Carlos Mayoral: «Me aterraba narrar el amor entre Galdós y Pardo Bazán, imaginarlos en la cama»

Carlos Mayoral (Foto: D.Y)

Un joven escritor que llega a Madrid y, tutelado por Benito Pérez Galdós, sigue un crimen y su posterior y mediático juicio. La relación amorosa e intelectual que mantienen Galdós y Emilia Pardo Bazán. Un Madrid lejano que se parece demasiado al actual. Todos esos elementos conforman la ficción de la que hoy les hablo: Un episodio nacional, la primera novela del escritor Carlos Mayoral (Villaviciosa de Odón, Madrid, 1986). Una obra que logra marcarse varios tantos: es un homenaje literario mayúsculo, una notable novela histórica con una lograda recreación del Madrid del XIX, tiene algo de esas recreaciones literarias de moda de crímenes célebres -lo que llaman true crime como si fuera muy novedoso, aunque se lleva haciendo con éxito desde, por lo menos A sangre fría-, centrada en este caso en el conocido como crimen de la calle Fuencarral y una poderosa y comprometida intriga judicial. Una de las novelas más meritorias de este 2019.

Escribir o recrear un historia del siglo XIX en España, con la comparación inevitable con Galdós, resulta siempre una comparación difícil, casi siempre perdedora…

Sí, lo siento así. Aunque más que una comparación perdedora, yo diría que es una de la que es muy difícil salir ganador. No es un fracaso, es un reto: Galdós, para mí, es un Everest al que todo lector y escritor se tienen que enfrentar en algún momento de su vida. De hecho, en el XIX él es elemento disruptor del siglo. Galdós es un reto, ya no sólo por él, sino porque la sociedad que retrató sirve de sustrato a la actual, muchas actitudes y males perduran. En el corte político se ve muy claro: los nacionalismos, los identitarismos ya estaban claros entonces. La cultura hispánica necesitaba su Dickens, su Dostoyevski o su Balzac y lo tuvo con Galdós. Por todo eso, confrontarse a él era un reto, pero estoy orgulloso. Creo que debía hacerlo.

La idea de coger a un personaje culturalmente destacado, un mito casi, y convertirlo en algo casi pulp, en un aventurero o detective, lo hemos visto en el ámbito anglosajón. Aquí parece que somos más respetuosos, en el mal sentido, con los grandes hombres y mujeres, pero la verdad es que es un acercamiento que los humaniza…

Me gusta que cites al pulp, porque quizá, de manera inconsciente, haya cierta influencia. Hay que entender que estos personajes sintieron y padecieron como cualquier mortal, y en el caso de Galdós es patente porque de esas vivencias hizo literatura. Pero siempre he intentado quitar esos estigmas a los autores clásicos y ponerlos en el mismo saco: mucha gente piensan que los clásicos son ininteligibles y están lejos de ellos, pero no es así.

Y eran muy populares en su tiempo. En la novela aparecen cómo se trasmiten sus novelas de manera oral…

Galdós disecciona al personaje popular en su obra. Al acercamiento que a esas personas hizo el romanticismo, Galdós les añade contexto y profundidad, el ver por qué se suicida alguien que se ha quedado en paro. Los dilemas de los hombre de a pie que introduce. El pueblo se sentía identificado y por eso, en un Madrid como el de entonces, en parte analfabeto, había párrocos que leían en alto sus novelas en barrios humildes. Cuando supe de esta anécdota, supe que la tenía que novelar.

La relación de Galdós con Emilio Pardo Bazán que relata es muy humana y muy carnal…

Eran gentes de carne y hueso. En el epistolario entre ellos noto que su relación era intelectual. Galdós era un mujeriego y vio en ella alguien cuyo intelecto era comparable. Luego se traducirá en la cama, claro, pero el motor fue la relación que más le marcó. En la novela acaba apagándose ese amor porque aparece otro componente intelectual, más que sexual.

Decía antes que perduran cosas del siglo XIX, y el tema mediático, sensacionalista, casi el clikbait actual se siente la novela…

Ahora no resulta tan novedoso, pero entonces sí que lo era. Se acababa de aprobar la ley de prensa hace poco y era un poder incipiente, y precisamente por eso era incontrolable. En el caso del crimen de Fuencarral, el caso acaba devorando a los propios medios y la función que querían desempeñar. Narro cómo hasta se hizo un concilio para ver cómo podían derrocar al poder los medios: ahora casi resultaría normal, pero entonces era impensable. Hay muchos paralelismos con entonces, y el mayor quizá sea el poder de la prensa.

El tema judicial tampoco se queda atrás…

Yo veo aquel juicio como el del Procés, con una rueda de testigos gigantesca que se van desdiciendo. El pueblo de Madrid estaba muy pendiente, era casi como una novela. Tuve acceso, en la Biblioteca Nacional, al sumario del proceso, de mil y pico páginas: era una locura, pero resulta increíble cómo se iba jugando con los testigos. Y también era interesante cómo se hacía partícipe del juicio al pueblo. Galdós lo cuenta varias veces en sus Episodios Nacionales.

Con ese gigantesco sumario, le resultaría difícil ver qué podía usar en la novela y qué no…

Tuve claro que quería rescatar a los testigos que fueran en contra del poder establecido. Lo contrario siempre es fácil, pero ir en contra del poder. En el siglo XIX la Justicia no era ecuánime y uno sabía que cuando se enfrentaba a la gentuza del poder no lo hacía en igualdad, sabían a lo que se arriesgaban. En la novela hay un dilema moral: Galdós empieza siendo muy beligerante, pero se modera por todas esas conexiones que existen con sus amistades en la clase poderosa.

¿Hacer una novela demasiado presentista de aquel tiempo no puede conducir a error?

Me he dado cuenta, escribiendo esta novela, de lo cíclica que puede ser la historia. Da igual las armas o lo moderno del discurso, la esencia es la misma.

Escritor joven que viene a triunfar a Madrid, ¿bebe de su experiencia personal?

Conscientemente no, no lo cree pensando en mí. Pero con retrospectiva, pienso ahora que ese personaje mira con mis pupilas. El personaje de Melquíades lo escribo en primera persona, pero Galdós está narrado en tercera porque quería verlo con distancia, y eso debe significar algo, que quería volcar algo de mí.

Igual da un poco de vértigo adueñarse de la voz de Galdós…

Para mí era imposible. Tenía muchísimo miedo: el amor entre Galdós y Pardo Bazán me aterraba, imaginarlos en la cama, que tuviera elegancia de esos personajes, que no fuera soez… Y por eso hice más sugerencia que algo explícito. Usar la primera persona con Galdós me habría resultado impensable.

Tras escribir este indisimulado homenaje a Galdós, si después de leerla, un lector le preguntara por dónde debe empezar a leerle, ¿qué le diría?

La novela tiene dos objetivos: uno, entretener al lector; y dos, si decide coger un libro de Galdós de la biblioteca, habrá merecido la pena este esfuerzo. Esa pretensión está y no la voy a negar. Para mí hay dos corrientes en Galdós: los Episodios Nacionales, que son extraordinarios, que enganchan, sus personajes son comprensibles y son épicos; yo los metería en la educación obligatoria porque enseñan de todo. Y después está el Galdós que escribe sobre su época -en Miau o Fortunata y Jacinta– que es el que realmente innova, el que se eleva como el Dostoyevski español, el que disecciona la sociedad. A Galdós, como del cerdo, recomiendo todo. Pero si tuviera que empezar desde cero, empezaría por los Episodios Nacionales.

¿No cree que Barcelona se ha convertido en la ciudad literaria española por excelencia, que ha sido muy retratada, y Madrid ha quedado como una hermana pequeña?

Quizá pueda tener que ver con que el que boom editorial español tuvo lugar en Barcelona y por tanto hicieran de ella la capital editorial. Sin embargo, fíjate, yo creo que esa tesis, muy compartida por la gente, no es real. Porque hay un Londres de Dickens y un Madrid de Galdós, muy diferente del de Baroja. No estoy de acuerdo con que Madrid haya sido la hermana pequeña, quizá sí en la actualidad, pero piensa en el siglo de Oro, en el siglo XIX de Larra y Espronceda; luego Galdós ,Pardo Bazán, Sánchez Ferlosoio… Madrid ha estado siempre presente en la literatura nacional. Creo que esa idea no es correcta, es una exageración.

¡Buenas lecturas!

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