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Una historia de vida… o muerte. La realidad en Chíos

Jamal El Kadib. Delegado de la Cruz Roja Española en Grecia. Focal Point en Chíos.

La mañana del sábado empezó como es habitual en la isla de Chíos, lenta, sin apenas gente por la calle y con el viento soplando irremediablemente fuerte. Eran las 7h28 e iba conduciendo la furgoneta de la Cruz Roja Helénica acompañado de uno de los mejores nefrólogos de España, que forma parte del equipo desplazado por la Cruz Roja Española a Grecia, con la intención de hacer el mismo recorrido de cada mañana y pasar a recoger a las tres enfermeras griegas que nos dan soporte en la clínica de Chíos.

Las sensaciones eran muy positivas en la furgoneta, convertida en una improvisada ambulancia por las circunstancias. Se respiraba un ambiente agradable hasta que recibí la primera notificación del día. Era en un grupo de whatsapp, donde los diferentes actores que coordinamos y trabajamos en el campo intercambiamos cierta información básica, nada confidencial por supuesto, pero que resulta de gran importancia para nuestro trabajo del día a día en los tres campos de refugiados improvisados en Chíos.

En la notificación se informaba que había llegado en una barca (patera, como las conocemos en España) a las inmediaciones del centro de la isla 49 personas refugiadas procedentes de Turquía. El hecho de recibir nuevas llegadas irregulares ya no sorprende tanto porque se ha convertido en algo diario y aparentemente asumido tanto por la población como por las propias organizaciones que trabajamos en la ayuda de estas personas.

Sin embargo, nos preocupaba mucho más el hecho de decidir cruzar los apenas ocho kilómetros de mar que separan Turquía de Grecia con el viento soplando tan fuerte y el mar tan agitado, jugándose la vida rumbo a Chíos o a cualquier otra isla cercana. Lo que para ellos supondría el final de una pesadilla infernal y el reinicio de los sueños y, por ende, de una nueva vida.

Preocupaba, sí, y mucho porque aparentemente a lo largo de este año, cuando soplaba el viento, habitualmente no llegaban pateras, ni se las esperaba, porque saben que la distancia que separa las dos orillas con el viento en alta mar puede ser una trampa, a menudo irremediablemente mortal. Parecía una especie de pacto no escrito entre todos y todas los implicados en este proceso. Las primeras preguntas que hicimos al llegar al hotspot de registro y campo de acogida Vial eran ¿han llegado todos? ¿Algún problema? ¿Falta alguien? Afortunadamente las respuestas eran todas tranquilizantes. Los propios refugiados y refugiadas nos comentaban que habían llegado todos sanos y salvos, por lo que se siguió el protocolo habitual de registro y reconocimiento médico de todas las personas recién llegadas.

Así pues, la jornada del sábado transcurrió sin apenas incidentes que señalar. Antes de firmar el parte de salida, volví a asegurarme y confirmar que efectivamente todos los recién llegados habían recibido su correspondiente reconocimiento médico por parte de la organización que coordina la salud y la asistencia social entre los refugiados. Me comentaron que las únicas dos personas que habían necesitado derivación al hospital eran una señora embarazada de nueve meses y un señor que tenía el azúcar por las nubes.

Al día siguiente, abriendo la clínica como todos los días sobre las 9h de la mañana, se me acerca una señora con su hijo, acompañados de una traductora. Esta última me comenta que la familia venía de Suecia para llevarse a su hija de 17 años que supuestamente había llegado en la barca del sábado. La traductora me dijo que habían estado buscando en los listados de los recién llegados a lo largo de la semana pero que no encontraban su nombre en ningún sitio. Agradezco a la traductora su intervención y me hago cargo de la familia con la intención de ayudarla a encontrar a la menor.

Respondiendo a mis preguntas me comenta que su hija había salido el sábado de Turquía y que les habían asegurado que todos los ocupantes de la barca habían llegado sanos y salvos. Sin embargo, de repente, cuando me dijo el nombre y apellidos de la menor, empecé a sentir inevitablemente cierta preocupación, sobre todo me volvieron a la mente aquellas dudas y malas sensaciones viendo lo fuerte que soplaba el viento la madrugada del viernes al sábado. Cada vez que la madre me enseñaba las fotos de la hija, se incrementaban mis dudas y se convertían en una sensación de angustia, preocupación e incertidumbre.

Empecé a llamar a nuestros coordinadores en materia de búsqueda y responsables del proyecto ‘Family Links’ para el restablecimiento del contacto familiar. Nadie sabía absolutamente nada de la menor. En un momento dado, la pregunta dejó de ser si habíamos visto a la niña, y se convirtió, sin darnos cuenta en si sabíamos de algún náufrago o si hubo víctimas mortales en los últimos días.

Después de agotar todas las vías de búsqueda en Grecia, el coordinador de la Federación de Sociedades de la Cruz Roja comenzó a buscar a través de sus contactos en Turquía para comprobar si alguien sabía algo de la menor. Me pidió ir a preguntarles si sabían el nombre de alguien más que supuestamente había salido con ellos en la barca. Cuando fui a buscarlos a la sala de espera improvisada para este tipo de casos, ya se habían ido, y al preguntar por ellos nadie los había visto salir.

Por la tarde, en el camino al hotel, vi a la familia sentada cerca del puerto principal de la isla. Decidí parar y preguntarles por qué se habían ido sin más. A medida que me iba acercando, veía a la señora, con el velo y gafas negras de sol mirando al horizonte, sin moverse ni un ápice, veía las montañas de Turquía que se mostraban con nitidez desde el otro lado del mar y veía al hijo que de vez en cuando le daba un abrazo, como si la consolara. Allí empezaron mis peores sensaciones. Me acerqué más y pregunté al hijo si todo iba bien. Me hizo un signo de negación con la cabeza y aguanto lo indecible para confirmarme los peores temores y decirme que su hermana había naufragado antes de llegar a la frontera de Europa, que había salido en otra barca el sábado por la noche.

Les volví a preguntar si estaban seguros y les pedí que me dijeran cómo se habían enterado de la trágica noticia. En estos casos, habitualmente, intentamos confirmar y validar de forma fehaciente cualquier pérdida humana, ya que, en algunos casos, las mafias pueden aprovechar estas lagunas para dar por hecho que una persona ha muerto y luego secuestrarla para la trata de personas.

La respuesta de la familia fue tajante y no dejaba dudas al respecto, el tío de la menor había llegado a Turquía y pudo identificar el cadáver de su sobrina. Había muerto ahogada antes de cruzar la frontera de Turquía. Era una de las tres víctimas mortales de una barca que nunca pudo llegar a Grecia. Se volcó a pocas millas después de la salida de las playas de Azmir en Turquía. Se rescataron a otros 23 candidatos a solicitantes de asilo y fueron devueltos al punto de salida.

La menor, que se llamaba Nadia, murió simplemente porque quería volver a sentir el cariño de su familia, los abrazos de su madre y la seguridad de poder tener un futuro al menos sin miedos. No lo consiguió. Murió cómo muchos y muchas luchando contra el viento, el mar, las fronteras, murió huyendo de los horrores de la guerra en su Alepo natal para agonizar y dejarse la vida a menos de seis mil metros del lugar donde había quedado para volver a sentir el calor, el aliento y la seguridad que le inspiraba su madre.

La última pregunta que me hizo su hermano antes de despedirse y dar las gracias a la Cruz Roja fue: “¿Hay alguna manera de denunciar a los traficantes? Es que nos sentimos estafados y apenados por la poca consideración que tiene esta gente por la vida y por las personas”.

Nunca olvidaré sus nombres, sus historias, sus rostros. Hacemos todo lo posible todas las personas que estamos aquí, sin embargo, la impotencia es mayúscula, ante tanta adversidad. Cuando me preguntan si es importante que estemos aquí, la respuesta no radica en la importancia, sino en la necesidad. Cruz Roja siempre estará donde se encuentren las personas más vulnerables, y por lo tanto, su presencia aquí es incuestionable.

cruzroja

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