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Todos somos uno frente a la trata de personas

Por Veronica Blume, exmodelo, empresaria y embajadora de la ONG Sonrisas de Bombay

Hay viajes y VIAJES. Y este ha sido uno de los segundos: un viaje a un lugar que por sí solo es un hervidero de emociones, impactos, impulsos, asombros, olores y sonidos. Bombay, o Mumbai como se llama ahora, dejó una huella profunda en el primer viaje que hice en el 2005, cuando era madre de un niño de dos años que era el eje principal de mi vida.

Conocí a Jaume Sanllorente en una cena y quedé enamorada de su proyecto, la ONG Sonrisas de Bombay. Su historia personal, y el relato de lo que lleva a un hombre a dejarlo todo para ocuparse de un orfanato en Bombay, me fascinó. Ese era un tipo de motivación y compromiso personal que quería conocer más a fondo, así que hice las maletas al poco tiempo y me planté en Bombay.

Me fui de allí con la fijación de volver un día. Y he vuelto 15 años más tarde. Mientras planeábamos este viaje surgió la idea de ofrecer clases de Yoga allí mismo, en los slums. Solo imaginármelo me emocionó profundamente. ¿Yo dando clases en Bombay? Lo que no sabía es que esas clases me cambiarían el concepto que hasta entonces tenía del yoga… o que ser embajadora de Sonrisas de Bombay iba a ser una herramienta de crecimiento para mí.

Decidimos dedicar las clases de yoga a las mujeres víctimas de trata. Según la UNODC, el 72% de las víctimas de la trata son mujeres y niñas, hecho que no es para nada casual ya que la trata de personas es doblemente cruel si la víctima es mujer o menor de edad porque son explotadas con fines sexuales.

Han pasado 15 desde mi primer viaje a la India, años en que me he convertido en una mujer. Con 42 años la conexión entre mujeres se transforma en algo profundo y a menudo mágico. Estas mujeres, sin embargo, han sido toda una revolución para mi manera de entender las cosas hasta el momento. Viven realidades que no nos entran en la cabeza por lo duras que son, y a pesar de eso conservan una ternura, una autenticidad y una fortaleza que no había conocido todavía.

No fueron clases de yoga normales. Fueron encuentros entre humanos que no hablan la misma lengua, pero no necesitan palabras para conectar de verdad. El mayor regalo que me he traído de este viaje ha sido darme cuenta de que no existen realidades inconexas. Cada una de sus historias están íntimamente ligada a las nuestras, podemos sentir su dolor y su alegría, y nuestros actos pueden tener un gran impacto en las suyas.

Todos los países del mundo están involucrados, de una u otra manera, en el entramado que es el tráfico de personas, ya que los países o son captadores de personas o bien receptores o lugares de paso. Esta es una problemática que se ha de combatir de manera global.

Aportar mi granito de arena con Sonrisas de Bombay para ayudar a la recuperación de mujeres supervivientes de la trata ha sido toda una experiencia de toma de conciencia con una realidad que se vuelve íntima y compartida cuando conectamos con ella. En mi caso ha sido a través del yoga, pero puede ser de otras muchas formas. En Bombay he vuelto a recordar que “todos somos uno” no es solamente una frase bonita, sino una realidad en la que tanto tú como yo podemos marcar una diferencia.

(Fotos: Errikos Andreou)

Verónica nació el 17 de julio de 1977 en Alemania. Hija de un alemán y de una uruguaya, se ha criado entre varias culturas y por ello habla cinco idiomas. Debutó a los 16 años como modelo y se trasladó a vivir a Nueva York durante 2 años, en los que afianzó su presencia en el mundo de la moda y la televisión. Más tarde se mudó a Londres y actualmente vive en Barcelona, la ciudad que le aporta calma. A los 25 años, tras el nacimiento de su hijo Liam, decidió dar un giro a su vida y centrarse en el yoga. Se formó durante cinco años Kundalini Yoga, un inicio que le llevó a crear en 2015 su centro de yoga en Barcelona, y a dedicarse de lleno a la enseñanza de esta disciplina. Es embajadora de Sonrisas de Bombay desde que visitó los proyectos de la ONG por primera vez en 2005.

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