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Cuidadoras invisibles

Por Alejandra Luengo Alejandra Luengo

Vivimos en una sociedad que envejece y se hace más dependiente, con un mayor número de demencias que incapacitan a las personas para poder desenvolverse de forma autónoma. A esto hay que añadir que a diferentes edades se puede sufrir una enfermedad terminal o algún tipo de discapacidad grave, tanto física como psíquica, que impide que puedan desenvolverse con normalidad en su vida cotidiana. Es así como la persona dependiente (de cualquier edad) no puede valerse por sí misma en cuestiones básicas y cotidianas tipo comer, vestirse, alimentarse, ir al baño y desplazarse dentro y fuera del hogar, por lo que necesitan de otra para llevarlas a cabo.

El cuidado a las personas dependientes por parte del Estado es una batalla que según el desarrollo económico y social abre una gran brecha entre unos países y otros. Por ejemplo, ya hemos visto que en España esas ayudas son escasas e insuficientes y que son las familias las que asumen principalmente ese cuidado, aunque se pueda contar con centros de día o con personal auxiliar de ayuda a domicilio, resulta claramente insuficiente. La realidad es que hay lugares donde eso ni siquiera existe, pero en todos, sean más o menos desarrollados, es la mujer la que cuida principalmente a las personas dependientes.

En psicoterapia me he encontrado a muchas cuidadoras a lo largo de los años y me he dado cuenta que ese papel de responsable principal de los cuidados abarca todas las edades. Muchas son hijas, madres, otras esposas, hermanas y también nueras de la persona dependiente.

El cuidar es de las funciones sociales más importantes y valiosas que hay, pero también es de las tareas más difíciles, desagradecidas, invisibles y agotadoras. De hecho, la mayoría de las personas que son cuidadoras no reciben ayuda para compartir el peso y tensión que supone hacerse cargo de una persona que a menudo se va deteriorando cada vez más.

Cuidadoras. Foto: Sergio Perea

Foto: Sergio Perea

Además, más de la mitad de estas personas dedican al cuidado el mismo tiempo que destinan a trabajar, lo que provoca que en muchos casos no sea compatible aunar ambos papeles por lo que o bien ni se pueden plantear trabajar o tienen que abandonar su empleo o reducir su jornada. Esto les deja en una situación de desventaja económica y social, no sólo por perder ingresos, sino por el no generar derechos en materia de pensiones o de protección por desempleo.

Todo esto supone un sobreesfuerzo poco valorado y apoyado por las administraciones y por la sociedad en general, ya que se da un mandato más o menos explícito a nivel social y familiar de que debe ser la mujer la máxima responsable del cuidado, y por tanto es ella la que debe ‘abandonar’ su vida personal, profesional y social para responsabilizarse de la persona dependiente.

Esta presión conlleva un deterioro físico, por el esfuerzo corporal y cansancio que supone, y también psicológico, por la sensación de pérdida de espacio personal, vida privada, sentimientos de excesiva responsabilidad, rabia, culpa, soledad, tristeza e impotencia. Además, se da el miedo a que ocurra algo y no saber quién se haría cargo de la persona dependiente si ella no está. No es de extrañar que la mayoría de estas mujeres sufran estrés o ansiedad y gran parte se sientan deprimidas. No son profesionales que tengan un horario específico y puedan contar con tiempo libre, ocio, o incluso vacaciones. La dedicación suele ser total y el coste personal, físico y anímico también.

No tenemos que irnos a países subdesarrollados para ser testigos de esta situación, lo tenemos bien cerca, en nuestro país, barrio y hogares. Es uno de los grandes retos para las sociedades. Por un lado que se favorezca y fomente la equidad entre hombres y mujeres en los cuidados a personas dependientes, por otro lado que se reconozca y recompense de alguna forma económica, lúdica, de disfrute, cuidado etc., esa labor tan poco “mediática” y tan clave para la sociedad potenciando espacios para que estas mujeres puedan tener un tiempo propio. Un tiempo de cuidado, no como un lujo, sino como una necesidad de cualquier ser humano que revierte positivamente no sólo en la mujer que lo recibe, sino en el espacio familiar y social. Por último, y sin deseo de caer en la irrealidad, que se fomenten los espacios profesionalizados del cuidado como una meta social que cualquier gobierno, en cualquier país, debe tener en cuenta.

Alejandra LuengoPsicóloga clínica,  combino la atención psicológica en servicios públicos con la consulta privada. Creo firmemente que se pueden cambiar las cosas y en esa dirección camino. Autora del blog unterapeutafiel

Retroceso, avance, ilusión: otro futuro es posible

Por Mayte Mederos Mayte Mederos firma

Siempre me he considerado de las que ven la botella medio llena. Aunque hay que reconocer que en los últimos años mantenerme en esa tesitura ha sido un ejercicio de fe. Entre el paro, los desahucios, la pérdida de derechos laborales y la vuelta atrás en las políticas sociales de este país, el espacio para el desánimo ha ido creciendo sin tregua. Y eso, siendo una auténtica privilegiada por tener trabajo.

Incluso una optimista patológica como yo alcanza a ver que el retroceso que ha sufrido la sociedad española en muy poco tiempo va a tener difícil arreglo en el medio plazo. Especialmente para las mujeres, que cargamos en nuestras espaldas con la peor parte. Con una desigualdad salarial histórica, e inmersas en una sociedad que nos responsabiliza del cuidado de las personas dependientes, nuestras posibilidades de tener un trabajo retribuido se van reduciendo de forma exponencial. Estamos siendo las grandes golpeadas por la crisis, obligadas a quedarnos en casa porque ellos ganan más y alguien tiene que ocuparse de las criaturas y del abuelo. Perdiendo nuestra independencia, fundamental para luchar contra el modelo patriarcal que todo lo inunda, y que nos deja indefensas ante lacras como la violencia doméstica. Por mi parte trato siempre de no añadir más leña al fuego de la desilusión que nos rodea. Pero llega el momento en que el lenguaje y el pensamiento positivos no son suficiente barrera y te invade la frustración hasta el tuétano.

'Organize', intervención de TrasTando

‘Organize’, intervención de TrasTando

Y sin embargo… ¿quién no ha notado algo en estas últimas semanas? ¿un cosquilleo nuevo, una chispa de interés en la atonía de la cuesta abajo? ¿una ceja levantada ante lo que parece un intento inútil de salir del pozo, y que sin embargo pega como barro en la pared?

Parecía imposible arañar siquiera el bloque del bipartidismo en España, y sin embargo un proyectil con seis millones de votos tránsfugas ha estallado en las narices de los grandes. Y es que una parte de la ciudadanía ha dejado el sillón del victimismo y ha plantado cara expresándose en las urnas el pasado 25 de mayo.

Y unos días más tarde, en una decisión más relacionada con este hecho de lo que nos quieren hacer creer, Juan Carlos I anuncia que abdica en su hijo y la gente sale a la calle para pedir una consulta popular que nos permita elegir qué sistema de gobierno queremos. Porque aunque siga habiendo personas partidarias de la monarquía, somos muchas las que nos cuestionamos una institución impuesta por un dictador, heredada de cuando en este país no se podía opinar. Justo es, por tanto, que se nos dé la madurez que entonces no se nos permitió tener para elegir el modelo de Estado. Y en ese sentido se movilizaron cientos de miles de personas en distintas ciudades para pedir la Tercera República. Y a través de iniciativas en la red pidiendo un referéndum sobre la monarquía. Aquí en Canarias también hemos salido a la calle este fin de semana para protestar masivamente contra quienes quieren alquitranar nuestro futuro: esos todopoderosos como el ministro Soria y Repsol que no ven más allá de su codicia y nos entrampan sin temblarles el pulso. No había habido una manifestación tan masiva en las islas en muchos años. Y es que la perspectiva de las prospecciones petrolíferas en un archipiélago que necesita el turismo para su supervivencia, sin necesidad de entrar en análisis demasiado sesudos, es una brutalidad que nos ha tocado en lo más profundo a quienes vivimos en esta tierra.

En resumen: España se mueve.  Pero ¿qué está pasando esta primavera que no haya ocurrido en la del año pasado, ni en la anterior? Pues que la gente de a pie, que estaba harta de que se rieran de ella pero al mismo tiempo resignada, de repente descubre que no está sola. Que muchos peces pequeños pueden enfrentarse el grandullón si se unen, y que en la ecuación empiezan a cambiar las variables.  Y es que tenemos que tragar menos abusos y soñar más. Como modernos Robespierres, capaces de reescribir la historia. Porque me niego a pensar que somos esclavos modernos, ni que un siglo de avances se va a ir por el sumidero con nuestras esperanzas. Se empieza a ver en la calle que queda en nuestro interior un orgullo que nos hace levantar otra vez la cabeza, y encontrar una nueva voz.

Veo a mi alrededor personas valientes que se ponen en pie, entre ellas muchas mujeres valiosas que dan un paso adelante. Mujeres que deciden poner un grano de arena, o muchos, para organizar la vida de otra manera. Debates sociales, dialéctica, sangre latiendo en las venas de la sociedad de a pie. Yo no sé si es el fin del capitalismo, ni hacia qué sistema vamos en este cambio de modelo que tanto necesitamos. Pero sí tengo claro el combustible para este viaje, que es la ilusión. La ilusión como hilván que nos conecta y nos permite luchar por aquello en lo que creemos. Como motor que bombea endorfinas en nuestro corazón, sabiendo que otro futuro es posible.

Salgamos de la inactividad, que solo da de comer a los grandes, y enamorémonos de la vida como a los quince años. Porque ya es hora de abandonar las frases de desánimo y alimentar nuestro presente con palabras de amor.

 

Mayte Mederos, Coordinadora del Área de Familias Diversas de Algarabía, la asociación LGBTI de Tenerife, es madre de familia numerosa y autora del blog Avatares de una amazona.

La cuidadora que pierde su ‘yo’

Por Maribel Maseda Maribel Maseda 2

La mujer ha tendido a posponerse a sí misma y aún continúa haciéndolo sin que en algunas ocasiones el hombre tenga ya que ver en ello. Hay actitudes que no se puede exigir a la mujer que, por serlo, siga manteniendo: ya no tiene mucho sentido en la sociedad de hoy, que avanza hacia la equidad. A pesar de las empresas civilizadas y cívicas puestas en marcha a favor de esta equidad y dada la inevitable convalecencia tras una actividad que levanta suspicacias, temores, enfrentamientos, esperanzas, apoyos, acuerdos y desacuerdos, aún llevará tiempo conseguir el objetivo. Es necesario, entre todos, mantener la alerta sobre los factores múltiples y diversos que puedan estar retrasando tanto el resultado anhelado.

'No hay nada malo en ser generosa, o conciliadora, o cuidadora'. Imagen: Carmen Bort.

‘No hay nada malo en ser cuidadora o conciliadora o generosa’. Imagen de Carmen Bort.

No sería una buena señal que el esfuerzo aplicado al principio de este camino evolutivo, fuera el mismo que se aplica 20, 50 o 70 años después. Tampoco que mantuviéramos invariablemente el foco de atención en los mismos argumentos. Si se hace, quizás estamos desgastándonos en un bucle que resta eficacia y en el que se pierde de vista alguna de las realidades que coexisten en el problema de las desigualdades por motivos de sexo.

Y alguna de estas realidades le compete a la mujer -y otras al hombre-, rehacerla o modificarla de manera individual, sin hacer al hombre coherente responsable de ella. No demos tanto poder a ese tipo específico de hombre que anula y atenta contra la capacidad de  ‘ser‘ de la mujer, como para desdibujar a los que claramente ayudan a la sociedad a ser mejor a través de su apertura y facilitación de esta equidad.

La mujer posee ancestralmente una labor de cuidadora que la acerca a veces sin ser consciente y secundariamente a la sumisión. Esto rechina, porque inexorablemente se asocia la figura de un dominante, cuestión que claramente rechazamos. Sin embargo, metidas en el bucle de lo que acontecía hace tiempo sin posibilidad del derecho a la queja, más exactamente, sin posibilidad al derecho en sí, se continúa a menudo depositando la causa en un dominador. Pero lo cierto es que, por supuesto dejando aparte otra realidad bien distinta en la que sí existe tal personaje, hay veces en las que se mantiene el patrón ancestral sin que exista un demandante de él en el entorno. Estos actos de sumisión que llamo  ‘benigna‘ (que no lo es, pero al pasar desapercibida no se identifica como causa importante del desgaste emocional, físico y mental que padecen muchos y muchas cuidadoras) quedan camuflados entre la tendencia de la mujer a facilitar la sanación de sus hijos, el cuidado de sus mayores, el equilibrio del hogar, el bienestar de sus integrantes… Esta sumisión benigna acontece tras las concesiones diarias que realiza para evitar conflictos, en las renuncias a través de las que otros pueden realizar sus deseos o condiciones y hasta en su necesidad de no ser rechazada, comparada, malinterpretada…

No hay nada malo en ser cuidadora o conciliadora o generosa. Las imposiciones que la llevan a hacer algo que en el fondo no le gustaría tener que hacer o siente que no tendría que hacer, pero se ve incapaz de rechazar, son las que finalmente la obligan a convertirse en una mujer sometida, aunque sea ella misma la que se impone la labor. Su certeza de que no hacerlo supondría dejar en el abandono algo que precisa de cuidado o atención, tarde o temprano generará en ella un exceso de responsabilidad que la irá desdibujando. En algún momento, mantendrá un estado de frustración o cierto enfado, también contra ella misma por no ser capaz de decir no pero no podrá hacerlo porque su conciencia no se lo permitirá o por su sensación de que ella puede comprender o atender mejor la situación.

Ser cuidadora no conduce a la sumisión benigna. La imposición, aún cuando es autoimposición, sin posibilidad, -real o no-, de rechazarla, puede provocarla. Porque en ella, la atención está no solo repartida en la labor autoimpuesta, sino en las consecuencias que derivan del cargo de conciencia que también asume la mujer cuando interiormente se rebela o se revela a sí misma sus deseos y necesidades, incompatibles con la labor de cuidadora de otros . Muchas acaban por someterse a un nivel de autoexigencia que no les es solicitado pero que ellas mismas han creado y en el que no se conceden ni tan siquiera unas horas de dedicación exclusiva.

La sociedad precisa de la generosidad de hombres y mujeres. Y por esta capacidad de dar al otro, necesitan aprender la importancia de la autoconcesión y el autocuidado. No cabe duda de que aprender a no posponerse siempre, es un camino que requiere atreverse a reconocer las propias necesidades. También de solicitar al otro la atención a la necesidad real (por ejemplo, muchas cuidadoras con sumisión  ‘benigna‘ piden a sus familiares que les ayuden a ellas a a atender a su mayor, no que ayuden al mayor a ser cuidado). Si se enmascaran por el sentimiento de culpabilidad, no podrán llegar a ser satisfechas y el bucle les desgastará cada vez más.

Atenderse también a uno mismo no implica desatender a otro. Posponerse como manera habitual de vivir no siempre es un requisito indispensable para que todo lo demás mejore. Y el que todo salga bien no debe depender siempre de que uno se olvide de su propia persona.

 

Maribel Maseda es Diplomada Universitaria en Enfermería, especialista en psiquiatría y experta en técnicas de autoconocimiento. Autora de obras como HáblameEl tablero iniciático, y La zona segura.

¿Quién cuida a la cuidadora?

Por Natalia Quiroga Natalia Quiroga

Suena el despertador mientras ella termina de hacer su cama. Llega  la noche  y se acostará antes de que el sueño aparezca por sorpresa desde esa esquina del sofá a la que se tiene acostumbrada. Todo antes, siempre alerta. Hace ya una hora que se ha ocupado de acostarle a él. Con la ayuda de una grúa, le coloca suavemente sobre la cama, le ayuda a estirar el brazo inmóvil, le quita las gafas, le tapa con la manta. Con la misma grúa le levantará por la mañana, le ayudará a lavarse, le ayudará a vestirse, a desayunar. Y es en esa hora que le queda entre medias cuando aprovechará para limpiarlo todo, poner la radio, sentarse, desayunar y salir por fin para llevarle al centro de rehabilitación donde dos horas más tarde volverá para recogerle.

En España hay cerca de un millón y medio de personas dependientes. Un millón y medio de existencias dependiendo de la ayuda de otra existencia para poder seguir con el día a día de existir. Dependiente y cuidadora, la historia de la relación entre estos dos puntos de una misma cuerda puede venir de lejos, puede que sea apenas reciente  o  puede, como sucede en muchos casos, haber llegado de un día a otro. Sucede que hay veces que la dependencia llega para quedarse, por sorpresa.

Cuidadora acostando a un anciano. Intervención sobre imagen de rs21Cuidadora. En España, el perfil de los cuidados sigue teniendo rostro de mujer en un 92% de los casos:  52 años de media, casada, con estudios primarios, sin ocupación remunerada.  Perfiles no casuales, lugares muy comunes. Mujeres que, como en el caso de nuestra protagonista, se han ocupado del cuidado de sus hijos, siempre han estado pendientes del cuidado de sus padres y a las que la vida les juega esa “mala” partida de tener que hacerse cuidadoras de sus parejas.  Mujeres que se piensan unidas a la palabra cuidado sin saber muy bien en qué momento, ni dónde, ni cómo, ni cuándo, el destino y una sociedad eminentemente patriarcal, volvió a decidir por ellas.

Mujeres luchadoras, mujeres con toda la energía que haría falta para levantar tres países y todas las banderas.  Mujeres que siempre dan y casi nunca reciben: el año pasado, el Gobierno extinguía la cotización de 145.000 cuidadoras para dejarlas, de nuevo, descuidadas pero cuidando. Mujeres que, a pesar de todo, apuestan por seguir sonriendo cuando estás a su lado, que siguen disfrutando de una conversación con ganas y que a veces siguen teniendo la certeza de que no están solas.

Pero, ¿quién se ocupa de cuidarlas a ellas que cuidan?

No es éste un llamamiento en vano ni un llamamiento cualquiera.

Va por ellas, por todas, por ella.

Va por ti, mamá.

 

 

Natalia Quiroga, soñadora y contadora de historias. Comunicadora online  en organizaciones sociales y durante los últimos seis años, trabajando en temas de infancia. Aprendiendo y desaprendiendo como una niña.