Vídeos de decapitaciones y medios de comunicación: entre el terror y la fascinación de la sociedad

Captura de un vídeo de Estado Islámico

Vídeos de yihadistas de Estado Islámico y de cárteles de de la droga mostrando al mundo cómo decapitan a sus víctimas… Si no los hemos visto, al menos todos hemos oído hablar de ello. El catedrático de Prehistoria de la Universidad de Barcelona, Francisco Gracia Alonso se ha adentrado en esas temidas prácticas y ha realizado un recorrido desde las prehistoria hasta hoy en su reciente libro Cabezas cortadas y cadáveres ultrajados (Desperta Ferro, 2017). En el siguiente artículo Gracia Alonso propone un viaje hacia esos vídeos truculentos, llenos de barbarie y explica su finalidad y por qué nos afectan como espectadores. Pero también propone una interesante a reflexión a periodistas y televidentes sobre cómo esa barbarie tiene más que ver con nosotros de lo que pensamos.


Decapitaciones y medios de comunicación

Francisco Gracia Alonso | Catedrático de Prehistoria de la UB

La exposición de la cabeza y el cuerpo del vencido para conseguir que tras la muerte su humillación continúe con el objetivo de degradar su memoria ante la sociedad y conseguir así un rédito político y social para el vencedor, no es cuestión del pasado. Aunque egipcios, asirios, celtas, iberos y romanos puedan ser considerados como maestros en el empleo de los despojos del vencido en combate o ajusticiados como arma de propaganda, como expongo en mi reciente libro Cabezas cortadas y cadáveres ultrajados (Desperta Ferro Ediciones, 2017) se trata de una práctica que podemos reseguir sin ningún problema a lo largo de toda la historia como prueba de que el ser humano, con independencia de cronologías y áreas geográficas, responde a las mismas pulsiones cuando dispone de la posibilidad de denigrar a sus enemigos y conseguir sus fines a través del terror que causa utilizar los cadáveres al margen de cualquier límite de actuación determinado por las creencias religiosas o las prácticas sociales respecto del tratamiento funerario que se debe a los difuntos para honrarles.

Por ello, durante los últimos años, las ejecuciones por degollamiento y decapitación realizadas por el ISIS o cualquiera de las facciones de Al-Qaeda en Oriente Próximo y diversas regiones de África y Asia, por los cárteles de narcotraficantes en México, o como resultado de las luchas entre bandas en las cárceles de Brasil, por indicar tres ejemplos ampliamente conocidos por la opinión pública a través de los medios de comunicación, tienen el mismo objetivo: enseñar la muerte en toda su crudeza para causar el terror, forma de conseguir sus fines políticos, territoriales o económicos. Es significativo que si hace unos años la actuación de diversas bandas criminales se saldaba con la desaparición de los cuerpos como una muestra de su poder y de la ineficacia de los estados, consiguiendo sus objetivos a través del poder demostrado mediante la impunidad en la ocultación de los cadáveres para extender un manto de desconfianza y miedo en la sociedad, la conocida omertà de la mafia italiana, el desarrollo de las redes sociales y la globalización del acceso a la información, ha provocado que el proceso sea absolutamente inverso. Es ahora, con la exposición de la crueldad obrada sobre los cuerpos de los enemigos, el mejor medio para conseguir los fines deseados. La fuerza y determinación de quienes ejercen tal grado de violencia se multiplica mediante la difusión constante de unas imágenes –excelentemente editadas en muchos casos en una muestra más de la importancia que se confiere a la influencia de los medios sobre una sociedad altamente tecnificada como la occidental que no puede renunciar a consumo constante de información–, en las que se busca esencialmente el impacto visual. No debe olvidarse que la visión de los cadáveres de los soldados estadounidenses arrastrados por las calles de Mogadiscio por unas turbas enloquecidas motivó la orden del presidente Clinton de poner fin a la intervención armada en Somalia sin haber alcanzado los objetivos de restablecer el orden político, económico y social en la zona, y que el linchamiento en 2004 de cuatro contratistas-mercenarios de la empresa Blackwater en Faluya, y la exposición de sus cuerpos desmembrados en el puente de carretera sobre el Éufrates, dio lugar a una de las mayores batallas callejeras registradas durante la ocupación de Irak.

Del mismo modo, la visión reiterada de cuerpos ultrajados, y en especial de las decapitaciones, tiene un mayor poder de penetración e impacto en la sociedad occidental por tratarse de muertes producidas por arma blanca. A diferencia de las producidas por arma de fuego, cuyo impacto es menor en el subconsciente por cuanto se asocia a un fallecimiento inmediato y poco doloroso, y a las que la sociedad está acostumbrada a través de su contemplación reiterada en producciones de ficción, la decapitación es inconscientemente más próxima por cuanto todas las personas manejan en su vida cotidiana instrumentos de cocina cortantes, cuya acción sobre el cuerpo se ha experimentado en muchos casos. ¿Quién no se ha cortado con un cuchillo, por ejemplo mientras manipulaba alimentos? El recuerdo del dolor de la herida y la profusión de la sangre vertida en un simple corte accidental es una imagen sensorial grabada en nuestro cerebro. Por ello, la contemplación del degüello de un ser humano hace que recuperemos dicha sensación de dolor y la multipliquemos exponencialmente al observar las imágenes de una decapitación o de la posterior exposición de una cabeza cortada o de un cuerpo linchado. En la percepción personalizada del alcance del dolor radica la fuerza –y la razón– de la elección por parte del ISIS o de los narcotraficantes de  dichos métodos de ejecución y de muestra triunfante de su poder. Además, la extensión del terrorismo yihadista a Europa occidental, empleando, entre otros métodos, los ataques indiscriminados con arma blanca, ya sea en Londres o en Cambrils en el presente año 2017 por citar tan solo unos ejemplos, provoca que la sensación de terror se vea potenciada por la de inseguridad que se deriva de la proximidad –y el desconocimiento– de la posibilidad de un nuevo ataque.

Fotograma de la película ‘Kill Bill, volúmen 1″

Sin embargo, la sensación de terror que la decapitación, el linchamiento o los ataques con arma blanca producen entre la población no existiría si los medios de comunicación no difundieran de modo reiterado dichas imágenes apelando al legítimo derecho a la información. Es evidente que en una sociedad tecnológica como la actual es imposible el bloqueo total de determinados tipos de informaciones o imágenes, pero también que es factible restringir su difusión y su impacto, al menos en cadenas de televisión o en las redes sociales más comunes o de mayor uso. Y, sin embargo, no se hace. Las razones para ello son múltiples, pero una de las más importantes, y que debería hacernos reflexionar como sociedad, es el atractivo que en las sociedades occidentales tiene la muerte violenta producida por dicho método. Enunciemos sin más comentarios el número de asesinatos –incluyendo decapitaciones– en series de gran éxito y difusión como Walking Dead o Juego de Tronos, o en los films de la serie Kill Bill de Quentin Tarantino. El ser humano presenta una tendencia insuperable a observar reiteradamente no sólo la muerte, sino la desgracia de otros seres humanos, focalizando en ellos en muchos casos las frustraciones económicas y sociales, y canalizándolas hacia aquel que está a punto de perder la vida pese al poder o la riqueza que hubiera podido acumular en vida. Es ciertamente el caso de las turbas en Roma cuando linchaban sin piedad a quienes eran declarados enemigos políticos del Estado –de hecho, enemigos de quienes ostentaban el poder, un matiz en absoluto menor–, pero también de los que se reúnen en época más modernas para presenciar una ejecución, debiendo recordarse que en España fueron públicas al menos hasta finales del siglo XIX. Por no mencionar a las famosas tricoteuses que contemplaban a lo largo de toda la jornada, entretenidas con su labor, las ejecuciones de los condenados durante la Revolución francesa tras haber asistido a los remedos de juicios en los que eran condenados y la escarnio de su paseo en carretas hasta el lugar de la ejecución. En palabras de Ralph Waldo Emerson, el hombre, en tanto que turba, descendiendo espontáneamente al nivel de las bestias.

No debemos considerar que el escarnio sea un asunto del pasado. Por el contrario, sentimientos parecidos de indignación sirven para canalizar el odio hacia el contrario, especialmente si pertenece a una clase social o económica diferente. La moderna humillación del caído, culpable o no puesto que la aplicación del concepto de la presunción de inocencia no deja de ser una expresión vacía de contenido, se realiza a través de los medios de comunicación que repiten insistentemente, amplificándola, cualquier información referida a la detención, presentación ante el juez, ingreso en prisión, juicio, condena y cumplimiento de la misma, en programas supuestamente informativos en sesiones ininterrumpidas. Con ello, y desde el mismo momento en que se produce la detención –que podemos equiparar a la decapitación social por cuanto es imposible borrar de la mente de la ciudadanía las informaciones y la idea asociada de culpabilidad desde el inicio del proceso–, se ha consumado la sentencia. Aceptemos que sería muy difícil para cualquier tribunal o jurado dictar la absolución de un procesado del que se ha desmenuzado toda su vida ante la opinión pública para escarnecerle y focalizar la atención en su caso y distraerla de oros probablemente más graves. La reacción de una sociedad que ya ha creído en su culpabilidad no sería fácilmente aplacable y, en todo caso, si lo fuera, consistiría una tarea hercúlea razonar las causas por las que se ha concluido la inocencia.

La sociedad, como conjunto, es fácilmente manipulable en un sentido u otro. Tan sólo es necesario orquestar el discurso de forma efectiva y presentarlo. La curiosidad innata del ser humano, y su predisposición a observar la desgracia del otro, hacen el resto.

1 comentario

  1. Dice ser la cultura ha de cambiar

    Lo peor es que se prefiere ver esas atrocidades a la visión del simple cuerpo humano en estado natural. El cerebro les duele menos a mucha gente si ven terribles ima´genes de esas que si ven la naturaleza humana pura y sencilla.

    https://nip-activity.com/wp-content/uploads/2015/04/vanessa_b_gr-2.jpg

    25 octubre 2017 | 18:01

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