‘Días sin final’, de Sebastian Barry: épica gay y una visión demoledora del siglo XIX estadounidense

Fotograma de la película de John Ford, Misión de Audaces.

El western es un género de frontera que avanza conquistando límites nuevos. Superó la épica del nacimiento de la gran nación hablando del exterminio indígena; acabó con la visión machito de la conquista, incluyendo el fundamental papel de la mujer y, en el siglo XXI, le ha tocado el turno a la visión homosexual. Sebastian Barry se ha marcado un grandísima novela protagonizada por dos jóvenes amantes homosexuales que se enrolan en el Ejército de EE UU y luchan en las guerras indias y la Guerra de Secesión. ¿Un western gay, entonces? Así podría llamarse, pero quedarse únicamente con eso sería despreciar una de las más poderosas novelas que he leído en los últimos tiempos: Días sin fin (traducción de Susana de la Higuera Glynne-Jones, AdN 2018).

Thomas McNulty y John Cole son dos jovencitos desarrapados y hermosos que pasan de vestirse de mujeres para servir de casta pareja de baile de rudos mineros a alistarse en la caballería. Allí vivirán el horror de la guerra y el genocidio contra los indios, conocerán el inclemente mundo de las praderas, lucharán en la cruenta Guerra Civil y, como todo su país, tratarán de reconstruirse y formar una nueva vida, a veces a golpe de revólver.

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Barry pone la carne en el asador (le va algo en ello, asegura que esta obra surge tras  la salida del armario su hijo) para mostrar una historia de amor homosexual de una manera natural y delicada, pero consciente de la época en la que viven los protagonistas. La relación de los protagonistas se siente, no resulta exagerada. Sin embargo, como decía, no es el centro de la novela. Junto a ellos, el lector vivirá las atrocidades del siglo XIX estadounidense: el crudo exterminio de los indios, la salvaje lucha fratricida… Y se preguntará cómo es posible que personas tan normales y buenas como los protagonistas pueden acabar participando de actos de semejante salvajismo. Quizá su hermoso amor, la bella relación con la niña Winona, sea una tabla de salvación contra el horror.

La violencia, la crueldad -no solo batallas, la descripción del célebre campo de prisioneros de Andersonville es terrible-, en definitiva la narración que hace Barry de la sangrienta génesis de los Estados Unidas es tan aterradora como absorbente, es física, salpica.

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Leo a Barry, en una entrevista en España, referirse a su obra -que saltará al cine- como un antiwestern. Y, sin querer contradecir al padre de la criatura, disiento. El género, como decía al principio, siempre ha sido muy permeable a las visiones críticas y minoritarias de la historia. En esta novela de Barry -ganador de una buena ristra de premios, incluido el premio Walter Scott a la mejor novela histórica con esta obra- encontramos ecos de la mejor literatura western: la crudeza de Cormac McCarthy, la sensibilidad Dorothy M. Johnson, la descripciones de aquella frontera natural de Alan Le May o Guthrie … Pero sobre todo, esa familia inesperada que forman McNulty, Cole y Winona, recuerda a esa construcción habitual de John Ford: la de las familias no consanguíneas, formadas por compañeros de fuerte o de suerte que la dura vida de la Frontera formaba. ¿Hay algo más puramente western que un elemento tan fordiano?

Novelón. Hermoso y crudo. No lo dejéis escapar.

¡Buenas lecturas!

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2 comentarios

  1. Dice ser wert

    Lo repito sin parar el genocidio de indigentes esto es lo único que debe calar en el lector el resto nada nuevo hay que explicar que maricon__nes había siempre,

    15 abril 2018 | 09:12

  2. Dice ser gfl

    wert, eres un pu.to homofobo

    15 abril 2018 | 17:21

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