¿Por qué debemos celebrar el Día de la Romanidad?

León Arsenal (Madrid, 1960), escritor y divulgador, autor de numerosas obras de novela y no ficción de tema histórico es uno de las almas del proyecto del Día de la Romanidad, que nació el año pasado y este 2019 afronta su segunda edición con una dimensión aún mayor. En el siguiente artículo, Arsenal nos cuenta la breve historia de esta celebración y sus intenciones y objetivos.

[ARTÍCULO  | Día de la Romanidad: España celebra su herencia romana]

Allá a donde miremos, en casi cualquier faceta de nuestra civilización, a poco que rasquemos, encontramos huellas de nuestro pasado romano. Herencia romana patente en lengua, artes, gastronomía, artes, ciencias… Hay áreas culturales que, de hecho, son la evolución directa del legado romano y uno de los casos más evidentes de esto es nuestro sistema legal. El derecho romano se estudia hoy en día y no por una simple cuestión de tradición, sino para que los abogados puedan entender mejor la arquitectura jurídica de nuestra sociedad.

La herencia romana es una de las más importante —y, en no pocos casos, la más importante— de las raíces culturales de las culturas situadas a orillas del Mediterráneo y de otras muchas contiguas o descendientes de estas. La Romanidad, así entendida, ocupa una gran extensión del globo terráqueo y su influencia alcanza, en mayor o menor medida, a la práctica totalidad de la humanidad.

[TRIVIAL | Costumbres y elementos de la antigua Roma que han llegado hasta hoy]

Tal herencia romana ha estado siempre presente en el consciente europeo, aunque la actitud hacía ella ha sido bien distinta, según que épocas e ideologías. Los pensadores medievales acudían a la autoridad de los autores grecolatinos, y los renacentistas tomaron a estos como espejo y modelo para sus propias producciones. Y, desde el siglo XIX, diversas corrientes políticas han tratado unas de ningunear y otras de instrumentalizar —que no sabemos qué es peor— tal herencia romana. Un sustrato sobre el que se levantan culturas de Europa y América (a través de las primeras), norte de África y Oriente Próximo.

El Día de la Romanidad  busca poner en valor tal herencia romana. Así de sencillo. Y digo «poner en valor» a sabiendas de que es una expresión que a algunos les produce urticaria, ya que les parece propia de esta época repleta de palabros. Pero, a mi entender, poner en valor tiene en este caso ciertas ventajas sobre términos clásicos, tales como vindicar.

Verán. El Día de la Romanidad no es la evolución de celebración previa. Tampoco es el fruto de una reflexión colectiva, si por tal entendemos un proceso que involucra a un número considerable de personas. Nació en 2018 del impulso de tres personas concretas, de profesiones y trayectorias vitales muy distintas. Y en seguida se sumaron al proyecto más actores que enriquecieron la iniciativa. De hecho, tal proceso continúa. Pero quede claro que el Día de la Romanidad surgió ex novo, lo que significa que lo hizo sin servidumbres previas y con un diseño muy claro.

Y también con unos objetivos muy precisos que se podrían resumir en esa expresión antes formulada de «poner en valor la herencia romana». Y eso a su vez tiene tres brazos. El primero es vindicar el patrimonio asociado a lo romano y, al decir patrimonio, no nos estamos refiriendo solo a los bienes arqueológicos sino también a todo el acervo material e inmaterial sin el cual no seríamos lo que somos. En tal sentido, el vino y el aceite son dos ejemplos señeros de esa herencia. El segundo de esos brazos es generar economía y trabajo a partir de tanto patrimonio. Y el tercero es el de evidenciar, recalcar y reforzar los lazos comunes, gracias a esas raíces, de tantas culturas humanas.

Todo esto que acabamos de decir requiere una aclaración para evitar malentendidos. Porque el Día de la Romanidad nunca se planteó como un ejercicio de nostalgia. Tampoco es la vindicación del pasado (eso sería el Día de Roma, que ya existe). Es la puesta en valor de todo ese pasado que aún late en nuestro presente. De todo lo que somos y que no se entiende sin conocer el legado romano. Y, llegados a este punto, alguien puede objetar que al menos parte de todo eso no procede en realidad de Roma. Por eso use antes, con toda intención, el ejemplo del vino y el aceite.

Fueron los fenicios y los romanos los que introdujeron ambos productos en Hispania, es cierto. Pero también lo es que fue Roma la que impulsó el cultivo de olivos y vides al punto de convertir a Hispania en una potencia exportadora de aceites y vinos, que se enviaban a todo el imperio. Pero tampoco esta circunstancia nos lleva a englobar a estos bienes dentro de la Romanidad.

Sí que Roma fue la etapa final de un proceso de integración mediterráneo. Fue durante siglos un gigantesco intercambiador cultural alimentado con aportes de toda clase de pueblos. Nadie pretende soslayar la importancia de fenicios, griegos, egipcios, helenísticos, en tal proceso. Pero Roma fue la cumbre del mismo, su peldaño último. Absorbió, procesó, y difundió. Y eso la cambió también a ella, ojo, al punto de que es pertinente considerar que la cultura romana, a partir del siglo II a.C., dio paso a otra mestiza a la que podemos llamar greco-latina. Adoptó, procesó y popularizó toda clase de elementos filosóficos, artísticos y tecnológicos procedentes de multitud de culturas. Ahí está el ejemplo de las entrañables barricas de vino, invento galo que los romanos incorporaron y emplearon en todo su orbe.

Roma fue esa máquina enorme de absorción, transformación y difusión cultural. Y la Romanidad fue lo que quedó tras su desintegración política. Sus fragmentos siguieron cada una sus propias evoluciones sociales y culturales, como es lógico. Se transformaron por acción del tiempo y de sus propias dinámicas internas, así como por la influencia de otras culturas. Pero tales sociedades se construyeron sobre los cimientos de lo romano. Crecieron a partir de los mismos. Y lo que el Día de la Romanidad busca, en último término, es revindicar y celebrar —poner en valor— esas raíces romanas comunes a una parte considerable de la humanidad. Sin nostalgias. Sin quimeras. Lejos de fantasmagorías ideológicas. En la creencia de que conocer y valorar lo que somos, gracias al pasado, ayuda a construir futuros mejores.

*Las negritas son del autor del blog.

1 comentario

  1. Dice ser Aniceto

    ¡Claro! Pero después del Dia de la Hispanidad, en España y en todo el vasto territorio del q fue el Imperio Español. Después del Día de la Romanidad, podemos seguir con el de la Iberidad, el de la Visigodidad, el de la Al-Andalusidad, el de la Tartessidad… Pero creo q el de la Hispanidad los incluye a TODOS. Saludos cordiales.

    03 septiembre 2019 | 21:19

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