Ostende, el asedio más caro de la historia

Sitio de Ostende, pintura de Peter Snayers (WIKIPEDIA)

Rubén Sáez (Teruel, 1978) es Doctor en Historia y premio Nacional de Defensa 2004 por sus investigaciones sobre técnicas y máquinas de asedio de la Antigüedad (por cierto, que también creó un parque temático sobre ese campo). Este año ha lanzado el libro Ostende, 1601-1607. El asedio más caro de la historia (HRM Ediciones, 2017) donde relata cómo fue el asedio español a aquella ciudad. En este artículo, Sáez revela las claves de por qué fue el asedio tan costoso.


Ostende, el asedio más caro de la historia

Por Rubén Sáez  | Historiador

Todos hemos oído la expresión “poner una pica en Flandes”, pero sólo cuando se estudia en toda su magnitud lo que supuso ese conflicto armado, que a la postre sería conocido como la Guerra de los Ochenta Años a causa de su duración, uno se da cuenta verdaderamente de lo que hay detrás de esa aseveración. Y dentro de tan magno conflicto, si hay una operación militar que resulta especialmente costosa esa es el asedio de Ostende, que se prolongó por espacio de más de tres años, entre julio de 1601 y septiembre de 1604.

Tras la derrota cosechada en la batalla de Las Dunas, el Archiduque Alberto de Austria, que gobernaba junto a su esposa la Archiduquesa Isabel Clara Eugenia los Países Bajos Católicos bajo el paraguas de la Corona Española, estaba necesitado de una victoria. Para recuperar el prestigio perdido decidió poner sus miras sobre la estratégica plaza de Ostende, en poder de las Provincias Unidas

Las condiciones defensivas, con las que la naturaleza había dotado a Ostende, hacían de ella un baluarte prácticamente inexpugnable. A lo largo de su frente este las murallas se encontraban bordeadas por el canal Geule que, a causa de su considerable anchura y profundidad, resultaba incluso navegable para buques de gran calado. En el sector oeste de la plaza otro canal, aunque en este caso de menor entidad, servía de foso protector. En el frente sur los obstáculos presentes consistían en un entramado casi impracticable de arroyos y pantanos. Y por último, al norte la plaza se abría al mar, cuyo dominio estaba en manos enemigas. Junto a estas excepcionales condiciones naturales, el ser humano había dotado a la urbe de un sistema defensivo de lo más avanzado para su época.

Ostende constituía un enclave estratégico de primer nivel tanto para España como para las Provincias Unidas, lo que llevó a que durante más de tres años ambos contendientes concentraran en torno a él el grueso de los medios materiales y humanos de que disponían. Por lo tanto, más que un asedio al uso, el enfrentamiento tuvo muchos tintes propios de las batallas campales, aunque con los dos contendientes atrincherados detrás de sendas fortificaciones.

En la Guerra de Flandes la estrategia de sitio dominante solía ser la de bloqueo, consistente en aislar la ciudad atacada del exterior impidiendo la entrada de víveres y de socorros a su interior, con el fin de provocar su rendición por hambre. En el caso de Ostende esta estrategia no podía ser aplicada, al poseer las Provincias Unidas el control del mar, lo que permitía que los sitiados fueran abastecidos en todo momento de víveres, municiones y tropas.

De ahí que la única solución para lograr la captura del ansiado objetivo que se había propuesto el Archiduque, pasara por tomar a viva fuerza uno tras otro todos los elementos defensivos que protegían la plaza hasta que la guarnición no dispusiera de ningún lugar detrás del que resguardarse. El complejo trazado amurallado que protegía la ciudad obligó a emplearse a fondo a los ingenieros sitiadores, lo que habría de conducir a importantes avances en el campo de la guerra de sitio.

La clave del asedio se halló en la permeabilidad del bloqueo impuesto por los sitiadores. Aunque en tierra las posiciones del ejército atacante impedían cualquier ruptura de las líneas tejidas alrededor de la plaza, no sucedía lo mismo en el mar. Mientras los defensores fueron capaces de introducir víveres y provisiones dentro de los muros vía naval, todos los esfuerzos realizados en el campo sitiador resultaron en balde. La aplicación de una guerra total, en la que sólo cabía la destrucción de las defensas y su captura en combate, llevaron a que el asedio alcanzara unas dimensiones inimaginables en operaciones de ese tipo hasta entonces.

La ciudad fue escenario de uno de los mayores duelos artilleros de toda la Historia Moderna, siendo arrojados sobre la plaza más de 250.000 proyectiles, fuego respondido con el lanzamiento de aproximadamente 50.000 sobre las líneas de sitio.  Pero, la magnitud del choque no sólo se quedó ahí, sino que serían más de 70 las minas y hornillos explosivos detonados en el espacio ocupado por las defensas, lo que las dejó arruinadas y las convirtió en un montón informe de escombros.

A consecuencia de todas estas peculiaridades el sitio de Ostende terminaría convirtiéndose en la operación militar más cruenta de toda la Guerra de Flandes en lo que a pérdidas humanas se refiere. Fueron cerca de 100.000 los muertos entre sitiadores y sitiados, muchos de ellos destacados dirigentes militares de ambos ejércitos, cifra a la que no se aproxima ningún enfrentamiento bélico hasta el siglo XX. Esto se explica por la extrema duración y la intensidad  que alcanzaron los combates en algunos momentos puntuales. Salidas de la guarnición y asaltos masivos contra las defensas provocaron un reguero interminable de bajas en ambos campos. El asedio de Ostende terminaría infligiendo un daño irreversible a las fuerzas españolas desplegadas en Flandes, que vieron morir a muchos de sus mejores soldados y oficiales.

Más allá de las pérdidas humanas se sitúa el enorme coste económico que acarreó la operación. Tan sólo durante el último año de asedio, cuando ostentaba la jefatura de las tropas de sitio Ambrosio Spínola, las operaciones costaron dos millones de ducados. La astronómica cifra gastada sería en parte responsable de que tan sólo tres años después, en 1607, la Hacienda Real Española se viera forzada a declararse en quiebra.

Aunque la Corte de Madrid consideró la conquista de Ostende como el mayor éxito militar de toda la guerra hasta ese momento, la realidad distaba mucho de ello. El elevado tiempo consumido en las operaciones, que derivó en un coste humano y económico inasumible, no tenían justificación para conquistar una única plaza, por mucha importancia que tuviera. Es más, la conquista quedó minimizada con la pérdida de La Esclusa a manos holandesas, plaza de tanto valor estratégico como la propia Ostende.

Sólo resulta comprensible entender la prolongación y el desmesurado gasto ocasionado en un asedio como éste por una cuestión de honor. Desde el punto de vista geoestratégico la conquista de una única plaza no era capaz de decidir la guerra. De ahí que resultara baldío cualquier esfuerzo que se realizara por encima de lo considerado razonable, aún cuando fuera culminado con éxito.

1 comentario

  1. Dice ser Cyrano

    Otro ejemplo de como la injerencia de la política en cuestiones de estrategia puede resultar desastrosa.

    Pero no es excepción sino regla, que hasta el brillante Napoleón cayó en la trampa de Rusia y perdió un imperio.

    Como decía en emperador Augusto (Pésimo general peor muy hábil político) el coste de un esfuerzo no ha de ser nunca mayor al beneficio de su éxito.
    Nadie ha de pescar con anzuelos de oro.

    10 agosto 2017 | 09:47

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