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El tesoro del folclore: 17.400 canciones en streaming, entre ellas muchas españolas

Algunas de las grabaciones españolas de Alan Lomax

Algunas de las grabaciones españolas de Alan Lomax

Si alguien tiene curiosidad por saber qué y cómo cantaban las tierras españolas en los años de acero y frío de la postguerra, tiene poco futuro en los lares patrios, bastante desentendidos de eso que se llama, cada vez poniendo mayor ímpetu en la supuesta hondura cateta del término, folclore. Como si quisiéramos sacudirnos la tierra vieja del nuevo chasis del XXI, lo rústico parece dar miedo: ninguna institición, pública o privada, con muy pocas excepciones, guarda, conserva y retiene lo que fuimos los de a pie y quienes nos precedieron en el deambular.

Por ese abandono, por ese pecado de dejadez, por esa deserción de lo que nos cimentó, tiene mayor importancia el gesto de la asociación estadounidense Cultural Equity, que acaba de colgar en la red 17.400 grabaciones del patrimonio universal de la música folclórica. Todas fueron registradas al raso, en torno a fogatas, en labradíos, penitenciarías, patios, eras y otros terrenos poblados por los comunes por Alan Lomax (1915-2002).

Es el mayor archivo de música popular del mundo e incluye buena parte de las grabaciones de Lomax en más de treinta localizaciones españolas de Andalucía, Aragón, Asturias, Cantabria, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cataluña, Extremadura, Galicia, Islas Baleares, Madrid, Murcia, País Vasco, Valencia

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Segun Lazcano, la muerte a los 54 años de un fotógrafo fronterizo

© Según Lazcano

© Segun Lazcano

«Más vale estar entre los perseguidos que entre los perseguidores». El escritor yugoslavo Danilo Kis, que congregaba en su voz los crujidos de ceniza de Kafka y las infinitas arenas desérticas de Borges, terminó una de sus novelas con este aviso que merecería ser un himno para los indomables. Kis escribió poco pero dijo mucho porque sabía, como los viejos ascetas de las cuevas del desierto, que quien sabe no habla, y vivió con la misma frugalidad, alimentándose de la duda y alejado de los príncipes. Cuando murió, en París en 1989, tenía 54 años.

En una localidad mucho menos literaria que la pomposa capital francesa —y por ello más legítima, la vizcaina Elorrio (que en lengua vasca es la misma palabra que nombra a la baya roja del espino)— acaban de enterrar, a la misma edad de 54, groseramente temprana para la cita con la muerte, a Segun Lazcano. Era mi amigo pese a que la danza de la vida nos impidió el encuentro físico. Nunca logramos abrazarnos o, mejor, porque le sospecho tan retraído y poco dado al artificio como yo, darnos tímidamente la mano. El desencuentro hizo más lacerante la noticia de la muerte: cuando la recibí sentí que un perro me mordía los ojos.

Creo que Segun anotaría en alguna libreta la frase inicial de Danilo Kis que abre este torpe obituario y pensaría con cierto orgullo de baja fidelidad que otros, como él mismo, pertenecen a la estirpe de la gente de la frontera, el territorio patrio de los que nunca nos sentiremos cómodos entre salvas de artillería, próceres, managers de conciencias, pequeños hitlers con titulación académica o aspirantes a Napoleón. Como Kis, Segun sabía que el único armamento necesario es la duda porque evita el cinismo y la egolatría de quienes se creen profetas.

Segun Lazcano

Segun Lazcano

Es tiempo de anotar que Segun era fotógrafo, sea lo que sea esa vocación en estos años de falaz comunismo digital. Sus páginas en Flickr y Tumblr siguen activas, proyectando la sombra fantasmática de un muerto. Nos conocimos en la primera plataforma, cuando aquello era una pequeña sala de estar y no la asamblea de egos en que la han convertido. Después, con una devoción que no merezco, Segun me persiguió con la mano abierta y las retinas dispuestas a compartir distancias focales. Siguió los blogs que publico por placer, las páginas en las que colaboro por oficio, los lugares que comparto desde esas formas bastardas de amistad de las redes sociales…

Esta bitácora, por ejemplo, está llena de comentarios de Segun. Escuetos, simples y cariñosos como las bayas de los espinos. Me estimaba tanto y de tal manera que había pensado en mí, lo he sabido demasiado tarde para corresponder al honor, para escribir el prólogo del proyecto Noctis

Ahora me duele no haber retribuido al amigo muerto con la misma humilde elegancia, no haber seguido sus fotos con algo más que mi maldita mirada silenciosa, no haber dejado en nuestro rastro común algo más hondo que las muchas respuestas que se limitaban a las permutaciones de las palabras que componen la fórmula «gracias, Segun, amigo». El silencio regresa, en el rodar imperturbable del karma, para despertarte del letargo de creerte distinto o especial o con derecho a la altanería.

Las fotos de Según habían cambiado mucho durante los últimos años. Ya no eran los delicados eufemismos del comienzo, una garra las había desmembrado para que fuesen también placas de un escáner clínico, mantequilla extendida por la rebanada abierta del día, desfiles de seres cincelados que atraviesan los canales de lava de  calles iluminadas por el haz de una linterna milagrosa, vistas del agua estancada al fondo de la botella, canciones suspendidas de clavos, ojos troquelados, paisajes urbanos raspados con una esponja de metal…

Uno de los amigos cercanos del fotógrafo, Jesús Mari Arrubarrena, a quien acudí en busca de los datos personales que nunca supe y el procaz ejercicio del periodismo me obliga a saber, dice sobre la mutación de estilo de Segun: «Durante muchos años hizo fotografía de reportaje o documental. Estos últimos años me ha dicho más de una vez que estaba más cerca de la pintura que de aquel tipo de trabajos objetivos. De hecho, tiene fotos muy buenas que ha preferido no enseñar. Ha preferido decantarse por una fotografía más difícil, más personal y más autentica (en el sentido de que habla de sí mismo)».

© Según Lazcano

© Según Lazcano

Con la mediación de Jesús Mari he sabido alguna otra circunstancia: la pareja de Segun se llama Maritxi: los hijos preadolescentes y ahora huérfanos de padre, Pello y Xabier; el fotolibro Ero estaba a punto de ser publicado y ahora será póstumo; Segun vivió las últimas etapas de la enfermedad con entereza y sonrisas…

Me consuela trazar mapas con los nombres, situar las circunstancias en el arcón de la memoria, encajar todos los pormenores en el pecho hambriento de imposibles oraciones.

La muerte de Segun —fotógrafo del hambre, trapero de los desolados, hombre comprometido con la lengua y la cultura de una villa con nombre de baya de espino— me duele como la de un hermano.

Dejo aquí escrito un juramento: si la muerte no llega antes iré a Elorrio, haré fotos en soledad en las calles, repitiendo en silencio, con la cadencia de un manta, una frase de Georges Bataille: «La verdad tiene sólo una cara: la de la contradicción violenta». Sé que seremos dos las voces de esa canción.

Ánxel Grove