Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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El (mi) olvido de la Europa social

Lo que sigue es una especie de autocrítica:

Me regañaba cariñosamente el otro día mi prima María (que sabe mucho de muchas cosas, pero sobre todo dedica su vida profesional de abogada a asistir a los débiles) que veía el blog demasiado «intelectual» y poco «social». Que estaba bien para fardar y tener una conversación un poco «elevada», pero que había temas que apenas o nunca he tocado: entre ellos el de la inmigración.

Supervivientes del naufragio del barco de inmigrantes registrado frente a la isla de Lampedusa. (EFE)

Supervivientes del naufragio registrado frente a la isla de Lampedusa. (EFE)

No le pude contestar nada, porque fundamentalmente tiene razón (algo de eso sospechaba yo ya). En parte es por falta de tiempo y en parte es por falta de preparación. Me lleva muchas menos horas opinar o hablar de libros e historia (me siento más cómodo paseando por esos jardines). Además, no estoy preparado para escribir sobre según qué cosas, como la política migratoria de la UE, de la que desconozco sus recovecos.

Y no es por falta de ganas. De hecho, tengo en nevera escritos sobre Melilla y Schengen (a propuesta de un compañero del periódico que sí que sabe de ello mucho, Ángel Calleja) que aún no acabo de dar salida y algún que otro tema más «comprometido» sobre minorías que se sale de mi aburrida línea habitual. Europa tiene más lados que un dodecaedro, y es complicado satisfacer todas las peticiones… ¡incluso las mías propias!

Inevitablemente, después de un año de blog, tengo la sensación de que me dejo sin comentar aspectos importantes de la realidad (esta es una de las desventajas que veo a blog personal frente a uno colectivo). Me gustaría, a ser posible con vuestra ayuda, identificar estas lagunas y, con el tiempo, tratar de cubrirlas. El diablo está en los detalles, y en la UE más todavía. Para de aquí a unos años comprender cómo ha cambiado Europa, cuantas más caras de ese poliedro se hayan recorrido, mucho mejor. A ver si poco a poco voy ensanchándome.

(Ya puestos, en los comentarios podéis dejar vuestras peticiones y/o impresiones del asunto).

Juncker, en el ojo del huracán por el escándalo fiscal de Luxemburgo

Quizá es una cuestión de cercanía doméstica, o tal vez de simple provincianismo, pero me sorprende que el asunto de José Antonio Monago y sus viajes presuntamente a cargo del Senado esté teniendo más repercusión en la prensa española que el de Jean-Claude Juncker y Luxemburgo. A saber: el país gobernado durante casi dos décadas por quien es, desde hace una semana, presidente de la Comisión Europea, atrajo a multinacionales a cambio de rebajarles en secreto el impuesto de sociedades hasta un exiguo y desleal 2%. Simplemente por comparar: el impuesto de sociedades en Irlanda, que no llega al 13%, ha sido repetidamente cuestionado durante los años de crisis por ser demasiado bajo.

Juncker, en el PE. (Imagen: EFE)

Juncker, en el PE. (Imagen: EFE)

Un escándalo de proporciones magníficas, que a mi entender es todavía más grave en cuanto que afecta a quien debe encargarse de velar, entre otras cosas, por la solidaridad interterritorial en Europa. Si presuntamente el auspiciador (al menos el consentidor) de tales prácticas del todo insolidarias es quien va a ocupar durante los próximos cinco años uno de los puestos de más responsabilidad y peso en la UE, la credibilidad de las instituciones comunitarias puede verse seriamente afectada.

Cerca de 340 grandes empresas –entre ellas Sony, Ikea, Fiat, Apple o Pepsi– se habrían beneficiado de estos tipos fiscales hiperreducidos, y que habrían hecho de Luxemburgo (un pequeño país en el centro de Europa ya investigado por sus extrañas prácticas fiscales) un paraíso fiscal de facto. El ‘Luxembourg Leaks’, como lo han bautizado algunos medios europeos, pone en serios aprietos políticos a Juncker y de paso a la recién formada Comisión.

La investigación ha sido destapada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, y ha sido publicada, entre otros diarios, por el francés Le Monde, quien cita fuentes de la propia CE para decir que «las ventajas concedidas a algunas empresas son potencialmente comparables a ayudas estatales ilegales«.

«Luxemburgo y Juncker, under fire», titula por su parte The Guardian, otro de los periódicos del consorcio de investigación. El diario inglés se hace eco de las protestas inmediatas que Francia, Alemania y Holanda han emitido en cuanto el escándalo ha sido revelado a la opinión pública. Incluso Martin Schulz, socialdemócrata presidente del PE que lleva años haciendo de la lucha contra la evasión fiscal una de sus principales banderas políticas, ha roto su pacto de no agresión con Juncker para pedir una investigación a fondo.

El BCE juega a los selfies con dinero… y recibe billetazos sarcásticos en respuesta

El Banco Central Europeo no es precisamente la institución comunitaria mejor valorada. Basta un vistazo a los últimos eurobarómetros para darse cuenta. Queda por detrás, incluso, de la Comisión Europea, y bastante lejos del Parlamento, la institución con la que más se identifica la ciudadanía. Es probable que esta lejanía sea la que haya llevado al BCE a lanzar una campaña cuanto menos peculiar para las costumbres espartanas que se gastan las corbatas de Fráncfort.

Reconozco que no supe verlo a tiempo. El deseo del BCE de que cada europeo se haga un selfie con el nuevo billete de diez euros estaba condenado al sarcasmo cruel desde el principio. Por un lado, una institución bastante odiada; por otro, el vil metal. Y estos dos detalles, pasados por la centrifugadora de las redes sociales, han convertido una idea ya de por sí bastante mema en un arma arrojadiza contra la propia institución. ¡A quién se le ocurre jugar con el dinero, pero si es lo primero que se aprende cuando uno es pequeño!

Agrupados bajo el hashtag #mynew10 algunos usuarios de Twitter se han dado a un festín de autorretratos irónicos, que van desde fotos de billetes de diez euros mancillados con lemas clásicos como «no hay pan para tanto chorizo» hasta bolsillos vacíos, billetes ardiendo y fotomontajes con el rostro de Draghi, el banquero central. También hay, para ser justos, gente que se ha retratado canónicamente, a la espera supongo de conseguir alguno de los cien premios que se sortean, pero obviamente lo divertido es ver cómo el BCE trata de caer simpático cuando su papel, nunca mejor dicho, es otro.

Lo más gracioso es que, leyendo las bases para el concurso, da la impresión que alguien en el BCE ya se olía que algo pudiera salir mal: «Los selfies no deberán mostrar en ningún caso el nuevo billete de 10 € en una situación que pudiera perjudicar la reputación y el honor del BCE o que se considere insultante, difamatoria, racista, contraria a la moral o el orden público, pornográfica, discriminatoria, etc». No sé si que alguien salga esnifándose el nombre de d-r-a-g-h-i es ofensivo, pero hay que vivir muy desconectado de la realidad para no prever que algo así podía ocurrir.

Lo que se puede hacer con un billete de diez euros y algo de ingenio.

El debate sobre el pasado en Europa del Este se parece bastante al nuestro

Comentaba el otro día que las comparaciones son casi más paralizantes que odiosas. Y mientras escribía el post recordé un libro que había leído este verano que lo pone en duda. El libro se titula En busca del significado perdido. Y su autor es el mítico Adam Michnik. Publicado por la editorial Acantilado en 2013, se trata de una recopilación de artículos del intelectual polaco en los que analiza el pasado reciente de Polonia y las contradicciones, decepciones y frustraciones de los países del Este de Europa.

Son las suyas reflexiones que los españoles deberíamos atender, porque salvando todas las distancias, las cuitas de los polacos con su propio pasado (la dictadura comunista) son muy parecidas a las que tenemos nosotros con el nuestro (la dictadura franquista). Tanto que, cuando leía el libro, ví con claridad que España –tradicionalmente ajena de lo que sucede más allá de la frontera de Francia con Alemania– tiene en determinados aspectos más en común con los las naciones del Este del continente que con los países vecinos.

Presos, en 1942, en las obras de construcción de la cárcel de Carabanchel. (E. Amberley).

Presos, en 1942, en las obras de construcción de la cárcel de Carabanchel. (E. Amberley).

Polonia, como España, está inmersa en un debate profundo y antipático sobre la interpretación de su pasado. Ambas sociedades salieron, cada una a su modo, de largas dictaduras de signo contrario. Ambas sociedades, además, no han terminado de resolver satisfactoriamente las connivencias, las cesiones, las alianzas oportunas y las disidencias que se produjeron durante los años finales de cada régimen. Leyendo a Michnik uno se da cuenta de que existen lugares comunes y figuras que emergen siempre que una nueva generación revisa el pasado.

«He observado que, por regla general, los que se indignan no son las auténticas víctimas, sino los que se han arrogado los derechos de éstas», dice en un pasaje especialmente lúcido Michnik. Por decir algo parecido a propósito de los que ponían el grito en el cielo cuando derribaron la madrileña cárcel de Carabanchel, Fernando Savater fue menospreciado y acusado de blando con la dictadura (él, que estuvo preso allí por cuestiones políticas). «Su memoria viene de la ideología, no de la experiencia», decía al final de aquel memorable artículo.

De algo parecido le han acusado a Michnik en Polonia por decir con bastante sensatez, y en un proceso que parece repetirse en toda Europa tarde o temprano, que «resulta significativo que entre los partidarios de la revancha haya un número tan escaso de auténticos próceres de la oposición democrática». Una carencia que aquí en España, con tanto antifranquista criado a posteriori ocupando puestos de responsabilidad no deja de tener su parte casi económica…

El recuerdo del pasado en Polonia (y en España) está monopolizado por lo que Michnik llama la figura del ‘lustrador’. Un tipo o tipa con prédica en la opinión pública, que se dedica a ejercer de policía moral, de inquisidor, rastreando en las biografías de aquellos que se comprometieron en el tránsito hacia la democracia para buscarles cualquier mínima complicidad con el enemigo (franquista o comunista).

La escurridiza figura del ‘lustrador’, lejos de ser una guía para comprender mejor el pasado reciente, es un síntoma de que la lectura histórica está condicionada por adscripciones viscerales, demasiado tajantes y moralistas. Como dice, y creo que dice bien, Cees Nooteboom en una entrevista publicada este domingo en El País: «Alemania superó bien su pasado, España aún no». Los próximos años, con las sorpresas políticas que bien podrían llegar, parece que comienza a surgir un tiempo nuevo en España, con nuevas reglas tanto para el presente como, espero, para el pasado. Mientras tanto, tengamos en cuenta las experiencias polacas.

 

España como problema, Europa como comparación

Demasiadas veces se ha repetido que Europa es la solución. Tantas que la afirmación orteguiana ha sido vaciada casi de sentido. Yo optaría por cambiarla, y diría que si España es el problema, Europa es la comparación. Antes de la crisis es muy probable que la UE fuera un horizonte de soluciones al alcance de la mano, pero desde hace unos años Europa es un espejo cóncavo donde nuestra imagen se refleja distorsionada: esto, tan poco, es lo que somos.

(Imagen: GTRES)

(Imagen: GTRES)

Las estadísticas –el último ejemplo, el informe de Unicef sobre pobreza infantil– no solo dejan a España en mal lugar, sino lo que es peor, nos avergüenzan. Comparada con el grueso de los socios importantes de la UE, nuestro país siempre sale muy mal parado. Hay una sensación, que los datos reflejan (es pues más que una sensación: es una constatación), que España se aleja de Europa justamente en aquello que, por pertenecer a ella, debería estar más a salvo.

Los índices de percepción de la corrupción o la tasa de paro juvenil, por poner solo dos ejemplos de los asuntos que más preocupan a los ciudadanos, no sólo desnudan nuestras carencias, sino que lustran la buena fortuna de los demás. Pertenecer al club europeo, ahora, es una cura de humildad de los años de bonanza ilimitada, pero también es una fuente constante de frustración. Porque, además, tanta comparación más que ayudar a la movilización, paraliza.

Me decían hace poco: «¿No tienes la impresión de que estamos en una época en la que la gente tiene miedo a proponer?». Y es verdad. Somos especialistas en hacer autopsias (la crisis del modelo europeo ha sido estudiada con primoroso detalle desde hace un lustro), pero dedicamos demasiado tiempo a destruir y poco a construir. Nos quedamos con la imagen estéril de una comparación en la que siempre –al menos los españoles– salimos perdiendo. Y eso es casi todo.

El legado de Barroso y la alargada sombra de Jacques Delors

Jose Manuel Durao Barroso ya es, junto con Jacques Delors, el presidente que más tiempo ha permanecido al frente de la Comisión Europea. Diez años, dos legislaturas. El tercero en discordia fue Walter Hallstein, de quien hace unos meses os hablé a propósito de su libro La Europa inacabada, y que además fue el primero de todos.

No sé cómo tratará la Historia a Barroso. A Delors le ha ido bastante bien. Barroso, con una presidencia tanto o más agitada que la del socialista francés, quizá lo tenga más complicado para ser recordado con amabilidad. Los años de presidencia de Delors fueron años triunfales para Europa. El fin de la guerra fría, la unificación alemana, Maastricht. Una década donde el sentimiento europeísta ganó fuerza en todo el continente.

Barroso, durante una rueda de prensa de la CE (foto: EFE)

Barroso, durante una rueda de prensa de la CE (foto: EFE)

En cambio, la comisión Barroso, que acaba de decir adiós a Bruselas, ha lidiado con tantos frentes, y tan diversos, que la imagen que queda de ella –y que tiene no poco de injusta– es la de un organismo superado por la magnitud de la crisis, a merced de los gobiernos nacionales y obsesionada por la austeridad. Europa ha salvado estos años varios matchball. El primero fue, a comienzos de la primera legislatura del político portugués, el fracaso de la Constitución. El segundo, la salvación del euro (y por lo tanto del proyecto europeo).

Delors navegó en su día con el viento a favor. No tenía que preocuparse por rescatar nada, sino por crear, diseñar, avanzar en lo ya existente (la unión monetaria, sin ir más lejos). En cambio Barroso ha tenido la suerte (mala) de tener que, siguiendo con las metáforas deportivas, emplearse en despejar balones, en evitar la destrucción de lo que había, en contener la sangría… Y así es muy difícil contentar a nadie. La zona euro no se ha roto, y para algunos, retrospectivamente, lo natural era que no se rompiese.

La CE ha sido, durante estos años de crisis, la institución peor valorada por los ciudadanos. La que peor prensa ha tenido (aunque también, en parte, injustamente). Barroso es para muchos el paradigma de político gris y calculador, burocratizado. Quizá el problema reside en que Barroso, aun siendo el presidente de un organismo ejecutivo, ha sido visto más como un escrupuloso gestor (para algunos un vocero) que como un político. Hacía políticas, pero no política.

Si además resulta que Delors gozaba de carisma y de cierto halo grandeza (el desprestigio de y hacia los políticos no era entonces la norma: tampoco en Europa), la comparación con Barroso resulta bastante cruel. Barroso, un estudiante brillante durante su juventud, formado ideológicamente en el maoísmo, ha sido paradójicamente el conductor tecnocrático de rescates financieros, planes de ayuda y supervisiones bancarias. Un papel muy poco amable, más aún en la agriada era del euroescepticismo.

Una mañana con Podemos: entre los círculos amateur y los mítines profesionales

Ni Europa salió mucho ni parece que a los que estaban allí les importara demasiado. Una vaga referencia a Merkel, aplausos, algún grito de aprobación y asunto zanjado. Asumo, pues, que tengo pocos argumentos para justificarme escribir una vez más sobre Podemos. La razón, perdonad, es un acto que celebró en mi barrio la formación —en breve ya partido— y por el que me di una vuelta el sábado por la mañana. El círculo de Podemos Hortaleza era el organizador. E Iñigo Errejón la estrella invitada junto a un poeta, un médico y una profesora, que le precedieron en el turno de palabra con desigual desempeño.

Entrada al parque, con globos de Podemos.  (NS)

Entrada al parque, con globos de Podemos. (NS)

Llegué con bastante tiempo de adelanto, y me senté a esperar a las puertas del recinto donde iba a desarrollarse la función. Un lugar histórico aunque muy degradado: el foro neoclásico del parque Isabel Clara Eugenia, jardín que conoció seguro tiempos mejores (fue un antigua quinta ducal cuando el barrio aún no era Madrid y ha sufrido varias remodelaciones, que no le han devuelto su antiguo esplendor) y que ahora sirve a los skaters para practicar sus trucos y a los grafiteros, empeñados en embellecer con una nueva policromía las pocas columnas que quedan en pie.

El ambiente era cordial, casi familiar. La gente se conocía y se saludaba como haría en un mercadillo o en las fiestas patronales de un pueblo. A la entrada, globos con los colores de Podemos y una mesita con merchandising clásico de chapas y camisetas. Familias, gente en bicicleta, niños en patinete y pandas de amigos. También viejecitos ensimismados a esa hora de la mañana, preguntando que qué pasaba y que por qué a ellos no les daban los trípticos que iban repartiendo los voluntarios y que yo sí cogí. Ya dentro, y mientras esperaba que todo aquello empezara, las conversaciones giraban invariablemente sobre tres asuntos: el ébola, las tarjetas de Caja Madrid y el pederasta, vecino del barrio. De fondo, el hilo musical de Bunbury competía con los pajaritos bajo un cielo sucio que amenazaba lluvia.

Me sorprendió lo perfectamente organizado que estaba todo sin que diera la sensación de artificiosidad. Un escenario pequeño y modesto, pero bien visible desde cualquier punto del parque. Sillas para las personas mayores, servicio de guardería y un cuerpo de voluntarios empeñados en darte toda la información del mundo sobre asuntos muy concretos que afectan al distrito, como la situación del Hospital Ramón y Cajal o la carencia de infraestructuras: nada de sermones ideológicos sobre lo divino y lo humano: problemas y dificultades a las que una familia con dos hijos o un matrimonio de jubilados se enfrentan cada día. Una proximidad que se agradece, pero que no tuvo luego continuidad en algunas de las intervenciones, en exceso grandilocuentes y plúmbeas.

El acto de Podemos, un poco antes de que diera comienzo (NS)

El acto de Podemos en el parque de Isabel Clara Eugenia, un poco antes de que diera comienzo (NS)

Y ahí quería llegar. No sé cómo serán las reuniones de los llamados Círculos de este protopartido, su nivel de consenso o su virtud para crear lazos entre personas que tienen aspiraciones similares. Lo cierto es que en el acto del otro día se apreciaban perfectamente dos niveles. Uno, amateur, vecinal o como queráis decirlo, compuesto de gente preocupada y  comprometida, pero ajena a la escenificación política habitual. De los tres ponentes, dos de ellos —el médico y la profesora: sobre el poeta mejor no hablo, porque madre mía— respondían a esta descripción. Ambos hablaron correctamente, sus discursos fueron muy aplaudidos, pero era evidente que carecían de la oratoria profesional tan cara a los políticos.

El otro nivel era el representado por Íñigo Errejón, que habló mucho y muy bien, marcando los silencios para recibir aplausos, repitiendo conceptos y expresiones para que se fijaran en la memoria de los oyentes y organizando el discurso en torno a unas pocas ideas sencillas, como la casta, el miedo y el pueblo. Yo no sé cómo fueron aquellos mítines del PSOE de la Transición, pero escuchando a Errejón —y pese al redentorismo que a veces aflora— no creo que su pose y sus maneras se diferencien mucho de aquel Felipe González, aunque esta sea una comparación que seguro que a ninguno de los dos agradaría demasiado.

Es esta especie de cisma, larvado y no resuelto, entre su base popular cultivada en cientos de reuniones en los barrios y las plazas, y sus dirigentes mediáticos, lo quieran o no productos académicos de laboratorio, lo que más me llamó la atención del otro día. El amateurismo de unos frente a la profesionalización mandarina de otros. Y de esa escisión, y no de otra cosa, dan cuenta las informaciones que documentan las tensiones internas entre los dirigentes profesionales y las asambleas populares. Por lo demás, el acto acabó con unas preguntas anónimas sacadas de una caja que los ponentes contestaban como bien podían, otro poemita del vate y las voces agudas de los niños que llevaban ya allí revoloteando sus buenas dos horas.

Elogio de la normalidad en tiempos convulsos

Pero los signos externos del poder no son indispensables para la marcha de los asuntos públicos  y en cambio ofenden inútilmente la vista del ciudadano (Tocqueville, La democracia en América, I).

Desde que en abril de este año se celebró la última sesión de la séptima legislatura del Parlamento Europeo hasta hoy han pasado más de siete meses. Durante este tiempo la UE ha renovado su maquinaria ejecutiva y legislativa. Un proceso institucional lento y trabajoso, al que ya le queda poquito, y que salvo algún diente de sierra la negociación para aupar a Juncker, el test a Cañete, etc ha transcurrido con previsible y parsimoniosa efectividad.

Imagen de la primera sesión plenaria del PE de la nueva legislatura (EFE).

Imagen de la primera sesión plenaria del PE de la nueva legislatura (EFE).

Existe una mística gastada en torno a los cambios de Gobierno, una molesta efervescencia que aún se mantiene a nivel estatal en algunos países y que en los menos desarrollados aún es motivo de denuncias por sospechas de fraudes y pucherazos que no se da en la UE, un experimento gigante que no solo no es ingobernable, sino que sigue funcionando de forma eficiente aun cuando su gobierno está mutando.

A menudo nos quejamos de la tupida burocracia europea, del exceso de directivas y normas que entretejen su día a día. Puede ser cierto, aunque con matices (en porcentaje sobre la población, el cuerpo de funcionarios europeos no es tan elevado como erróneamente se cree), pero no conozco otra propuesta realista tan efectiva a la hora de movilizar un gobierno de 28 Estados soberanos sobre la base de la cooperación mutua.

Deberíamos felicitarnos los ciudadanos y los especialistas lo hacemos poco con los temas europeos por la normalidad con la que las instituciones del continente cambian la piel. Una mutación que esta legislatura, con novedades sustantivas a la hora de designar a la cabeza de la Comisión, tiene si cabe más mérito. Un poder que se renueva sin recurrir a los fastos ni a la retórica sublime, más bien al contrario: se da a ejercicios gimnásticos de control democrático (los hearings de estos días) que cumplen con exquisita pulcritud el mandato de Tocqueville.

¿Parques temáticos sobre la historia europea? Puy du Fou como ejemplo

En la redacción, a la vuelta del verano, mi compañera Melisa me habló con entusiasmo de sus vacaciones en Francia. Veinte días en familia, recorriendo un trocito del país vecino y visitando lugares pintorescos, como el parque temático histórico de Puy du Fou, en la comarca de la Vendée. Una experiencia envidiable de la que espero poder disfrutar algún día, y que ella revivió –plena de datos, fotografías e impresiones– en su blog.

Hay varias conversaciones recurrentes entre historiadores: la de cómo hacer para acercar la historia a los ciudadanos sin resultar ni aburrido ni elitista es una de las que con más frecuencia se repiten. Se ha avanzado mucho: propuestas museísticas con reforzada intención didáctica (sobre todo en el campo de la arqueología); recreaciones hechas por profesionales (estas solían estar impulsadas más por aficionados entusiastas) o recorridos históricos que escapan a la obsesión por el dato descontextualizado tan caro a los licenciados en Turismo (aprovecho para recomendaros las rutas por Madrid de mi amigo Pedro, historiador especializado en Historia de la capital que tantísimo sabe).

De lo que no tenía noticia, y me ha sorprendido, es que existiera un verdadero parque temático histórico como el de Puy du Fou (mi idea de estos lugares estaba quizá condicionada por Terra Mítica y engendros pesadillescos similares). Pero lo que para nada me ha causado sorpresa es que algo así hubiera sido pensado y construido en Francia. ¿Por qué? Creo que ya lo he comentado alguna vez aquí: la relación de Francia con su pasado, sin ser modélica (en ningún país lo es), sí que resulta envidiable si se compara sin ir más lejos con la nuestra.

Puy du Fou

Uno de los espectáculos, en este caso medieval, en Puy du Fou (MADRE RECIENTE)

Puy du Fou es una especie de sofisticado ‘lugar de memoria’ (comparte parte de ese espíritu que Pierre Nora dio a su magna obra: no por casualidad el parque se fundó casi en las mismas fechas en las que el gran historiador comenzó a elaborar sus ‘lieux’), sito precisamente en una de las comarcas galas que más ríos de tinta (y de sangre) ha generado. La rebelión de los campesinos de la Vendée viene enfrentando a la derecha y la izquierda desde la Revolución francesa, y en este sentido no deja de ser significativo que el fundador del parque sea un político y eurodiputado conservador (ha sido descrito como un Le Pen ‘a la izquierda’ de Le Pen) con importantes vínculos familiares en la región.

No quiero seguir por este camino. Como deslizaba Melisa en su post, no parece que esta condición política sea un inconveniente para disfrutar de los espectáculos propuestos, salvo –supongo– que seas una especie de jacobino irredento. Pero ese es otro tema. Lo que me pregunté al saber de la existencia de Puy du Fou es por qué no existen más propuestas similares, en España, claro, pero también en otros lugares de Europa. Si algo tenemos los europeos es historia, demasiada historia a veces, por lo que no sería complicado extraer de la línea del tiempo unos cuantos acontecimientos (sin evitar lo trágico, no hace falta a estas alturas edulcorar nuestros pasados) que, limados por el tamiz de la recreación, suscitaran en la gente el deseo de saber más… y sobre todo de saber mejor.

Los europeos somos incapaces de encontrar un nexo pretérito que nos una (las celebraciones del centenario del comienzo de la I Guerra Mundial han tenido un perfil taimado, muy poco transnacional). Las historias nacionales han atomizado tanto el conocimiento del pasado que revertir esa situación llevará muchos años, si es que alguna vez se consigue del todo. No se trata, como decía con algo de fatalismo el otro día el ya jubilado Álvarez Junco, de que seamos incapaces de llegar a cierto grado de consenso sobre la historia, sino de imaginar para las generaciones futuras nuevas posibilidades con las que alumbrar un pasado de verdad común. A mí, que me paso casi todo el tiempo entre libros, esta idea de sembrar Europa de pidifús me parecería muy positiva.

‘Ring of fire’: UE, Rusia y crisis ucraniana

La tentación de opinar de manera esencialista sobre la crisis en Ucrania, las ambiciones geopolíticas rusas y el pragmatismo ambiguo de la Unión Europea es tan inevitable como engañosa. Hace no demasiados años el ingreso de Rusia en la UE era un suceso remoto pero plausible; hoy en cambio la visión de las relaciones entre los dos actores casi vecinos se ha agriado hasta el punto de que la palabra ‘guerra’ es habitual en conversaciones y artículos sobre el tema.

La semana pasada asistí, invitado por el think tank European Council on Foreign Relations, a uno de estos debates con especialistas en la materia, todos provenientes de centros de estudios o universidades del Este de Europa. Kadri Liik, investigador senior del ECFR, editor de una reciente publicación sobre el giro de Rusia hacia Asia y presente en el acto, expuso la dos explicaciones más comunes sobre lo que algunos ya denominan nueva guerra fría: por un lado, la UE ha traspasado las «líneas rojas naturales» al ofrecer a Ucrania un acuerdo de asociación; por otro, el presidente ruso, Vladimir Putin, actúa movido por una lógica expansionista que trata de restablecer el antiguo poder e influencia de la extinta URSS.

Soldados ucranianos vigilan un puesto de control en el sur de Ucrania. (EFE)

Soldados ucranianos vigilan un puesto de control en el sur de Ucrania. (EFE)

Ambos argumentos, sin ser del todo erróneos, tampoco son completamente ciertos, y durante el par de horas que duró la comida informal en la coqueta sede del ECFR en Madrid, pude comprobar que el análisis del conflicto ucraniano tiene múltiples aristas, que engloban tensiones económicas no resueltas, cargas históricas mal llevadas, afrentas estratégicas, cálculos militares y lógicas puramente políticas, como la situación interna de la propia Ucrania o la lucha por la imposición de unos determinados valores (democráticos) sobre otros. Todo un ring of fire, como lo definió a lo Cash unos de los participantes.

Frente a la cosmovisión putiniana en política exterior, dominada por una retórica paneslavista y un desempeño puramente realista, la UE ha optado por la vía incruenta de las sanciones económicas. Europa considera el órdago ruso una amenaza geopolítica y no tanto una disputa por la asunción de valores democráticos, una opción que los especialistas critican porque parece dejar de lado los principios morales y políticos en beneficio de cuestiones (de Estado) en las que Rusia parece moverse con menos corsés y sin la presión de una opinión pública desfavorable (Occidente se olvida con frecuencia que muchos ciudadanos rusos, sea por unas razones o por otras, se sienten cómodos creyendo en lo que creen y viviendo en la realidad que viven).

Putin anhela una Europa dividida. Al tiempo, aspira a convertir a su país en el protagonista principal, aunque no único, y por eso necesita a Ucrania, de la futura Unión Euroasiática. Con un patio trasero –lo que se sigue llamando, no sé si un poco anacrónicamente ya, mundo postsoviético– controlado y en paz, Rusia podría entonces ya volcar todo su esfuerzo en lo que Liik y otros expertos consideran su lugar natural en el siglo XXI: el paradigma euroasiático.

Por todo lo anterior, la amenaza del control externo por Rusia y los cantos de sirena europeos (estratégicamente planteados, pero mal ejecutados, vinieron a decir los especialistas), importa Ucrania. Su situación económica –bastante débil– y su futuro político, bastante incierto y plagado de retos. Una guerra que ya va para seis meses, un parlamento dividido, cruciales elecciones a la vista, nuevos actores (los líderes de las protestas en el Maidán se están volcando con la política activa) y la sensación de «segunda oportunidad» que tienen muchos ciudadanos en el país son algunas de las incógnitas que se irán resolviendo en los próximos meses. Aunque la sensación que me quedó tras escuchar a los expertos fue que no hay nada sólido más allá de la guerra, las sanciones y la firmeza de Putin.