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Radiografía de Franz Kafka, la fiera que murió de hambre

Franz Kafka en 1884 (arriba izquierda), 1886 (arriba derecha), 1888 (abajo izquierda) y 1896 (abajo derecha)

Franz Kafka en 1884 (arriba izquierda), 1886 (arriba derecha), 1888 (abajo izquierda) y 1896 (abajo derecha)

Concedamos el merecido privilegio del axioma de partida sobre Franz Kafka al cazador de mariposas Vladimir Nabokov:

Es el escritor alemán más grande de nuestro tiempo. A su lado, poetas como Rilke o novelistas como Thomas Mann son enanos o santos de escayola.

Sin discutir ni una letra de las líneas anteriores ni pretender el irracional y jactancioso propósito de añadir otra cosa que una ofrenda personal, me entrego a la cosecha de brotes kafkianos apoyándome en el centenario de la publicación de Die Verwandlung (1815), que en español solemos conocer como La metamorfosis.

Sede de la compañía de seguros de Praga en la que trabajaba Kafka

Sede de la compañía de seguros de Praga en la que trabajaba Kafka

1. El mejor redactor de informes de seguros. Kafka (1883-1924), el primer escritor moderno, acaso el único que todavía merece ser considerado moderno, tuvo entre 1908 y 1922 un empleo donde le entregaban un sueldo que, según el mismo afirmaba, le alcanzaba para «pagar el pan». Fue empleado de la aseguradora italiana Assicurazioni Generali y luego redactor de informes en el Instituto de Seguros de Accidentes Laborales para el Reino de Bohemia.

Componía precisos memorandos —podemos imaginar cuan precisos— para que la compañía pagase o dejase de pagar indemnizaciones a trabajadores heridos en el ejercicio laboral.

Al final de la jornada, de ocho de la mañana a seis de la tarde, corría a casa de sus padres, cenaba frugalmente un apio y una zanahoria —era vegetariano— y dedicaba la noche entera a iluminar los caprichos de la tinta sobre el papel con las candelas de su mirada de golem con alma de hombre.

A veces sentía remordimientos por entregarse a una vida laboral adocenante, pero en ocasiones se mostraba indulgente y afirmaba que el trabajo libera al hombre «del sueño que lo deslumbra». Era incansable y nunca dejaba nada sin terminar o mal terminado.

"The Office Writings" - Franz Kafka Edited by Stanley Corngold, Jack Greenberg & Benno Wagner (Princeton University Press, 2008)

«The Office Writings» – Franz Kafka Edited by Stanley Corngold, Jack Greenberg & Benno Wagner (Princeton University Press, 2008)

2. ¿Inventor del casco de seguridad en el trabajo? Un libro publicado en inglés en 2008, Franz Kakfa: The Office Writings [se pueden leer extractos en Googlebooks], reunió por primera vez las prolijas evaluaciones que en horario de oficina caligrafiaba el menudo joven en cuyo interior, sin que ninguno de sus compañeros de trabajo lo sospechase, ardían todos los fuegos del infierno.

Kafka fue uno de los pioneros de la disciplina que hoy llamamos seguridad e higiene en el trabajo, que no estaba entonces regulada ni fiscalizada y que el empleado de la aseguradora consideraba necesario desarrollar para evitar los accidentes y las bajas.

La American Safety Society le concedió tres años seguidos (1910-1912) la medalla de oro por sus aportaciones a la especialidad y los desvelos que se tomaba para aconsejar medidas de protección para los obreros.

En una carta a uno de sus amigos, Kafka resumió con humor la tarea a la que se enfrentaba:

No tienes idea de lo ocupado que estoy… En los cuatro distritos que tengo a mi cargo (…) hay personas que caen de los andamios o dentro de las maquinarias… Es como si todos estuvieran borrachos, los tablones volcaran a la vez, los terraplenes se deslizaran y todo esté siempre patas arriba. Hasta las chicas de las fábricas de vajilla no dejan de volar escaleras abajo con montañas de loza… El dolor de cabeza por estos asuntos no me abandona.

En el libro Managin in the Next Society (2003), el analista Peter Drucker asegura que Kafka fue el inventor del casco rígido de seguridad para determinados oficios, pero nadie ha encontrado pruebas sobre la veracidad de la teoría.

De lo que sí ha quedado evidencia es que, de vez en cuando, el escritor redactaba artículos para el boletín de la aseguradora. Algunos —por ejemplo, una relación de indemnizaciones según el número de dedos mutilados— son dignos de aparecer en una antología de relatos.

Extracto de un artículo de Kafka sobre la prevención de accidentes en las máquinas cepilladoras de madera, 1909

Extracto de un artículo de Kafka sobre la prevención de accidentes en las máquinas cepilladoras de madera, 1909

3. «Ya no os como». Desde que cumplió 25 años, Kafka decidió no comer ningún tipo de carne animal o huevos de aves y sólo de vez en cuando se permitía unos sorbos de leche.

Durante una visita al acuario de Berlín se enfrentó a las peceras iluminadas y dijo en voz alta, hablando a los peces sin la menor afectación ni sentimentalismo:

Ahora al menos puedo miraros en paz. Ya no os como.

4. Freud, «un irremediable error». No encendía la calefacción en su dormitorio, solía mantener la ventana abierta, hacía media hora de gimnasia al día y, excepto en momentos de especial debilidad, nadaba desnudo unos kilómetros en el río varias veces por semana.

Era enclenque solamente en apariencia. Apenas dormía pero estaba habitado por una caldera que nadie apagaba. Nunca.

Algunas interpretaciones deducen que su obra literaria solo puede entenderse por el alma siempre calcinada del escritor —sus mejores amigos iban un poco más lejos y hablaban de «santidad»—.

Otros dicen que estaba colgado de mitos freudianos. Kafka se reiría de estos últimos. El psicoanálisis le parecía, según dejó escrito, «un irremediable error».

Ocho etapas de Kafka

Ocho etapas de Kafka

5. Deseo de ser indio. Algunos de los mejores relatos cortos de Kafka están relacionados con animales. Escribió sobre perros, ratones y caballos. Este texto se titula Deseo de ser indio:

Si pudiera ser un indio, ahora mismo, y sobre un caballo a todo galope, con el cuerpo inclinado y suspendido en el aire, estremeciéndome sobre el suelo oscilante, hasta dejar las espuelas, pues no tenía espuelas, hasta tirar las  riendas, pues no tenía riendas, y sólo viendo ante mí un paisaje como una pradera segada, ya sin el cuello y sin la cabeza del caballo.

El sosegado y eficaz redactor diurno de informes de accidentes laborales se convertía, en las garras del insomnio, en un feroz aullador.

El vegetarianismo, la calistenia que practicaba en desnudez ante la ventana abierta al abismo tembloroso de Praga, las brazadas en el río…, nada de aquella sanitaria agenda lograba apagar el horno que anidaba en el pecho.

6. Autómata insomne. En la madrugada, cuando el silencio era propicio, escribía con la voluntad de un lúcido autómata. A veces anota con orgullo la disposición metódica de las jornadas, repetidas en una sincronía de mareas oceánicas.

De 8.30 a 14.30 horas, trabajo de oficina en la aseguradora; regreso a casa; comida hasta las 15.30; siesta hasta las 19.30; gimnasia; acompañar a la familia durante la cena, en la que casi no probaba bocado y sólo picotea frutos secos; a las 23, comienzo de la jornada de escritura; dependiendo de la «fuerza, inspiración y suerte» puede terminar entre las 3 y las 6 de madrugada; algo más de gimnasia; a las 6, desayuno; a las 8, salida hacia la oficina…

Carta de Kafka a Felice Bauer

Carta de Kafka a Felice Bauer

7. ‘En el b.’. Además de relatos, bosquejos, divagaciones y cartas —dejó centenares—, redactaba la que acaso fue su obra más humana, los Diarios de los que en España podemos gozar gracias a una delicada edición de pertinente papel biblia y más de un millar de páginas.

Contienen legajos, cuadernos de viaje y anotaciones insomnes, circulares, absolutas, de engañosa sencillez

Los Diarios son las neurosis de K, el cotidiano fustigador de sí mismo: K yendo al prostíbulo con los amigos y escribiendo con ternura «en el b.», con una sola letra inicial para designar al burdel, como temiendo la curiosidad ajena; K. fustigando el insomnio y los sueños del insomnio; K. en los salones de teatro yiddish; K. en la correduría de accidentes laborales, comparando las arrugas en la frente del jefe con las arrugas de un billete; K. en el nocturno infierno del domicilio familiar; K. repensando los agotadores sueños, los cuellos de las señoritas, la estupidez de los amigos…

Una entrada al azar:

No puedo comprenderlo, ni siquiera creerlo. Solo de vez en cuando vivo dentro de una palabrita, en cuya matafonía (arriba, ‘stöst’, ‘empuje’), pierdo, por ejemplo, por un instante mi inútil cabeza. La primera y la última letra son el final de mi sentimiento, que es parecido al de un pez.

Otra:

La silueta de un hombre que, con los brazos alzados a medias y en posiciones distintas, se vuelve hacia una niebla densísima para penetrar en ella (…) Talmud: El que interrumpe su estudio para decir qué bello es ése árbol merece la muerte.

Una tercera:

Los descubrimientos se han impuesto al ser humano.

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Una fotógrafa «solterona» harta de dar explicaciones

'Life Once Removed' - Suzanne Heintz

‘Life Once Removed’ – Suzanne Heintz

«¿Por qué no estás casada?», la pregunta «enferma y harta» a Suzanne Heintz, que tiene que contestarla «una, otra y otra vez»: «Es como si mi vida fuera con retraso en el programa o me pasara algo realmente malo».

Se define con orgullo como «fotógrafa y solterona». Con frecuencia la artista estadounidense soporta el juicio de familiares y recién conocidos que «arquean las cejas» y con pequeños pero reveladores gestos faciales reaccionan a la ‘excentricidad’ cuando descubren que no tiene marido ni hijos. Lo que es una decisión personal se convierte en la obligación de tener que dar un cúmulo de explicaciones, una presión social que nadie exige a quien a cumplido con esos ritos programados.

Life Once Removed (La vida una vez suprimida) es una respuesta humorística al problema que muchos parecen creer que tiene Heintz. «En serio, ¿qué se suponía que debía hacer? No puedes simplemente ir y comprarte una familia… O sí«, relata con sorna en su descripción del proyecto. Para el proyecto la fotógrafa se hizo con un maniquí masculino y otro infantil y se fotografió con ellos en «momentos Kodak», retratos familiares típicos —saturados de color y aparante felicidad— con los que ha creado un archivo de la normalidad social.

'Life Once Removed' - Suzanne Heintz

‘Life Once Removed’ – Suzanne Heintz

De camino a las sesiones se le descuajeringa el marido varias veces, pero ella vuelve a unir las partes del cuerpo plástico con paciencia, absorbida por el montaje general. Algunos peatones sonríen cómplices, otros quieren saber el por qué del proyecto y hay quien también quiere retratarse con los maniquíes.

La artista se viste y se peina a lo años cincuenta, posa con su flamante marido artificial en instantáneas románticas parisinas, arropa a su hija en la cama, abre en familia los regalos de Navidad, les sirve la cena de Acción de Gracias, los lleva de excursión, a patinar sobre hielo… En casi todas las imágenes exhibe una sonrisa artificial de oreja a oreja.

Las imágenes no son simplemente un comentario sobre la soltería, sino un intento de cambiar mentalidades con respecto a lo que significa el éxito personal para una mujer del siglo XXI. Además, Heintz hace una reflexión importante sobre «el modo de vida estadounidense», que considera artificial y recubierto de supuesta perfección. «Amamos y obedecemos la imagen preconfigurada de una vida bien vivida. Tenemos profundamente arraigada esa extraña autosonrisa que ponemos cuando hay una cámara presente. ¿Vivimos nuestras vidas con una extremada conciencia de cómo nos sentimos o sólo del aspecto que tenemos?»

Helena Celdrán

Life Once Removed - Suzanne Heintz

Life Once Removed - Suzanne Heintz

Life Once Removed - Suzanne Heintz

Life Once Removed - Suzanne Heintz

Life Once Removed - Suzanne Heintz

Life Once Removed

¿Indios de la India o indios de los EE UU?

A la izquierda, foto de hace cien años de una madre india con su hija. A la derecha, una abuela actual de la India con su nieta.

A la izquierda, foto de hace cien años de una madre india con su hija. A la derecha, una madre actual de la India con su hija adoptiva estadounidense.

Annu Palakunnathu Matthew (1964) nació en Inglaterra en una familia llegada de la India. Desde hace años reside en los EE UU y debe soportar el equívoco semántico que despierta su respuesta cuando alguien le pregunta de dónde procede. «Soy india» no basta, debe aclarar que es india de la India y no india nativa norteamericana.

Como estaba bastante cansada de la insistencia y le parecía «extraño» que perdurase una confusión que empezó cuando Cristobal Colón creyó que había descubierto las Indias, acomodando el gentilicio a partir de entonces al mal cálculo del navegante, la fotógrafa decidió jugar con su otredad india utilizando fotos antiguas de nativos de lo que hoy son los EE UU tomadas a finales del siglo XIX y principios del XX.

El proyecto An Indian from India (Una india de la India) llevó a esta fotógrafa y pedagoga a trasladar al presente los estereotipos y aplicar con los indios de la India la misma visión de los indios de los praderas de las fotos clásicas —seres dignos, serios, de mirada lejana y gestos hieráticos—. Durante la búsqueda de fotos en los archivos encontró que la manera en que los nativoamericanos eran retratados, la forma en que los recién llegados rostros pálidos los veían, era casi la misma que los colonialistas ingleses aplicaban a los indios de la India en la misma época.

Con un sentido del humor que no hurta la crítica a los discursos simplistas sobre la oleadas migratorias, la fotógrafa contrapone en la imagen que abre la entrada el retrato antiguo de una madre india con su hija con el moderno de otra madre, esta nacida en la India y residente en los EE UU, con su hija adoptiva estadounidense. La impresión es que las fronteras del tiempo y los dictados de tanto discurso racista se han evaporado.

© Annu Palakunnathu Matthew

© Annu Palakunnathu Matthew

Roland Barthes anotó los cuatro «imaginarios» que se cruzan en un retrato: «Ante el objetivo soy a la vez: aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo cree que soy y aquel de quien ser sirve para exhibir su arte». Esa incomodidad deriva en que los retratados, sobre todo por los fotógrafos pioneros que trabajaban, por imperativos técnicos, con largas exposiciones y extrema quietud de los modelos, parezcan imitaciones de sí mismos.

En los cuatro retratos de arriba vemos, a la derecha, al indio navajo Tom Torlino (arriba, cuando entró a estudiar en un centro educativo y abajo tres años después), y a su lado a la fotógrafa Annu Palakunnathu Matthew, dispuesta también a entrar en el juego (arriba, cuando llegó por primera vez a los EE UU y abajo tres años más tarde). Lo aparentemente inerte de las imágenes, la incomodidad de los modelos, son los mismos.

El ánimo de distorsión de la memoria es también aplicado por Annu Palakunnathu Matthew en el proyecto Re-Generation, en el que, mediante montajes digitales de máxima simpleza —fundidos y mezclas— manipula la memoria visual de los álbumes familiares, juntando pasado y presente en el mismo espacio.

«Cuando hojeamos un álbum de familia, nos volvemos más conscientes de las historias y los recuerdos. Mi trabajo se basa en la presunción de veracidad de las fotografías para estimular una reflexión crítica sobre el poder de la fotografía y su efecto sobre la percepción de la memoria, la familia y la deformación de las culturas a través del tiempo», explica la autora, cuyos vídeos pueden verse en un canal de Vimeo.

Estas conmovedoras animaciones distorsionan la historia —mujeres de tres generaciones, por ejemplo, se encuentran en una misma imagen—, pero la convierten en un fluido, quizá la forma más cercana a lo que nunca dejará de ser. Por mucho que nos cuenten los portavoces de la dictadura del presente, todos nosotros vivimos dentro de las fotos de nuestros abuelos.

Ánxel Grove

Fotos familiares con cámaras de juguete

Phil Toledano

Phil Toledano

Una de las fotógrafas que ha ahondado todo lo posible en la intimidad familiar, la gran Sally Mann —aquí van tres vínculos de su mirada doméstica  1 | 2 | 3— intentó en una ocasión explicar la bendición de hacer fotos a los más cercanos: se trata de construir «un edén» iluminado por «la luz tenue de la nostalgia, la sexualidad y la muerte».

La misma idea puede ser aplicada a los participantes en la exposición I’ll Be Your Mirror (Seré tu espejo), que se inagura el próximo sábado en la galería HomeSpace de Nueva Orleans (EE UU) bajo la coordinación de Jennifer Shaw, que esta vez deja de lado las cámaras de juguete con las que hace fotos y se encarga de dirigir la colectiva.

En la muestra participan siete artistas: Angela Bacon-Kidwell, Laura Burlton, Warren Harold, Aline Smithson, Gordon Stettinius, Phil Toledano y Alison Wells. Todos son jóvenes y prefieren explorar los rincones cercanos, en ocasiones tan hondos y complejos como los escenarios más exóticos o ajetreados.

Angela Bacon-Kidwell

Angela Bacon-Kidwell

El más conocido de todo el elenco es Toledano, cuya cobertura del viaje hacia la demencia senil de su padre tuvo un  gran éxito en Internet y luego en formato de libro.

No se quedan atrás en intensidad Harold, autor de Alternating Weekends (Fines de semana alternos), un diario fotográfico en el que narra su experiencia como padre divorciado;  Burlton, que en Chalk Dreams (Sueños de tiza) mira a sus hijos como personajes de una realidad alucinada; Bacon-Kidwell, que documenta un verano con su hijo, o Smithson, autora de la serie Arrangement in Green and Black, Portraits of the Photographer’s Mother (Arreglo en verde y negro, retratos de la madre de la fotógrafa), donde camufla a su madre de 85 años como avatares que protagonizan más de veinte versiones del famoso óleo de Whistler.

Uno de los aciertos de la coordinadora tiene que ver con uno de sus caprichos: optar por autores que prefieren utilizar cámaras Holga, Diana y otros artefactos plásticos, baratos e incapaces de intimidar a nadie. Nada mejor que un juguete para acercarte a quien te quiere.

Ánxel Grove

Gordon Stettinius

Gordon Stettinius

Warren Harold

Warren Harold

Laura Burlton

Laura Burlton

Laura Bulrton

Laura Bulrton

Alison Wells

Alison Wells

¿Quién es esta persona que vive conmigo?

Polly Gaillard

Polly Gaillard

Cuando Polly Gaillard se divorció de su marido, quiso poner en práctica un experimento de terapia fotográfica dada la situación desconocida que le esperaba: convivir con la hija de ambos en ausencia del padre.

El resultado, la serie Reframing; Motherhood, Memory and Loss, es un documento introspectivo sobre los espacios, recuerdos, sentimientos y fronteras de la cohabitación entre la madre y la niña. Casi todas las imágenes, como apunta la fotógrafa, parecen plantear una sola pregunta: ¿Quién es esta persona que vive conmigo?

La mirada de Gaillard es doble: los lugares que ocupa la hija y los restos que deja en esos lugares tras abandonarlos, la carga afectiva, de gestos inacabados, que permanece cuando salimos del plano.

Polly Gaillard

Polly Gaillard

Una bolsa de plástico, una fruta cortada y abandonada, la pasta de dientes sobre el cepillo, un tarro de plástico lleno de orina para un análisis…

Sombras de vida que, sin embargo, dicen la vida.

No suelen emocionarme las fotos de buena parte del documentalismo actual, me parecen frías y de una poesía tan infortunada como la existencia.

Con Gaillard hago una excepción: su empeño en rastrear la familia y lo familiar me parece de una tozudez primaria y conmovedora.

Polly Gaillard

Polly Gaillard

Un segundo valor: el nulo amaneramiento de las fotos en las que sí aparece la hija, imágenes llenas pero distantes.

No parecen tomadas por una madre, sino por un reportero ajeno a las implicaciones de los sentimientos y su mancha sobre las fotografías.

Ama mucho quien es capaz de mirar como si el amor no estuviese presente.

Reframing; Motherhood, Memory and Loss no es la única serie que me interesa de la fotógrafa estadounidense. En Re-Collecting,regresa a las fotos de los álbumes familiares para, gracias al retoque digital, regresar como adulta a los escenarios de la niñez.

Polly Gaillard (de 'Recollecting')

Polly Gaillard (de 'Recollecting')

El «adulto intruso», dice Gaillard, «interrumpe el recuerdo encapsulado en la instantánea» y nos hace ver que también las fotos son un depósito de ruido, un arañazo en el pasado.

Las fotos nunca son pruebas infalibles: su fidelidad está rota por el tiempo.

La pregunta persiste: ¿Quién es esta persona que vive conmigo?

Ánxel Grove

A Tennessee le costaba respirar

Tennessee Williams (1911-1983)

Tennessee Williams (1911-1983)

Blanche Dubois, la protagonista de Un tranvía llamado deseo, es el primer personaje que se me viene a la cabeza cuando pienso en Tennessee Williams. Ella necesita ser atractiva. Él, recibir buenas críticas y, si no lo conseguía, se sentía miserable y se daba al vicio.

Blanche es una belleza sureña que comienza a sufrir el paso del tiempo en su rostro, que vive a la luz ténue de un farolillo para no mostrar sus arrugas.

Tennessee, un hombre al que le costaba respirar sin ahogarse, también buscaba sombras: era homosexual, alcohólico y politoxicómano.

Aunque lo intentó, nunca pudo salir del fango y se abandonó en numerosas ocasiones como el personaje de una tragedia griega que acepta con estoicismo un destino fatal, marcado por los dioses.

Las adicciones, la homosexualidad y la familia fueron las obsesiones que tejieron su obra y también su vida.

La intimidad le servía a Williams para dibujar a personajes marginales, narcotizados o sadomasoquistas, tal vez con una dosis demasiado evidente de interpretación freudiana, pero con el encanto de la fragilidad del ser humano que puede quebrarse en cualquier momento.

Thomas Lanier Williams (1911-1983), reconocido como uno de los más grandes autores de teatro del siglo XX, nació hace ahora cien años (el 26 de marzo se cumplió el centenario).

Escribió obras que se llevaron al cine para convertirse en piezas cumbre de los años dorados de Hollywood: Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951) o La gata sobre el tejado de zinc caliente (Richard Brooks, 1958).

Marlon Brando y Vivian Leigh en "Un tranvía llamado deseo" (1951)

Marlon Brando y Kim Hunter en "Un tranvía llamado deseo" (1951)

En la memoria colectiva queda la camiseta blanca, ajustada y pretendidamente precaria de Marlon Brando interpretando al supermacho Stanley Kowalsky o la gata Elizabeth Taylor en el papel de Maggie, la bella víctima de un marido alcohólico, ex-jugador de fútbol americano.

[En el Teatro Español de Madrid, hasta el 10 de abril, se puede ver la adaptación de José Luis Miranda de Un tranvía llamado deseo, dirigida por Mario Gas]

Cotilleando a Tennessee Williams

1. Sufría de ansiedad, paranoia e hipocondria.

2. Desde la niñez tuvo ataques de pánico.

3. El popular e influyente cardenal Francis Spellman definió sus obras de teatro como “repugnantes, deplorables, moralmente repelentes y ofensivas para los estándares de decencia cristiana”.

4. Le pusieron el mote de Tennessee en el instituto por su marcado acento sureño de Nueva Orleans.

5. Su hermana mayor Rose -se llevaban unos meses- padecía esquizofrenia paranoide y vivía internada en un hospital psiquiátrico. Para mitigar los ataques le practicaron una lobotomía que la convirtió en una sombra de sí misma. Tennessee tenía remordimientos por no haberlo impedido.

6. Consumía grandes cantidades de alcohol y drogas (probó muchas: anfetaminas, opio, cocaína, medicamentos…), pero se sentía culpable por su forma destructiva de vivir y tenía la impresión de haber abusado de la libertad de una vida de éxito como artista.

7. Pensaba que se había librado del destino de su hermana porque él sabía convertir la psicosis en creatividad. Se torturaba pensando que no se debía despilfarrar ese privilegio autodestruyéndose.

8. Quiso estudiar poesía, pero la familia le obligó a hacer la carrera de Periodismo. Williams no pasaba del aprobado y su padre, representante de una firma de zapatos, dejó de financiarle la universidad y le obligó a trabajar en la empresa.

9. Murió asfixiado a los 72 años. La autopsia reveló que tenía el tapón de plástico de un medicamento en las vías respiratorias. Previamente había ingerido drogas y alcohol.

10. Era patológicamente tímido y respondía a la tensión con una carcajada. Llamaba a la risa “mi sustituto del lamento”.

Helena Celdrán