Julio Alejandre: «La aventura nos acompaña siempre, en el siglo XVI fueron los océanos y hoy son los planetas»

El escritor Julio Alejandre

A Julio Alejandre, la curiosidad por el destino de la nao Santa Ysabel, uno de los navíos de la segunda expedición Mendaña, desparecida seis meses después de la partida, el 19 de diciembre de 1595 en aguas del Pacífico siempre le fascinó. Tanto, que para su primer libro, escribió un relato sobre ella y su destino. Y de aquel relato, nace Las islas del poniente (Ediciones Pàmies, 2019) la espectacular novela donde relata e imagina el destino de la Santa Ysabel, cuya desaparición, lejos de terminar su viaje, la permite alcanzar costas aún más lejanas. Esta ficción quedó finalista en el último premio de novela histórica Ciudad de Úbeda.

¿Cómo nació la idea de escribir Las islas de poniente?

Las exploraciones españolas del Pacífico me han fascinado desde siempre. Esos viajes en busca de tierras incógnitas, por un océano infinito, sin medios ni certidumbres, son de una audacia sinigual, una de las odiseas más extraordinarias de la humanidad. Y el viaje de Mendaña, con todos sus desatinos, disputas e infortunios, me parece suma y paradigma de todas ellas.

Además, las circunstancias tan misteriosas en las que desapareció la nao Santa Ysabel, picaron tanto mi curiosidad que, hace años, para mi primer libro, escribí un relato sobre ella, imaginando su posible destino. Pero yo sentía que aquel relato tenía mucho potencial, y anduve un tiempo dándole vueltas dentro de la cabeza, en una especie de segundo plano, hasta que, cuando me planteé escribir una novela histórica, me di cuenta de que ya tenía el argumento preparado.

La expedición Mendaña, con sus tragedias y aventuras, con sus excesos, ¿no debería ser un poco más reivindicada y conocida en este país?

Deberían ser más conocidos y reivindicados tantos episodios de nuestra historia, que uno no se explica cómo hemos llegado a este grado de olvido. Afortunadamente, en los últimos años, la novela histórica está poniendo su granito de arena para salir en rescate de la historia. En cuanto a las expediciones de descubrimiento en el Pacífico, no solo la de Mendaña debería ser más reivindicada, sino toda una saga de navegantes y exploradores que, después de Magallanes y Elcano, se aventuraron por aquellas aguas, García de Loaysa, Ruy López de Villalobos, Andrés Urdaneta o Váez de Torres, por mencionar solo algunos. Carlos Martínez Shaw, miembro de la Real Academia de Historia y especialista en historia marítima, dijo en una ocasión que aquellas exploraciones, con los medios y recursos de la época, fueron una aventura sólo comparable a la exploración del espacio.

La novela quedó finalista del premio Ciudad de Úbeda, fue una decisión difícil, pero recuerdo que en el jurado, todos destacamos el estilo de esta novela, su equilibrio entre intentar narrar de una forma que pareciera de la época, pero comprensible al lector moderno… ¿Cómo fue ese trabajo?

Vaya por delante mi agradecimiento al jurado que valoró la novela. Cuando me dieron la noticia de que había quedado finalista, pero que iban a publicarla, me alegré tanto como si hubiera ganado. En el relato que sirvió de base a la novela, titulado La lista de Salazar, ya utilicé este tipo de lenguaje, el lenguaje de los exploradores en sus diarios y relaciones, y a la gente le gustó. Así que decidí volver a emplearlo en la novela, porque me parecía el mejor modo de trasladar al lector al siglo XVI y meterlo en la piel de los personajes. Para documentarme y familiarizarme más con él y con los usos de la época me leí muchas crónicas de viajes marítimos, de expediciones terrestres e incluso volví a leerme El Quijote, y gracias a ello no me resultó demasiado complicado “cogerle el tranquillo” y escribir el primer manuscrito. Lo más trabajoso vino después, porque necesité hacerle varias revisiones hasta encontrar un equilibrio que me convenciera.

La expedición, sin duda ofrecía un buen campo de oportunidades y lagunas aprovechables para el novelista…

Sin duda. Ese segundo viaje de Mendaña, cargado de malos augurios desde la misma partida, con la presencia de familias de colonos, con una tripulación levantisca, oficiales pendencieros y presos liberados para completar la dotación, con tres navíos perdidos durante la travesía, con tierras descubiertas, conflictos internos, luchas con los indígenas, violencia y hasta brutalidad, tiene todos los ingredientes para desarrollar una novela cargada de aventuras y emociones, y que al mismo tiempo sea verosímil y fiel con la historia.

Es imposible hablar de esta historia sin pensar en las mujeres, encabezadas por Isabel Barreto, ¿era una buena oportunidad para reivindicar que conocidas o no, registradas u olvidadas, las mujeres han tenido siempre un papel fundamental en la Historia?

Ya que la Historia no lo ha hecho, o lo ha hecho muy tibiamente, creo que cualquier novela histórica es una oportunidad para reivindicarlo. Y en el caso de la expedición de Mendaña, por partida doble. Primero, por la presencia de su esposa, Isabel Barreto, una mujer de mucho carácter y arrojo, primera almiranta de una flota y gobernadora de un territorio de ultramar; y segundo, porque la de Mendaña fue una expedición atípica, que no sólo iba a descubrir, sino también a poblar, y llevaba, por consiguiente, numerosas mujeres a bordo, desde damas muy recatadas hasta atrevidas busconas. De hecho, en Las islas de Poniente, aunque el protagonista es un aprendiz de cirujano que se enrola para escapar a la justicia virreinal, los personajes más fuertes son femeninos, y juegan un papel fundamental en su desarrollo y desenlace.

En un tiempo donde el viaje y el tránsito ya es “lo fácil” gracias a los avances en el transporte y la tecnología, el género de aventuras está forzado a mirar al pasado…

Desde que el hombre es hombre, lleva la aventura consigo. Cierto que el pasado es un filón inagotable para un novelista, y cargado de un halo muy fuerte de romanticismo, pero el ser humano es curioso por naturaleza, competitivo, explorador y dotado de un instinto por llegar más allá del horizonte conocido. En el siglo XVI fueron los océanos y en la actualidad son los planetas, pero la aventura nos acompaña siempre.

¿Qué le fascina de aquella época? ¿Y qué le produce repugnancia?

El siglo XVI es una época fascinante per se, con un Nuevo Mundo recién hallado y una Europa que salía de su encierro secular y se lanzaba a la búsqueda de tierras incógnitas, mares desconocidos, rutas comerciales… Pero, sobre todo, me fascina que fue la primera vez en la historia de la humanidad en la que el mundo fue solo uno, distintas civilizaciones entraron en contacto y un real de a ocho acuñado en Sevilla podía comprar cerámica china en las Filipinas. Actualmente se habla mucho de estamos en la era de la globalización, pero la primera globalización comenzó con el viaje de Magallanes y Elcano.

Y me producen repugnancia esas actitudes que asquean de cualquier sociedad y época de la historia: la brutalidad, la marginación, la esclavitud, los privilegios, la impunidad…

Desde hace décadas hay un fuerte debate sobre el papel descubridor, colonizador y conquistador de España que este año se ha traducido en una trifulca diplomática con México. Tras escribir esta novela y bucear en aquella histórica, ¿cómo ve este debate?

El debate sobre cualquier momento de la historia, cuando es constructivo, resulta siempre provechoso. Tengo el convencimiento de que los hombres y mujeres que fueron a América y navegaron el Pacífico, tenían distinta mentalidad, concepciones y valores que nosotros (igual que los antiguos amerindios nada tienen que ver con los actuales habitantes de las repúblicas americanas). Si pudiéramos tener con ellos una charla tranquila, al amor de unos vasos de buen vino, seguramente no nos pondríamos de acuerdo en casi nada, ni tampoco lograríamos convencerlos de nuestra forma de entender el mundo. Por eso, cuando pretendemos juzgar una época con los ojos, los prejuicios y la superioridad moral que supuestamente nos otorga el vivir en el siglo XXI, perdemos la perspectiva y el debate se pervierte. A nadie se le ocurre cuestionar el legado de Roma en el mundo; al contrario, muchos países se enorgullecen de él. En cambio, el legado hispánico es uno de los que más polémica genera. La historia nos ha asignado, creo que de forma bastante injusta, un papel de “malo” que hemos aceptado mansamente, sin mayor análisis, y que todavía nos acompleja.

Leo en su biografía que durante una década trabajó como cooperante en Centroamérica, ayudando a refugiados de guerra. ¿Cómo recuerda esa experiencia? ¿Son útiles esas vivencias a la hora de escribir ficción?

Guardo unos recuerdos imborrables de aquella etapa de mi vida. Fueron muchos años, años difíciles pero gratificantes. Conocer otro modo de vida y otra cultura, convivir con gente sencilla que sobrellevaba con estoicismo, e incluso alegría, una situación tan extrema, fue una experiencia que me hizo ver el mundo con otra mirada, y que me marcó en lo personal, por supuesto, pero también en lo literario. Dos de los cuatro libros que he publicado hasta ahora están basados en mis vivencias como cooperante. Y, por cierto, escribirlos me ha permitido ampliar el conocimiento de nuestra lengua, que es mucho más rica y diversa de lo que parece.

Conocía la novela de Graves sobre la expedición Mendaña Las islas de la imprudencia, y en caso afirmativo… ¿No le daba vértigo competir contra uno de los clásicos del género? ¿Qué cree que su novela puede aportar tras la de Graves?

Sí, la había leído. Me introdujeron en la novela histórica, aparte de los tebeos de El Jabato, de Víctor Mora, autores como Frank Baer, Laszlo Passuth, Margarite Yourcenaur, Mika Waltari o Robert Graves, de quien me he leído casi toda su obra. Conocer su novela sobre la expedición de Mendaña fue un aliciente y también una gran responsabilidad, pero nunca sentí que estuviera “compitiendo” con ella. La obra de Graves narra el segundo viaje de Mendaña siguiendo en todo momento al grueso de la flota, desde su partida de Perú hasta su arribo a Filipinas. En esta novela, sin embargo, los personajes de la obra de Graves se mantienen en un segundo plano, ya que se centra en la extraña desaparición de la nao Santa Ysabel (recogida en la relación de Quirós), retoma la hipótesis propuesta por algunos investigadores de que no naufragó y llegó a tierra (las Salomón o incluso Australia), e imagina su suerte y la del variopinto microcosmos que habita sus reducidas cubiertas, en las que se cuecen odios, pasiones, amistades, traiciones y lealtades que van tejiendo su destino.

¿Cree que la novela histórica es un género didáctico, que además de deleitar y entretener, debe ayudar a enseñar y divulgar la historia?

La novela histórica es un género que acerca la historia al lector de manera amena y entretenida. Pero para ser didáctica creo que, además, debe estar bien documentada, sin anacronismos ni errores de bulto, de modo que la novela y la historia se retroalimenten mutuamente: una buena novela te anima a saber más sobre ese período concreto, los personajes reales que aparecen, su sino, lo que ocurrió después, etc.; y viceversa, cuanto más sabes sobre una época histórica, más te apetece leer una novela sobre ella.

Y vosotros, ¿conocíais a este autor y su obra?

¡Buenas lecturas!

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