Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

¿Por qué no una asignatura de Historia de Europa en los programas escolares?

En su Segunda Intempestiva, Nietzsche contrapone el sentido histórico, que mata la vida, con la capacidad de olvido (lo no histórico), inherente al hombre y que eleva su ser vital. Con lo que ha pasado estos días a propósito del fallecimiento de Suárez, algunas chuscas metáforas amnésicas comparando su enfermedad con la cultura de la CT y simplificaciones un tanto gruesas, estoy por darle la razón al solitario de Sils-María.

Pero tranquilos, esto no pretende ser un obituario más de Suárez (los ha habido lamentables, como este de Luis García Montero, pero también justos, preciosos e inteligentes) y la Transición, sino un comentario al hilo de la enseñanza educativa de la Historia. Porque, si todos –y yo lo recuerdo– estudiamos La Transición como un hito y le dedicamos horas y horas de aprendizaje, no sucedió lo mismo con la historia reciente de Europa.

Un aula de Instituto de Educación Secundaria, en una imagen de archivo

Un aula de Instituto de Educación Secundaria, en una imagen de archivo

En los programas escolares, la historia de la integración es una historia hasta cierto punto ajena. Sí, se hace mención a los principales acontecimientos del último medio siglo y a cómo España se incorpora a la CEE, pero se hace desde la lejanía profiláctica de una historia que no es propia. A los escolares se les introduce en el relato europeo igual que en el relato de la Secesión americana: sin polemizar.

La prueba de ello es que, al contrario que sucede con determinados episodios de nuestra historia como país (la guerra civil, la misma Transición de franquismo a la democracia), no ha habido un debate, ni lo hay, sobre cómo enseñar la historia de Europa… lo que en España se traduce en que a nadie le importa la manera en que se haga. La UE sigue siendo un ítem ajeno en los libros de texto porque se explica como un añadido, no como el núcleo (y el futuro) de nuestra historia.

No sé de qué forma se podría revertir esta situación, afortunadamente no soy un pedagogo, profesión de riesgo, pero quizá la mejor fuera la más drástica: introducir directamente una asignatura que llevase por título ‘Historia de Europa’ e incluir en ella, como un apartado más, la reciente historia de España (o de Italia o de Alemania…). Hoy, mientras tanto, en los programas educativos Europa sigue estando considerada una historia en fragmentos.

14 comentarios

  1. Dice ser Luis

    Porque sólo contarían mentiras, por eso lo evitan

    24 marzo 2014 | 12:45

  2. Dice ser normal

    por lo mismo que en mucohs colegios ni siquiera se da historia de españa

    por lo mismo que en muchas comunidades se inventan la historia segun les convenga

    por que en españa directamente somos gilipollas, necesitamos una criba de basura brutal, quizas volveriamos a ser 20m de habitantes

    24 marzo 2014 | 12:58

  3. Dice ser Rodolfo

    En realidad, casi toda la historia universal que se enseña en colegios e institutos es historia de Europa. Cuando se explica Roma, se explica en Europa occidental. Cuando se explica el feudalismo, se hace en la Europa occidental, la revolución industrial, la revolución francesa, la revolución rusa…
    De hecho, se dedica un tema en bachillerato a la revolución americana, y casi nada a culturas tan influyentes hoy como la japonesa o la china. En Historia universal, a penas se nombra el Islam y no hay nada de las culturas precolombinas o del África subsahariana más allá de su nombre.

    24 marzo 2014 | 13:09

  4. Dice ser Lola

    La Historia cada cual la cuenta según le convenga.
    Doy un ejemplo, nací en Cuba y estudié ahí hasta el bachillerato, en las clases de historia, en lo que corresponde a la segunda guerra mundial nos decían que el pueblo soviético había luchado heroicamente frente al invasor nazi, lo malo es que olvidaron decirnos que Stalin y Hitler habían firmado un pacto de no agresión y que la U.R.S.S. invadió Polonia después que lo hicieran los alemanes y por supuesto el asesinato de cientos de oficiales polacos por parte de los rusos ni se nombraba.

    24 marzo 2014 | 13:12

  5. Dice ser Jojen reed

    Para eso está el trabajo del historiador, para rebatir sandeces históricas.

    No conocer la historia nos hace analfabetos.

    24 marzo 2014 | 13:21

  6. Dice ser Ronon

    Cuando yo di la ESO hace unos años todo lo referente a la historia universal se basaba casi totalmente en Europa. Ahora bien, lo cierto es que se profundizaba muy poco en ello, te enseñaban lo básico y ya está. Lo que hay que hacer es subir el nivel de Historia y profundizar más en la materia, que las matemáticas bien que nos las meten por un tubo y ahora las van a poner hasta en Bachiller de Humanidades (algo exagerado y negativo desde mi punto de vista, pues lo que deberían hacer es subir el nivel de esta materia en primaria y la ESO, y dejar que los estudiantes de letras se centren al 100% en lo que realmente se van a dedicar), pero la historia es como una asignatura secundaria, te enseñan lo básico y a correr.

    24 marzo 2014 | 13:53

  7. Dice ser Lectorquemada

    En mis tiempos había una asignatura llamada “Historia general” que era, básicamente, historia de Europa. No sé si es que la han quitado, cosa que no me extrañaría viendo el desastre de las políticas educativas de la izquierda o es que el autor habla sin conocimiento de causa.

    24 marzo 2014 | 14:07

  8. Dice ser Juan

    Primero habría que dar correctamente la asignatura de España. Es inadmisible que los libros escolares en Cataluña cuenten la historia de una forma y en el resto de España usen otros libros que cuentan la historia diferente. Grave y problemático http://xurl.es/sz9zg

    24 marzo 2014 | 15:50

  9. Dice ser dat

    Eso será en el resto de España. En Catalunya se estudia la Historia de Catalunya, se sube a la Historia de España y se termina con la Historia de Europa. Si en el resto de España no se enseña Historia de Europa es una pena, porque sin tener que estudiar la historia de Extremadura o la historia de Murcia, con todos los respetos y por poner un ejemplo, queda mucho tiempo para estudiar la de Europa. Aunque claro, si esos que enseñan la historia de España, son los adoctrinadores que aseguran que España existe desde los romanos y más atrás, entonces seguramente no habrán décadas suficientes para acabar de estudiar esa propaganda.

    24 marzo 2014 | 18:56

  10. Dice ser elnotas

    Para que?

    En segun que sitios la corona de aragon nunca ha existido , y maravillas similares, por que quitarle el derecho a algunos a reescribirla?.

    24 marzo 2014 | 20:28

  11. Dice ser Chechu

    Para Lola,

    ¿Un pacto de no agresión entre Rusia y Alemanía? El error más importante que tuvo Alemania durante la Segunda Guerra Mundial fue tratar de invadir hasta Moscu. Alemania entro en Rusia y masacro todo lo que encontró hasta llegar a 50 km de Mosku donde tuvo que retirarse por que su ejercito no estaba preparado para las adversas condiciones metereológicas que se estaban dando.

    Lo que hace falta es enseñar historia universal y no sólo historia europea, y de manera objetiva. Contando los sucesos y que el alumno determine el quienes son los buenos y los malos.

    24 marzo 2014 | 20:53

  12. Dice ser Skander

    Muy facil, pq en el instituto no se profundiza en la historia de nada.
    Solo te obligan a aprenderte la fecha de sucesos historicos. Eso es lo que yo recuerdo, fechas, fechas y mas fechas.
    Y luego como no quedaba tiempo desde el siglo 19 os lo mirais en casa.
    Lamentable.

    24 marzo 2014 | 20:56

  13. Dice ser Lola

    http://www.historiasiglo20.org/GLOS/pactonoagresion.htm
    Y no digo que los alemanes hayan sido unos santos ni que los rusos no se defendieran con valentía. Pero la política es la m…. más grande que se haya inventado.

    25 marzo 2014 | 11:04

  14. «Desde hace tiempo, pueden leerse noticias y análisis frecuentes sobre el crecimiento exponencial de la extrema derecha en Europa. En lo que hace a España, el goteo de atropellos contra los derechos y bienes de personas y colectivos por parte de grupos fascistas parece no cesar.

    Con amenazas y agresiones, se revientan actos públicos en reconocimiento de la nacionalidad catalana. Locales y sedes de partidos de izquierda y de asociaciones que denuncian el racismo aparecen con destrozos y pintadas intimidatorias. Son numerosas las personas que por su orientación sexual o política, o por su condición nacional o económica, han sufrido coacciones, vejaciones, lesiones o incluso han sido asesinadas por el terrorismo ultraderechista. Dadas estas dosis regulares de violencia y contemplado el contexto europeo de crecida fascista, ¿hasta cuándo hay que esperar para recordar que el derechismo integrista es un peligro de primer orden para la sociedad?

    El problema entre nosotros -y en países como Grecia- cuenta con un punto más de gravedad, pues de ser una corriente política deleznable seguida por cada vez mayor número de fanáticos, puede que se esté infiltrando o se encuentre directamente viva entre efectivos de cuerpos policiales y militares, al menos en lo que hace a su núcleo vital racista, jerárquico, ultranacionalista y ajeno a la humanidad de quien es considerado como enemigo. Suele pasarse por alto que un Estado constitucional y democrático debe contar con fuerzas de seguridad imbuidas de respeto escrupuloso a los valores cívicos del constitucionalismo y la democracia, no adoctrinadas en prejuicios patrioteros o en convicciones primarias excluyentes.

    Desde posiciones liberales, se sostiene que la misma sociedad se basta y se sobra para generar los mecanismos morales y culturales necesarios para marginar el fascismo. Quienes secundan este parecer olvidan que justamente el pretendido desenvolvimiento “espontáneo” de la sociedad liberal es el que está creando las condiciones propicias para el resurgimiento fascista.

    Otros creen que el hecho de ser el Partido Popular la formación absorbente de toda la derecha española nos salva de posibles despeñaderos ultraderechistas. Varios son los descuidos en este diagnóstico tranquilizador. No solo existen ya formaciones de extrema derecha, que, visto el hondo desprestigio del partido en el Gobierno y la celeridad de los tiempos de crisis, bien pueden ver multiplicados sus apoyos en breve lapso. También existe el notorio peligro de que, para evitar esa posible fuga de adhesiones, el sector más extremista concluya por marcar la agenda popular, algo patente en engendros legislativos como los que preparan sobre el aborto o la seguridad ciudadana.

    En definitiva, ambas lecturas coinciden en recetar la inacción, actitud muy poco recomendable en este escenario europeo y dada nuestra situación particular, de falta persistente de condena unánime de la dictadura franquista.

    En círculos más conscientes del peligro se exige represión. Como potenciales terroristas que son, se trataría de prohibir sus publicaciones, disolver asociaciones, liquidar partidos, suspender actos, perseguir a miembros y condenarlos por profesar creencias funestas para la sociedad.

    Esta salida no lleva a solución alguna. No solo se cuenta con el peligro de extender el mal, incitando posibles reacciones compensatorias que vengan a legitimar lo que se pretende erradicar. También se corre el riesgo de pagar la persecución del fascismo con la inoculación en el propio Estado de prácticas fascistas. Por ahora, al Estado le basta para combatir los exabruptos ultraderechistas con los recursos penales disponibles, entre los que figura la agravante general aplicada a los delitos cometidos por motivos discriminatorios de toda índole (art. 22.4 del Código penal).

    El problema hay que combatirlo en su origen, que no es sino cultural y, fundamentalmente, económico. Empieza por ayudar muy poco la representación espacial y circular del espectro político que, de manera simplista, identifica “los extremos populistas” de uno y otro signo. Basta recorrer los idearios ultraderechistas y ultraizquierdistas para apercibirse de que muy poco tienen que ver el racismo y la multiculturalidad, las jerarquías con la igualdad absoluta, las fobias violentamente excluyentes con el discurso de la inclusión total, o el fundamentalismo nacionalista con el más abierto de los internacionalismos. Equiparar fascismo y antifascismo puede parecer una estrategia neutral y equidistante que redunde en favor del borroso centro político, pero en la práctica solo termina beneficiando a la extrema derecha. Podría aducirse que tanto unos como otros se abrazan en su común justificación de la violencia, pero las diferencias siguen siendo insalvables entre su ejercicio efectivo contra minorías y su alusión retórica en proclamas revolucionarias, o su recurso defensivo precisamente contra la amenaza fascista.

    Que combatir de raíz el virus ultraderechista sea asunto cultural conecta con una de las dimensiones fundamentales de la “memoria histórica”. Ha de concebirse ésta como la debida justicia y reparación a las víctimas del fascismo, pero también como el recuerdo socializado permanente de la barbarie, pues solo una conciencia colectiva despierta en este particular, transmitida entre generaciones, nos puede salvar de tropezar de nuevo con tan abominable error. De hecho, el creciente olvido entre los más jóvenes de lo que supuso el terror fascista es directamente proporcional a la intensidad de su reaparición. Por eso deben celebrarse disposiciones como la incluida en el anteproyecto de ley andaluza de memoria histórica, que inserta en el currículum educativo de la enseñanza no universitaria la materia de “memoria democrática”.

    Arrostrar a la extrema derecha en el plano cultural implica otra obligación de mayor envergadura. En su valioso opúsculo sobre Educar después de Auschwitz, Theodor Adorno identificaba como la «condición psicológica» fundamental del Holocausto «la incapacidad de identificarse» con el otro. Solo un sentimiento extendido de indiferencia hacia qué ocurría en los campos de concentración explica que en éstos se pudiera aniquilar burocráticamente a centenares de miles de personas. El predominio absoluto del interés propio, la deshumanización ulterior de nuestros semejantes y el consiguiente desprecio hacia su suerte son las bases culturales que conducen al fascismo, y deben contrarrestarse a través de la educación, promoviendo los valores opuestos de la igualdad, la cooperación, la solidaridad y el humanismo.

    El problema es que tales bases son las propias de la antropología capitalista. La acostumbrada afirmación de que los camisas pardas, azules o negras fueron la infantería del capital tiene una carga de profundidad mayor de la esperada. No es que el capitalismo se defienda a través del fascismo; es que lo produce de forma ineluctable. Tanto es así que vuelve a resucitar sin contar con el “enemigo comunista” enfrente, desmintiendo con ello el canon interpretativo según el cual el fascismo fue el morboso antídoto segregado de forma natural por la sociedad burguesa para defenderse del veneno comunista. Aun sin presencia probable de revolución social, el ultraderechismo vuelve a crecer, mostrando que su esencia no radica en su función contrarrevolucionaria sino en participar del desenvolvimiento del propio capitalismo.

    Los testigos más perspicaces de la opresión lo vieron claro. El gangsterismo nacionalsocialista fue una consecuencia natural de la concentración de poder característica del capitalismo de monopolio. El aislamiento individualista y la enajenación respecto de la propia vida que conlleva la integración capitalista contribuyen, por necesidad, a añorar la pertenencia a un cuerpo colectivo místico y la protección (dominio) de un líder omnipotente. Por su parte, los que asistieron a la fundación del Estado social y democrático fueron conscientes de que sus exigencias de homogeneidad económica y distribución del poder eran ante todo un medio para prevenir la recaída en el fascismo.

    Por eso, combatirlo es también una tarea económica, consistente en la desoligarquización de la sociedad, en el reparto del poder político y social. Justo lo opuesto de lo que hoy marca las prioridades, condenándonos a que sea demasiado tarde para sacrificar a la serpiente que descuidadamente incubamos».

    por Sebastián Martín
    13/03/2014
    eldiario.es

    25 marzo 2014 | 20:25

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