturas son las mías, aunque mi porcentaje de autores rusos sea muchísimo menor, por razones obvias… y casi que de salud mental).

Un país permanentemente entre dos aguas, las de la descomposición del comunismo y las del ciclón del turbocapitalismo, con unos ciudadanos que miran con un ojo a Europa y con otro a Asia (él usa la instructiva comparación entre dos grandes de su literatura, Tólstoi y Turgénev): «La clase media es una utopía inalcanzable en un país de extremos, y los estratos sociales se superponen como piezas de Tetris colocadas al tuntún».

A través de la mirada rusófila de Utrilla, el país de Putin se despliega como una matrioska comprensible para un europeo que nunca ha puesto un pie más allá de los Urales. Un país «grandullón que, de alguna manera, sigue conservando esa mirada pueril, soñadora e insolente de la niñez«. Una nación supersticiosa y gigantesca de ciudadanos «orgullosos y competitivos» y al mismo tiempo aún convaleciente de su pasado febril, traumático: el de la descomposición de un sistema y la asunción brusca de otro.

Para entender en su esencia última lo que ocurre hoy en Rusia, desde el escándalo de las Pussy Riot a la invasión de Crimea pasando por la soberbia putinesca hacia EE UU, hay que leer este libro, que es una crónica de crónicas, un fresco humorístico (Utrilla es un Camba casi ruso) y también una necrológica del viejo periodismo, aquel que, ay, «garantizaba la calidad del producto, la depuración del estilo, la consulta de expertos, el poso maduro de la observación».

Utrilla está de broma casi todo el rato (y no es fácil mantener la tensión en un tocho así) salvo cuando habla de lo que es hoy el periodismo; entonces se pone melancólico y gélido, y dice verdades como puños sobre los «gurús de la crónica exprés» y los despachos de agencias (también, cuando menciona a las rusas de piernas imposibles, como él dice, le sobreviene cierta nostalgia indisimulable). Lo de las rusas no sé, lo del periodismo lo comparto.

Cuando le dije a Diego González (él y su estupendo blog ya han salido por aquí) que me había comprado A Moscú sin Kaláshnikov en la Feria del Libro me respondió con entusiasmo, que no se le apaga con la edad (no es que sea tan mayor, solo que le conozco hace ya mucho): «El de Daniel Utrilla es prodigioso. Narración político-periodística-autobiográfica de primer nivel. Y encima el tío es más merengue que Paco Gento». No hay más que añadir. Seguir leyendo y disfrutar.

Los grupos del Parlamento Europeo y el narcisismo de las pequeñas diferencias

La decisión de los liberal-demócratas de aceptar en el grupo europarlamentario a UPyD y Ciutadans no es una maniobra política tan incoherente como pudiera parecer en un primer momento, ni como muchos amigos me han hecho llegar, entre la sorpresa («¿cómo es posible?») y la mofa («¡menudo parlamento!»).

La oposición de CiU y PNV, dos formaciones nacionalistas que ya estaban en ALDE, a compartir grupo con otras dos formaciones nacionalistas (pero centralistas, en vez de separatistas), no ha hecho el efecto deseado. Guy Verhofstadt ha zanjado la disputa con un comunicado rotundo: «… ensuring the territorial integrity of the State…».

En este sentido, no hay mucho más que añadir. La posición oficial de ALDE está bastante clara: a la hora de hacer política europea, que dos partidos de un mismo país tengan opiniones diferentes sobre la estructura del Estado al que representan es una cuestión menor. Y a otra cosa.

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Gráfico de VoteWatch sobre el voto de los grupos en el PE (AMPLIAR PARA DETALLE).

Lo que los liberales vienen a decir es que el nacionalismo no es una ideología, o al menos no una ideología que deba ser un factor crucial para evitar que los partidos compartan escaños del mismo color. Un adelanto europeísta, sin duda, y que celebro. Tanto UPyD como CiU y PNV comparten mucho más (disimulado por ese narcicismo de las pequeñas diferencias) de lo que los separa.

Otra cuestión es, y es lo que quería traeros a colación de esta pseudopolémica, la unidad interna de los grupos que forman el PE, que merece una explicación. Estamos acostumbrados, en España, a que las formaciones parlamentarias sean sólidas, impermeables: un todo sin fisuras ni debates: un rodillo en el que el disenso interno no existe o si llega a existir, no se airea públicamente.

El Parlamento Europeo no se estructura así. Es verdad que el hemiciclo se agrupa en función de similitudes ideológicas: los socialdemócratas, los conservadores, los liberales, etc. Pero dentro de estas, los grupos están compuestos por diferentes partidos que responden a un conjunto de tradiciones históricas, sociales y políticas moldeadas en el caldo de cultivo de cada país miembro.

Esta aparente desunión, que no incoherencia, afecta en mayor o menor medida a todos los grupos de la Eurocámara. Una naturaleza indefinida que, en opinión de muchos de los que siguen la actualidad bruselense, tanto desde dentro como desde fuera, es una fuente de satisfacción política, en el sentido más elogioso y sagrado que tiene esta palabra.

La cohesión nunca es al 100%

Cada partido nacional en el PE tiene que defender su parcela, pero supeditándola no a su interés nacional, sino en beneficio del grupo, del que forman parte otros partidos similares, pero de otros estados miembros. Lo colectivo por encima de lo nacional es, en este sentido, lo que hace grande y necesario al Parlamento Europeo, y que quizá es su mejor clase de pedagogía para los europeos.

Como muestra de que los grupos del PE no son bloques homogéneos, en este enlace de votewatch se analiza el porcentaje de cohesión interna de los votos de cada grupo del Parlamento durante la pasada legislatura (2009 – 2014). De los grandes, el ALDE es el que muestra un porcentaje de coherencia interna menor (un 88%), pero es que incluso el grupo con un porcentaje más alto, el de los populares europeos, apenas supera el 92%, y los socialdemócratas el 91%.

 

¡Europa, otra vez en segundo plano! Del muy efímero interés por ‘la cosa europea’

La preocupación por eso que llaman ‘la actualidad’ atiende a ciclos caprichosos, inescrutables, dolorosos. Lo importante no es siempre lo último, para mí braudeliano nunca lo es. Pero ahí está, la montaña rusa del periodismo, con esa agenda caprichosa que no siempre, o mejor, casi nunca responde a parámetros razonados… y menos aún razonables. Así, la resaca del interés de las elecciones europeas de mayo se despeña por este gráfico de Google Trends apenas un mes después (ver gráfica).

Las noticias sobre la UE vuelven a su madriguera, al fondo de saco de las webs noticiosas o a los breves de los periódicos todavía de papel. Está el tema, importantísimo, de quién será el próximo presidente de la Comisión, en el que la Unión se juega una buena tajada de su credibilidad política. Pero es un asunto de alta política (o baja, depende), sustituido por la urgencia de la proclamación real y la muy posible decepción mundialista. Están muchos otros temas (entre ellos las cuitas en ALDE, con la incorporación de UPyD y C’s), pero pese a esto… ¡otra vez la UE en un segundo, tercero o cuarto plano!

Lo digo entre exclamaciones porque considero que es algo bueno. Europa no está preparada para la sobreexposición mediática: la discreción es su virtud. Su naturaleza, al menos la realmente existente hoy, sigue siendo tan embrionaria que la opinión pública se muestra reacia a introducir el ‘debate europeo’ en su horizonte. Lo que queda hoy, casi un mes después de los comicios, son los rescoldos y la vuelta a las informaciones plúmbeas, frías y recubiertas de una capa de tecnicidad. Es decir, al feliz y provechoso debate sin urgencias ni superficialidades. Espero tener tiempo, ahora que llega el verano y todo languidece, para volver a los temas atemporales, ojalá que alguno, aunque sea una línea, intemporales.


 


 

NB: No suelo estar muy pendiente de las visitas que va teniendo el blog. Afortunadamente, 20minutos.es no me exige un número imprudente de visitas para un blog tan minoritario y, en ocasiones, tan críptico y caprichoso. Pero el otro día pregunté a mi compañero Adrián, que se encarga de medir estas y otras muchas variables, cómo fue la cosa durante el mes de mayo. No fue el mejor mes, curiosamente. Y tampoco, curiosamente, los post más vistos fueron los relativos a las elecciones la coyuntura, sino los que referían a temas más de fondo, como el muy personal de las ciudades europeas.

 

 

 

 

Hungría: el fascismo que hubo y el que viene

En una cándida página oficial dedicada a explicar la UE a los niños, se dice que Hungría es uno de los mejores lugares del mundo para observar las aves. También se explica qué es el gulasch y que Houdini y el cubo de Rubik son tan húngaros como el Danubio. Está muy bien, tampoco es necesario asustar a la infancia con el auge de la extrema derecha, el rebrote de antisemitismo y el cercenamiento de la libertad de prensa. Pero como este blog lo leen –¡si lo leen! – personas adultas, voy a encararme un poco con todo aquello.

Miembros de la Guardia Húngara en una manifestación en marzo pasado (The Orange Files)

Miembros de la Guardia Húngara en una manifestación en marzo pasado (The Orange Files)

Se habla poco de Hungría. Tras las elecciones al Parlamento Europeo –en las que hubo casi un 80% de abstención y Jobbik se constituyó en la segunda fuerza política (ver este gran análisis en el blog Crónicas húngaras)– no he leído en los grandes medios muchas menciones a este país que, como Polonia, hace diez años que se incorporó en calidad de Estado miembro, pero cuya deriva populista, liberticida y desafiante con las normas básicas de la Unión, trae de cabeza a Bruselas. Como lo rebautizara hace un año El País en un ejemplar reportaje: Hungría, el hijo díscolo de la UE.

En los comienzos de este blog os referí, de pasada, la biografía de uno de los líderes de Jobbik, también denominado Movimiento por una Hungría mejor. Un partido racista, antisemita, cuya cabeza visible, Gábor Vona, es un joven atildado, instruido y provocador. Por aquel entonces, octubre de 2013, se cumplían diez años de la fundación del partido, que tiene a bien ensalzar sin pudor la obra de Miklós Horty, el militar que gobernó al modo fascista el país hasta casi el final de la Segunda Guerra Mundial.

En Hungría no gobierna Jobbik…. aunque casi no le hace falta. Lo hace un sucedáneo de partido de derechas nacionalista, el Fidesz. El primer ministro Viktor Orbán, un tipo popular, sofisticado, culto y que no tiene remilgos a la hora de desafiar los preceptos de la UE en temas tan sensibles como la libertad de prensa (en 2011 su Ejecutivo aprobó una ley mordaza bajo la mirada casi complaciente de Van Rompuy). Una ley mordaza que muchos, entre otros Reporteros sin Fronteras, denunciaron de forma vehemente, aunque sin demasiado éxito.

Pero tras las elecciones europeas, y ya antes, la situación política en el país está empeorando de forma imparable. Nuevos impuestos a la publicidad, destinados a asfixiar a los medios de comunicación, sobre todo a los críticos; sentencias difícilmente comprensibles, como el fallo de la Corte Suprema que da la razón a Jobbik: ya nadie podrá llamarles partido de extrema derecha; o nuevas leyes que impiden tomar fotografías a nadie sin consentimiento previo expreso.

Estas medidas no constituyen una política aislada, sino que forman parte de un todo –como el recorte de poderes al Tribunal Constitucional– destinado, en opinión de muchos observadores de la vida diaria del país, a socavar los principios de libertad así como a crear el caldo de cultivo apropiado para la emergencia de chivos expiatorios, como los gitanos o los judíos, dos de las minorías amenazadas por la retórica neofascista en un país cuya historia debería de servir como repelente de los odios presentes.

Un vuelta a Europa en la Feria del Libro

La Feria del Libro es una feliz tradición entre mis amigos y mi familia. Lo más parecido a un acto de fe anual, como peregrinar al Rocío o a La Meca, pero sin las aglomeraciones ni el fanatismo. Pese a todo, es la primera vez que escribo de forma pública sobre la feria, un momento que llevaba esperando largo tiempo. Soy un animal de costumbres. Mi particular feria consiste en deambular saltándome las casetas de las grandes editoriales y librerías (no comprendo que se vaya a la feria a comprar a la Casa del Libro habiendo tanto material genial, y tan a mano). Luego, siempre compro algo, o bien para mí o bien para regalar; a menudo, para ambas cosas.

Feria del libro de Madrid 2014 (foto: NS)

Feria del libro de Madrid 2014 (foto: NS)

Este año ya he estado un par de veces (¡y quizá repita otra más!). La primera con mi padre. La segunda, hoy, con mi compañero Raúl Rioja. Ambos tuvimos la misma idea: escribir un post en nuestros respectivos blogs del periódico el suyo es de fútbol: ‘Al contragolpe’, os lo recomiendo, ¡el mejor complemento a Europa! sobre cómo la feria trata nuestro negociado. El boom de los libros sobre fútbol biografías más o menos trabajadas, publicaciones oportunistas, joyitas nostálgicas— no se corresponde, para mi desgracia, con un auge similar de las publicaciones sobre Europa, y para rellenar este post con buenas recomendaciones me las has he visto y deseado.

Así, y sin rebuscar demasiado, la Gran Guerra lo monopoliza todo. El aniversario de la Primera Guerra Mundial ha servido de excusa para desempolvar clásicos y dar salida a las novedades editoriales, algunas extraordinarias. El opus magnum de  Margaret MacMillan, De la paz a la guerra (Turner, 2014) , Sonámbulos (Galaxia, 2014), de Christopher Clark o Los cañones de agosto (RBA, 2014), de Barbara Tuchman son algunos de los libros imprescindibles sobre el conflicto. Pero además, como satélites orbitando alrededor de un planeta, han florecido otras obras que no tratan directamente de la guerra, pero sí se enmarcan en el mismo periodo.

Algunas de ellas las conocía, otras no, pero todas tienen una pinta estupenda y demuestran que en el mundo editorial, por trillado que parezca una época, con inteligencia, dedicación y cultura acaban publicándose obras maestras. Así, el Diario de un estudiante. París 1914 (Libros del Asteroide, 1914) de Gaziel, el gran periodista catalán (aprovecho para recomendaros sus memorias, Meditaciones en el desierto, un documento excepcional de la posguerra española) o los recuerdos bélicos del escritor británico Wyndham Lewis son dos obritas que completan estupendamente los grandes tochos. Ah, y una curiosidad para los entusiastas de El señor de los anillos, una biografía titulada Tolkien y la Gran guerra: el origen de la Tierra Media (Minotauro), escrita por el periodista John Garth.

El viaje de Chávez Nogales por Europa en avión (Foto: NS).

El viaje de Chávez Nogales por Europa en avión (Foto: NS).

Pero la Gran Guerra no agota el catálogo de libros sobre/preocupados por/que denuncian a/y que explican cómo es Europa. La editorial Minúscula una de mis favoritas, que lleva años cumpliendo con la terca aspiración de publicar libros primorosos e inolvidables— también desembarcó en la feria con un estupendo muestrario, en el que predominan las obras de literatura de viajes su tema predilecto y novelas y recopilaciones de artículos de autores de gusto europeo. Pero hay otras editoriales y libros que merecen su espacio. Entre ellos, Abada y su colección de obras de Walter Benjamin; Libros del Asteroide, ya mencionada, con su tino reeditando obras olvidadas de Chaves Nogales, como La vuelta a Europa en avión (que confieso que aún no he leído) o Capitán Swing, que publica un libro de relatos orales de Hans M. Enzensberger Europa en ruinas (que tampoco he leído, pero que se parece en la forma a su clásico El corto verano de la anarquía).

¿Más? Sin duda, aunque también he echado en falta obras más académicas, ensayos de naturaleza menos panfletaria (en el buen sentido) y algún que otro libro de carácter divulgativo y político. No digo que no los haya. Sé que los hay, y muchos los he leído, pero visibilidad en la feria parece que no están teniendo demasiada. Personalmente, me he quedado con ganas de comprarme Reinos desaparecidos, de Norman Davis, pero para compensar me he llevado dos que creo que me van a proporcionar momentos muy gozosos, que espero compartir con vosotros: En busca del significado perdido. La nueva Europa del Este (Acantilado, 1914) del gran Adam Michnik y A Moscú sin Kaláshnikov (Libros del K.O., 1914) de Daniel Utrilla.

 

 

 

El cambalache entre los Estados para elegir al presidente de la Comisión Europea

Entraba dentro de lo probable que pasara, algunas casandras ya lo advertían, y lamentablemente así está ocurriendo. Lo que ha constituido la piedra miliar de las pasadas elecciones europeas –que se vendieron como diferentes porque por fin había unos candidatos a presidente de la CE– se está erosionando a pasos agigantados apenas 15 días después de los comicios.

Juncker y Merkel, antes de las elecciones de mayo (EFE).

Juncker y Merkel, antes de las elecciones de mayo (EFE).

Sobre el papel (mejor dicho: sobre el consenso general previamente adoptado) Jean Claude Juncker debería ser el próximo presidente de la Comisión. Pero su victoria electoral, la del PP europeo, puede ser la victoria más pírrica de la historia de las elecciones. El interés propio de los Estados unido a la apatía ciudadana pueden hacer realidad el cambalache.

Si Juncker no es propuesto como candidato –la presión diplomática de Reino Unido y el sonrojante y burdo acoso mediático de los tabloides están dándolo todo para ello– no solo se habrá desperdiciado la principal baza con la que contaban las instituciones comunitarias para politizar la Unión, sino que se habrá mentido descaradamente a los ciudadanos que confiaron de buena fe en la palabra de la UE.

Como escribe hoy Bernardo de Miguel, corresponsal de Cinco días en Bruselas, el tiempo se acaba para Juncker. Esta semana que comienza es crucial, y los intentos de unos y otros por borrar del mapa su candidatura pondrán a prueba la resistencia de los pactos implícitos a favor de una mejor Europa que todos durante varios meses se han (nos hemos) encargado de airear.

Esta nueva batalla por Europa produce ciertamente algo de sonrojo y también de pena. Si finalmente Juncker no es el candidato de consenso –yo no le voté, pero la cuestión no es esa: habría que apoyarle con independencia de nuestras preferencias– el Parlamento Europeo debería (está en su mano) rechazar al candidato –¿Lagarde? ¿Thorning-Schmidt?– que el Consejo proponga.

Europa como forma recurrente de hastío

En un lenguaje hoy ya extraño para nosotros, bajo unas amenazas que tampoco son las nuestras, el filósofo Edmund Husserl dijo que el mayor peligro que corría Europa era el hastío. Fue en la muy recordada y citada conferencia de 1935 en Viena. Europa ha cambiado muchísimo desde entonces, pero el hastío, o una versión contemporánea del mismo, lo sigue impregnando todo.

Si no fuera por la exótica sorpresa de Podemos, por la anemia galopante de votos del PP y del PSOE y por la subsiguiente crisis interna, de las elecciones europeas de hace apenas una semana no quedarían ni las sombras. Eso que falta todo por resolver: alianzas que concretarse, un Parlamento por recomponerse y un presidente de la Comisión por ser elegido.

El sueño (Picasso).

El sueño (Picasso).

Y pese a lo anterior, la sensación que trasmiten las conversaciones, construidas sobre el tedio de lo local hasta límites caricaturescos, es que lo importante, lo que remueve las vísceras, sucede a la puerta de casa. El debate (en el mejor y menos frecuente de los casos) y el cruce balbuciente de insultos (en el peor y más común) se dirigen solo a satisfacer nuestra sed cainita y nuestros prejuicios más acendrados.

Es como si tras los comicios, los ciudadanos hubiéramos tirado al mar un fardo con nuestros votos y no nos hayamos preocupado por saber dónde acabará, si se hundirá para siempre o alguien se encargará de recogerlo. Reproducimos los mismos vicios de siempre, pese a las advertencias. Votamos un Parlamento del que luego nos desentendemos con irresponsable facilidad.

Una muestra cuantitativa de este hastío fue el barómetro publicado por el Instituto Elcano unos días antes de las elecciones, y del que no os había hablado… para no alentar el desaliento. Desconocimiento sideral, falta de interés, percepción de que lo que se votaba no servía para absolutamente nada. Podemos echar la culpa a la casta política, a los medios de información de masas. Faltaría más, aunque es demasiado fácil.

Sin duda con algo de melancolía, y más allá de que existan problemas de comunicación entre las instituciones comunitarias y los ciudadanos, deberíamos aceptar que si el común de la población no está informado de Europa, no la siente ni la vive ni la aprecia, es porque, sencillamente, no quiere hacerlo… ni ahora ni en el futuro. La gente quiere una final de Champions perpetua, lo contrario es engañarse.

En aquella conferencia de Husserl, el «gran hastío» (y el nihilismo) solo podía ser superado a través del «heroísmo de la razón» que impulsaría un «nuevo hálito espiritual» al continente. Palabras sabias, abstractas y arcanas bastante alejadas de las formas y términos en los que hoy se promociona Europa. Hasta hoy, solo los populistas parecen haber despertado del letargo, el resto siguen o seguimos soñando el aburrimiento.