Un paseo por el Valle de los Reyes, en Egipto, por Nacho Ares

El Valle de los Reyes (Cedida por Nacho Ares).

Nacho Ares (León, 1970), historiador, egiptólogo, novelista (su última ficción, precisamente ambientada en el antiguo Egipto es La hija del sol), divulgador y director de SER Historia, nos envía su postal de la serie Vacaciones en la Historia  desde el célebre Valle de los Reyes, en Egipto.

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El valle de los Reyes

Por Nacho Ares

Junto a la caseta de las entradas que hay en la Montaña Tebana, un tren te espera para llevarte al otro extremo de la carretera. No es obligatorio tomarlo, yo he hecho en muchas ocasiones ese mismo trayecto en bicicleta o incluso andando. Sea como sea, los pocos minutos que tardas en acceder a la puerta de entrada al Valle de los Reyes se convierten en una suerte de viaje en el tiempo; un viaje que te atrapa y que te ofrece mil un estímulos a pesar de que la piedra blanca de la montaña lo cubre todo. Sin embargo, es la propia historia de los faraones la que late entre esas rocas aparentemente yermas y vacías de formas y latidos. El sendero que lleva al valle es una suerte de camino iniciático que te prepara a descubrir el fogonazo de luz y color que te esperan unos metros más allá.

El paso por la puerta es un mero trámite burocrático. El cruce de saludos con el portero no te da tiempo a distraerte y sacarte de tus emociones y sueños. ¡Es que es estás en la necrópolis real de los faraones más grandes de la historia de Egipto! Allí Ineni, el arquitecto de Tutmosis I hacia el año 1500 a.C., supervisó “la excavación de la tumba de Su Majestad en solitario, sin que nadie viera ni oyera nada”, según nos cuenta la biografía de Ineni. A él le siguieron otros soberanos y personajes de la nobleza durante cinco siglos, el Imperio Nuevo, la época más fascinante de la historia de Egipto. Y la huella ha quedado latente en los hipogeos excavados en las entrañas de aquella montaña sagrada.

El Valle de los Reyes, Biban el Muluk o Las Puertas de los Reyes, como lo llaman los egipcios actuales es el lugar que más me fascina de todo el país. La historia de los descubrimientos de sus tumbas es increíble. Realmente hoy solo está abierto un puñado de ellas. A lo largo del año se van abriendo y cerrando unas por otras. La más famosa de todas, aunque la menos espectacular desde el punto de vista artístico, es la de Tutankhamón. Excavada justo en el centro del valle. Su importancia estriba en que apareció intacta el 4 de noviembre de 1922. El nombre de sus descubridores, Howard Carter y Lord Carnarvon, ha pasado con letras de oro a la historia de la arqueología. Todos tenemos en mente las impresionantes fotografías de la época del descubrimiento, matizadas con el eco de las voces de los descubridores cuando vieron por primera vez el interior de la antecámara: «¿Ve usted algo?». Preguntó Lord Carnarvon. «Sí, cosas maravillosas», respondió Carter.

La tumba de Tutankhamón.

Muy cerca de la Tutankhamón se encuentra la de Ramsés VI. Conocida durante la expedición napoleónica como la tumba de Memnón, y hogar improvisado de egiptólogos ilustres como el mismísimo Champollion poco después de descifrar la escritura jeroglífica, esta tumba está repleta de imágenes tétricas de difícil interpretación como hombres decapitados, monstruos bicéfalos o extraños objetos circulares aparentemente voladores… todo un suculento repertorio de temas para dejar volar la imaginación. En sus pinturas se describe un mundo infernal ubicado en algún lugar desconocido del Universo en donde el difunto pasaba a ser protagonista. La deformidad de estas extrañas figuras impresionó tanto a los primeros egiptólogos de siglo XIX, que la llamaron tumba de la metempsicosis, creyendo que sus misteriosos grabados estaban relacionados con la filosofía oriental del mismo nombre, en donde las almas heredaban un cuerpo más o menos perfecto, dependiendo de los méritos alcanzados en su vida anterior.

No lejos de esta tumba, si caminamos con el sendero que nos lleva a la zona meridional del valle, nos encontramos con la tumba de Seti I. Fue descubierta en 1817 por Giovanni Batista Belzoni y ya entonces el primer corredor impresionó al aventurero italiano por la calidad excepcional de los bajorrelieves y pinturas. Tras pasar unos pozos y salas decorados con escenas funerarias, se llega a la cámara sepulcral. En el techo, a más de 6 metros de altura, se plasmó una de las pinturas más bellas de toda la necrópolis. Sobre un fondo de un azul intenso deambulan cientos de figuras de color amarillo que forman un gigantesco mapa estelar. Allí están Orión, Sirio, las Híades, el Cisne, la Vía Láctea, la Osa Mayor, Leo, Casiopea…

Es un viaje en el tiempo, sin duda alguna. Seguramente muchos de los que pasen por sus galerías no comprendan del todo el significado de las pinturas dejadas allí hace casi 3.500 años. Pero es ese misterio y las preguntas que nos sugiere, lo que hace realmente apasionante la visita de este lugar sin parangón en el mundo antiguo.

Vacaciones en la Historia: postales desde el pasado.

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