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El tesoro del folclore: 17.400 canciones en streaming, entre ellas muchas españolas

Algunas de las grabaciones españolas de Alan Lomax

Algunas de las grabaciones españolas de Alan Lomax

Si alguien tiene curiosidad por saber qué y cómo cantaban las tierras españolas en los años de acero y frío de la postguerra, tiene poco futuro en los lares patrios, bastante desentendidos de eso que se llama, cada vez poniendo mayor ímpetu en la supuesta hondura cateta del término, folclore. Como si quisiéramos sacudirnos la tierra vieja del nuevo chasis del XXI, lo rústico parece dar miedo: ninguna institición, pública o privada, con muy pocas excepciones, guarda, conserva y retiene lo que fuimos los de a pie y quienes nos precedieron en el deambular.

Por ese abandono, por ese pecado de dejadez, por esa deserción de lo que nos cimentó, tiene mayor importancia el gesto de la asociación estadounidense Cultural Equity, que acaba de colgar en la red 17.400 grabaciones del patrimonio universal de la música folclórica. Todas fueron registradas al raso, en torno a fogatas, en labradíos, penitenciarías, patios, eras y otros terrenos poblados por los comunes por Alan Lomax (1915-2002).

Es el mayor archivo de música popular del mundo e incluye buena parte de las grabaciones de Lomax en más de treinta localizaciones españolas de Andalucía, Aragón, Asturias, Cantabria, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cataluña, Extremadura, Galicia, Islas Baleares, Madrid, Murcia, País Vasco, Valencia

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Una falla valenciana para quemar «todo lo que sobra»

© Escif

© Escif

Junto con el fondo de armario —donde reina el rojo-cuchillada— de Ana Botella, las figuritas de Lladró, las conferencias de prensa de Isabel Coixet, las novelas de Arturo Pérez Reverte, los discos de flamenco fusión, el reinado mediático de Sara Carbonero y la tal Pedroche, la Pasarela Cibeles, la programación del MNCARS (o cómo demonios se llame), las canciones de Alaska, el abrigo de astracán de los domingos, el madridismo como auto de fé bautismal y las fotos de Ouka Lele, quizá lo más hortera de la España cañí sean las Fallas de Valencia. Son de un kitsch tan elevado que, como el alcohol de garrafón, terminan por gustar. Pese a las arcadas, aguantas. Todo por el colocón.

El monumentalismo, la instrumentación de una celebración pagana, la venta turística y, por tanto, política, de los festejos y, como añadido de este año gracias a la siempre paellera alcaldesa Rita Barberá, el caloret

«¿Dónde están los límites entre ficción y realidad? ¿Dónde están los límites entre vida y espectáculo? ¿Dónde están los límites entre lo que es y lo que no es?», se pregunta con buen juicio el artista urbano —y valenciano— Escif.

© Escif

© Escif

Cuando en la ciudad ardan todos los monumentos falleros en la Nit de la cremà, que se celebra la próxima noche, Escif incinerará su contribución a la ceremonia del fuego y la purificación. El veterano artista y activista ha preparado el proyecto Todo lo que sobra, una falla, digamos, alternativa —fea palabra en momentos en que convendría devolver contenido al viejo pero siempre revolucionario término grosero—, que llama la atención sobre el estrechísimo límite entre realidad y ficción y una alerta sobre la esclerosis de una festividad que pierde su esencia a velocidad de, por usar una referencia muy apropiada a las fronteras regionales de la mafia como forma de mando, Fórmula 1.

Con el apoyo de la Falla Mossen Sorell-Corona, un colectivo de contestación al camino que toma la celebración, Escif se ha dedicado a sembrar las calles de réplicas perfectas, aunque falsas —están fabricadas de madera, cartón y otros materiales, todos inflamables—, de los «elementos que sobran en el escenario habitual de una falla».  Se trata de «hacer una falla con todo lo que no es una falla pero que irremediablemente forma parte de la transformación del paisaje urbano durante este acontecimiento».

La intención del taller Corona —que este año ha decidido retirarse del concurso tradicional a la innovación —uno de los premios de cada año—, es «reinventar las fallas», transmitir que es un colectivo «libre e independiente» y que seguirá proponiendo artistas invitados para encargarse de la «renovación» de las propuestas falleras, «dejando patente que lo importante para enriquecer la tradición creativa es su apertura a nuevas líneas e identidades».

El primer creador apadrinado por el colectivo es Escif —acaba de editar su primer libro mediante una campana de micromecenazgo—, que ha construido una falla desestructurada con «elementos que han de quitarse para despejar el espacio» y otros «accesorios al monumento fallero». Con la común característica de que los objetos son «copiados de la realidad», réplicas perfectas que engañan al sentido de la vista y sólo se reconocen con una mirada muy detallada o mediante el tacto.

Un contenedor gris de residuos, señales de tráfico, tres vehículos aparcados —con publicidad dejada en las lunas de «chicas juguetonas Caloret» en «instalaciones de lujo» —, dos cajas de petardos vacías, bicicletas, bolardos, tres paquetes de tabaco, cuatro bolsas de snacks, vallas de separación con sus respectivas publicidades, cinco chicles pegados, doce colillas, vasos rotos, confeti…

La neofalla de Todo lo que sobra es la España cutre, entramoyada, de mentira, fracasada y expoliada, asomando entre las fallas horteras de las narizotas de los pícaros, los pezones televisivos y los ojos saltones de la verbena oficial. Que ardan bien la una y las otras.

Jose Ángel González

© Escif

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Deja entrar a los monstruos

'Sin título', acrílico sobre papel

'Sin título', acrílico sobre papel

Una criatura con cabeza de globo succiona con su fino pico a unos personajes pequeños parecidos a los humanos.

Otra, con forma humana, pero con un rostro de máscara veneciana y orejas de conejo, sujeta agachada un montón de pequeñas casas unidas entre sí con una cuerda.

En una infinita estructura de escaleras,montones de monstruos protagonizan escenas de cabezas enganchadas, entierros, números circenses…

Los autores de las escenas son tres artistas belgas que trabajan en Bruselas: Jérôme Meynen, François Dieltiens y Antoine Detaille: el colectivo Hell’o Monsters se esmera en la tarea de crear «un universo de monstruos que se forman y reforman, de acuerdo con las aventuras que viven».

Muchos llevan botines, monos de rallas rayas apretados, cucuruchos de papel en la cabeza, orejas de ratón, cuernos… En cada personaje se pueden distinguir partes del cuerpo humano, elementos animales y objetos cotidianos. «Tan similares y a la vez tan diferentes a nosotros, las criaturas dan sustancia a nuestras fantasías».

Obra de Jérôme Meynen, François Dieltiens y Antoine Detaille: Hell'o Monsters

'Escalier'

Si tienen que elegir una banda sonora para su trabajo escogen Super Nova, un tema alegre y psicodélico con un toque diabólico, del pionero de la música electrónica Bruce Haack (1931-1988). Los ilustradores mezclan sus estilos combinando la truculencia con los colores puros y el estilo limpio de un libro infantil. Hay vivos acrílicos, dibujos a tinta, esculturas, alguna incursión en el arte callejero en colaboración con el artista valenciano Escif

Robándole el término al poeta alemán de la Ilustración Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781), dicen que las narrativas que dibujan muestran «instantes preñados»,  momentos que implican una historia previa y posterior. La alegría de los colores y la suavidad de las formas chocan con las acciones -desconocidas, amenazantes y a veces ilógicas- de unos monstruos sin expresión facial y de los que nada sabemos.

Helena Celdrán